Hola, ahí.
Hay una frase de la poeta Louise Glück que me conmueve cada vez que llego a ella. “Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”, dice la Nobel estadounidense. Pienso en esta imagen y se superpone con otra, la de “los ojos recién inaugurados”, de Hebe Uhart, que te mencionaba en el envío anterior, y es entonces cuando advierto la cantidad de ideas, personajes y hechos que se fijaron en aquella mirada virgen como postales de vida o referencias, capítulos de una enciclopedia personal que me marcaron para siempre.
¿Te pasa lo mismo?
Narrar a un padre
En estos días veía unas imágenes de Mirtha Legrand en el Malba, cuando asistió al lanzamiento de un ciclo de películas de los estudios Argentina Sono Film curado por Fernando Martín Peña. Vestida con un abrigo de piel y guantes de cuero blancos, peinada con su clásico brushing de melena raya al medio y unas gafas elegantísimas, Mirtha tomó el micrófono y se puso a hacer historia. ¿Cuánto de sus primeras miradas la acompaña aún, tantas décadas después? ¿De dónde sale ese entusiasmo envidiable?
Horas antes de ver ese video, había podido ver un documental que va a exhibirse en el cine Gaumont entre este jueves 10 y el miércoles 16 de agosto. Se llama Sandrini y aborda de manera entrañable la vida y la obra de Luis Sandrini (1905-1980), el gran actor argentino, el mismo que hizo reír y llorar a varias generaciones. Un actor de raza que amó el teatro pero que también fue protagonista de la historia del cine argentino desde su origen, ya que participó de las dos primeras películas del cine sonoro, Tango y Los tres berretines, ambas de 1933.
El documental fue escrito y dirigido por Sandra Sandrini, una de sus hijas, y sus nietas Carla Pantanali y Roberta Vadino participaron en la producción: Carla compuso la música y puso la voz para el relato en off y Roberta hizo el montaje y las animaciones.
La película me encantó: es bella y sensible, hay un gran trabajo de recuperación biográfica y una delicada tarea en el relato de la vida de Sandrini. Son dos horas a puro entretenimiento, con muchas imágenes poco transitadas y textos enhebrados a partir de bibliografía de nombres como Osvaldo Pelletieri y Domingo Di Núbila. En esta película, Sandrini es mucho más que Felipe, “La vieja ve los colores” o el Profesor Hippie. O, más bien, diría que, aunque contiene todo eso, el retrato no apuesta en exceso por ninguna de las características más estereotipadas de Sandrini sino que reivindica su don para la actuación y para tocar la cuerda de las emociones.
Lo hace a través de testimonios increíbles de familiares y grandes personalidades del espectáculo y celebridades como Jorge Luz, Osvaldo Miranda, Nelly Panizza, Susana Giménez, María Rosa Fugazot, Duilio Marzio, el periodista Carlos Morelli y las investigadoras y expertas Paula Félix Didier y María del Carmen Vieites, entre otros.
Un dato bien bonito: alguien que también aporta su testimonio es el actor Oscar Martínez pero, además, le pone voz a textuales de Sandrini que fueron recuperados de entre sus papeles y aportados por la memoria familiar. Y lo hace reproduciendo el tono de la voz del legendario actor, una memoria auditiva que fue central para la cultura popular argentina durante cincuenta años.
Tita
No es fácil trabajar sobre la memoria de un padre, sobre todo cuando se trata de una figura clave del arte popular, seguido por multitudes que, incluso, lo acompañaron en el recorrido final, a la hora de su muerte.
Hay dos detalles de la película que quiero destacar. Uno, que no se trata de una hagiografía: el documental se permite reproducir algunas críticas hacia lo que fue el costado más comercial de las elecciones artísticas de Sandrini y eso la hace más valiosa. Dos ―y esto me emocionó especialmente―, el modo en que fue abordada la vida privada de Sandrini, poniendo el foco en las tres mujeres que marcaron su vida: Chela Cordero, Tita Merello y Malvina Pastorino.
Hay ahí una comprensión de lo que es la vida amorosa de las personas que consigue superar prejuicios familiares y culturales que estuvieron presentes durante mucho tiempo. Hay rigor, empatía y afecto en el modo de narrar las breves bios de esas mujeres y su relación con Sandrini en los diferentes momentos de su vida.
