5.
Las lecturas de una frase pueden variar según la época, según su contexto. “El sueño de la razón produce monstruos” -la obra del genial Goya en la que se ve a un hombre dormido sobre un escritorio mientras seres voladores, animales, pájaros, murciélagos lo acechan- se atribuía, en la época del pintor, a que la falta de razón (su sueño, su descanso) podían engendrar monstruos fantásticos, peligrosos para la sociedad. Podría convocarse desde su lugar opuesto, pasados tantos siglos desde que el aguafuerte se pintó en 1797. Habiendo atravesado la modernidad y su ideal de progreso infinito (el sueño de la razón), hoy se podría decir que el sueño del positivismo científico como una locomotora de la historia es el que ha producido los monstruos más monstruosos. Que esas locomotoras impulsaban los trenes que llevaban millones de cadáveres vivos a Auschwitz, que esa ciencia infinita prohijó Hiroshima y Nagasaki, genocidios instantáneos cada vez.
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4.
Esto no quiere decir que los utopistas del positivismo hayan sido conscientes de que al progreso de la locomotora se le debía contraponer el desarrollo de su freno. Walter Benjamin lo dice así en sus paralipómenos y variantes de las Tesis sobre el concepto de historia: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero quizá las cosas sean bastante distintas. Quizá las revoluciones sean un intento de los pasajeros de ese tren –a saber, la raza humana– de activar el freno de emergencia”. Estos días, con las temperaturas más altas del siglo y olas de calor desmesurado en distintas geografías del planeta, vuelve esa imagen de la razón científica que no supo detener la carrera trágica de ese tren antes de que llegue a destino. Y ya sabemos que algunos choques serán irreversibles. Aun cuando existan grupos irracionalistas (ah, las dos caras de la misma moneda) que niegan el calentamiento global.
3.
El doctor Victor Frankenstein no quería hacer el mal, todo lo contrario. Pero toda la planificación salió mal. Su objetivo no era crear un monstruo, sino descubrir los secretos de la vida y la muerte y contribuir al progreso de la ciencia. Así describe Mary Shelley cómo imaginaba el doctor Frankenstein los fines de sus experimentos con la electricidad y los miembros reconstituidos de cadáveres: “La vida y la muerte me parecieron límites ideales, que primero debía romper por medio de un trabajo arduo y paciente. Me entregué con el mayor entusiasmo a la búsqueda del secreto de la vida. Un nuevo tipo se elevaría, bendiciéndome como a su creador y fuente; muchos seres felices y excelentes deberían su existencia a mí. Ningún padre podría reclamar los derechos o cumplir los deberes que yo tendría con ellos. Perseguir la naturaleza hasta sus escondites más recónditos era mi único y mi más ferviente deseo”.
Frankenstein, la criatura, tampoco era malvada a priori. Era el producto de la ciencia. La desolación de un ser cuyo aspecto monstruoso produce rechazo pavoroso a su creador e incluso luego entre quienes ha intentado ayudar, permiten que se despliegue ese camino homicida del monstruo. Le reste est littérature.
2.
La gran película Oppenheimer es la biopic de Christopher Nolan sobre Robert Oppenheimer, el hombre que dirigió el Proyecto Manhattan y allí reunió a las mejores mentes científicas de la primera mitad del siglo XX, para desarrollar una bomba atómica al mismo tiempo que la Segunda Guerra Mundial desangraba al mundo. Oppenheimer era un físico teórico, él mismo reconocía que no podría haber manejado una hamburguesería. En sus cálculos y meditaciones se encontraba la fisión del átomo que produciría una reacción en cadena y una explosión como no se vería en toda la historia de la humanidad. Era ciencia: el objetivo, decían, era mostrar tal poder de destrucción que acabara con la pretensión de establecer nunca más ninguna guerra. ¿Pero la ciencia no avanzaba hacia la construcción de un poder de destrucción superior a aquel?
La bomba, que fue probada en Nuevo México frente a la ciudad científica secreta de Los Alamos, días después fue lanzada desde el avión de guerra estadounidense Enola Gay sobre Hiroshima (Hitler se había suicidado, los alemanes se habían rendido, los japoneses insistían en nombre del Emperador). Setenta mil personas murieron de una vez y para siempre, quemándose sus cuerpos en el calor atómico. Luego Nagasaki, cincuenta mil personas esta vez. Las manos de la ciencia estaban una vez más manchadas con sangre. No había habido freno. No se acabó la carrera militar.
1.
No resulta paradójico que la creatividad japonesa respondiera con sus propias armas y que la respuesta fuera un monstruo. Godzilla, creado por cineastas japoneses en 1954, combina en su nombre las palabras para gorila y ballena, que reflejan el aspecto y el origen del monstruo. Se considera a Godzilla como una fuerza de la naturaleza que reacciona ante las acciones humanas, ya sea como amenaza o protector. Las alusiones empiezan con la escena inicial: en medio del Pacífico, la tripulación de un pequeño carguero es cegada por la aparición de una misteriosa luz –el primer ataque de Godzilla– que hace hervir las aguas del océano, provocando el estallido en llamas de la embarcación y la muerte de todos a bordo. El rugido de Godzilla está basado en el ruido descripto por los sobrevivientes de la bomba atómica al momento de la explosión.
0.
No se exagera si se dice que estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial. La intervención directa de la OTAN, luego de la invasión de la Rusia del autócrata Putin a Ucrania, ha desatado una infinidad de acontecimientos que tienden a ese desenlace. La última reunión de la OTAN ratificó su objetivo de intervenir con más armamento, y a la vez incrementar los presupuestos de todos los países miembros. Los últimos movimientos de guerra -guarniciones polacas apostándose en la frontera con Bielorrusia-, permiten ver la ampliación internacional del conflicto. Una vez más, corresponderá a los pueblos tomar en sus manos la puesta en marcha del freno de emergencia, antes de que una nueva colisión fatal se consume.
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