Un 29 de julio de 1966, en una soleada mañana de viernes, Robert Allen Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, se estrelló -o se cayó- mientras manejaba su motocicleta Triumph por las rutas de Woodstock, Nueva York, cerca de donde vivía por entonces. O al menos, eso es lo que dice la historia oficial. Se trata del accidente de motocicleta más comentado de la historia de la cultura rock, y, sin embargo, como muchos acontecimientos y supuestos hechos que adornan la mitología dylaniana no se sabe a ciencia cierta si realmente ocurrió.
Como un héroe del folk estadounidense, leyenda y realidad se mezclan permanentemente en la biografía de Bob Dylan. Hay quien dice que se resbaló con una mancha de aceite, otros aseguran que el sol le nubló la visión y estampó su moto contra los árboles, también hay quien dice que en realidad tropezó y voló de la moto. Se dice que tuvo una conmoción cerebral, que se quebró la espalda, que se rompió el cuello, que su cara había quedado desfigurada y por eso se recluyó en el anonimato hasta recuperarse completamente. Otros afirman, sobre la base de la ausencia de pruebas, y a que, en su momento, apenas se publicó, el 3 de agosto, una escueta noticia en el New York Times, que nada de esto sucedió jamás.
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Previo al incidente, Dylan ya se sentía muy mal respecto de sus fans y del lugar que le habían dado dentro de la contracultura estadounidense, una cultura y una posición que no le agradaba particularmente. En esa especie de autobiografía, que es Crónicas, publicada en el año 2004, contó que durante la primera mitad de la década del 60, se compró un revólver y una escopeta por miedo a que “extremistas salvajes” y irrumpieran en su vivienda. “Yo quería prender fuego a esa gente”, llegó a decir Dylan respecto de los hippies, para quienes era un Ídolo y supuestamente su principal portavoz, pero que, según sus palabras, se trataba de una generación a la que no conocía y con la que no tenía nada que ver.
Sobre aquella convulsionada época, escribe Zimmerman: “El ambiente se volvió tenso, y la paz, difícil. Lo que había sido un plácido refugio dejó de serlo de pronto. Bandadas de gorrones peregrinaban desde California. Tontos del culo irrumpían en casa a todas horas de la noche. Al principio se trataba de nómadas sin techo que entraban ilegalmente. Se veían más bien inofensivos, pero luego empezaron a llegar radicales sin escrúpulos en busca del “Príncipe de la Protesta”: personajes de aspecto sospechoso, tipas que semejaban gárgolas, espantajos y vagabundos con ganas de fiesta que saqueaban la despensa”.
Una de las teorías más extendidas sobre lo que sucedió aquel día sobre las rutas del Woodstock es que, en realidad, no pasó nada demasiado memorable, sino que lo importante se desarrolló después, cuando Dylan decidió tomar una pausa para no volver nunca más a ser aquello que detestaba y que sentía que había sido puesto allí contra su voluntad. Lo cierto es que, como en un buen caso policial, no hay testigos del hecho, la policía del Estado de Nueva York no recibió ningún reporte, y Dylan no pisó ningún hospital, a pesar de que, según su lugarteniente y amigo Robbie Robertson, Bob usó una especie de férula para su cuello durante las próximas semanas.
De hecho, Selma Thaler, viuda del médico amigo de Dylan, Ed Thale contó que el de Minnesota fue llevado a su casa por quien entonces era su esposa, Sara Lownds, y, que como no quería tratar sus heridas en un hospital, el doctor le dejó quedarse en su casa durante un mes. Selma no recuerda haber visto ninguna herida notoria en el músico, aunque su marido le había dicho que tenía quebrado el cuello. Una posibilidad es que el choque se haya producido saliendo de la casa de Albert Grossman, por aquel entonces, su manager. Al parecer, Dylan era secundado por Sara, quien iba en su propio automóvil y llevó a su esposo inmediatamente a lo de Grossman tras el accidente. La esposa de Albert, Sally, contó que no notó “signos evidentes de lesiones” pero sí que Dylan estaba “quejándose y gimiendo”.
