La publicación del Volumen 3 (1953-1966) de la Antología, una suerte de eslabón perdido de su discografía, que además ocurre en coincidencia con el aniversario 96 de su nacimiento y del “Día del Armoniquista” (instaurado en su homenaje) permite dimensionar la estatura musical de Hugo Díaz, uno de los mejores armoniquistas armoniquistas de todos los tiempos.
Con esta edición, además, se completa una cadena de cinco esenciales del repertorio de la música popular argentina y del repertorio universal, interpretados con su estilo único e inolvidable. Son 31 canciones, de las cuales la gran mayoría jamás fueron editadas en vinilo, y mucho menos en el formato de CD ni en plataformas digitales. El proyecto es resultado de un rescate emotivo puesto en marcha hace casi dos décadas por su hija Mavi y un grupo de coleccionistas y técnicos y colaboradores, entre cuyos nombres aparecen los de Germán Dominicé, Fabio Cernuda y Gabriel Soria, presidente de la Academia Nacional del Tango.
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Es precisamente Soria quien reseña el hallazgo de la pieza que faltaba para llenar el casillero que permanecía aún vacante entre los volúmenes 1 (1953-1953) y 2 (1954-1957) y los volúmenes 4 (1967-1968) y 5 (1970-1971); nada más ni nada menos que una grabación de “La cumparsita” registrada en 1955, reconstruida de manera notable por él y Andrés Mayo, como otras joyas que componen este tesoro sonoro.
La ceguera, los Reyes Magos y el milagro
Son las 6 AM de algún día del ‘72 o 73 y, como cada mañana, mientras el cabezón Arturo, Zoilo Flamenco, Rufino, Armando Scotti y los demás encaran para el vestuario, el chaqueño Enrique, se desvía para prender la radio que llena el taller metalúrgico de Don Basilio, en Villa Lugano. Ahí, entre los chamamés de Tránsito Cocomarola, Ramona Galarza y Ernesto Montiel, las chacareras de los Hermanos Ábalos y las zambas de Los Chalcha, suena la música de Díaz, que es todo eso y más.
Moda y pueblo, clásica y moderna, tradición y vanguardia… En la armónica de Díaz el folclore argentino convive con el tango, el jazz y cuanto ritmo escuchara por ahí el hombre nacido en Santiago del Estero que precisamente de ese modo y por accidente descubrió, a los 5 años, el instrumento que marcaría el rumbo de su vida. ¡Y qué vida!
En verdad, todo comenzó el día que, como tantos otros, el hijo de Don Cristóforo, un “modesto criador proveedor de haciendas” según lo definía el músico hacia 1965 en la revista Folklore, se escapó de su casa de la calle San Juan 217 para ir a ver cómo unos muchachos jugaban al fútbol en un baldío. Sólo que esta vez la cosa no salió como las demás.
“Mirándolos jugar, con una pelota de trapo llena de barro, recibí un pelotazo que me produjo una nube en ambos ojos. Perdí la vista. Nada dije en mi casa, pues tenía prohibido escaparme a aquel potrero y temía que me pegaran”, confesó en aquella entrevista concedida al poeta, escritor y periodista León Benarós.
La oscuridad duró casi un año y medio, entre curanderas, lavajes con jabón, cataplasmas y dolorosos baños quemantes, encerrado en una habitación en la que, sin embargo, se filtró por la ventana el sonido de una armónica y una ilusión que despertó un interrogante: “¿Podré algún día tocar así?”. De ahí a desear tener una para él fueron segundos, lo mismo que pedírsela a los Reyes Magos, para no recargar las finanzas de su padre, diezmadas por una sequía reciente.
Todo indica que Melchor, Gaspar y Baltasar acusaron recibo del pedido, y una semana después de haber recibido su armónica de 30 centavos, el niño ya tocaba, la “Zamba de Vargas” primero, “La López Pereyra” poco después, algunas chacareras. De pronto, al pequeño Hugo se le abría un horizonte que poco después, gracias a los buenos oficios del doctor Cárdenas, logró ver con claridad.
