Está espléndido. Esa es la primera conclusión de cualquier persona que tome contacto con José Sacristán, quien está desde hace más de un mes en Argentina y promete quedarse entre nosotros unos meses más. Es que el actor español de 85 años se encuentra en el país por la obra Señora de rojo sobre fondo gris, basado en la novela de Miguel Delibes y adaptada para las tablas por él mismo junto a José Sámano e Inés Carmiña.
El unipersonal, que se representó en el Teatro General San Martín y que a partir del 1 de septiembre llega al Teatro Astros, es el monólogo de un artista plástico que cuenta lo que pasa a partir que su mujer es diagnosticada con una enfermedad terminal, hasta el momento del fin. Sobre el escenario, Sacristán transmuta en ese pintor y transmite el relato de un amor, pero también de una agonía atravesada por los años del franquismo en la década del setenta (la hija de la pareja es encarcelada por sus actividades políticas) y el tránsito a la viudez.
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Sacristán comenzó la representación de la obra en 2018 y recorrió toda España con ella. Llega ahora a los escenarios argentinos (y uruguayos) para dar cuenta de este trabajo ante un público que lo considera casi un argentino más. Motivos no faltan para eso. Sacristán conversó con Infobae Cultura sobre estas cuestiones en una entrevista que comenzó con una pregunta sobre la tos. Sucede que el actor tomó como método detener el monólogo hasta ubicar en el público el origen de una tos impertinente para, luego de echar una mirada fatal, continuar con el desarrollo de la obra.
—Sacristán, ¿es el público argentino el que más tose, según su experiencia?
—No, no. Es igual en España que en Argentina. No hay ninguna diferencia. Es que es una obra donde los tonos que se manejan son todos tonos medios, con silencios y pausas, y hay ciertos accesos de tos que tú notas que hay alguien que intenta calmarlos, pero hay otros que son de una insolencia brutal y es como una puñalada. Es entonces que me atrevo a mandar el aviso. Es inexplicable porque se supone que alguien que va al teatro ha elegido ir y quiere ver eso y no otra cosa y estar atento a eso, pero suenan los puñeteros celulares… Bueno, pues hay que convivir con esto. Yo por eso me atrevo, al margen del aviso oficial, a hacer una advertencia a título personal.
—La obra es un unipersonal, ¿requiere un esfuerzo extra del actor para mantener al público en sintonía con la dramaturgia?
—En realidad, no hago distingos entre un monólogo y una función de 200 personajes. El personaje, sea Hamlet o sea tal o cual, hay que meterse en él y hay que contarlo. Es una diferencia puramente mecánica. Un material como este, además de un valor añadido, tiene no solamente un punto de vista dramático formidable, sino que lo ha escrito alguien que tuve el privilegio de conocer, incluso de ser amigos. Un hombre de la categoría no solo profesional como escritor, sino humana como ser humano. Era un lujo ser amigo de Miguel Delibes. Para mí es una celebración. La celebración como actor de poder contar una historia bellísima escrita en un castellano que entronca con Cervantes, con Machado, con Juan Ramón Jiménez, en fin, y, por otro lado, el homenaje a una persona quien admire muchísimo y quise muchísimo también.
—Es una historia fuerte en el sentido de contar una relación de una persona que ama a alguien que está en tránsito hacia la muerte. Delibes no la vio en la versión teatral, ¿no?
—Delibes publicó la novela, lo que él no quiso nunca ni autorizó es que se hiciese en el teatro ni en cine. En la obra, él es un pintor que se llama Nicolás, él me dijo: “No quiero que nadie le ponga cara a este tipo porque yo no le he puesto la mía”. La novela se publicó justo cuando estaba haciendo otra obra suya, Las guerras de nuestros antepasados, que represente en el año 1991 aquí en el Metropolitan, en Buenos Aires. La autorización definitiva de la versión teatral nos la han dado sus hijos y estuvieron más que contentos. Venimos cinco años haciéndola en España y no solamente me han autorizado, sino que me han abrazado, celebrado y la noche del estreno, uno de los hijos vino a decirme que cuando se hizo el consejo familiar, él se opuso a que esto se hiciese en el teatro, porque su padre no había querido. Y me dijo que venía a darme las gracias después de la representación porque esa noche había vuelto a ver a su madre.
