Nuestra aventura comienza en las amarillentas páginas de una revista publicada hace setenta años, una revista que a cada uno de los que aquí escribimos nos ha maravillado. Los textos seleccionados, la manera de presentarlos, las ilustraciones que los acompañaban, algo de todo esto —o la combinación de todo—, nos hace sentir que estamos frente a un producto extraordinario. La curiosidad crece cuando nos encontramos con la huella de quienes fueron sus fieles lectores, y nos preguntamos, con algo de admiración: ¿quiénes eran, cómo eran estas personas? ¿Qué les provocó el contacto con esta lectura?
Así da inicio una búsqueda para reconstruir el imaginario, aspiraciones, ideas anticipatorias, temores y preocupaciones propias de una generación de lectores de ciencia ficción que podría ser considerada como la primera de nuestro país: se trata de aquellos que seguían asiduamente a la revista Más allá, editada en Argentina entre 1953 y 1957. Si bien existían otras publicaciones del género extranjeras disponibles, lo cierto es que eran escasas o bien sólo se conseguían en su inglés original, por lo que circulaban entre grupos selectos. Por otra parte, las revistas argentinas de contenido similar tuvieron una existencia muy corta que no permitió a sus lectores consolidarse como grupo en torno a ellas. Más allá, en cambio, en sus cuatro años de duración y sus 48 números editados —para los que contó con el aparato de producción, distribución y publicidad de una gran editorial como era Abril— consiguió seducir a un importante caudal de lectores (en varios países además del nuestro) dando la oportunidad mediante su correo de conectar y aglutinar algunas de estas mentes afines, geográficamente dispersas. En este estudio y a través de los cerca de 40 testimonios recopilados mediante entrevistas con esos lectores de la primera hora de Más allá —hombres y mujeres, adolescentes o niños por aquellos años— y de sus familiares, comenzamos a vislumbrar una pequeña muestra de lo que la revista significó para este grupo, casi masivo pero a la vez muy particular. Y mucho más que eso: las experiencias e historias de vida diversas de estos lectores cristalizan un fragmento de la convulsionada historia sociocultural de nuestro país en un período breve, pero a la vez agitado.
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Con el lanzamiento de Más allá, la editorial Abril se aventuraba en un género y formato nuevos en el país, pero que ya contaban con un rico historial en Estados Unidos. Tomando como base algunos elementos de revistas como Galaxy —para la cual la editorial había adquirido los derechos—, la Astounding de los años 50 y varias más que ya habían demostrado un gran éxito en otros mercados, el equipo editorial local se dispuso a generar sus propias ideas volcadas en un producto novedoso para el público argentino. Se publicaron relatos de grandes autores del género, algunos que ya comenzaban a adquirir prestigio como Isaac Asimov, Philip K. Dick, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, Robert Heinlein, John Wyndham y muchos que comenzaban a adquirir prestigio como Theodore Sturgeon, Arthur E. Van Vogt, Damon Knight, Jerry Sohl, Jack Williamson y William Tenn, entre otros.
Se seleccionaron novelas y cuentos influyentes como Crónicas de Marte, El día de los trífidos, Bobby tiene tres años, Las cavernas de acero, El hombre aniquilado o Amos de títeres, que despertaron amplias polémicas entre lectores o los invitaron a la reflexión. Los relatos eran hábilmente traducidos a un español rioplatense con expresiones y giros idiomáticos familiares que los volvían aún más atractivos para los lectores argentinos. Por otro lado, y como novedad, se incluían algunos cuentos de autores locales como Ignacio Covarrubias, Pablo Capanna, y dos figuras clave de su propio equipo editorial: Héctor G. Oesterheld (bajo el pseudónimo de Héctor Sánchez Puyol) y Oscar Varsavsky (firmando como Abel Asquini). Se condimentó todo con un cuidado diseño gráfico y se buscó un atractivo plantel de ilustradores propios para sumar su obra original a las reproducciones de dibujos de otras revistas.
Además de los relatos de ciencia ficción y fantasía, y secciones que caracterizaban a las otras publicaciones, Más allá ponía mucha dedicación en los artículos científicos sobre temas diversos y en las pequeñas píldoras sobre novedades o curiosidades que acompañaban al pie de las páginas, y que funcionaban equilibradamente sosteniendo con hechos las ficciones presentadas. Estas notas trataban temas tan variados como astronáutica, astronomía, medicina, ingeniería, energía nuclear, y apuntaban a despertar el interés o saciar la curiosidad de los lectores. Muchas de ellas pertenecían a publicaciones especializadas extranjeras de la época como Mechanix Illustrated Magazine, la serie de artículos de la revista Collier’s de 1952 sobre la conquista del espacio, o libros como The End of the World de Kenneth Heuer. Otros textos científicos provenían en buena medida de la columna que Willy Ley publicaba en la revista Galaxy. Del mismo autor se publicó también, por entregas, una serie de artículos que componían el libro The Conquest of Space, ilustrado por Chesley Bonestell. Además, el contenido comprendía escritos de colaboradores argentinos, como el doctor en física y química José Westerkamp. Esta combinación de divulgación científica y literatura de ciencia ficción fue parte de lo que hizo a esta revista única en su tipo.
Que se tratara de un proyecto novedoso no quiere decir que fuera improvisado. Si bien en sus años de existencia tuvo que adaptarse para responder a las demandas de su público y del mercado, el nacimiento de esta revista fue estratégicamente planificado. De hecho, su trampolín de pruebas había sido Cinemisterio, publicada desde 1947 por la editorial, y en donde se comenzó a experimentar con la introducción de novedosos cuentos de ficción científica de autores como James Blish, William Morrison y otros, profusamente ilustrados. Así, los editores descubrieron que había allí afuera un público sediento de este tipo de ficciones futuristas, y el siguiente y lógico paso fue ir armando lo que sería finalmente la revista Más allá.
Cuando al fin hizo su presentación en los kioscos y librerías, tuvo como misión, además de generar un producto exitoso, encontrar —y más bien crear— un público que supiera apreciarla. Así quedó plasmado en su primer editorial, prácticamente con un llamado a los lectores, en el que la revista proclamaba estar diseñada para aquellos que «aman la aventura, para aquellos que ansían dar un salto hacia el porvenir».
Lo que aprendimos y pudimos apreciar a través de las numerosas entrevistas realizadas, es que este llamado fue captado y respondido por una generación de jóvenes de mente abierta, para quienes todo estaba por descubrirse. Hablamos de generación porque lo que los define y une son una serie de eventos formativos, de los cuales el más importante y significativo, unos meses después de la desaparición de la revista, es el lanzamiento del Sputnik I. Este acontecimiento confirmaba lo realizable y cercano que era ese horizonte de posibilidades desplegado tanto en los artículos de divulgación como en los relatos de ficción científica que Más allá había acercado a su público. En cada testimonio recolectado se repite este sentimiento de desamparo, al saber que la revista ya no estaba allí para comentar un hecho que demostraba que «todo aquello de lo que nos venían hablando finalmente se concretaba».
Y es que la revista había colaborado con esta generación de masalleros al aportarle argumentos y evidencias que permitían pensar un porvenir maleable, para el que existían caminos racionales, demostrables y tangibles que conducirían a un futuro repleto de eventos y de artefactos increíbles. Increíbles, sin embargo, imaginables, y por ende realizables. La hija del lector mendocino Luis Ellena nos recuerda que un lema de su padre era «todo se puede»: Luis creía que si había una idea, un objetivo, siempre había una manera de alcanzarlo. Así lo demostraban también otros inquietos lectores, quienes aprovechaban el conocimiento a su alcance para fabricar todo tipo de artefactos caseros que sirvieran a sus propósitos de experimentación científica o de cometer travesuras: proyectiles, telescopios, radios y hasta pequeños robots.
Otro factor común en esta generación de aprendices de inventores y «creyentes» en el progreso ilimitado de la ciencia, es que muchas veces sus intereses, actitudes y lecturas no encontraban un eco o apoyo cercanos. El entusiasmo por las últimas novedades sobre los avances de la técnica destinada a la exploración del espacio era recibido con burlas, condescendencia y hasta quizás fastidio en el círculo familiar y en el conformado por sus pares. Resultaba tal vez difícil para muchos tomar en serio las noticias y planes que parecían simples fantasías de mentes juveniles exaltadas por lecturas peculiares. De hecho, en algunas familias se cuestionó si Más allá era una lectura adecuada para preadolescentes. Hubo consultas con maestros, y en algunos casos, censura o impugnación.
A pesar de estas barreras, Más allá ofrecía también el medio ideal para establecer un vínculo con otras mentes afines: su sección de correo lector, llamada «Proyectiles dirigidos» e iniciada en el número 17, invitaba a dejar su dirección a todos aquellos que quisieran entablar correspondencia con otros lectores. Desde los testimonios que recopilamos nos enteramos de algunas experiencias frustradas o citas que no terminaron como se esperaba. Pero también hubo romances exitosos, y sobre todo algunos intentos (fructíferos pero efímeros) de fundar clubes de lectores, una etapa fundamental para el género de ciencia ficción en nuestro país. De esta manera, conocimos acerca de varios clubes que fueron fundados con total seriedad: un grupo que se reunía en el café Las Violetas, otro llamado C.A.M.A. (Club de Amigos de Más allá) que enviaba a los interesados un formulario de inscripción formal y detallado para conocer a sus potenciales miembros; otro integrado por alumnos del Belgrano Day School que hasta tenía su propio y completamente innecesario tesorero.
Es claro que surgía en este singular lectorado la necesidad de aglutinarse y, la sensación general es que los lectores hicieron de Más allá su casa, su refugio. En muchas ocasiones los diversos clubes funcionaban como cuarteles generales. Uno podría tomarlo en broma si no fuera porque hoy se sabe que en esas reuniones, en esos encuentros en los clubes, se idearon y nacieron muchas vocaciones.
Pero las distancias eran grandes, el transporte era caro y los medios de comunicación todavía no tan accesibles. Por estas razones, y quizás por la relativamente corta existencia de la revista que los convocaba, las iniciativas de agruparse no perduraron en el tiempo, aun cuando nostálgicos como Pepe Aguirre mostraban un vivo recuerdo de la época masallera y llamaban a recuperar algo de ella desde las páginas de revistas como El Péndulo o Umbral Tiempo Futuro.
Una enorme satisfacción que sentimos con este libro es haber podido concretar un acercamiento entre los numerosos lectores que todavía hoy guardan afecto por Más allá. Muchos sólo se conocían por nombre gracias a las páginas de la revista, y hoy aquellos jóvenes del ayer, varias décadas más tarde, han entrado en contacto gracias a este trabajo.
En la búsqueda de lectores, nuestro camino comenzó por aquellos más visibles, cuyo nombre apareció publicado en la sección del correo. Rápidamente fuimos redirigidos a otros que siguieron y amaron a la revista por igual, a pesar de no haber escrito o no haber logrado que publicaran sus cartas. Al igual que muchas publicaciones en este formato, Más allá estaba destinada a expandir su circulación muy por fuera de los 20.000 ejemplares que eran vendidos cada mes: tenía sus lectores directos y coleccionistas, quienes accedían a ella por suscripciones o por la compra en puestos de diarios, pero también hubo un amplio número de lectores que la conocieron gracias a un préstamo y la seguían con regularidad. Mención aparte merece el hecho de que se distribuía con gran criterio logístico a través de toda Hispanoamérica, logrando de esta manera un público internacional que la disfrutó en muchos otros países.
Nosotros decidimos centrarnos en el ámbito argentino. Con todas estas referencias a nuestra disposición, el trabajo de rastreo y entrevistas con lectores nos llevó cerca de nueve meses de intensa actividad. Por lo general, el recuerdo de Más allá y la propuesta de la investigación fueron recibidos con tanto desconcierto como entusiasmo. Y la constante sorpresa para nosotros fue que setenta años después aún recordaran la revista, especialmente las sensaciones que les producía. Desafiamos a nuestros entrevistados a iniciar un viaje al pasado y a su propia historia personal, y ellos lo aceptaron gustosos. Este tipo de viaje debe hacerse por etapas y a veces no es sencillo: se genera una suerte de reacción en cadena, donde algunos recuerdos detonan y ponen al descubierto otros, y los acontecimientos se van reconstruyendo por capas y fragmentos.
Uno de nuestros objetivos fue procurar entender cómo se entrelazaba la lectura de Más allá con la de otras revistas, libros y consumos culturales. Aprendimos que muchos de nuestros masalleros se encontraban todas las tardes con su vaso de Toddy en mano, sentados frente a la radio y listos para escuchar las aventuras de Tarzán. O en el cine viendo los cortos de Flash Gordon. Hojeando las páginas de Misterix, Cinemisterio, El Pato Donald. Esperando con ansias el libro de oro de Patoruzú, como premio a su buen comportamiento o desempeño escolar. Informándose sobre los avances de la ciencia argentina a través de Mundo Atómico. Maravillándose años más tarde con filmes como 2001: Odisea del espacio.
Otras coincidencias más extrañas, quizás, conectan las vidas de los masalleros en otros momentos: muchos de ellos conocieron personalmente, a través de la universidad o por otros caminos, a Oscar Varsavsky, sin saber que él había participado en la revista que tanto amaban.
Además de descubrir cómo las lecturas de esta generación se entretejieron y cómo recorrieron caminos similares, lo que hemos desentrañado a través de las entrevistas con masalleros y al conocer sus historias de vida es cómo sus elecciones se vieron influidas por las lecturas e intereses, en gran medida despertados por Más allá. La revista cultivó en ellos una visión de mundo que actuó como guía para sus elecciones. Lo cierto es que Más allá terminó no solo encontrando sino construyendo, formando un público a su medida, educándolo y preparándolo para lo que fue el despegue de la ciencia ficción en nuestro país.
Ciertamente creemos que fue una generación con el poder de cambiar y concretar las cosas. Otra de las grandes coincidencias que encontramos entre los entrevistados, es su incansable espíritu aventurero y su curiosidad, que unidos a su convicción de que todo es realizable dieron como resultado un grupo de hombres y mujeres que alcanzaron grandes logros en el ámbito de la literatura, la historia, el derecho, la física, la química, la ingeniería, las matemáticas y nuevas áreas como la cohetería, la computación, la radio, la televisión. Es de destacar que varias de las lectoras mujeres a quienes logramos encontrar siguieron estudios terciarios o universitarios, incluso en el ámbito de las ciencias duras, algo por entonces poco frecuente. De todo el conjunto de lectores, aun quienes no acumularon logros en el ámbito académico o profesional, han dado muestras de que esa curiosidad sigue intacta, siempre investigando, produciendo, y leyendo.
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Pasaron los años. Los lectores se desperdigaron; se casaron, formaron familias y se consolidaron en sus trabajos o profesiones. El país cambió. Y aquella promesa de Más allá de volver cuando las condiciones fueran más propicias nunca se cumplió. Pero para quienes seguían esta singular revista, a pesar de los años, el espíritu de Más allá no murió. Como bien dijo Pablo Capanna, terminó convirtiéndose en un mito, incluso para generaciones posteriores. Un mito que atrapó a otros lectores empedernidos y tardíos como Jorge A. Sánchez Rottner —una figura vital en la posthistoria de la revista— quien se propuso lanzar una segunda época de Más allá. Para ello se entrevistó en dos oportunidades —en 1975 y 1981— con la gerencia de editorial Abril, e incluso preparó un número modelo. Logró que su propuesta fuera abierta y estudiada en ambas ocasiones, pero finalmente el proyecto fue archivado y Sánchez, decepcionado, continuó su camino en la ciencia ficción con su propia editorial.
Hoy, a varias décadas de su existencia, Más allá sigue tan viva como siempre en el corazón de aquellos que la conocieron en sus años juveniles, e igual de interesante y misteriosa para aquellos que llegaron después.
Más allá fue lo que fue, lo que logró ser, en gran medida gracias a su público fiel, cada uno desde su casa, desde su club de aficionados, desde su barrio o provincia, un público que colaboró y le dio forma a este mito. Hoy, muchos de esos jóvenes están aquí para dar su testimonio sobre los increíbles años de lectura: lo que tan bien describió Pepe Aguirre como «aquella época inefable, mítica y luminosa como un verano perdido».
* Wanda Elfenbaum es licenciada en Ciencias de la Comunicación y magister en Diseño Comunicacional (FADU-UBA). Darío Lavia es editor de la revista Cineficción y webmaster en Cinefania.com. Christian Vallini Lawson es editor de la revista Sensacional.
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