Una ráfaga de luz se refleja fugazmente en la ventana y enciende el rostro hondo de Sandra (Eva Bianco), una mujer de pueblo que ya transita la mediana edad. Como en Breve historia del planeta verde, su película anterior, Santiago Loza recurre a un fenómeno proveniente del espacio exterior –la caída de un meteorito– para introducir una historia de amistad y de despedidas en la que lo extraordinario, en definitiva, no es sino el tiempo compartido con el otro. “Cuando uno tiene un vínculo con alguien siempre hay alguna situación fundacional o inolvidable que es lo que se recuerda”, le dice a Infobae Cultura.
Amigas en un camino de campo sigue el recorrido de Sandra y Tere (Anabella Bacigalupo) a lo largo de un día invernal en busca de la piedra que impactó en algún lugar de las sierras bonaerenses. El paseo está atravesado por la poesía de Roberta Iannamico, habitante de la zona y figura un tanto misteriosa en la película. Los poemas de la autora de El collar de fideos, recitados por los personajes o incorporados en la voz en off, no solo le dan relieve a la historia y al paisaje bellamente retratado por Eduardo Crespo. Algunos versos (“...lo frío / lo suave / lo pesado / las cosas que entran / en una mano / eso es lo que tengo / para armar un mundo”) también funcionan como un manifiesto poético de este director y dramaturgo acostumbrado a trabajar con las dimensiones tenues de lo cotidiano.
Producida por Gong Cine, la productora del realizador español Gonzalo García Pelayo, Amigas en un camino de campo fue filmada en Sierra de la Ventana bajo las restricciones que regían en la pandemia. Pero al margen de la música original que compuso Santiago Motorizado y los poemas de Iannamico, Loza no hubiese necesitado más que un núcleo fiel para armar este mundo.
Además del estreno en salas de la película, este fin de semana se presenta en la Feria de Editores su primer libro de poemas, 99 naturalezas muertas (Gog & Magog), un conjunto de piezas breves en las que intenta conjurar por otros medios la opacidad de las cosas.
–Se publica tu primer poemario y casi al mismo tiempo se estrena Amigas en un camino de campo, que tiene en su núcleo a la poesía. ¿Cuán implicados están estos dos trabajos?
–Diría que en parte es una casualidad, porque la película está demorada. Se hizo hace dos años cuando la realidad y el mundo eran otros. Pero se juntaron varias cosas a partir de un interés más constante por la poesía en los últimos años, desde que empecé a ir al taller de poesía de Laura Wittner y a ordenar más mis lecturas. El taller me permitió una revisión de mi propia escritura y un trabajo más minucioso con el lenguaje. Por otro lado, empecé a trabajar con textos más breves que no pretenden ningún tipo de productividad ni de eficacia, y algo de ese lenguaje anfibio me conmueve porque me recuerda cierto espíritu que en algún momento tenía el cine o el teatro independiente. La película surgió durante parte de ese proceso. La poesía de Roberta Iannamico era lo que a mí me gustaba, sobre todo su poema “Dantesco”, que estructura algo de lo que me importaba contar. A partir de ahí empezaron a confluir los caminos.
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–En su momento, el acercamiento al teatro se dio a partir de una crisis tuya con el cine. ¿Hubo algún tipo de agotamiento similar en este interés creciente por la poesía?
–Lo que pasó fue que después de haber viajado mucho en los últimos años por mis películas y algunas residencias de escritura, la pandemia me puso más quieto y pude conectarme con un deseo primitivo que siempre fue el de escribir. Yo no me siento muy director de cine ni muy dramaturgo, el deseo y el hábito los tengo ligados a la escritura y la lectura. Próximamente van a salir algunos libros escritos durante ese tiempo que no están en función de una posible puesta en escena o película.
Creo también que por mi curiosidad me suelo meter en muchos lugares distintos. Quizás este acercamiento a la poesía me estaba costando un poco por mi relación con el cine y por mi edad. Estoy en una etapa de la vida donde otros directores o directoras se han profesionalizado o trabajan para plataformas y mi camino ha sido como inverso, cada vez me siento más amateur. Me cuesta sostener los proyectos, llevarlos adelante, aunque por suerte cada tanto hay gente que me los produce o que se acerca a dar una mano. Aún estas producciones pequeñas cuesta llevarlas a cabo.
–Los poemas de 99 naturalezas muertas están propuestos como composiciones visuales. En muchos, sobresale el afán de capturar un instante. ¿Intentaste trasladar parte de esa búsqueda a la película?
–Hay algo de las imágenes que arman los textos del libro que a mí me atrae al momento de filmar algunos planos en los que no hay presencia humana. Siempre estoy recopilando los restos que quedan después de una escena, ciertos detalles y objetos que me dan mucho placer. En esta como en otras de mis películas, un arroyo, una piedra, una flor de cactus o incluso ciertos animales tienen a veces el mismo peso dramático que una figura humana. Esos planos que supuestamente son de otra visión me conmueven.
–¿Cómo fue que te planteaste hacer una película en la que este tipo de escenas, a través de la poesía de Iannamico, adquieren una dimensión mayor?
