Hola, ahí.
Se me hace difícil pensar que, si vivís en la Argentina, ya conseguiste despegarte de los resultados de las elecciones del domingo pasado. Los celulares y las redes arden. Los medios tratan de explicar y analizar, mientras procuran avanzar en lo que viene. Circulan los memes, los análisis, la perplejidad y las descalificaciones: es imposible no hacer mención a la política, nos atraviesa aunque hagamos todo lo posible por mantenernos al margen.
Están los excitados, los deprimidos, los enojados, los que intentan mantener el equilibrio y razonar. Los que buscan alternativas y estudian formas del ajedrez para cambiar los resultados de las PASO en octubre. Los que no se resignan al cambio de escenario y a la salida del binarismo y se indignan porque los que votan distinto “no entienden” y son ingratos. Los que se mueren de miedo porque nuevos actores irrumpieron con un discurso tan salvaje como atractivo para multitudes desesperadas a las que no les alcanza el ingreso para comer todos los días del mes.
Vivir acá es asistir a una toma de la Bastilla cada 15 minutos. Es saber que no hay forma de aburrirse pero tampoco de relajarse o ilusionarse con un proyecto. Vivir acá es preguntarse todo el tiempo cómo hicimos hasta ahora con la mitad de la población en la pobreza, una inflación que acumula un 113% en el último año ―sabemos que ya quedó viejísima esa cifra― y una devaluación del 22% en la mañana del lunes, cómo hicimos, te decía, para no estallar de veras.
El parlamento galáctico
Nos encontramos en un futuro cercano y la ira popular se apoderó del mundo. Los parlamentos de los distintos países están en llamas luego de que olas de ciudadanos indignados con la clase política les prendieran fuego, en señal de protesta. Se vino el estallido.
A la espera de que la situación social se calme ―o en busca de salvar el pellejo, cómo saberlo― cuatro parlamentarias, cada una con su lenguaje, su vestuario y sus gestos y modales, siguen sesionando en una nave espacial en órbita mientras transmiten discursos, debates y spots de campaña a ese mundo que, seguramente, ya no les presta atención.
No se sabe de dónde son, aunque se advierte que hay europeas y latinoamericanas que se chucean nacionalismos. Las cuatro mujeres pertenecen al espectro de lo que hasta el día de hoy llamamos “de derecha”. La libertad y sus variantes ocupan gran parte de sus discursos; los negocios personales, también.
Esto que te cuento es una descripción somera del argumento de Parlamento, la nueva experiencia de Piel de Lava, el grupo de teatro integrado por las grandes actrices Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa, quienes trabajan y experimentan juntas desde hace veinte años.
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Parlamento forma parte de “una investigación performática y sonora sobre los discursos políticos contemporáneos”, según explican en el programa, y tanto la investigación como la puesta de esta comedia negra y distópica (casi que usaría comillas para decir distópica porque ese futuro está cada vez más cerca) se desarrollan en una sala pequeña de Arthaus, un centro cultural a pura vanguardia inaugurado hace unos meses en pleno microcentro.
Lo que hacen las actrices de la celebrada obra Petróleo -en donde reproducen estereotipos masculinos a partir del encuentro de cuatro varones en una plataforma petrolera en la Patagonia- es, una vez más, descomunal.
La propuesta excéntrica y al mismo tiempo tan cercana, los diálogos desorbitados, la infalible calidad del humor y la expresión de cada una de las actrices son sello de fábrica. Esta vez no están solas, las acompaña en la música y el diseño de sonido Federico Zypce, quien se integra perfectamente al estilo chichonero y refinado del grupo con sus himnos nacionales y populares y sus mínimos y desopilantes diálogos telefónicos.
La escenografía blanca, helada, como de set televisivo ultramoderno y minimalista, se contrapone a las llamas terrestres que no vemos. El verde fuerte de los cromas contrasta con el blanco desde los cuerpos de unas figuras delirantes: especies de pitufos verdosos protagonizados por las mismas actrices, que representan los clásicos fondos en los que es posible incorporar imágenes para montar videos y también mentiras y fake news.
Es a través de sus discursos y de sus spots que el espectador va conociendo a estas mujeres y también su modo de entender la política y su función en la escena pública.
Hay que ver a estas actrices para entender hasta dónde llegan su talento y su capacidad. Hay que estar ahí para vibrar con estas comediantes extraordinarias que, mientras estimulan las carcajadas, te obligan a pensar y pensar.
