“¡Esta película debe ponerse a todo volumen!”. Esas palabras, estampadas en la pantalla al comienzo del documental The Last Waltz, me impresionaron cuando era un adolescente que descubría por primera vez a The Band y Robbie Robertson.
Nací demasiado tarde para disfrutar de la música cuando se publicó por primera vez -tenía 6 años cuando salió The Last Waltz en 1978- y me enganché a Robertson y The Band gracias a mi hermano mayor. Grabó sus grandes éxitos del vinilo a un cassette TDK D-90 y yo lo escuchaba cuando iba en el autobús.
Cuando mis amigos escuchaban a Van Halen y Michael Jackson a principios de los 80, yo escuchaba a The Band y a Bob Dylan. La primera vez que vi el documental fue en la televisión pública, mi única opción en la edad de piedra del entretenimiento antes de Internet e incluso antes del VHS (al menos para mi familia). La película me atrajo de inmediato, primero con esas palabras que me ordenaron subir el volumen y luego con la música. Una tras otra: Muddy Waters, Neil Young, Eric Clapton, Van Morrison, Bob Dylan.
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The Band fue el primer concierto que vi a los 13 años, en 1985. Se reformaron después de The Last Waltz y estuvieron de gira durante años, pero nunca más con Robbie Robertson. Cuando los vi, eran teloneros de Crosby, Stills & Nash. El público los aclamó tanto que volvieron para un bis. Recuerdo que mi hermano me dijo: “Eso nunca pasa”.
No podía imaginar que 17 años después tendría la oportunidad de entrevistar a Robertson para The Associated Press. Era un encargo de ensueño: escribir una nota sobre la primera edición en DVD de The Last Waltz. Sí, era algo tan importante que merecía un reportaje entero, quizás empujado por mí.
“Esta película trata sobre la música”, me dijo Robertson con su característica voz ronca. “Nunca jamás volveremos a ver a este tipo de gente junta. Quiero centrarme en eso. Quiero hacerlo bien”.
Le pregunté por la desaparición de The Band y por qué los dejó tan pronto. “Siempre me gustó tocar con ellos”, contó Robertson y agregó: “Siempre me gustó grabar discos. Pero siguió su curso. Y sentí que habíamos tenido una experiencia maravillosa y la oportunidad de hacer algún tipo de contribución a la música. Estoy muy agradecido por lo que pudimos hacer”.
Tampoco perdí la oportunidad de preguntarle por el abucheo más famoso de la historia del rock en el que, por supuesto, estuvo presente. Fue en 1966, cuando Robertson y lo que pronto se convertiría en The Band tocaban con Bob Dylan en su infame gira por Europa, donde tocó con una formación eléctrica eléctrico por primera vez. Un miembro del público gritó “¡Judas!”. “No te creo”, respondió Dylan con un gruñido. “¡Sos un mentiroso!”
Entonces alguien en el escenario, quizá Dylan, quizá Robertson, pide a la banda que “toquen jodidamente fuerte”. Lo que siguió es la versión más incendiaria de “Like a Rolling Stone” que Dylan probablemente haya interpretado nunca.
Le pregunté a Robertson si recordaba quién animó a la banda a subir el volumen, una cuestión largamente debatida entre los dylanólogos. Con una leve pausa, haciéndome ilusionar brevemente, cortó rotundamente: “No, no lo recuerdo”.
En mi mente estaba gritando “¡No te creo! Eres un mentiroso”. Pero me contuve. Aplastado momentáneamente por no haber conseguido una primicia sobre la historia del rock, seguí preguntándole por sus recuerdos de aquella noche.
“No recuerdo si fui yo o uno de nosotros el que perdió los estribos. No lo sé”, contó. “Cuando llegamos a esta parte de la gira, nos habían abucheado por todo Estados Unidos, Canadá, Australia y Europa. No era como si nuestra piel no se hubiera vuelto un poco más gruesa y no hubiéramos forjado algo de carácter para entonces”.
Comentó que tenía el CD del concierto en su casa, pero que no se había molestado en abrirlo. ¿No es genial? Nadie es tan brillante como Robertson en The Last Waltz. Filmada el Día de Acción de Gracias de 1976, su visión se ha convertido en una tradición navideña para muchos. En Madison, donde vivo, y en otras ciudades del país, los músicos se reúnen cada año para recrear el concierto en directo la semana de Acción de Gracias. Y muchos fans, entre los que me incluyo, ponen la película todos los años por estas fiestas. Es mi consuelo musical.
Pero ahora, con la muerte de Robertson, el último miembro original de The Band que queda es Garth Hudson, el multiinstrumentista que hizo que los otros miembros le pagaran como profesor de música para que su paso al mundo del rock fuera más respetable para su familia. Muchos de los que subieron al escenario aquella noche ya no están. Pero la música. La música nunca muere. Si acaso, con cada año que pasa y cada muerte, se vuelve más viva, más clarividente, más poderosa y más conmovedora. “¡Esta película debería ponerse a todo volumen!” No hay problema.
Fuente: AP
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