–En realidad se combinaron distintas cosas. Yo quería hacer una película sobre la amistad, siguiendo un interés que ya estaba en Breve historia del planeta verde con esta idea de la compañía y de las familias que se van armando en el camino. Era un momento donde no podía llevar adelante otros proyectos y a través de Gong se dio esta posibilidad de hacer una película en un formato acorde con el contexto pandémico, o sea con un equipo muy reducido en muy pocas semanas. Ahí sentí que tenía que trabajar con lo que conocía y con lo que podíamos resolver. Busqué cómplices muy cercanos como Edu Crespo en fotografía y las dos actrices principales, amigas que conozco hace tiempo y que tenía ganas de juntar.
Cuando empezamos a trabajar el guion con Lionel Braverman vimos algo en la poesía de Roberta que traía el mundo de ese espacio. Y ya cuando avanzábamos leí una nota de Fabián Casas sobre Roberta en la que contaba que iba a Sierra de la Ventana y no la visitaba, aunque sabía dónde queda su casa. Había algo de armar como este pequeño misterio en torno a una poeta que me parecía atractivo.
Después en el momento de filmar entendí que cada toma, o al menos ciertos movimientos, sonoridades y contemplaciones de la película, tenían que funcionar también como poemas. Filmamos hace dos años a finales de invierno en ese lugar tan particular que es como una puerta a la Patagonia. Había una luz ocre que para mí dialogaba con esos poemas y con ese mundo y también con estas mujeres, como si hubiese algo crepuscular y de película de despedida.
–Uno de los poemas (“Las cosas”), que se repite en la película, parece resumir en pocas líneas tu manera elemental de hacer cine. Casi podría funcionar como un manifiesto poético.
–Me parece que por defecto o por voluntad hago un cine simple, lo que no quiere decir que sea austero o pobre. Está conectado con una necesidad de abordar mis películas desde una absoluta sinceridad, ya sea desde ubicar la cámara a la altura de los ojos de los personajes. Hace unos años, alguien dijo en un paper que el mío era un cine imperfecto, y eso lejos de traumarme me halagó. Me gusta un cine con artefactos un poco rústicos, pero que tienen cierta emoción y franqueza.
–En Amigas en un camino de campo se advierte una búsqueda deliberada de la belleza ligada a esas imperfecciones.
–Sí, en este momento tan extraño en que se está hablando tanto de la inteligencia artificial, de cómo los relatos van a ser resueltos o estandarizados bajo una mirada hegemónica, no me queda otra que mostrar la vulnerabilidad. En ese sentido, la poesía aparece como una zona más precaria o más frágil que a mí me interesa, con menos certezas y menos resoluciones. También hay un estar que se asocia con la caminata, como si el movimiento del caminar fuese un gesto de abstracción que tienen estos personajes. Caminar, estar en compañía de otro y no mucho más, que eso sea todo.
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–Los contrapuntos entre las actrices tienen una marca teatral. ¿Es muy distinto cómo construís los personajes para tus películas?
–Yo en teatro trabajé bastante con monólogos, con lo cual se va develando de cierta manera la interioridad de los personajes. El cine, en cambio, tiene algo a favor en cuanto se abren espacios donde la palabra no llega. Ante la cámara, los rostros tienen cierto misterio y magnetismo. Denotan y detonan algo. Entonces por lo general busco tener muy en claro quiénes son esas personas que voy a filmar, hay algo de ellas que me tiene que enamorar. Me gustan las marcas que traen las personas con las que trabajo y que eso esté en la cámara, por eso no suele haber maquillaje. En el cine hay además un momento muy colaborativo. Durante el rodaje fuimos reformulando con las actrices algo de estos vínculos y de esa manera se iban apoderando de los personajes.
–Alguna vez dijiste que cada película tuya es una respuesta a la anterior. ¿Hubo algo de Breve historia del planeta verde que quisiste reformular en este caso?
–Amigas en un camino de campo dialoga un poco con esa otra historia en relación con los afectos que se eligen y lo mágico de esa situación. Quizás lo que hay es algo mucho más crepuscular, porque se trata de una película que habla de que estamos empezando a envejecer y de que eso no está tan mal. Este proceso que no tiene muy buena prensa a mí no me parece tan terrible, le veo su encanto. Breve historia… es claramente una película de juventud, de irreverencia y de festejo. Acá, en cambio, hay algo que se aplacó.
–Más allá de este envejecimiento, hay algo generacional que comparten ambas películas, tal vez reflejado en este caso en la poesía de Iannamico y la música de Santi Motorizado.
–Sí, no sé cuánto de todo eso es involuntario. Hay cierta iconografía y cierta música que tienen que ver con el gusto y con la despedida de una época. Me cuesta pensar en la nostalgia, pero sí creo que hay una añoranza de ciertas formas de pensar el hacer que tenía el cine en otros tiempos.
* Amigas en un camino de campo. Funciones en la Sala Leopoldo Lugones el jueves 3, viernes 4, sábado 5 y domingo 6 de agosto, a las 21. Martes 8, miércoles 9 y jueves 10 a las 18. En el Cine Gaumont desde el 10 agosto a las 14.15 y 20.15. Circuito chico: CCK, Museo del cine, Centro Cultural Recoleta. El Cairo (Rosario): Jueves 10, 20.30 hs., Vier. 11, 18 hs. y sáb. 12, 22.30 hs. Hugo del Carril (Córdoba): del jueves 31 de agosto al miércoles 6 de septiembre
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