Mientras el mundo ingresa en una nueva fase de implosión y autodestrucción por temas como la crisis de representatividad política, descuido histórico de la ecología que se traduce en tragedias planetarias irreversibles en un futuro no muy lejano, epidemia de ansiedades varias en grandes sectores de la población por la línea de pobreza arrasando con filo de guillotina, por inflaciones galopantes y sin freno ni rienda, fascismos disfrazados de derechas moderadas que se niegan a desaparecer e incluso ganan elecciones, un mercado inmobiliario que devasta y humilla a sus inquilinos dejándolos sin capacidad de reacción ni posibilidades de ahorro. }
Mientras el fantasma de la desolación y el caos reina en las redes sociales por las distancias entre la realidad y una fantasía cada vez más inalcanzable e insatisfactoria (¿el amor romántico no era más que otra ilusión del capitalismo salvaje?), mientras todo esto sucede (la lista sigue y es infinita) alguien ríe como si no existiese un mañana: el escritor, crítico, editor y docente argentino Jorge Luis Borges (1899-1986). ¿Será que la muerte (su inminencia, su certeza) facilita el humor? ¿Se ríe más y mejor desde la gloria de la tumba? Borges, que siempre pareció ejercer una soledad totalmente digna que se acrecentó a partir de la convivencia estoica con su ceguera, ahora es cabeza, cuerpo y protagonista de todo un festival dedicado a su figura, su estela, su obra y su resonancia en la actualidad: el BorgesPalooza (craneado y llevado adelante por el escritor y periodista Daniel Mecca) en el Cultural San Martín.
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Vincular a Borges con un festival de rock ya instalado parece, en principio, digamos (e incluso contemplando el riesgo latente de la banalización), una buena idea porque nos dice que hay una obra literaria (¿en qué se parecen sus libros y la música estridente, colorida y juvenil conocida como rock?) que se lo banca todo, lo resiste, Borges realmente soporta y tolera lo que venga, lo que se le quiera tirar y arrojar, desde la crítica, el afecto, el odio o la agitación a que alguien lo asesine (“¡maten a Borges!”, Gombrowicz dixit –legendario aunque posiblemente falso- desde la punta de un barco), Borges se la banca.
¿Hablamos de una obra invencible? En cualquier caso, los textos de Borges están al alcance de cualquiera, atravesaron el paso de los almanaques y se volvieron parte del suelo y el cielo argentino hasta ser una partícula inmensa e ineludible de una identidad. Borges devino en gen y factor. Entonces: un país que discute, reflexiona y habla de su escritor más reconocido a nivel mundial, es un país que a su modo se piensa a sí mismo. Tal vez es como plantea Velvet Underground en una canción: Yo seré tu espejo (I’ll Be Your Mirror).
Ahora bien, hay una pregunta que surge ahora mismo a partir de todo lo anterior y es la siguiente: ¿Cómo leen las nuevas generaciones a Borges?
Hay un poema extraordinario de Osvaldo Lamborghini que tiene como leitmotiv o, quizás es mejor decirlo así, como estribillo: “Nací en una generación”. Y lo repite. Fatalidad, condena o gracia, cada generación debe hacerse cargo de algunas cuestiones. Como por ejemplo: los tótems (literarios o de cualquier clase y/o calaña). Para aceptarlos, repelerlos o metabolizarlos, una generación también se define por una mirada a esa herencia que viene de atrás a tensionar la construcción del presente. ¿Qué lugar ocupa Borges en este panorama de siglo XXI? Una de las mesas de diálogo del BorgesPalooza se le animó a este cuestionamiento complejo. Entrevistados por Daniel Mecca, el escritor Mauro Libertella y las escritoras Tamara Tenenbaum y Julieta Mortati (tres personas que además editan y trabajan en diversos sectores de medios de comunicación y circuitos de circulación del libro, lo que –otra vez- nos lleva a pensar en el recorrido del propio Borges con el mercado laboral de la palabra) reflexionaron esta cuestión.
Mientras Borges moría en Ginebra, esta gente recién llegaba a la tierra para habitarla y volverse, con el tiempo, escritores. Ese es un primer tema a tratar: ¿cómo fue el acceso a la obra de Borges? “No es un escritor secreto”, plantea Tamara Tenenbaum y da con un punto interesante porque hay algo de lo accesible en la construcción de Borges y la relación con sus lectores. Hay una Obra, pero que siempre estuvo cerca de la mano de algún modo u otro: en bibliotecas, en casas, en mesas, en mesitas de luz, en donde sea. Borges y la distancia: un escritor, nos dice, borra las fronteras y genera proximidades, cercanías.
Ahora bien, esta generación nació con un faro determinado a presión: Borges. Parafraseando a Adorno: ¿Se puede escribir después de Borges? Lo que no deja de arrastrar una pregunta inquietante de verdad: ¿cómo se pelea contra un fantasma, contra un recuerdo, contra un muerto que todo el mundo trata de sostener con vida? Propone Libertella: “Cuando uno está muy metido en Borges es muy fácil imitarlo, es el primer palito que uno pisa, la primera trampa en la que uno cae cuando te metés ahí. Por otra parte, es lindo meterse en algo y sentir que te metés en todo un universo. Siento que lo que me quedó de Borges en mi propia escritura, por decirlo de alguna manera, es esa cosa híbrida, la mezcla de géneros que él manejó mejor que nadie, y eso en mis libros puedo adjudicárselo a Borges.”
¿A las influencias hay que destruirlas para luego retomarlas? En cualquier caso, el tiempo –el paso del tiempo- va definiendo ese tipo de vinculaciones. La personalidad de la prosa de Borges es apabullante y puede causar parálisis en la búsqueda de lo propio. Es en este sentido que con autores-mundo como Borges la mejor acción es el abandono para la posterior reconciliación. “Borges ya no es el padre que hay que matar, es el amigo raro que se invita a una fiesta”, dice Mortati en este sentido. Es Libertella quien aporta algo más para entender mejor a Borges y estos tiempos de siglo XXI: “la salida del Borges de Bioy Casares ayudó a que nuestra generación modificara la mirada sobre Borges, fue muy positivo. Fue un impacto cultural, igual que el programa de Piglia en la Televisión Pública.” Una señal de cómo sobrevivir al paso del tiempo: una ayudita de los amigos.
La última cuestión tiene que ver con los rastros de Borges en algunos escritores de la actualidad. Lo que dice Tenenbaum es atractivo: “Veo rastros de su poesía, sus ambiciones y quizás sus versos en Martín Gambarotta y Daniel Durand. Quizás ellos no están de acuerdo conmigo, pero me parece que es así. Y en la cuanto a la prosa: María Gainza y Pablo Katchadjian me parecen los más representativos.” En el cierre, Libertella propone esto: “Aira y Piglia nos procesaron y filtraron a Borges para nuestra generación. Daniel Guebel es borgeando a su modo muy personal. Pero lo cierto es que Borges fue mutando. Y ahora es algo estructural: está en los libros de quienes nunca leyeron a Borges, y eso es la posteridad absoluta, la posteridad perfecta.”
Como plantea Roberto Bolaño al final de su conferencia “Derivas de la pesada”: Hay que releer a Borges otra vez.
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