Ninguna de esas mujeres aparece como “la abandonada” o “la despechada” y eso es algo para celebrar. Quienes tienen cierta edad conocen perfectamente las historias que se tejieron acerca de la soledad de Tita Merello, esa mujer fuerte que sin embargo nunca pudo recuperarse de su único amor.
Con toda la delicadeza del mundo, la película muestra imágenes magnéticas de Tita y reproduce su maravillosa voz dramática, cantando “Llamarada pasional”, el tango escrito por ella y musicalizado por Héctor Stamponi en 1960.
La voz de un hombre me persigue en el recuerdo...
En el recuerdo tormentoso del ayer
Era una voz que suplicaba a mi conciencia:
¡Que fuera buena!... ¡Que lo quisiera bien!...
Son mis sentidos que te gritan que regreses
Es mi tormenta la que aflora con tu voz.
Es llamarada el quererte y no tenerte
Saber que late, para ti, mi corazón.
¡Llamarada!...
Es oír desde las sombras
Esa voz que a mí me nombra
Que la busco y que no está.
¡Llamarada!...
Es sentir sobre mi boca
Todo el fuego de tu boca
Que me quema y que se va...
¡Llamarada!...
Es oírlo que me nombra...
Y es correr tras una sombra
¡Imposible de alcanzar!...
Estoy pagada con castigo al recordarte...
Mi sangre grita que me quieras otra vez
Temor de vida que se escapa con el tiempo
Y no tenerte de nuevo como ayer...
Es llamarada recordarte con la sangre
Saber que nunca, nunca más ya te veré
Mirar mis sienes que blanquean y detienen
Con mil recuerdos esta angustia de querer.
¡Llamarada!...
Es oír desde las sombras
Esa voz que a mí me nombra
Que la busco y que no está.
¡Llamarada!...
Es sentir sobre mi boca
Todo el fuego de tu boca
Que me quema y que se va...
¡Llamarada!...
Es oírlo que me nombra...
Y es correr tras una sombra
¡Imposible de alcanzar!...
Un trabajo en familia
Le escribí a Sandra para que me contara cómo y cuándo se propuso hacer esta película y cómo vivió este proceso, que duró varios años.
”Fui convocada para realizar este documental hace tiempo, el primer contacto fue alrededor de 2005. Es decir que no surgió de mí, en principio”, me dijo. “Después eso no prosperó y yo ya había trabajado, había abierto muchas puertas, había hablado con mucha gente y generado algunos recursos. Y como estudié guion y escribo guiones, y me gusta tanto el cine, tomé la decisión de continuarlo; eso habrá sido en el 2010″.
Debieron pasar muchos años hasta tener el corte definitivo, que se obtuvo recién en 2018. Sandra habló de lo enriquecedor del proceso, del cambio de perspectiva acerca de la figura de su padre como artista y califica a esta experiencia como una “gran aventura”.
”Fue una gran aventura porque mi papá hizo su familia ya de grande, entonces tuve que leer e investigar mucho hacia atrás. Y no solo me reencontré con mi papá sino que me encontré también con su pasado, que estaba tan nutrido de vida y de una vida artística muy grande y me relacioné mucho con su obra. Algo que me impresionó desde lo personal es el gran impacto artístico que él produjo. Además, el impacto que produjo en términos históricos, al haber estado en los comienzos del cine y contribuir a la industria. Sus películas fueron muy taquilleras, entonces, junto con otras personas, sostuvieron parte de la industria que nacía y necesitaba de ese impulso y de esa energía”, explicó.
Ese pasado que encontraron Sandra y sus hijas no era algo de lo que se hablara en la casa y en la familia todo el tiempo. Había un Sandrini popular y entregado al público (eso se ve mucho en la película) y un Sandrini reservado, muy lejos de veleidades.
“Él era un hombre muy bueno, muy respetuoso, pero era un hombre callado y en su vida cotidiana todo ese pasado tan grande lo guardaba un poco en su interior”, me dijo Sandra. “Yo conocí un Sandrini ya más grande (Sandrini tenía 52 años cuando nació su hija menor), así que encontrarme con ese pasado fue muy impactante. Por supuesto que siempre lo sentí muy profundamente a mi papá, pero hacer esta película me relacionó más con él como artista y eso me hizo mucho bien tanto para mi vida personal como para la realización de la película. Fue por todo esto que decidí darle ese corte histórico y traerlo a Sandrini nuevamente a través del montaje, de la edición, de sus películas, y darle también este corte a la investigación y a la propuesta histórica, para recuperar ese impacto y encuadrarlo en el tiempo”.
