Desde hace varias décadas la Universidad Nacional Autónoma de México, fiel a arraigada tradición humanista, a través del Instituto de Investigaciones Filológicas viene emprendiendo la tarea, notable por su rigor académico y encomiable al estar sostenida en el tiempo, de editar obras de autores griegos y latinos en su colección, ya célebre, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, dirigida hoy por Aurelia Vargas Valencia.
Textos bilingües (originales griegos o latinos enfrentados a la traducción española), escrupulosamente colados –es decir, escogidos luego del cotejo de diferentes variantes textuales–, junto a cuidadas introducciones, numerosas notas y la pertinente bibliografía. A los volúmenes ya aparecidos –obras de Homero, Hesíodo, Píndaro, Virgilio u Ovidio, entre otros–, se suma ahora la Orestíada de Esquilo en un trabajo de valía tanto por la fidelidad de las versiones, cuanto por su rica introducción (137 páginas de prólogo y otro tanto de notas) de la pluma del helenista David García Pérez.
Te puede interesar: Mutaciones de la imagen de Afrodita
Desafío riesgoso el de emprender una nueva versión de una obra dramática –de casi 4.000 versos– compuesta en griego clásico hace más de dos milenios, labor que el estudioso ha sorteado con holgura. Concebido también con finalidad didáctica, el trabajo presenta correspondencia exacta entre los versos griegos y su versión española. El texto base es la edición de Agamemnon. Libation Bearers. Eumenides. Fragments de Herbert Weir Smyth (volumen de la Harvard University Press) con auxilio, en ocasiones que se indican, de la clásica de Martin L. West, herederas estas de la editio canónica de Ulrich von Wilamowitz.
García Pérez, filólogo clásico y ensayista, se desempeña como traductor e investigador en el Centro de Estudios Clásicos del mencionado Instituto. Entre otros trabajos de su pluma menciono el sustancioso estudio Prometeo, el mito del héroe y del progreso (2006), obra de consulta insustituible, así como Los retornos de Electra y de Orestes (2013).
Esquilo –autor de unas noventa piezas muy celebradas y héroe de las batallas de Maratón y Salamina–, poco ante de morir, en la cumbre de su carrera, compuso y presentó ante la festividad de la Grandes dionisias en la primavera del 458 a.n.e. su Orestíada, única trilogía clásica llegada completa hasta nosotros. Y no digo escribió sino compuso ya que fue el autor del texto dramático, de la música, de la danza de los coros, en suma, de la régie escénica toda, como era habitual en ese entonces. Obra sublime, pese a que tal como ha llegado hasta nosotros, faltan su música, apuntaciones sobre las danzas corales y otras cuestiones escénicas.
Este corpus poético consta de tres piezas –Agamenón, Coéforas y Euménides–, seguidas de un drama de sátiros –Proteo– del que solo conocemos su nombre (estas pequeñas farsas se añadían a las trilogías ya para levantar el ánimo de los espectadores, alicaído después de asistir a la puesta en escena de tres tragedias; ya por tradición ritual dado que los sátiros –seres daimónicos– integraban el séquito de Dioniso, de cuyos sacrificios nació este género dramático). La trilogía versa sobre el aciago destino de los atridas, i. e., los descendientes de Atreo, el primitivo monarca del Peloponeso. Su temática procede de la época heroica, concretamente, de la tradición homérica, aunque Esquilo, influido por Hesíodo, añade una perspectiva didáctica tendente a que sus piezas eleven y dignifiquen a los espectadores: idea de la poesía como formadora del buen ciudadano, como más tarde destacó Schiller cuando nos habla de la “educación estética del hombre”. De esta obra emana un aura sacerdotal que valora a Esquilo como guía de la conducta ciudadana.
De la ingente variedad de pareceres recogidos por García Pérez en la edición que nos ocupa, atiende a ideas pitagóricas al reflexionar sobre la condición humana cuando en su evolución política la democracia ateniense entró en colisión con el pensamiento religioso. Remite también al parecer de J. Torrano para quien los planteos esbozados por el dramaturgo son desafíos que dan cuenta de una perplejidad dolorosamente asumida frente a la necesidad de equilibrar la acción individual con la colectiva, en favor del logro de una convivencia armónica en la pólis. Desde una mirada simbólica asistimos al tránsito que va de la descomposición del cosmos hasta su ulterior recomposición –lograda gracias al amparo de Díke ‘la Justicia’–, aun cuando, tras la “aparente” resolución del conflicto, “el núcleo de lo trágico queda latente” (D. García, p. 26).
La primera pieza da cuenta de la muerte de Agamenón cuando, al volver vencedor de la guerra greco-troyana, sucumbe a manos de Clitemnestra, su mujer, en complicidad con Egisto. Clitemnestra, autora material e intelectual del asesinato, sorprende por la fuerza de su éthos –de corte masculino– frente a la minusvalía de su amante. Las Coéforas, segunda pieza, cuyo nombre procede de las portadoras de ofrendas del coro, evoca el encuentro de Electra –hija del malhadado rey– con su hermano Orestes y cómo aquella lo insta para que dé muerte a Clitemnestra, madre de ambos, por haber matado a su marido. El joven cumple esa acción tan horrenda como paradójica: justa al vengar a su padre, pero injusta al ultimar a su progenitora –lo que remite al tema de la “justicia injusta”, uno de los tópoi de las piezas de Esquilo–; tras ese acto nefando es perseguido por las Erinias.