De niño prodigio a gran músico
Lo que siguió, a los ocho años, fue una beca de estudio otorgada por el Ministerio de Educación provincial, su ingreso a la Orquesta Folclórica Infantil, el reparto de programas para que lo dejaran ver a un “maestro” alemán de su instrumento que llegó a tocar a Santiago, una primera audición en la radio de Santiago, en 1936, “tocando la armónica subido a un banquito”. Y no mucho después, el oficio de lustrabotas para ayudar en un hogar que se diluía con la separación de sus padres, el cobijo en casa de su amigo Domingo Cura y su hermana Victoria, la actuación -a escondidas- en bailes como violinista del grupo de Luis Napoleón Soria, el Hot Club de Santiago del Estero, Buenos Aires, su ruta…
Revisar las crónicas y las entrevistas que tienen a Hugo Díaz como protagonista es un viaje en el tiempo que expone un paisaje musical en el cual la interacción entre los músicos de diferentes géneros y de los músicos entre diferentes géneros era más una norma que la excepción, y él fue, tal vez, una de las expresiones más generosas de aquel estado de situación.
Y es en el “Volumen 3″ de la Antología, tal vez, en el que más claro queda, a la luz de una lista de temas que va de las chacareras a la bossa nova, pasando por el chamamé, el tango, la polca, una buena cantidad de zambas, un bailecito norteño, una versión antológica del bolero “Inolvidable” y una yenca, “Lección de besos”, de un compositor finlandés llamado Rauno Väinämö Lehtinen.
Pero no sólo es cuestión de títulos, sino que en su manera de interpretar, Hugo Díaz sacaba a relucir recursos del blues, el foxtrot y la música académica, entre otras fuentes, con la misma naturalidad con la cual sumaba su armónica a arreglos orquestales que con un par de pequeños ajustes no desentonarían para nada con el tiempo presente en el que estamos.
“Todo lo que hago lo saco de aquí (señalándose el corazón). Soy absolutamente sincero. Lo mío es toda fibra… No puedo hacer las cosas de cualquier modo, así no más, ni en el momento del ensayo. Tomo con pasión lo mío”, señalaba el artista en 1965, apenas unos meses después de la grabación de “La López Pereyra”, una de las zambas que tocó con su primera armónica, y “El 180″, un gato de Andrés Chazarreta, ambos incluidos también en el eslabón perdido recuperado por Mavi y compañía.
Duke Ellington. Ella Fitzgerald, Louis Armstrong…
Como no podía ser de otro modo, Buenos Aires estaba en la mira de Díaz, y 1944 fue su año de llegada a la gran ciudad, junto a su amigo Domingo Cura. De polizones en tren y sin destino definido, un nuevo amigo, Segundo Ibáñez, lo acercó al oficio de cargar bolsas de cebolla primero, y luego al de hacer empanadas, mientras Díaz armaba el conjunto Chakay Manta y aprovechaba al máximo esa vidriera que fue Radio Splendid.
Los Hermanos Ábalos le abrirían la puerta de su peña en la Confitería Achalay, los ‘50 llegaron con la formación de Hugo Díaz y sus Changos, ya con Victoria Díaz, hermana de Cura, como cantante y también como su esposa; y aquel niño al que los Reyes Magos le habían traído su primera armónica ahora estaba en la mira de Hohner, tal vez la fábrica más afamada de ese instrumento, que en 1955 lo envía a un concurso de armoniquistas en Viena.
El regreso fue con gloria: un tercer puesto en la competencia, unos contrapuntos de improvisaciones con Duke Ellington y Ella Fitzgerald, una Mención Especial y la contratación como artista exclusivo de la marca, además de una proyección internacional que un lustro más tarde se potenciaría con una gira europea que lo llevó a pasear su arte por España, Italia, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra y Francia, entre otros, hasta completar un itinerario de 14 países.
Un periplo que emprendió junto a una docena de artistas que formaban parte de su espectáculo, el Argentine National Ballet and Show, que comenzó en 1960 y los tuvo de regreso al año siguiente.
Tiempo suficiente como para que Hugo y Victoria concibieran a Mavi, para que el músico se cruzara y terminara compartiendo escenario con Louis Amstrong, para que se topara con una foto gigante en la que la marca Hohner lo había “juntado” con su ídolo Jean Toots Thielemans y con Larry Adler, para grabar con Alberto Cortez y para que dejara un precedente que lo devolvería al viejo continente una y más veces, en alternancia con sus viajes por Latinoamérica, a los Estados Unidos y también a Japón.
Historias de Hugo Díaz
De poncho y sombrero o de saco y corbata, Díaz nunca tuvo necesidad de ampliar su paleta musical; su libertad para la improvisación y su capacidad para la incorporación de nuevos ritmos y estilos parece no haber sabido nunca de fronteras, entre músicas de diferentes lugares del mundo o de un mismo país.
“Un día llegamos a Brasil, mi papá escuchó ‘O qué será’ de Chico Buarque, y esa noche la tocó en su concierto”, recordó Mavi Díaz, que lo acompañaba entonces en guitarra y voz, en la presentación “oficial” del álbum, llevada a cabo este martes 8 en el Auditorio de Radio Nacional.
Los relatos, en ese sentido, se multiplican: “Allá por principios de los ‘70, estábamos grabando un programa de televisión: Voces de la patria Grande, conducido por Marcelo Simón…”, comienza a contar Marián Farías Gomez en la reseña que acompaña el Volumen 5 de la Antología, y su narración deriva en el inicio de la segunda parte de “La Pomeña”, que ella estaba cantando, cuando de la nada y sin que estuviera planeado empezó a sonar la armónica de Hugo y “fue como si todo se convirtiera en algo sublime”.
En tanto, en el texto que acompaña el primer Volumen, Francisco Yobino, creador del Festival de Jazz de Punta del Este, lo compara con Charlie Parker -no es el único- y da cuenta de la admiración que Thielemans, sin duda uno de los más grandes armoniquistas de la historia en el universo, profesaba por Díaz.
“Me gusta mucho improvisar con la armónica. Dentro de la improvisación, juego una gama rítmica en la que trato de manifestarme. Hago lo que siento, con toda sinceridad. Experimento un gran desahogo cuando puedo expresarme con mi instrumento”, le decía a Benarós el artista, al que entre tanta gira, grabación y actuación no le faltó tiempo para llevar su música a cárceles y hospitales, nada más que para aliviar el dolor y la tristeza de quienes estaban allí. Hacer el bien, que le dicen…
Grandes músicos invitados
Un repaso al vuelo de los músicos con los que Hugo compartió la música que compendia su Antología - Volumen 3, incluye a Cura, a los guitarristas José Jerez, Julio Carrizo y Nelson Murúa, al chelista José Bragato en dos tracks, la voz de Victoria en tres canciones y a la Orquesta de Argentino Galvan en otro par de temas, entre otros.
Una lista de lujo a la que se suman nombres como los de Kelo Palacios, Caíto Díaz, Eduardo Lagos, Oscar Alem, Jorge Paulsen y Rodolfo Ovejero, si el inventario se extiende a los otros volúmenes, y que incorpora a muchos más como Atahualpa Yupanqui, Enrique Villegas, Aníbal Troilo, José Colángelo y vaya a saber uno cuántos más, con los que el armoniquista tocó, compuso o compartió escenario a lo largo de sus cortos 50 años.
Unos días después de su muerte, así lo recordó la revista Folklore: “Víctor Hugo Díaz se durmió para los hombres el domingo 23 de octubre de 1977, a las 18.30. La hora exacta en que el jazmín comienza a derramar su fragancia”.
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