El trabajo se hizo en etapas de más o menos intensidad y con dificultades económicas. Cuenta Sandra:
“Nos llevó bastante tiempo hacer este documental, había una vastedad enorme de material. Fue difícil sostenerlo financieramente; tuvimos un aporte del INCAA pero se generó una película muy grande y se puso mucho trabajo personal durante años. Hablo en plural porque mis hijas colaboraron profesionalmente y también redescubrieron o más bien descubrieron a su abuelo porque no lo conocieron: él murió cuando mi hija mayor tenía un año y medio, era muy chiquitita. Descubrieron a su abuelo y también una época, una forma de decir, yo creo que, también, una forma de amar. Emocionalmente me hizo crecer mucho el contacto con esa época, con la juventud de mi papá, con su constitución como persona. Mi papá ya había tenido una vida larguísima en experiencias antes de armar su familia. Investigando descubrí, lo sabía sí, por supuesto, de oído, pero descubrí esto que él tuvo con sus tres parejas ―entre ellas estaba mi mamá― y cómo cada una de esas personas le dio en etapas bien definidas algo esencial. Me pareció muy interesante como dato biográfico que alguien se fuera constituyendo a través del tiempo en ese reflejo de lo que es una pareja”.
................................................................
Un dato que recordé. En 1992, Susana Giménez reunió a Malvina Pastorino con Tita Merello en su programa. Esa fue la primera vez que ambas mujeres estuvieron juntas, fue realmente un hito televisivo y un momento histórico para el público que siguió las vidas y las carreras de estos artistas. Es imposible no conmoverse con ese encuentro, incluso hoy.
En ese momento me impactó. Hoy, más grande, creo que podría imaginar qué sintieron esas mujeres al verse tantos años después de los romances, tantos años después de la muerte del hombre que supo quitarles el sueño.
Se ríen, ellas. Se toman las manos. Son algo así como familia que se reencuentra luego de un distanciamiento grande. Malvina está más tranquila; Tita, algo más nerviosa y buscando no perder el control de la situación. Te aseguro que esos minutos de TV no tienen desperdicio. Podés ver ese encuentro en Youtube.
Música para el abuelo Luis
Intrigada por este trabajo familiar, le pregunté también a Carla Pantanali qué significó para ella crear la música ―que es muy cálida, muy actual y tradicional al mismo tiempo―, y ponerle su voz al relato de la vida de su abuelo.
Esto me dijo:
—Componer la música original para la película de mi abuelo Luis fue una tarea hermosa. Tuve la suerte de tener mucho tiempo para llevarla a cabo, y fue en un diálogo familiar con mi madre y con mi hermana. Eso me permitió profundizar y hacer arreglos para cuarteto de cuerdas, grabar composiciones para piano, para bandoneón, hacer canciones que yo misma canté, en fin, desplegarme como música. Fue una forma de vibrar artísticamente con lo que me pasaba mientras iba descubriendo a mi abuelo, porque para hacer esta película tuvimos que investigar sobre su vida, sobre su obra y, de esa manera, realmente entender un poco la dimensión que él tuvo como ídolo popular, como artista del siglo XX. Así que para mí fue muy placentero poder realizar esta música y poner mi voz tanto para las canciones como para la narración que escribió mi madre, así como ir acompañando el derrotero de mi abuelo hasta que se convirtió en el actor que después proyectó su carrera por 50 años.
Sandrini, el actor
Mi Sandrini, el de mi generación, es el Sandrini de El profesor hippie (y el de las dos películas que junto con esta conformaron la trilogía: El profesor patagónico y El profesor tirabombas, todas de Fernando Ayala). Como diría Louise Glück, fueron esas imágenes, esos diálogos, esa música y esa coreografía (de Lia Jelin) las que conformaron un horizonte idílico que aún es referente para tantas cosas. Mientras eso ocurría, la mirada intelectual menospreciaba a Sandrini por populismo emocional, por llamarlo de alguna manera.
En la película de Sandra Sandrini aparecen testimonios y anécdotas que muestran hasta qué punto Luis Sandrini era valorado por sus virtudes técnicas en la Argentina pero también en el mundo. Grandes expertos señalaban su talento y lo comparaban con grandes cómicos de la historia del espectáculo. Sin embargo, como suele ocurrir con las figuras que alcanzan tremenda exposición y fervor popular, la crítica puede despedazarlo sin miramientos.
