Autora de una serie de libros tanto para niños como para adultos, Yolanda Reyes se destaca por su capacidad para explorar temas profundos y complejos en un lenguaje accesible para todas las edades. Con obras como El terror de sexto B y Los agujeros negros, es además directora de Espantapájaros Taller, un proyecto cultural que promueve la animación a la lectura, ha sido asesora de proyectos de formación de lectores desde la primera infancia a nivel nacional e internacional y su experiencia y conocimiento la han llevado a publicar trabajos de investigación en varios países de Iberoamérica.
En el marco del 28.° Foro Internacional del libro y la lectura, organizado por la Fundación Mempo Giardinelli, llevado a cabo del 16 al 18 de agosto en Resistencia, Chaco, la destacada pedagoga y escritora colombiana visitó la Argentina para compartir su valiosa perspectiva sobre la lectura y la literatura infantil.
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Durante su visita a Buenos Aires, también participó en un conversatorio convocado por la editorial Loqueleo, bajo el título “La literatura en los tiempos actuales para las infancias” –que se encuentra alojada en el perfil de Instagram de la editorial–, donde compartió sus reflexiones sobre el papel de los adultos en el desarrollo lector de los niños, la relación entre la lectura y la educación, entre otros temas fundamentales en el mundo de la literatura infantil.
Allí, señaló la importancia del vínculo, de la mirada, de la voz, del triángulo conformado por el niño, la niña, el adulto y el libro como dispositivos amorosos. Asimismo narró anécdotas que destacan ese vínculo y las posibilidades que brinda, todas situaciones que en tiempos de IA y tecnología “no se encuentran en los teléfonos” –en clara referencia a las redes sociales–. Destacó el rol del adulto mediador y cómo esa voz deja huella en los niños y las niñas, y cómo eso vuelve y queda en el alma. A partir de esas ideas, desde Infobae Cultura se la entrevistó para profundizar al respecto.
—Hablabas de la generación de entornos que deben propiciarse, ¿cómo creés que deben crearse desde las familias, cuando tal vez no tengan las herramientas didácticas para hacerlo, a diferencia, tal vez, de las escuelas?
—Con esto de las familias tampoco funcionan bien las generalizaciones, porque me preguntas si las familias tienen herramientas; y en eso de las herramientas simbólicas de las familias para estar con sus hijos, para acompañar la crianza, también está muy desigualmente repartido el capital simbólico. Yo diría, en general, que hay mucha información en muchos sectores –en algunos no–, pero, digamos, en ciertos sectores urbanos hay una sobreinformación acerca de crianza consciente, “gestión de las emociones”, nutrición, educación que no necesariamente aporta elementos cualitativos… Todo aparece en los teléfonos sin filtro, mezclado el grano con la paja, y, en lectura y en acompañamiento de los niños también ocurre. Habría que pensar cómo es la presencia de ese adulto, la presencia amorosa, lo que hablamos de los cuerpos que cantan, de ese que te mira, y en el que tú también te miras, de ese triángulo amoroso, ese abrazo de palabras entre un niño, un adulto y un libro. En eso no hay tantas herramientas, y no hay una conciencia clara. Los padres saben que la lectura es importante, pero cómo crear ambientes de lectura en sus familias también tiene mucho que ver con quiénes son ellos, cómo fueron criados. Aquí también hay una historia de prácticas relacionadas con la lectura que, puede haber sido difícil y circunscrita al mundo de la lectura escolar. Eso de crear en la casa entornos y experiencias de lectura con los niños (por ejemplo, leer con ellos por la noche o dejarlos armar sus bibliotecas) y de entender el impacto profundo tiene eso en la psique del niño, en la vida emocional es muy reciente, no está expandido, y por eso creo que es muy importante crear esa conciencia. Y en ese sentido, las prácticas de las bibliotecas abiertas a las familias los fines de semana; de las horas del cuento en las librerías; las políticas públicas relacionadas con el libro y la lectura desde la primera infancia son esenciales. Contarle a un padre que puede hacer la diferencia en cosas muy sencillas que, como padre o como madre hacen. Es un poco lo que ha pasado con la leche materna: “entender por qué es tan importante, por qué es tan nutritiva”. Esa información sobre prácticas de lectura, sencillas y cotidianas que pueden ser fundantes, es necesario comunicarla mucho más, sin duda.
—Respecto del rol de los adultos vos decís que es necesario que asumamos el papel de adultos de la tribu, ¿creés que en los tiempos que corren eso se ha desdibujado, digamos, esas diferencias que vos también mencionabas en la charla? Si es así, ¿por qué creés que eso ha sucedido?
