Con una propuesta absolutamente existencial donde la pequeñez de lo humano frente a la inmensidad del cosmos se contrapone a la avaricia por el oro, el artista sanjuanino Carlos Gómez Centurión invita a experimentar en intimidad este sinsentido en la gran instalación “Intemperie” y sus cinco grandes telas, que expone en la Usina del Arte hasta septiembre en el marco de Bienalsur.
El arquitecto y artista participa en dos de las exposiciones de Bienalsur, una con la instalación de un poliedro en el amplísimo hall del segundo piso de la Usina del Arte, en La Boca, desde donde se observa la explanada de acceso con curaduría de Carlos Herrera, y en la muestra colectiva Arqueología del sentir que se inauguró el jueves pasado en el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson de San Juan.
“Intemperie” que podrá visitarse en la Usina del Arte (Caffarena 1, CABA) hasta el 9 de septiembre se trata de una estructura poliédrica, que construye una atmósfera inmersiva, semicerrada, construida con paredes de tres metros y un techo suspendido forrado con una tela negra que vista desde abajo refleja la iluminación de las telas de 10 metros que cuelgan desde la estructura suspendida. Y en su interior, están las paredes revestidas como envolviendo, con dos telas que rememoran las montañas y fueron trabajadas con la técnica del frottage que sitúa a la tela sobre la montaña y lo frota hasta impregnarla con su huella. Además, la luz y atmósfera exterior se reflejan, sobre esa oscuridad que se intercambia entre azules y violetas profundos, según la hora del día.
Por fuera, está uno de los bastidores que utiliza para pintar a 4500 metros de altura en la cordillera con un boceto gigantesco que es pintura y gesto, y delante del poliedro, una tienda de campaña aloja obras pequeñas que llevan en si la la propia montaña.
“Lo complejo fue el armado”, expresa el artista. “Esa plataforma se hizo abajo. Se subió, se le puso una tela negra a la tapa del poliedro desde donde se colgaron las telas. Mandé el plano de donde iban colgadas las telas exactamente según lo que dice cada una, pero también por la carga de materia que tienen para que la luz no interfiriera, y todo eso se fue subiendo. Fue muy emocionante verlas juntas”, refiere sobre la obra que le demandó seis meses de arduo trabajo “viendo, dudando, yendo y volviendo”, además de la importante logística.
Pero a su vez, este tiempo de proceso se nutrió de la lectura filosófica, porque, como señala, “cuando vos tenes claro lo que vas a decir, sale”.
Conocido por sus experiencias de pintar en altura a partir de expediciones realizadas en los últimos años a sitios como las Salinas Grandes en Jujuy, el cerro Mercedario en la alta cordillera sanjuanina, el segundo más alto de América después del Aconcagua, al que también visitó, Gómez Centurión explora y reflexiona sobre esa inmensidad natural de la cual se apropia y plasma en sus obras, donde tal vez, la atmósfera propia de San Juan templó esos encuentros.
El artista recuerda en su trabajo “esa desproporción entre la inmensidad del universo y la pequeñez de lo humano” como dice el texto curatorial. Sus herramientas son las telas, los pigmentos, los elementos orgánicos o la tierra, el carbón mineral que impregna en las telas, y una búsqueda de experimentar esa inmensidad que plantea “el sinsentido”, como dice, de la búsqueda del oro en tanto metáfora.
“El cerramiento que tiene tres metros de altura genera un espacio para poder ver las telas sin demasiada distancia, para obligar al espectador a mirar hacia arriba, que es la propuesta, y también esto tiene una forma derivada de el famoso grabado de (Alberto) Durero que se llama ´Melancolía´ (1514) y está lleno de simbolismo: un ángel, elementos relacionados con la cábala, la astrología, y un poliedro al que tomo deformándolo, porque en una de las tantas interpretaciones representa la razón”, dice y explica que ese tipo de estructura geométrica “me sirve para aislarme de esta arquitectura tan potente de la Usina del Arte y generar un ámbito”.
La instalación se completa por música que “está basado en dos elementos conceptuales, uno viene de Martin Heidegger, Nietzsche, de la corriente filosófica de finales del siglo XIX al siglo XX que conciben al hombre arrojado al mundo, desamparado, y habla del abismo existencial y estar a merced de”. Y agrega: “el hombre está sobre la Tierra, bajo el cielo ante los dioses, ante el universo, y ante sí mismo. Entonces contrapongo ese concepto de la soledad existencial con la idea de codicia, el sinsentido que tienen las luchas humanas por el poder, por el oro, y cuando miras para arriba, al cosmos, nada de eso tiene sentido”, explica.
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“Por eso el segundo pilar es la Tetralogía de Richard Wagner (el compositor alemán del “El anillo del Nibelungo”) que habla sobre el robo del oro del Rin y todo lo que pasa alrededor de eso. Es el vacío existencial versus el sinsentido de la codicia”, añade.
En las cinco telas desplegadas están estas referencias, como el de La Valquiria, de la que suena su abertura en una adaptación de Ignacio Mazzuco, con una adaptación mínima, según refiere el artista, “pero con un timbre contemporáneo”; en otra el árbol donde el dios Wotan (Odín) le dejó a Sigmundo, y se instala “la segunda ópera que plantea el sinsentido”. También “el hombre arrojado al mundo” en posición fetal, como agobiado, y por otro lado dice, las “telas tienen carga de mineral de carbón mineral traído de la montaña de la cordillera, vegetales y escamas de pescados, un poco el universo, o sea, no son las estrellas, son todos los elementos”, que pueden apreciarse al ir subiendo la vista.
También delinea el tema de las raíces y la medusa con sus tentáculos, y a fuerza de interpretación además se desliza lo femenino, y luego la codicia con dentaduras doradas adosadas a otra tela.
“De alguna manera se entiende esto como si fuese una tumba que se fue descubriendo con el viento”, dice, quedando “los dientes de oro, pero ya sin sentido”, aunque una de ellas no es de oro, “porque no todos somos iguales”, explica riéndose, al tiempo que afirma que habla de la “codicia contemporánea, la desigualdad, y elecciones de vida.
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La elección de Wagner es “porque está de una manera patética representada la codicia, además Wotan es un dios como humano, no es Zeus. Se equivoca, se arrepiente, anuncia la caída de los dioses, es más como nosotros y es más codicioso. Y de alguna manera lo ubico en un pensamiento que excede lo contemporáneo, lo trasciende. No estoy hablando del bitcoin, que también podría ser” sino “como metáfora del poder”.
Pero, en esa sintonía que le hace escoger a Wagner como insumo, el compositor concibió la idea de obra total en el siglo XIX, dice Gómez Centurión: “es su concepción de la ópera donde la única que tiene autonomía es la música, porque todo lo demás está en función del drama musical. Pero, en sus escritos sobre el arte del futuro Wagner dice algo que experimento respecto a que la vivencia tiene un pulso propio y que uno simplemente tiene que interpretarlo, o sea, como que el arte es simplemente lo que la naturaleza está diciendo y el artista es un medio para expresarlo, y de alguna manera siento eso”, reflexiona.
“Vengo trabajando durante años sobre el tema de la montaña y ahora tengo la necesidad de mirar hacia arriba”, esgrime sobre las expediciones que realiza desde hace 20 años.
Precisamente en abril organizó un viaje a la montaña en luna nueva que demandó “dos días a caballo, con 38 mulas y baquianos” al que invitó al astrónomo Sergio Chelone, director del Complejo Astronómico El Leoncito, por lo que tuvieron una clase de astronomía por las noches, cuenta.
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“Imagínate, no hay nada de luz, se te caen todas las estrellas”, exclama y añade que “eso también me impulsó un poco y tuvo que ver en la concepción de esta exposición”.
Es como si el artista se apropiara de la montaña, y comenta en este punto lo que analiza Alberto Sánchez Maratta, autor de uno de los textos de la muestra, sobre su práctica: “la historia de la pintura es el alejamiento del artista del objeto. Vitruvio con la perspectiva pone un vidrio, en el Renacimiento tal cual, el Barroco lo deforma, el Cubismo lo multiplica en planos, el Fauvismo lo hace estallar en colores, y así, y de pronto el Minimalismo lo convierte en nada y el Arte Conceptual lo hace desaparecer, y me dice, vos a contracorriente haces todo en reversa y directamente pones la tela sobre el objeto, no lo representas, te apropias del objeto”, cita.
“Ya no pinto la montaña sino que la pongo directamente en la tela”, afirma sobre algo que comenzó en 2012 cuando en las Salinas Grandes de Jujuy con el proyecto “Digo la cordillera” decidió estampar ese territorio en una tela como algo intuitivo, y “esta concepción vivencial es la clave”, porque “estas telas gigantescas seguramente tienen un componente de estas vivencias de estar ahí con esa inmensidad”.
Y como testimonio de su práctica, en la inauguración de “Intemperie” se proyectó el documental Carlos Gómez Centurión, Digo El Mercedario producido y dirigido por Raphael Castoriano y Gustavo Travieso. Una obra que se sumerge en la experiencia del artista con la Cordillera de los Andes como escenario.
De hecho, desde la sencillez y calidez, Gómez Centurión dice que tuvo cuatro padres, entre ellos, Yuyo Noé en la pintura, el arquitecto Félix Pineda “que me abrió todas las puertas de la sensibilidad de la música; Wagner, la arquitectura, la literatura, y Jackie Llauró que fue mi padre en la arquitectura”, enumera este arquitecto que nunca quiso dejar esta profesión, y que concluye diciendo sobre “Intemperie”, en un espacio tan especial como la Usina, “acá está mi cabeza de arquitecto en la construcción de esto”.
Fuente: Télam
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