¿Era un buen actor Sandrini?
En una entrevista que le hizo Felipe Pigna, había leído que a Fernando Martín Peña le gustaba Sandrini. Al menos que le interesaba muchísimo una etapa importante de su trabajo, justamente una que la película de Sandra destaca, la de su trabajo con Olinda Bozán, gran reina del humor argentino. En estos días le pregunté a Fernando qué pensaba sobre Sandrini, el actor, y esto me respondió:
”En principio, creo que hay muchos Sandrini distintos. El de las últimas películas de los 60 y 70, la verdad que mucho no me gusta. Y te diría que tampoco el de las primeras. Me gusta bastante, en cambio, el de finales de los 30 y todos los 40. Yo creo que era un animal de teatro, era un actor nato. Hizo, de hecho, muchísimo más teatro que cine, y eso que cine hizo mucho. Amaba la interpretación. Pero en los 40 hay una etapa muy interesante en lo que él hace, porque deja atrás el personaje inicial, que es más bien tonto, un poco demasiado tonto, incluso, y se queda con su capacidad para el morcilleo, que era muy buena. Tiene algo un poco más serio, más verosímil en su personaje, incluso más impredecible en el tipo de humor, y a veces, hace directamente cine cómico, muy parecido al cine cómico mudo, o sea, con una cosa hasta surrealista, junto con Olinda Bozán. En esas películas hacen una pareja fabulosa: ese es el Sandrini que me gusta. Después está el que le gustaba también a él mucho la cosa emotiva, media chapliniana. Ahí ya no lo acompaño tanto, la verdad, pero ese de los 40, como Los dos rivales, con Hugo del Carril, o estas dos películas que te digo, La Danza de la Fortuna y La Casa de los Millones. Hay otra que se llama Peluquería de Señoras, que es muy buena, también. Creo que Carlos Schlieper está involucrado en esa película como guionista o como autor del encuadre. Hay varias dirigidas por Bayón Herrera, que son muy buenas. Hay una que se llama El Seductor, también, donde él se corre del primer personaje y todavía no cae en la cosa más fácil, emotiva, en la que me parece que después va a reincidir demasiado. Y todavía está lejos del Sandrini excesivamente paternalista y llorón de los 60 y 70, que me parece muy conservador en sus temas y en las cosas que elegía hacer”.
(Te juro que prácticamente no tuve que editar el audio de Peña: habla tan bien como escribe. No sabés cuánto lo admiro).
Otros padres
Hace unos días estuve en Salta, acompañada por parte de mi familia. Salta no es para mí cualquier provincia: ahí nació mi papá y ahí vivió hasta los ocho años. Curiosamente solo había estado de visita una sola vez, a los seis años, cuando viajamos con mis padres y mi hermana al norte en auto, en la década del 60. No había regresado hasta ahora, es decir, cuando mi papá ya no está y no tengo cómo contarle lo hermoso que sigue siendo el lugar donde nació.
Fue recién mientras empecé a escribir sobre la película de Sandrini y a reflexionar sobre la tarea que hizo su hija que advertí una coincidencia fabulosa. No es solo esto de haber visitado por primera vez en décadas Salta ―que naturalmente me hizo pensar en mi viejo todos los días― sino que entre los libros que leí estando de viaje hay una novela que me gustó muchísimo y se llama Mi padre. Fue publicada por Edhasa y su autora es la austríaca Monika Helfer (Vorarlberg, 1947).
En esta novela, reconstruye la historia de su papá, Josef, un sobreviviente de la Segunda Guerra, en la que perdió una pierna. Autodidacta y enamorado de los libros, Josef: no solo quería leerlos, quería poseerlos. Los reescribía a lo Pierre Menard y luego, cuando lo nombraron director de una institución para lisiados de guerra en Tschengla, procuró tener la mejor biblioteca. Ese amor por la cultura escrita nunca se apagó. “En su tiempo libre embellecía declaraciones de impuestos a cambio de dinero en negro y utilizaba ese dinero únicamente para libros”, escribe Helfer.
”La biblioteca era la habitación más alejada, con orientación norte. Un pino imponente crecía delante. Cuando mi padre abría las ventanas, entraba un aroma a resina que se mezclaba con el olor húmedo de los libros: hasta el día de hoy, para mí, es el aire del Paraíso”.
