“Cada vez que nos juntamos nos preguntamos ¿Y ahora qué?” dice César Lerner, lanzando como al descuido un guiño cómplice que Marcelo Moguilevsky compartirá sin necesidad de palabras. Un interrogante que no por repetido, deja de obrar como combustible para la creativa sociedad que ambos músicos mantienen desde hace casi 40 años.
Cuatro décadas desde aquel 1996 cuando iniciaron un camino conjunto. Asumiendo un lenguaje personal nutrido en la música klezmer, pero influenciado por el folclore argentino, la improvisación jazzera y las cadencias del tango más porteño y con el que han grabado seis discos y actuado en cientos de shows a lo largo de todo el mundo.
Por eso hoy el “ahora qué” tiene una nueva y creativa respuesta que se sintetiza en una sola palabra: Tish (mesa en Yiddish) y que hace explícita referencia a un rito ancestral: el del canto y la pulsión rítmica en las mesas. Ritual que ahora, devenido en laico, Lerner y Moguilevksy llevarán este jueves al Club Bebop, para establecer un nuevo paisaje sonoro que excederá el escenario y convertirá al público en protagonista del show.
—¿Cómo es que el Tish, un ritual religioso, admite hoy otras miradas?
—César Lerner: Es un ritual propio de los judíos ortodoxos, previo a la ceremonia del casamiento. Son solo los hombres los que se reúnen alrededor de una mesa y golpean con los vasos, acompañando la música. Es un rito colectivo. Pero luego se hizo también laico y llegó a los festivales. Allí no tiene el carácter de ritual ortodoxo y por eso también participan las mujeres.
—¿Y qué los motivó a armar un show con estas características?
—Marcelo Moguilevsky: Es que la ceremonia hecha de manera laica siempre nos pareció interesante como metáfora. Es un rito que invita no sólo al canto colectivo. También a esta idea del pulso sobre la mesa, a la copa de vino y a la comunicación. Para nosotros no es en este caso una experiencia religiosa, pero sí muy inspiradora. Es la primera vez que después de tanto tiempo de tocar juntos y en distintos contextos, podemos encontrarnos invitando a la gente a que participe Y sea parte de la sonoridad que se va creando.
—¿Ya habían hecho antes algo así en los 40 años del dúo?
—MM:Lo hicimos recién hace un par de meses en el CAFF (Club Atlético Fernández Fierro) y fue muy sorprendente lo que pasó, porque gente que era judía, otra que no lo era, se encontró muy a gusto de participar con nosotros. Se produjo una cosa medio mántrica, cuando los cantos se repiten y se repiten y comienza a sentirse la potencia de lo colectivo. Ya no éramos los músicos que demandan ser oídos desde el escenario, sino que habían lanzado un anzuelo cariñoso de participación. Fue hermoso.
—¿El público del CAFF conocía previamente la modalidad del show?
—CL: Aquella vez lo hicimos en el contexto de unas jornadas de cultura klezmer, pero la gente no venía sabiendo lo que íbamos a hacer. Habíamos dispuesto cuatro mesas enormes y largas y todos se sentaron alrededor. Fue fantástico. En aquel momento yo llevé un poema de Juan L. Ortiz que dice: ‘Corría el río en mi con sus ramajes / Era yo un río en el anochecer / Suspiraban en mí los árboles / Me atravesaba un río’. Y de eso se trata al incluir al público. De que todos formamos parte de un mismo rio y muchas veces no lo sentimos.
—¿Y cómo lo van a presentar en Bebop?
—CL: Esta vez tomamos el concierto como una totalidad, va a tener una narración compartida con el público. Pero también momentos en que aparecerá la dinámica del dúo. Porque si bien el Tish viene de una tradición judía, no toda la música que vamos a hacer responde a esa historia. También vamos a hacer música de nosotros. Hay un tema de Marcelo compuesto especialmente para esa parte con la gente. Hay alguna de mis trabajos para cine. Todo en un paisaje sonoro vasto, con una propuesta muy firme de participación colectiva. Queremos que ese entrar y salir de un modo al otro, produzca una obra única, que incluya la música, el recitado, el solista y la coralidad del público
—MM: Lo efectivo de lo colectivo. Los músicos solemos ser artistas de puertas adentro. Esa cosa solitaria de ensayar y componer. Horas y horas. De estar haciendo música solos. Y el público, cuando paga una entrada o va a ver un show no tiene en cuenta eso. No porque subestime al músico, sino porque es difícil entrar en ese mundo. Por eso esta posibilidad de compartir con el público, es para nosotros muy especial. Eso es algo habitual en el rock. La gente canta con los músicos, baila, festeja. Generalmente son audiencias muy numerosas. Pero en la música que hacemos nosotros no es habitual eso. El público es más reducido…
—Más reducido y menos ruidoso. Suele haber un silencio respetuoso para recibir lo que ustedes hacen desde el escenario.
—MM: Un silencio respetuoso que agradecemos y que es tan grato para el músico. Pero ahora queremos ver ese otro lado que también nos va resultar grato. La participación de la gente. Una experiencia horizontal, en donde todos estamos con todos haciendo la música. Por eso para nosotros es tan importante este contacto sin intermediarios con el público. Lo necesitamos. Principalmente después de la pandemia, de lo que pasamos y seguimos pasando; que mejor que tratar de estar más cerca.
—CL: Actualmente hay una trama colectiva que está muy presente en las redes, pero de una manera desvirtuada. No desconozco el valor de las redes, pero no puede dejar de ver que persiste esa fantasía de sentir que estamos acompañados cuando en realidad no es tan así. Yo sigo apostando a la trama colectiva verdadera. Estar codo a codo, latiendo con el otro, es una acción política. Y yo no puedo menos que reivindicar este proceso de maduración de nuestra identidad artística con Mogui y este contacto directo con la gente.
—¿Tienen el proyecto de grabar alguno de estos shows inclusivos, de tener un registro de esta experiencia?
—MM: Por el momento estamos trabajando en la génesis de este proyecto que se va a comenzar a ver el 17 en Bebop y que va a continuar en el CAFF el 12 de noviembre. Para nosotros es, de alguna manera, como una obra de teatro, en donde pasan muchas cosas. Textos, como el de Juan L. Ortiz que te leyó Cesar; y otras que nos fueron “llamando” en esos procesos de soledad de que hablábamos. Ojalá pueda haber un registro de todo esto y con la gente, que es una parte esencial de todo esto.
—¿La música klezmer, íntimamente ligada al devenir del pueblo judío, se ha mixturado con otras músicas o permanece fiel a sus orígenes?
—MM: Depende de quien la haga. En Europa o Estados Unidos hay bandas que recrean fielmente la música que se hacía en las aldeas de la Europa centro-oriental de hace unos siglos atrás. Y por otro lado tenés gente como John Zorn que hace una mixtura entre el klezmer y el free jazz. Como pasa acá con el tango. Hay gente que hace el repertorio de la vieja guardia y otros que apuestan por una estética más actual. Todo es válido y ha servido para que más gente conozca esta música, que puede ser muy interesante, muy rica estéticamente y muy rupturista también.
—CL: Hay además una particularidad en la música klezmer que de alguna manera define la cosmogonía judía. El klezmer tiene las mismas escalas que se usan en algunos rezos judíos. Tiene el mismo ADN. Pero el uso de esa matriz es absolutamente laico, porque es funcional y orgánico a la vida de esa aldea. Se usa para casar, para velar, para ir de un lado al otro, música rodante. Por supuesto que hay modelos absolutamente cerrados y dogmáticos del judaísmo ortodoxo, donde parece que no es posible una acepción diferente. Pero lo cierto es que el klezmer puede ser “embarazado” de otros paisajes y otras sonoridades. Tiene esa porosidad.
—Todo un debate para los musicólogos, porque esas músicas étnicas no buscaban transformarse ni evolucionar, solo querían transmitir tradiciones.
—MM:Pero en la actualidad, con la globalización y la modernidad, es casi imposible encontrar una música absolutamente pura. Una música que no haya sido influenciada por otra. Por supuesto que en alguna aldea del Mar Negro puede haber un viejito haciendo la música que se hacía hace siglos. Pero eso no es lo que vas a escuchar en un festival de música klezmer, por ejemplo. Respecto a la porosidad que decía Cesar, como el judío fue errante durante tantos años, lo que vemos también es que el klezmer fue tomando siempre las influencias del lugar. Sea de Italia, Grecia o Ucrania. Uno toma las influencias del lugar en donde vive.
—¿Y en qué medida sienten ustedes que han sido influenciados por vivir en la Argentina?
—CL: Esa es una gran riqueza. Cada vez que hemos viajado sentimos que estamos aportando algo nuestro. Algo singular que a la vez se universaliza. Y por eso ha sido ha sido aceptado por tanta gente afuera. Nosotros hemos tocado para dos o para mil personas en donde vos te imagines. Desde festivales de World Music o encuentros de música clásica. Hace 40 años que estamos tocando y girando y cada vez que nos juntamos nos hacemos la misma pregunta: ¿y ahora qué? Y siempre encontramos una respuesta. Y esa respuesta tiene mucho que ver con nuestra sed por buscar, por seguir aprendiendo. Y por vivir donde vivimos.
*Cesar Lerner y Marcelo Moguilevsky hacen Tish. Jueves 17 de agosto a las 20 h en Bebop Club, Uriarte 1658, Palermo (CABA). Entradas desde $ 3000 a través de www.bebopclub.com.ar o por boletería, de martes a domingos de 17 a 20
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