No sé muy bien cómo explicarte lo inteligente y sutil que es el trabajo de estas mujeres y lo bien que hace verlas y escucharlas, sobre todo en tiempos inciertos.
Un Downtown oscuro y hermoso
Viernes por la noche, microcentro porteño. Poca gente en la calle, las voces de algunos turistas enamorados de los edificios señoriales que aún se mantienen en pie se escuchan mucho más fuerte que durante el día trajinado de transacciones legales e ilegales.
El invierno es una primavera fresquita y de árboles confundidos.
Son seis cuadras las que hay que caminar hasta el teatro, son seis cuadras y la ruta está sembrada de personas que viven y duermen sobre la vereda. Bultos solitarios en la oscuridad, a veces es un jarro lo que funciona como advertencia de que ahí mismo hay un humano, otras veces es la compañía de un perro estirado junto a su amo y otras, la propia sombra de la frazada o de lo que sea que sirva de abrigo para amortiguar el frío despiadado del cemento.
Una mujer de edad incierta limpia como puede medio sándwich recién sacado del container verde y se lo traga de un bocado.
El complejo Arthaus Central se levanta, espléndido y futurista, en Bartolomé Mitre al 400. Ahí donde funcionaba un banco, en plena City, el empresario, compositor y músico Andrés Buhar construyó este centro cultural que comienza a ser una referencia para los que aún buscan ―buscamos― belleza frente al horizonte sombrío.
Silencio nocturno, la majestuosidad de las cúpulas y la miseria humillante.
¿Cómo se hace para mirar hacia arriba y quitar la mirada de ese abajo, al ras del piso y de la dignidad?
A metros de la Plaza de Mayo y de la Casa Rosada, a algunas cuadras del Congreso, las voces de las actrices de Piel de Lava nos recuerdan lo lejos que está la política de la gente.
Un lugar para vivir
Durante el fin de semana, antes de las elecciones y el estupor, vi una serie noruega que fue premiada en el Festival de Berlín y que comienza a circular de boca en boca. Se llama The Architect y consta de cuatro capítulos muy breves. Es también una suerte de comedia negra distópica aunque el futuro es tan próximo que, salvo por un par de detalles, ya parece estar acá.
La serie cuenta la historia de Julia, una arquitecta que trabaja como asistente en un estudio importante y a quien el salario no le alcanza para pagar un alquiler. Lo confirma cuando se dirige al banco a pedir un crédito. El banco es un dispositivo ubicado en la calle que no es atendido por ningún humano. Todo es perfectamente automático: no Julia, no podemos ayudarte, lo que ganás no alcanza. No es la miseria de los excluidos la que ahoga a Julia sino la nueva miseria, la de las clases medias que aún trabajando sin descanso no consiguen cubrir las necesidades básicas.
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La ciudad está llena de drones que controlan mascotas que salen solitas a la calle a hacer sus necesidades o te entregan un regalo porque tu mamá no llegó a tiempo para tu cumpleaños. También hay maniquíes humanos, que caminan durante horas en una vidriera mostrando la ropa más cara del mundo.
La ciudad, también, está vacía de automóviles (es el futuro soñado por los ambientalistas europeos) y los garajes son estructuras vacías de autos y de sentido. Hasta que a los pícaros de siempre se les ocurre asignar los espacios para vivienda y, por poca plata, Julia pasa a vivir en un ambiente mínimo, marcado por líneas blancas de pintura y baños compartidos. No hay paredes ni mamparas, solo cortinas. No está sola, hay vecinos, hay también chicos. Vive en un conventillo bajo tierra.
Un día en el trabajo escucha que el gobierno llama a licitación para construir 1000 viviendas en Oslo. Claro, la capital ya no da abasto, la especulación inmobiliaria no fue pensada para cubrir las necesidades de nadie salvo la de los empresarios que están detrás de esos desarrollos. Y entonces Julia ve en ese llamado su salvación.
Ella sabe que es posible convertir el lugar en el que vive en un lugar para que vivan otros. No hay ventanas, es cierto, pero es posible iluminar cada espacio desde afuera de manera de mantener el ritmo circadiano. Jaulas que la aíslan del frío y de la calle. Solo eso.
No quiero adelantarte mucho más, espero que pronto pueda verse en alguna de las plataformas habituales (por mi parte, la vi con subtítulos en inglés) porque realmente vale la pena. Distribuida por Viaplay y dirigida por Kerren Lumer-Klabbers, la protagonista de The Architect es Eili Harboe, una joven actriz ―la veo como una mezcla de Audrey Hepburn y la Irene Jacob de los tiempos de Kieslowski― cuyo rostro impasible posiblemente te resulte conocido si viste Succession.
