Demonios, dragones y un escape de la muerte: el viaje de Cortázar y Dunlop por la “cosmopista”

Se cumplen 40 de un libro extraño en la obra del escritor: “Los autonautas de la cosmopista”, el registro de una “expedición” con su esposa Carol y poco antes de morir, según Cristina Peri Rossi, de Sida

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Julio Cortázar y Carol Dunlop en su expedición por la “cosmopista” francesa
Julio Cortázar y Carol Dunlop en su expedición por la “cosmopista” francesa

Sabían, en el fondo lo sabían, los dos, Julio Cortázar y Carol Dinlop, el Lobo y la Osita, que el tiempo se les deshacía, que quedaba poco, que se estaba haciendo tarde. Entonces planearon un viaje. A diferencia de los que habían hecho, que tenían un carácter militante, como Nicaragua, Polonia o Chile, este era otra cosa. Entonces apareció la idea, luego el plan, finalmente la experiencia. Juntos, a bordo de una combi roja apodada Fafner, como el dragón, transitarían la Autopista del Sur (“sin salir ni una sola vez de la autopista”) desde París a Marsella, “explorando cada uno de los paraderos, a razón de dos por día, pasando siempre la noche en el segundo”. El objetivo era “efectuar relevamientos científicos”, redactar “observaciones pertinentes” y “escribir el libro de la expedición”. De lo vivido esos treinta y tres días se publicó en 1983, un año después de la muerte de Dunlop y un año antes de la de Cortázar, Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París Marsella.

Cortázar y Dunlop, cuenta Miguel Herráez en Julio Cortázar: una biografía revisada, se conocieron en 1977, en Montreal, en un encuentro internacional de escritores. Ella escribía, también era fotógrafa. Había nacido en Quincy, Massachusetts, el 2 de abril de 1946. Se había casado en 1967 con el escritor canadiense François Hébert, con quien tuvo un hijo al año siguiente, y se mudaron a Montreal. El matrimonio duró poco más de cinco años. Para 1977, Dunlop vivía con el poeta Michel Beaulieu. Cortázar, por su parte, estaba en pareja con la escritora lituana Ugné Karvelis, quien era además su agente literaria. Ya había escrito sus mejores obras: Bestiario, Final del juego, Todos los fuegos el fuego y, por supuesto, Rayuela. Cortázar tenía 63 años y Dunlop 31. Intercambiaron, apenas, algunas palabras y una idea secreta, lejana, quizás demasiado, quizás en otra vida, de volverse a ver. Y se vieron, claro, al año siguiente, en París. Y se casaron.

"Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París Marsella" (1983) de Julio Cortázar y Carol Dunlop
"Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París Marsella" (1983) de Julio Cortázar y Carol Dunlop

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El libro es una curiosidad en sí misma. Empieza con lo que podríamos llamar un “mangazo”: una carta al Director de la Sociedad de las Autopistas para que los autorice a permanecer en la ruta indefinidamente, ya que por ley no se podía estar más de dos días. No reciben repuesta. La carta forma parte del capítulo primero, los “Prolegómenos”, para luego sí, a partir de la página 51, iniciar “La expedición”. Cada día tiene un “Diario de ruta” con información meramente descriptiva: “Desayuno: jugo de naranja, magdalenas, dulces de higo, café”; “Hermoso parking arbolado. Hay un gran prado, flores, hierbas altas, y en la extremidad encontramos una pequeña playa. No bañarse, sospechamos que hay cocodrilos”; ”Molino de viento a la derecha”; “Por la noche comienza una invasión despiadada de hormigas feroces. Nos invaden completamente”; “Resistimos mientras la tempestad ruge en la noche. Granizo, relámpagos, truenos, lluvia diluviana, no falta nada”.

Mientras tanto, aparecen chispazos de la Guerra de Malvinas, que se estaba desarrollando en ese mismo momento, donde “los ingleses y los argentinos se matan cada vez más salvajemente, según la radio”. El nombre del libro aparece enseguida: “Cosmonautas de la autopista, a la manera de los viajeros interplanetarios que observan de lejos el rápido envejecimiento de aquellos que siguen sometidos a las leyes del tiempo terrestre, ¿qué vamos a descubrir al entrar en un ritmo de camellos después de tantos viajes en avión, metro tren? (...) Autonautas en la cosmopista, dice Julio. El otro camino, que sin embargo es el mismo”. La ilustración juega un rol central: hay dibujos de los paraderos y una excelente colección de fotos que muestra a los protagonistas —de este viaje es la famosa imagen de Cortázar con un cono en la cabeza—, los paisajes, detalles extraños, tranquilidad y una sensación de escape, de huida, de escondite. ¿Y de quiénes se escondían estos autores, de qué?

Fafner, el dragón rojo que llevó a Cortázar y Dunlop de viaje
Fafner, el dragón rojo que llevó a Cortázar y Dunlop de viaje

Una figura recurrente es la del demonio. En plural: los demonios. No queda claro qué son pero su evocación sugiere una metáfora. Pero, ¿metáfora de qué? Ambos autores estaban enfermos. Según Miguel Herráez, Dunlop murió de “insuficiencia de la médula ósea”, producto de la “aplasia medular”, y Cortázar de leucemia. Pero Cristina Peri Rossi, quien fue muy amiga de la pareja, publicó en el año 2014 una biografía entre diario, poemario y breves narraciones, Julio Cortázar y Cris, donde asegura que sus amigos murieron de Sida, virus que él habría contraído durante una transfusión de sangre en mal estado en el sur de Francia. No hay forma de acreditar su veracidad, al menos por ahora. Pero más allá del nombre, esos demonios existían. “Probar que podíamos llevar a cabo ese viaje era probarnos que teníamos armas contra lo tenebroso”, escriben. Y más adelante: “No diremos nada del botiquín farmacéutico”.

Son “lamentables tiempos pálidos y raquíticos”. La frase parece una crítica a la época —se lee más adelante: un “siglo de velocidad obligatoria”— pero también habla de los protagonistas, del contexto interno, incluso secreto, que atravesaban: los demonios. Y así emprenden el viaje, “tristes y dichosos”. Lo que buscan, lo que encuentran, es “la soledad sonora, el silencio que es de oro, y la descansada vida del que huye del mundanal ruido”. Para Herráez, “no hay mejor testimonio del amor que mostrará el escritor por Carol que el posfacio de Los autonautas de la cosmopista”. Ya llegaremos ahí. El libro deja varias hipótesis: 1, que la experiencia es intransferible a la escritura, y si lo es, será parcial, caprichosa, tardía (“los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra”); 2, que toda narración es un juego lúdico destinado a volver más soportable la realidad; 3, que la vida siempre está en fuga y la escritura es una forma de atraparla, al menos por un rato.

Esta foto de Cortázar, tomada por Dunlop, forma parte del libro
Esta foto de Cortázar, tomada por Dunlop, forma parte del libro

“Apenas terminada la expedición, volvimos a nuestra vida militante”, se lee en el último apartado de Los autonautas de la cosmopista. De aquel viaje, de aquellos “treinta y tres maravillosos días”, ambos, Cortázar y Dunlop, partieron a Nicaragua, por entonces gobernaba por el Frente Sandinista luego de derrocar a la dictadura de Somoza en 1979. “Carol reanudó allí su trabajo de fotógrafa mientras yo escribía artículos para mostrar en todos los horizontes posibles la verdad y la grandeza de la lucha de ese pequeño pueblo”. “Post-scriptum, diciembre de 1982″ se titula este último texto, el que cierra el libro y que, como se ve, fue escrito por Cortázar en soledad. “Allí la Osita empezó a declinar víctima de un mal que creíamos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso”.

Volvieron a París y fueron los últimos dos meses juntos. “La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas”, escribe Cortázar con una tristeza que nunca es completamente negra. Hay un recuerdo hermoso que persiste, que resiste, que se niega a morir, y hay una narración que lo mantiene vivo. “A ella le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto a la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista”.

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