Quisiera proponerle al lector que recorra los dos siguientes párrafos escritos por Victor Hugo en su gran novela Los miserables, un clásico de la literatura universal:
“¿De qué se compone un motín? De todo y de nada. De una electricidad que se desarrolla poco a poco, de una llama que se forma súbitamente, de una fuerza vaga, de un soplo que pasa. Este soplo encuentra cabezas que hablan, cerebros que piensan, almas que padecen, pasiones que arden, miserias que se lamentan, y arrastra todo. ¿Adónde? Al acaso. A través del Estado, a través de las leyes, a través de la prosperidad y de la insolencia de los demás.
La convicción irritada, el entusiasmo frustrado, la indignación conmovida, el instinto de guerra reprimido, el valor de la juventud exaltada, la ceguera generosa, la curiosidad, el placer de la novedad, la sed de lo inesperado, los odios vagos, los rencores, las contrariedades, la vanidad, el malestar, las ambiciones, la ilusión de que un derrumbamiento lleve a una salida; y en fin, en lo más bajo, la turba, ese lodo que se convierte en fuego: tales son los elementos del motín”.
Primero, nombremos la diferencia. El texto precedente de Víctor Hugo se refiere al levantamiento republicano del 5 de junio de 1832 cuando, en una etapa de restauración conservadora en toda Europa, no ya las llamas, pero sí las chispas de la Revolución Francesa de 1789 conducían a rebeliones populares que atacaban los intentos de volver a las normas del Ancien Régime. En términos históricos, en 1830 había subido al trono el rey Luis Felipe, que reemplazaba a Carlos X -el representante más reaccionario de la Restauración- y que fue barrido por una insurrección burguesa y monárquica a la vez. Luis Felipe expresaba el ala liberal de la monarquía, aunque basada en el derecho de sangre azul y sus privilegios. Permitía el enriquecimiento de la burguesía francesa al ritmo del avance de la revolución industrial, mientras la clase obrera iba cobrando una definición propia, creada sobre la hiperexplotación. Todo esto pasó en los años posteriores a la rebelión parisina de 1832.
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Sucede que en ese período la crisis económica arreció: malas cosechas, escasez de alimentos, aumentos en el costo de vida, todo incrementaba de modo exponencial el descontento y el hartazgo entre todas las clases sociales. Conspiraban los carlistas, que demandaban el retorno del monarca depuesto Carlos X; conspiraban los republicanos, que defendían los objetivos políticos de la gran Revolución Francesa de 1789. Para colmo de males, durante la primavera de 1832 Francia fue devastada por un brote de cólera a escala europea, que terminó con un saldo de 18.402 muertos en París. En los barrios pobres, los principales afectados corrían rumores de que los pozos de agua del gobierno habían sido envenenados, para eliminar así a los parias de la sociedad.
Entonces, la chispa explotó. Y hubo un levantamiento. Esa era la diferencia a mencionar antes de continuar con el texto de Víctor Hugo, que en su novela hace una narración magnífica de las batallas callejeras entre los insurrectos y las tropas del monarca Luis Felipe. El film Los miserables (2012), que recrea la versión musical de Broadway y fue un mega éxito de taquilla durante los años que duró la puesta, también muestra bien esos arrojos de valor impulsados por el hartazgo. ¿Recuerdan esta escena de la película? Es del comienzo de la rebelión. Dice la canción:
Then join in the fight
that will give you the right to be free!
Do you hear the people sing?
Singing a song of angry men
It is a music of a people
who will not be slaves again
(¡Entonces únanse a la lucha
que les dará el derecho de ser libres!
¿Escuchan a la gente cantar?
Cantan una canción de hombres enojados
Es una música de un pueblo
que no será esclavo otra vez.)
Ahora, esa rebelión estaba condenada al fracaso. No era su tiempo aquel. Víctor Hugo mismo lo señala y dice: “el movimiento de 1832 tuvo, en su rápida explosión y en su lúgubre extinción”, el reconocimiento de un respeto, pero se dio en medio de una serie de motines que dieron a la luz en París, en lo que el escritor llama “una crisis patética de la historia”. En 1832 se izó la bandera roja en nombre de la libertad, de la igualdad y la fraternidad y fracasó. Pero pocos años después, en 1848, las revoluciones violentas de la burguesía en toda Europa mostraron por primera vez a las organizaciones obreras actuando de manera organizada e independiente, aunque sin una dirección ni rumbo manifiesto.