Es lógico: Harboe tuvo un papel relevante en los últimos capítulos de la serie, en donde hacía de Ebba, la asistente y ex novia de Lukas Matsson (Alexander Skarsgård). Es Ebba quien les cuenta a los hermanos Roy algunos secretos sucios de la compañía de Matsson que podrían servirles para tomar un rol más protagónico en la durísima negociación que están llevando adelante. Y no te cuento más para no spoilear.
The Architect es una serie muy recomendable, con una estética muy Lars Von Trier (como señaló en TW Jorge Carrión) en la que el color acero domina la imagen y cuya forma de contar las cosas resulta tan atractiva como perturbadora.
La abuela humanista
No pude evitar en estos días volver a ver el discurso de la abuela Muriel de Years and Years, la fabulosa serie británica que en 2019 preanunció la pandemia, la guerra en Ucrania y que además de advertirnos cómo la tecnología iba a ser protagonista central de nuestra intimidad nos mostró el monstruo del populismo de derecha por dentro, con el personaje de Vivienne Rook (una alucinante Emma Thompson), esa empresaria carismática, desquiciada y salvaje que seduce a grandes mayorías con su discurso de descalificación de la política y gana las elecciones diciendo lo que ningún político se anima a decir.
En la historia de la serie, la abuela Muriel es la voz de la cordura y el humanismo en un mundo apocalíptico. Si lo viste, lo recordás; si no, tal vez te sirve como empujón para que busques la serie. A mí me sigue pareciendo una pieza deslumbrante por la claridad conceptual y argumentativa y por la fuerza que tiene.
Te lo transcribo (bueno, yo apenas lo edité, lo transcribió el amigo ChatGPT).
Todo esto es culpa vuestra.
Cada pequeña cosa que ha ido mal es por vuestra culpa. También me culpo a mí misma.
Cada uno de nosotros podemos sentarnos aquí y culpar a los demás, culpar a la economía, culpar a Europa, a la oposición, al clima y luego culpar a las oleadas de destrucción de la historia como si estuvieran fuera de control y fuéramos indefensos y muy insignificantes, pero sigue siendo culpa nuestra. Porque si una remera cuesta dos pesos, no podemos resistirnos. Vemos una camiseta que cuesta dos pesos y o decimos “es una ganga, la compro” y la compramos o “no me gusta, ni la necesito, pero es una remera que me servirá para dormir” y el vendedor se lleva cinco míseros centavos por la remera y algún campesino en su campo recibe 0,01 centavo y nos parece bien a todos. Y entregamos el peso y compramos ese sistema de por vida.
Yo vi cómo todo se iba a pique. Empezó en los supermercados, cuando sustituyeron a las mujeres que estaban en las cajas por esas cajas de autoservicio. Eso no fue nuestra culpa pero no les importó, dejaron que pasara y ahora aquellas mujeres han desaparecido y nosotros lo permitimos. Nos gusta el autoservicio, lo queremos porque significa que podemos entrar ahí, comprar lo que queremos y salir sin tener que mirar a esa mujer a la cara, a esa mujer que cobra menos que nosotros y ya no está. Nos liberamos de ella.
Enhorabuena, sí es nuestra culpa, este es el mundo que hemos construido.
Felicidades, salud para todos.
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Como soy una chica optimista por naturaleza, me gustaría despedirme con alguna idea a favor de que siempre podemos estar mejor, pero todavía estoy pensando de qué manera podemos hacer eso posible.
Por empezar, me gustaría decirte que el mundo entero está parado sobre enormes grietas de aquello que se construyó como consenso democrático después de la Segunda Guerra. No somos excepcionales; nuestros monstruos, nuestros fantasmas, tampoco lo son.
En segundo lugar, no está bien demonizar a quien no piensa como uno: cada voto vale lo mismo y lo que no podemos, de ninguna manera, es perder aún más en materia de calidad institucional y convivencia democrática.
Es tiempo de pensar adónde queremos ir como país y como comunidad y actuar en consecuencia. Tenemos una herramienta potente, el voto.
Este envío fue ilustrado con imágenes de la obra teatral Parlamento, que puede verse en Arthaus (Bartolomé Mitre 434) y de la serie The Architect.
Mi mail sigue siendo hpomeraniec@infobae.com.
Espero que termines bien la semana, hasta la próxima.
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