—¿Cómo adaptó esa relación en la despedida del ser amado?
—A la hora de hacer la adaptación intentamos rescatar de la novela, por un lado, el dolor de la muerte, pero, por otro lado, esta cosa esperanzada de la memoria del amor mientras somos amados y recordados no desaparecemos del todo. Miguel me hablaba de su mujer, la muerte de esta mujer le destrozó, pero el simple hecho de recordarla todos los días como la recordaba era una forma de volver a verla.
—¿Cómo ve en esta gira al público argentino?
—El público argentino tiene una relación con el teatro inquebrantable, la fidelidad de la gente es formidable. Yo entiendo que no hay tantas salas en Madrid, pero ni Nueva York, ni Berlín, ni París. Es hermoso y de aplaudir el hecho de que el teatro sea un acontecimiento del que participa tanta sociedad civil, al menos la de Buenos Aires.
—Esta relación entiendo que se forjó a partir de la película Solos en la madrugada.
—En ese momento de la primavera democrática causó un furor. Fue una suerte y un privilegio que agradezco y que celebro y que ya ha cumplido unos años. Saber que tengo en Argentina un muy buen lugar en el mundo es para mí una gran satisfacción, porque además no solamente es en el plano de lo profesional, sino en lo personal, también en el cariño, el afecto que recibo de la gente.
—Justo le tocó llegar en época de elecciones.
—Sí, pero ahí no me quiero meter porque bastante tengo con lo que pasa en mi país. En España, afortunadamente, estas últimas elecciones han supuesto un cierto alivio de al pararle los pies a la extrema derecha, pero las cosas no están fáciles, ni están fáciles en Europa, no porque en Italia, en Francia, en Alemania, en Grecia, en Portugal, en Finlandia, se ve el auge de los populismos, la caverna ideológica y moral de la extrema derecha. Galopa y corta el viento, ¿no? Entonces me cuido muy mucho de meterme en asuntos que no me conciernen. Pero vengo justo en la campaña y, eso sí, escucho unas propuestas electorales que me parecen, vamos, muy lejanas de la realidad. Son frases hechas que los que las pronuncian me da la impresión que saben que no es fácil cumplirlas y muchísimo menos. Pero en fin, allá vosotros.
—Los votos a la derecha en España, ¿son sólo de descontento con el progresismo?
—En España hay un tufo francoide en toda esta extrema derecha muy evidente. Creo que es una falta de confianza en las democracias y otra vez una vuelta al paternalismo de los salvadores de la patria, y la gente se aferra a ello. En fin, lamentable, pero también los errores de la izquierda son enormes de no haber una propuesta concreta, ¿no? Y siempre dividida a la izquierda, mientras que la derecha es mucho más compacta y se mueve mucho mejor. Además, tiene más que electores tiene feligreses, la izquierda tiene más crítica y está más dividida y, pero en fin te digo meternos a estas alturas en temas de estos es complicado.
—Usted viene de la clase obrera. Fue metalúrgico, ¿no?
—Sí, tuve que quemar a los 13 años para ayudar a la economía familiar, pero siempre he querido ser actor, de hecho, ya simultaneaba el trabajo con grupos de aficionados de la Casa de Trabajadores. Incluso vengo de más abajo de la clase trabajadora. Vengo del campesinado de Castilla, que era, bueno, nunca la miseria, nunca la pobreza, pero sí, una clase de los labradores, la gente del campo. Hijo de nieto y bisnieto de gente del campo.
—Su padre estuvo preso por razones políticas, ¿no?
—Claro. Luego Santiago Carrillo me entregó el carnet del Partido Comunista en mi pueblo delante de mi padre. Pero nunca he sido un buen militante de ningún partido porque no me someto a las disciplinas de partido. Nunca he creído en los eslóganes, pero todo mi respeto, sobre todo los que se jugaron la vida, entre ellos mi propio padre militando en la clandestinidad. Pero nunca he sido un buen militante.