Es probable que sin el legendario “accidente de motocicleta”, Dylan no hubiera sobrevivido a la década de los 60 y no seguiría haciendo música hasta el día de hoy. Extenuado por giras interminables que condujeron a una creciente adicción a las anfetaminas y un ritmo de composición y grabación demencial -sólo entre 1965 y 1966 publicó tres álbumes, considerados por muchos como su cumbre creativa y discos fundamentales de la música popular del siglo XX: Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde-, había muchas posibilidades que terminase como James Dean o alguno de sus idolos muy pronto. De hecho, apenas tres años después, la década del 60 se cobraría sus tres mártires más famosos: Janis Joplin, Jim Morrison y Brian Jones.
Dylan decidió recluirse durante los meses siguientes y frenó con las publicaciones hasta diciembre de 1967, cuando regresó con John Wesley Harding, un disco mucho más sosegado y con un tono totalmente diferente a la explosión colorida de Blonde on Blonde. Con un tono sepia ya desde la portada, con sonidos marcadamente country y de blues rural, y con referencias religiosas -I Dreamed I Saw St. Agustine, The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest- y uno de sus mayores éxitos -el apocalíptico All Along The Watchtower, popularizado poco después por la guitarra de Jimi Hendrix-, se trata de un gran disco, una más de las tantas transformaciones de alguien que, visto en retrospectiva, nunca dejó de mutar.
Dylan parecía querer ser una persona nueva y esto se notaba en su sonido, los discos que lo siguieron, Nashville Skyline y Self Portrait, se alejaron aún más de su personaje como “portavoz de una generación”. De hecho, ya no tomaría nunca más posición pública sobre causas políticas, salvo cuando, el 9 de mayo de 1974, ostensiblemente alcoholizado, actuó en el Madison Square Garden de Nueva York en un concierto benéfico por las víctimas del golpe de Estado contra Salvador Allende del 11 de septiembre de 1973. Ya no quería ser un icono cultural, pero tampoco estaba dispuesto a dejar de hacer música.
Su nueva piel era la de un cantante country and western, alguien que se sentía más cómodo grabando con gente como Johnny Cash o sus eternos compinches de The Band antes que con las estrellas de rock del momento. Dejó de salir de gira por ocho años, ya que recién volvería a salir a la carretera en 1974 con The Band y al año siguiente en la Rolling Thunder Revue junto a gente como Joan Báez, Roger McGuinn, Ramblin’ Jack Elliott, T Bone Burnett o Mick Ronson. Durante el período de su recuperación -o reclusión voluntaria- grabó las míticas Basement Tapes junto a The Band, que recién serían publicadas, parcialmente, en 1975, y completas en 2014. Hoy, estas cintas se consideran grabaciones fundamentales para la música de raíces estadounidense e influenciaron sobremanera a varias generaciones de músicos.
Si el accidente de moto, sucedió de hecho o no, no es, a estas alturas, realmente importante. En la vida de Dylan, muchas veces no se sabe qué es verdad o ficción, mito o realidad. Sus fanáticos podemos entretenernos horas y horas debatiendo sobre si determinada declaración tiene sustento o si otros dichos de tiempo después, diametralmente opuestos, son los reales. Robert Zimmerman es alguien que se inventó a sí mismo desde el día uno, erigiéndose en una de las figuras culturales más relevantes del siglo XX.
En el camino, fue un héroe de la protesta y las causas justas, un poeta beat, un rockstar de campera de cuero, un cowboy del sur estadounidense, el dueño de un circo itinerante, un gitano incansable sin lugar propio, un profeta que alertaba sobre el final de los tiempos y el retorno inminente de Jesucristo, un cantante de voz cavernosa y de mirada de bluesman, de esos que con los ojos te dicen “yo sé algo que vos no sabes”. Quizás, Dylan prefirió no terminar como James Dean y llegar a ser todas esas cosas a lo largo de su vida, y para eso, necesitó convertirse en Howard Hughes por un tiempo.
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