—Sobre lo del rol de los adultos creo que toda esta “vida horizontal” que nos han creado las pantallas, el acceso ilimitado a la información, los influencers de todas las edades que ganan sumas millonarias a los 15 años contando anécdotas de su vida sí han desdibujado los roles y la responsabilidad de los adultos … No digo que las jerarquías tengan que ser inflexibles entre los niños y los adultos, pero creo que la tecnología nos ha hecho creer que los más jóvenes son superiores porque saben hacer muchas cosas digitales que quizás sus padres –por no decir sus abuelos– no saben hacer. De hecho, los abuelos y los padres a veces tienen que recurrir a estos pequeños nativos digitales, y esto da una sensación de supuesta superioridad, sin duda. Entonces, esa idea del que trae una historia, del que tiene cosas que decir, del que ha vivido más y acompaña y cuida y propone y pone límites tiende a borrarse. A esto se suma también un poco el miedo a tener que poner límites en los niños, el miedo a que tengan alguna frustración, el miedo a que quizás un límite sea un trauma. Y toda esa confusión también tiene que ver mucho con la idea de que la vida es indolora y que es perfecta, como sale en los teléfonos, como sale en las redes. Por supuesto, no hay que generalizar, pero me parece que los adultos están teniendo mucho miedo de poner límites y de decir que son mayores, que tienen una experiencia y que cuidan. El adulto que cuida no es el que permite todo ni el que se relaciona como tu mejor amigo; ¡es el adulto! Y eso se está perdiendo mucho en estas relaciones.
—También mencionaste la idea del “tiempo apocalíptico”, al inicio de la charla, y te preguntabas cómo lo entenderán los niños y las niñas, ¿creés que tal vez ellos no son conscientes de eso por cómo lo reciben a través de la mediatización de las pantallas?
—No creo que los niños perciban “un tiempo (o un mundo) apocalíptico” porque no tienen un punto de comparación con otros tiempos pasados; es más, tampoco creo en esa frase de “todo tiempo pasado fue mejor”. Lo que sí pienso es que, más allá de lo que puedan decir en/con el lenguaje, muchos niños y niñas se sienten solos: entran en sus casas con sus llaves y son vistos (vigilados) a través de pantallas. Y en ese mito familiar de creer estar viendo y sabiendo todo, hay una necesidad corporal, gestual, visual, que es parte de la contención inherente a ser un cachorro (animal, humano). Eso de no poder mirarse en unos ojos que te miran y te descifran, de no ser abrazado y contenido y limitado por la presencia de otro cuerpo y otra vida humana próxima, yo creo que deja una huella. Quizás lo que ahora llamamos “presencia plena” es lo que antes era simplemente abrazo y piel. Sin pretender generalizar, porque hay una conciencia mayor sobre el impacto de crianza en muchas familias, sí pienso que no podemos subestimar la necesidad de lo concreto y lo sensible que es fundamental en la infancia.
—Finalmente, ¿por qué crees que la literatura cumple ese papel tan particular, a diferencia de otras manifestaciones artísticas? ¿Es por la mediación de la palabra?
—Yo pienso que todas las artes tienen sus especificidades, pero además, en este tiempo también las fronteras son porosas entre las artes, y también entre los géneros literarios. Sin embargo, creo que la literatura cuenta historias, organiza el mundo emocional, el mundo íntimo de la humanidad, el mundo simbólico en palabras. Y creo que esta idea de poder conversar con el mundo psíquico en la infancia, esta idea del niño que se acompaña con palabras, se la ofrece la literatura. El niño se habla en voz alta y, mientras habla, está pensando. Lo podría extrapolar a la literatura, pero no para crear una superioridad frente a las otras artes sino para decir que somos, que estamos atravesados por palabras. Que las historias que nos constituyen han sido puestas en palabras, y que la literatura ofrece a los niños hilos de palabras armados para podernos encontrar con otros, y para poder saber también quiénes somos y qué sentimos. Las emociones las pone la literatura en palabras, las vuelve palabras, las vuelve historias, poemas, hilos ensartados. Mundos psíquicos puestos en palabras, y eso es muy importante para los niños. Todas las artes son importantes, el juego también es importante, pero esta capacidad de convertir las emociones sin nombre, difíciles, torrentosas, en palabras, en hilos, en organizaciones de lenguaje, en artefactos de lenguaje, me parece que es esencial para los niños.
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