—En Anatomía de un instante, Javier Cercas describe el recorrido de Carrillo y su rol en la apertura democrática posfranquista.
—Y efectivamente fue uno de los hombres que en la transición jugó un papel importante. Es verdad que la relación de fuerzas era bastante desigual, pero hubo gente en el ejército como Gutiérrez Mellado, en la Iglesia (algunos apoyaron afortunadamente), con Adolfo Suárez y junto a alguna joven izquierda. Ahora dicen que aquello fue una cobardía, que se resignó. Joder, había que estar allí en ese momento y saber quién tenía el tanque, quién tenía el dinero, quién tenía la fuerza. Y había que necesariamente negociar porque si no hubiéramos vuelto otra vez a pegarnos de bofetadas.
Hay una observación muy interesante en el libro de Cercas y es que los tres que no se agacharon cuando “El Tejerazo” invadió el Congreso fueron, respectivamente para sus seguidores, tres traidores. Santiago Carrillo a los comunistas, Gutiérrez Mellado al ejército y Adolfo Suárez al movimiento franquista. Los tres traidores fueron los únicos que no agacharon la cabeza y gracias a esos tres, entre otros, se consiguió hacer una transición casi modélica. Lógicamente, había trapo debajo de la mierda, qué duda cabe, pero yo creo que lo que los que han venido después lo han hecho bastante peor, sobre todo en el despilfarro que han hecho de su capacidad, de su poder, de su capita electoral. La soberbia de Podemos, de Pablo Iglesias y de Irene Montero y otros cuantos más. Han cometido muchísimos errores.
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—Sacristán, usted tiene 85 años. ¿Cuál es el secreto para mantenerse tan joven?
—Bueno, Yo digo que son los ajos de mi pueblo de Chinchón. Pero no sé. La madre naturaleza se va portando muy bien pero…
—En un momento dijo que esta iba a ser su última gira con esta obra.
—Me hace muchísima ilusión terminar aquí en Buenos Aires con esta obra y empiezo a ensayar en enero una pieza de Juan Mallorca para el teatro de La Abadía de Madrid. Cuando dije que era la última fue porque pensé que ya he cumplido 85 años y que iba a ser. Iba a ser muy difícil que encontrara algo que me provocara entusiasmo. Y lo he encontrado en el texto de Juan que se llama La colección. Somos cuatro personajes.
—José Sacristán es parte del imaginario cultural argentino, también por películas como Un lugar en el mundo.
–Yo recuerdo esa película como una de las aventuras de trabajo y de vida más emocionantes que he vivido, aunque la película no le hubiera gustado a nadie, aunque la película no hubiera dado un duro, el simple hecho de rodarla ya fue una gozada. Lo pasamos de maravillosamente bien y es una película que no solamente es una muy buena película, es una película que tiene ese apartado, que no viene mal de ser de alguna utilidad al que la ve, se habla de cosas que importan a la gente y se hablan en una clave además sin querer dar doctrinas, sin querer pontificar, sin querer es una película inmensa. Un lugar en el mundo es una película que va a quedar en la historia del cine, pero no del cine argentino, es universal y hermosa.
—Y sigue en el cariño de los argentinos.
—Creo que me cuidé mucho de conocer a los argentinos y a las argentinas, de no vivir de las rentas de Solos en la madrugada, sino ir cada día a vivirlo de acuerdo a los tiempos en que he venido. He procurado eso con mis amigos, charlar, conversar, discutir e incorporarme y en definitiva corresponder de un modo activo a todo lo que recibía y no subirme al púlpito y decir: “Ah, no, yo soy el de Solos en la madrugada”, ¿eh? Un día dije una cosa en una película, bien de acuerdo, ahora, basta. Ahora va el “Argentinos a las cosas” que dijo Ortega y Gasset. Y así han pasado ya unos años de una muy buena relación mía con este país querido.
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