“Todo lo que he hecho desde que nací hasta hoy es dedicarme a ser feliz”, dice Edgardo Giménez. Esa es su máxima y a ella se ha aferrado a lo largo de seis décadas de producción artística, que se presentan -a partir de obras clave- en No habrá otro igual en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.
Ya en la explanada del Malba se pueden ver cinco estrellas gigantes, una reinterpretación de “Ocho estrellas negras”, que Giménez presentó originalmente en las “Experiencias visuales 1967″ del Instituto Di Tella.
El multifacético Giménez (Santa Fe, 1942) comenzó su derrotero a los 8 años, cuenta, cuando le encargaron la decoración de la vitrina de una ferretería y tras esa experiencia descubrió que “le gustaba gustar”. A partir de allí fue pintor, escultor, diseñador gráfico, arquitecto -sin título-, diseñador de muebles y de decorados teatrales y cinematográficos.
Todas esas experiencias se distribuyen en los 6 núcleos de la exhibición curada por María José Herrera, que se aloja en el segundo piso del espacio porteño, a partir de una puesta equilibrada que, dentro de lo colorido de sus obras, no tiene estridencias en lo visual y habitan atmósferas balanceadas. En ese sentido, la distribución dialoga, justamente, con una de las características principales del artista pop: la simetría, que puede apreciarse en pinturas, muebles, esculturas e incluso en la reproducciones de escenografías que se presentan.
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Giménez pregona un arte directo, sin intermediarios, ATP, con un lenguaje pop que busca generar una energía positiva, esa felicidad que es su motor. Y en tiempos de discursos oscurantistas, en una época repleta de teorías, de sobre explicaciones, de cuestionamientos, de confusiones y dogmas de todo tipo, su propuesta es una bocanada de aire. A veces, solo se trata de disfrutar, parece decirnos. Bienvenida la invitación, entonces.
Antes del ingreso a la sala, una fantástica escultura de Divine, la legendaria drag queen que fue musa de John Waters, se vuelve real, sacada de una escena de Pink Flamingos. Cada espacio posee una atmósfera particular que surge de los temas que han obsesionado a Giménez: las nubes, los animales selváticos, algunos insectos y, sobre todo, los monos.
En la muestra se presenta una cuasi réplica de la entrada espejada del departamento que rediseñó para Jorge Romero Brest, uno de los críticos de arte más influyentes del siglo pasado, que dirigió el Bellas Artes (1955-1963), pero que sobre todo dejó su marca al frente del Instituto Di Tella (1963-1969).
“Cuando todas las galerías nos rechazaban porque decían que éramos unos tipos que hacíamos basura, él vio más allá. Era un tipo sensacional, fuera de serie y respetado por mí de una manera obsesiva, porque era alguien que vivía acorde con su pensamiento, no era el que decía cosas lindas y después esas cosas lindas no tenían nada que ver con él, sino que era una prolongación de su ser. Era alguien de un gran entusiasmo y de una gran audacia”, cuenta Giménez.
De aquellos años del Di Tella hay varias marcas en el recorrido, como la obra Llamado divino, Retrato de Teresa Testa, o Cupido, que pertenece al MNBA, por nombrar algunas.
También se puede observar en esta sala espejada, el conejo inspirado de Alicia en el país de la maravillas de Lewis Carroll, al que el santafecino considera su “libro de cabecera”, ya que le “encanta por todos los delirios que hacen pasar a la pobre Alicia”.
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Estas piezas pertenecen a los ‘70, cuando Giménez “comienza trabajos de interiorismo”, suma Herrera, época en la que junto a Romero Brest fundan “Fuera de caja”, “una boutique de artes aplicadas que intentó llevar el arte a la vida cotidiana”, donde se vendieron piezas de Marta Minujín, Delia Cancela y Federico Peralta Ramos. Algunos objetos de aquel emprendimiento como también de “La oveja boba”, una boutique anterior de diseño que Giménez llevó adelante, pueden verse en la muestra.
La figura de Federico Klemm surge en dos momentos: a partir de un retrato y un mueble de tres piezas, selvático y felino, y con un águila en su parte superior, que el artista tenía en su hogar. “Federico era un personaje muy genial, muy excéntrico, y en este país la excentricidad... Sucede con toda la gente que logra hacer cosas diferentes, que es diferente a la habitual y él no era nada habitual”, dice durante el recorrido, en uno de los pocos momentos donde deja la alegría de lado y parece no sólo referirse a Klemm.
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En la exhibición aparece el vasto zoológico (bueno, ecoparque) que componen el imaginario estético de Giménez. Sus monas y sus monos, los conejos, los sapos y los gatos, todo con esta mirada naíf, tan Rousseauniana, que fue una de las características del pop argentino de los 60-70, pero que sin dudas el artista multidisciplinar llevó al paroxismo como ninguno.
“Moderno, informado e internacional, no obstante sus obras tienen una clara identidad de ‘arte argentino’, porque se nutren del folklore urbano, de sus mitos y personajes vernáculos. El repertorio de Giménez le habla a la imaginación y a la fantasía de todos desde nuestro país, en cuya idiosincrasia la parodia y la ironía ocupan un lugar central”, escribió Herrera en el texto curatorial.
En una sala especial, toda de blanco, aparece una reproducción del huevo-habitación de Los neuróticos (1968) y, en otra, el altar-cama de Psexoanálisis (1967), películas de Héctor Olivera en las que participó en el armado escenográfico.
Es un caso paradigmático el de Giménez, un perfomer de la alegría infinita, ya que como autodidacta logró reconocimientos “inesperados”. Por Los neuróticos, por ejemplo, recibió un premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos, y por su trabajo arquitectónico en la casa de City Bell de Romero Brest fue seleccionado para integrar la muestra del MoMA Transformations in Modern Architecture.
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Por otro lado, en 1965 obtuvo el Premio de Honor en la Primera Bienal de Artes Aplicadas de Punta del Este, y la Biblioteca del Congreso en Washington adquirió los afiches que realizó para el Di Tella, formó la compañía La Siempreviva, con otros talentos del Di Tella como Marilú Marini, Dalila Puzzovio, Miguel Ángel Rondano y Carlos Squirru, con quienes organizó diferentes eventos, entre ellos el recordado póster-panel ¿Por qué son tan geniales?, ubicado en la esquina de Florida y Viamonte, que además de ser icónico para su carrera, también lo fue para el diseño nacional.
En los 80, fue el diseñador de la imagen gráfica del Teatro San Martín y el Teatro Colón, y participó en Los afiches más bellos del mundo, una exposición de la UNESCO en el Grand Palais de París. Más acá en el tiempo, se recuerda su Moria Casán gigante en la inauguración del Museo Mar de Mar del Plata y, no hasta hace mucho, una de sus monas cubría toda la fachada del Recoleta.
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Luego del exitazo de público que fue Del cielo a casa, que se convirtió en la segunda muestra más visitada de la historia del Malba, No habrá otro igual se podría entender, en un punto, como un extensión, porque allí se mezclan arte, muebles, arquitectura, cine, etc, aunque a partir de un artista en particular y nos propone también un corte temporal específico, que comienza en los ‘60, cuando el pop tomó a la cultura argentina.
*”No habrá otro igual”, de Edgardo Giménez hasta el 13/11/23 en el Malba, avenida Figueroa Alcorta 3415, CABA. Entradas: de jueves a lunes, General: $1600; estudiantes, docentes y jubilados acreditados: $800; menores de 5 años y personas con discapacidad: sin cargo. Miércoles, General: $800; estudiantes, docentes y jubilados con acreditación, sin cargo. Personas con discapacidad: sin cargo.
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