En la tercera, estas deidades, vengadoras de los delitos de los consanguíneos, claman venganza y piden compensación. Orestes, hostigado por estas furias, huye desesperado refugiándose en Delfos en pos del amparo del dios oracular. Allí Apolo le aconseja dirigirse a Atenas para que la deidad que preside la ciudad resuelva. Y es entonces cuando Atenea anuncia que establecerá un tribunal humano para que juzgue al matricida y que, en caso de paridad de votos, ella con el suyo dirimirá la cuestión.
La diosa –no nacida de vientre materno, sino surgida de la cabeza de Zeus como evoca el mito– privilegiando lo masculino al igual que Apolo, vota en favor de Orestes. Mas como las Erinias, despechadas, reclaman castigo, Atenea las muda en Euménides, diosas benéficas, prometiéndoles culto en el Ática, y, en efecto, así lo cumple. Hoy, cuando en Atenas el peregrino asciende por los propíleos, la entrada monumental por la que se accede a la acrópolis, halla a su paso el templo de las Euménides, todavía en pie pese a más de dos milenios de construido.
Así pues, Esquilo presenta “una solución jurídico-política al tema de la justicia” según refiere D. García en su “Estudio Preliminar” (p. 12), poniendo fin a una suerte de ley del Talión característica de la sociedad tribal en la que “los delitos de sangre se dirimían dentro de los clanes” (ibid.), donde un crimen se paga con otro crimen. Frente a ese horizonte atroz, el dramaturgo propone un sistema de justicia secularizada –materializada en la conformación del Areópago, ‘el tribunal de justicia’– en la que, gracias a la persuasión de la diosa y no sin cierta cuota de clemencia, se arriba a una solución. (Añado que, ahondando en esa postura que habla del tránsito de lo tribal a lo democrático, P. P. Pasolini –que en 1959 había traducido del griego al italiano la Orestíada a pedido de V. Gassman, quien quería montar esta trilogía en el célebre teatro griego de Siracusa– retoma el citado tránsito en su film Apuntes para una Orestíada Africana en el que prioriza la cuestión política). Al solucionarse el conflicto, aunque no en la conciencia de Orestes ya que el matricidio –hecho abominable– es indisoluble, Goethe, en carta al canciller Von Müller de junio de 1824, sostiene que la Orestíada no es una obra propiamente trágica pues, a la postre, se soluciona el conflicto (lo trágico implica una oposición inconciliable: tan pronto surge una solución, desaparece lo trágico, cf. K. Jaspers, pas.).
El autor de Werther entiende esta trilogía como un drama en el que se dan situaciones trágicas para, finalmente, llegar a una conciliación armoniosa, una suerte de happy end. Gilbert Murray, el célebre helenista de Oxford, respecto de este corpus dramático, pone el acento en la salvación de los valores y del mundo gracias al arbitrio de la sabiduría divina. Después del crimen, la expiación y, tras esta, el conocimiento, tal como refiere el coro en un verso harto citado (tô páthei máthos ‘por el sufrimiento, el aprendizaje’, cf. Agamenón, v. 177). En el plano de lo sociopolítico asistimos al pasaje que va de la aristocracia exaltada por la épica a un nuevo orden signado por la democracia, expresado en el género trágico. Para otra mirada, se trata del tránsito de lo matriarcal, afincado en lo ctónico y en lo sombrío –así el mundo de las Erinias y de Clitemnestra–, hacia lo patriarcal donde rigen la luz y el equilibrio representados por los dioses nuevos –por ej. por Apolo– bajo la égida de Zeus.
Para el citado Murray, el Agamenón, pieza majestuosa, “es obra suprema de poesía”. Comienza con un episodio trágico –el asesinato del rey– y concluye con un acto religioso como es la fundación del culto de las Euménides (no en vano Esquilo había nacido en Eleusis, ciudad ática famosa por la sacralidad y celebración de sus misterios). De una atmósfera teñida de sangre, mediante el sufrimiento, se alcanza una dimensión de libertad y justicia con lo que el mensaje del dramaturgo parece proyectarse como un kthêma eis aeì –’una adquisición para siempre’–, como podría haber dicho Tucídides (I 22).
Siguiendo a A. Podlecki y a otros autores, D. García entiende que “la Erinia es reemplazada por la justicia que se alcanza mediante un proceso legal, esto es, una creación humana que personifica al ejemplar divino” (p. 54, en nota). Así, la Orestíada se impone como un encomio de la democracia. A modo de síntesis, transcribo un pasaje del citado estudioso donde refiere: “Si los hombres piensan a sus dioses, es decir, éstos son resultado de la ideología, no es de extrañar que Esquilo llevara este proceso teleológico al ámbito estricto de los seres humanos, donde la lucha es igualmente descarnada para alcanzar el poder y modificar el statu quo” (ibid., p. 56).
Un trabajo valioso, sólidamente documentado, que echa luces también para repensar el sentido de la libertad y de la justicia en el mundo en que hoy nos movemos.
Autores citados:
JASPERS, Karl, Esencia y formas de lo trágico, trad. N. Silvetti Paz, Bs. As., Edit. Sur, 1960.
MURRAY, Gilbert, Aeschylus. The Creator of Tragedy, Oxford, 1940.
PODLECKI, Anthony, The Political Background of Aeschylean Tragedy, Ann Arbor, Michigan University Press, 1966.
SCHILLER, Friedrich, La educación estética del hombre en una serie de cartas, trad. de M. G. Morente, Madrid, Espasa Calpe, 1920.
TORRANO, Jaa, “A fundacâo mítica do tribunal do Areópago na tragedia Eumênides de Ésquilo”, en Agora: estudos clásicos em debate, 2001, 3, pp. 7-23.
Seguir leyendo