Una biblioteca puede ser una radiografía, pensaba el padre de la autora. “Si miras una biblioteca ―dijo, mientras cojeaba a lo largo de los estantes, mientras pasaba las uñas de la mano derecha sobre los lomos de los libros―, puedes saber todo sobre la persona a la que le pertenece”.Josef y la madre de la narradora se conocieron en el hospital: él era el paciente y ella, la enfermera que lo ayudaría a curar todas las heridas.
El retrato de la miseria de origen, de los momentos plenos y de la desgracia familiar que hace Helfer es muy conmovedor. Hijos repartidos entre diferentes familiares por la muerte temprana de la madre y la depresión del padre, la nostalgia de un tiempo temprano de afecto y lectura, la continuidad de las enfermedades de los padres, todo es narrado a partir de la propia memoria y del relato que parientes y allegados ofrecen para complementar los recuerdos propios.
La narración va y viene en el tiempo, hay gran destreza en los diálogos y la precisa traducción de Gabriela Adamo ofrece matices y detalles amorosos de una historia amorosa. Recomiendo mucho esta novela y ya estoy detrás de una anterior, Los últimos, título que hace referencia al modo en que llamaban a la familia de su madre en su pueblo, en tiempos de la Primera Guerra Mundial.
...........................................................................
Quería volver a agradecer los mensajes y los correos que me escriben. Todos me interesan y muchos me emocionan, además. En especial, por estas semanas me puso muy contenta un mensaje de Facundo Gerez, quien me contó que en una clase del taller de escritura que coordina tomaron dos de los envíos de Fui, vi y escribí para instalar el tema de la Inteligencia Artificial y la escritura.”Es muy interesante lo que está saliendo en las charlas, desde predicciones apocalípticas hasta miedos y fobias y esperanza de cara a un futuro híbrido poshumano”, me escribió Facundo.
Saber que algo de lo que cuento en estas cartas puede ayudarte a pensar o a despertar tu curiosidad e interés ya me estimula para seguir buscando temas para compartir en los próximos envíos.
Dejo acá más información sobre los diferentes homenajes a Sandrini que habrá en estos días. Como te comenté, desde este jueves 10 y hasta el miércoles 16 podrá verse en el cine Gaumont Sandrini, el documental. Muchas de las imágenes de este envío son de la película.
En CINE.AR TV, todos los viernes de agosto, a las 20 horas, se emitirá un clásico protagonizado por Sandrini.
11 de agosto: Los tres berretines, de Enrique Susini.
18 de agosto: Peluquería de señoras, de Luis José Bayón Herrera.
25 de agosto: La casa de los millones, de Luis José Bayón Herrera.
También este mes, la plataforma CINE.AR PLAY publicará un carrusel que estará disponible durante todo agosto, con las siguientes películas (algunas son nombradas y elogiadas por Peña en este newsletter):
Cuando los duendes cazan perdices, de Luis Sandrini.
Don Quijote del altillo, de Manuel Romero.
El cañonero de Giles, de Manuel Romero.
La suerte llama tres veces, de Luis José Bayón Herrera.
Los tres berretines, de Enrique Susini.
Peluquería de señoras, de Luis José Bayón Herrera.
Secuestro sensacional, de Luis José Bayón Herrera.
El seductor, de Luis José Bayón Herrera.La casa grande, de Leo Fleider.
La culpa la tuvo el otro, de Lucas Demare
.Fantoche, de Román Viñoly Barreto.
Juan Globo, de Luis César Amadori.
La casa de los millones, de Luis José Bayón Herrera.
La danza de la fortuna, de Luis José Bayón Herrera.
Me voy despidiendo. Espero que estés bien, preparándote para votar el domingo.
No estamos viviendo el mejor de los tiempos y todos sabemos que tragedias como el asesinato de Morena pueden llevarnos a actuar emocionalmente. Recordemos siempre que hace cuarenta años que elegimos a nuestros representantes y gobernantes en democracia. Recordemos, también, lo importante que es elegir para esos cargos a personas que sepan respetar estos derechos que tanto nos costó recuperar.
Te recuerdo mi correo, es hpomeraniec@infobae.com.
Hasta la próxima semana.
*Para suscribirte a “Fui, vi y escribí” y a otros newsletters de Infobae, tenés que entrar acá.
Seguir leyendo: