El filósofo y antropólogo francés Marc Augé, autor de importantes investigaciones etnográficas y realizador de contribuciones valiosas como el concepto de los “no lugares”, aquellos espacios en los que el ciudadano contemporáneo cada vez pasa más tiempo y en el que pese a su circulación masiva muchos perciben una desconocida soledad, falleció hoy a los 87 años.
Augé (1935) murió en Poitiers, ciudad que lo vio nacer, aunque vivió el resto de su vida en París. Se formó como doctor en Letras y Ciencias Humanas y contribuyó tanto al desarrollo de disciplinas africanistas como a la elaboración de una antropología de los mundos contemporáneos, con el foco en la vida cotidiana y la modernidad.
Además, el filósofo francés fue director de la renombrada institución École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (Ehess). Como etnólogo, dejó un legado de obras como Las pequeñas alegrías o Tiempo sin edad. La vejez no existe.
Su gran capacidad de zambullirse en el conocimiento humano, llevó a Augé a reflexionar sobre la confianza, el poder de las imágenes y sobre la creatividad de imaginar otros mundos posibles. En ese sentido, escribió Confiar en uno mismo, confiar en el otro, confiar en el futuro, El poder de las imágenes, Otro mundo es posible, Entonces, ¿quién es el otro? y Compartiendo la condición humana. Un manual para nuestro presente.
Visitante recurrente de la geografía argentina, Augé estuvo en Buenos Aires en el 2012 para dar una charla en el Centro Cultural Borges y presentar su libro Futuro. Regresó en 2016 cuando fue invitado por el Sistema Federal de Medios de la Nación y el Centro Franco Argentino para participar con dos ponencias en La Noche de la Filosofía que tuvo lugar en Centro Cultural Kirchner.
En esa visita por el país, también presentó otra charla en la Alianza Francesa sobre sus últimos libros publicados: El antropólogo y el mundo global y ¿Qué pasó con la confianza en el futuro.
El autor, conocido por su obra Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología sobre la modernidad (1993), se ubica como una figura protagónica del pensamiento galo que se ha dedicado en las últimas décadas a registrar las mutaciones de la cotidianeidad en distintas sociedades, apoyado en un heterodoxo trabajo de campo que incluyó la convivencia con tribus de África y América, así como textos dedicados a revisar emblemas de la megalópolis capitalistas como Disneylandia o la red subterránea de París.
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En diálogo con Télam en 2016, fue consultado sobre el impacto en la comunicación que tienen los dispositivos actuales, que habilitan una conexión permanente e ilimitada. “Esa es una de las grandes paradojas del presente: tenemos la posibilidad de una conexión ilimitada y las herramientas de las que disponemos al respecto son extraordinariamente potentes, pero a la vez la relación cara a cara tiende a desaparecer y con ella todo un repertorio de intercambio profundo. En este contexto de circulación de imágenes, donde además resulta crucial la relación con el otro para construir nuestra identidad, hay un trasfondo de soledad muy fuerte”, respondió el pensador.
Para el intelectual francés, “el Espacio y el Tiempo son las dos dimensiones simbólicas necesarias para pensar la vida humana”. Sin embargo, en una entrevista con Clarín en 2012, señaló: “Pero hoy hay muchos tiempos-muertos: los desempleos y los contratos de breve duración son algunas de las muchas formas del tiempo muerto. Lo interesante es buscar a los Amos del Tiempo Muerto. Quien canta ‘Tiempo Muerto’, quien decide el desempleo o los contratos, distribuye las clases sociales”.
En sintonía con las reflexiones sobre el tiempo, Augé dijo a Télam: “El problema para abordar el futuro está relacionado con que vivimos inmersos en una ideología del presente disparada por lo que decía al principio a propósito del estatuto de repetición de las imágenes y los mensajes que se difunden a través de los medios. Estamos falsamente informados, atravesados cada vez más por noticias fragmentarias que nos inducen a tener una visión general del mundo”.
Por otro lado, señaló: “Estamos inmersos en un mundo donde la identidad no puede ser aislada: cada identidad individual se construye en relación con los otros, con la alteridad tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Debemos recuperar esa dimensión histórica y social que se asocia al porvenir”.
Entre sus libros, que son y serán de gran influencia, se encuentran “El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro” (1986), “Las formas del olvido” (1998), “El viajero subterráneo veinte años después”(2008), “Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología de la Sobremodernidad” (1993), “El tiempo en ruinas” (2003), “Por una antropología de la movilidad” (2007), “La comunidad ilusoria, Elogio de la bicicleta” (2009) y “El viaje imposible: el turismo y sus imágenes” (2009).
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