En 1871, los trabajadores tomarían el poder en la experiencia que se conoció como “La comuna de París”, el primer gobierno obrero de la historia de la humanidad, que se hizo cargo del Estado durante tres meses y que fue acabada a sangre y fuego por las tropas leales a Adolphe Thiers, que había trasladado el gobierno a Versalles y con la ayuda del ejército prusiano, asesinó a más de 20.000 parisinos y llevó a las prisiones a más de 40.000 ciudadanos de la comuna. Sin embargo, así es la historia: avanza, retrocede, se estanca aparentemente, pero siempre hay un hilo que, por debajo, va uniendo los acontecimientos. En fin, la rebelión de 1832 fracasó. Pero era una rebelión realizada con cuerpo y alma. Hasta acá, entonces, la diferencia.
¿Recuerdan los primeros párrafos de Víctor Hugo que se publican en esta nota? Relean: “El entusiasmo frustrado, la indignación conmovida, el instinto de guerra reprimido, el valor de la juventud exaltada, la ceguera generosa, la curiosidad, el placer de la novedad, la sed de lo inesperado, los odios vagos, los rencores, las contrariedades, la vanidad, el malestar, las ambiciones, la ilusión de que un derrumbamiento lleve a una salida”. ¿No les suena parecido al discurso de los así llamados “analistas políticos” sobre el voto a Milei? Yo creo que sí.
La diferencia es que en 1832 (es decir, en 1848, 1870; las insurrecciones de 1917; la revolución alemana de 1923; los levantamientos operarios en los Estados Unidos en la década de 1930; los alzamientos partisanos en Francia, Italia y especialmente Grecia en 1943-45; la huelga general más grande la historia en Francia en mayo de 1968; el Cordobazo de 1969; las coordinadoras fabriles en zona norte, zona sur y zona oeste en Buenos Aires en 1975; en diciembre de 2001 y así, y así, y así) los enojados levantaban unas banderas y salían a la lucha. En la Argentina de 2023 los jóvenes enojados, los trabajadores cansados, los hastiados del sistema usan el voto y se informan mediante TikTok y semejantes (que todos usamos y está muy bien hacerlo). Pero hay una similitud.
Porque ese cansancio y ese hartazgo que lleva al exaltamiento, al placer de lo novedoso, a la ilusión del derrumbamiento son nociones razonables; ya que todos estamos hartos de estos gobiernos, el actual y los anteriores que no supieron o quisieron salvar a la Argentina de tener a la mitad de sus chicos en estado de pobreza o pobreza extrema. Según dicen los manuales, la izquierda debería haber canalizado el descontento. Pero la izquierda mostró a diputados y diputadas muy cómodos en sus asientos, pidiendo la palabra con elegancia democrática y ambivalencias solidarias con alguna expresidenta (ninguno, como “el festín para psicólogos” Milei se fue de su banca gritándoles a todos que eran unos calientasillas de la casta). Lo mismo el movimiento piquetero, tan difuso, con líderes compartiendo mesas y abrazos con los representantes del Papa en la Argentina y siempre lejos de las exposiciones más políticas: una cosa es la calle y otra el palacio legislativo. En fin, para muestra basta mostrar los porcentuales de votación de las cuatro candidaturas de la izquierda en la última elección.
Sin embargo, en el enojo está la chispa. Nadie sabe qué pasará, pero dice Víctor Hugo: “Una revolución no se corta en un solo día; tiene siempre necesariamente algunas ondulaciones antes de volver al estado de paz”, y agregamos: para luego volver a resurgir. En esa idea reside la esperanza. En que el enojo, el hastío, la indignación sean conducidas por otros caminos que el de Milei (ajeno por completo a cualquier idea de un futuro dichoso para quienes hoy se encuentran cansados de los desgobiernos). No se debe culpar a sus votantes, sino a los que causaron ese enojo (y a quienes no lo supieron canalizar para construir un giro histórico o venturoso para las mayorías del país).
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