Mrs. Maisel: una obra maestra feminista, ambiciosa y pura luz

La serie sobre una actriz cómica que hace su camino en la Nueva York de mediados del siglo XX, es una comedia luminosa que enaltece el nivel de producción en la tercera era dorada de la televisión

Tras ganar tres Globos de Oro y 19 Emmys, la quinta y última temporada de The Marvelous Mrs. Maisel, la obra maestra de Amy Sherman-Palladino sobre una cómica genial que intenta profesionalizarse en la Nueva York de mediados de siglo, ha acabado de demostrar que otra televisión es posible. Y necesaria.

Una televisión creada y protagonizada por mujeres que, al tiempo que rebobina la historia del medio para recordarnos su tradicional eclipse, reivindica su poder actual. Una televisión muy ambiciosa, formalmente y con una extrema libertad en sus estilos, géneros y estructuras. Una televisión de comedia luminosa y no de énfasis en el cinismo y la oscuridad.

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El argumento parece sencillo. Una joven madre se separa de su marido infiel y encuentra en el arte del humor una vía de futuro, gracias a la fe de una agente, Susie Myerson, a quien conoce en Gaslight, un bar que acoge actuaciones de stand up comedy. Ambas conforman a partir de entonces, como ha dicho la escritora española Laura Fernández, “una suerte de Don Quijote y Sancho Panza en femenino”. Pero la historia en verdad es compleja, porque son mujeres y ese mundo es un monopolio de los hombres.

El trasfondo real es evidente. La serie se inspira en artistas de la época como Joan Rivers y Totie Fields, y en ella aparecen comediantes históricos como el entrañable Lenny Bruce y Bob Newhart (e incluso hace un cameo virtual Philip Roth, con quien Midge está a punto de casarse). Pero sobre todo está hablando del siglo XXI. De esa generación de show runners a la que pertenece Sherman-Palladino, junto con Lena Dunham, Jenji Kohan o Jill Solloway, y que Joy Press ha llamado las nuevas Dueñas del show.

Tráiler oficial de la quinta temporada de "The Marvelous Mrs. Maisel"

De The Sopranos a Deadwood o Breaking Bad, la tercera edad de oro de la televisión explotó en el cambio de siglo con estrellas masculinas a uno y otro lado de la pantalla y mantuvo ese predominio hasta mediados de la década pasada. Cuando Reed Morano, en 2017, ganó el Emmy a mejor directora por un capítulo de The Handmaid’s Tale, hacía veintidós años que no lo recibía una mujer. Existen maestras, como Susan Harris, la creadora de The Golden Girls, que ganó el galardón a la mejor comedia en 1987. Pero Sherman-Palladino y sus compañeras no lo tuvieron fácil para resucitar su legado.

Y ese esfuerzo –que por momentos recuerda al mito de Sísifo– lo sufre Midge Maisel en las cinco temporadas de la serie. Su carrera es una montaña rusa con más depresiones que ascensos. En la temporada final, como ocurre a menudo, la obra se vuelve retrospectiva. Pero, en una triple pirueta mortal, además, también se vuelve autoconsciente y se proyecta hacia el futuro. La autoconsciencia nos lleva a las entrañas del propio medio en el que se ha creado el mundo narrativo.

Como ya hizo, también de un modo excelente, pero con acento pesadillesco, WandaVision, la serie de Amazon Prime Video reconstruye ahora la producción de programas clásicos de la televisión estadounidense. Pero si la serie de superhéroes lo hacía desde el punto de vista del espectador, convirtiendo a Wanda Maximoff y a Visión en los protagonistas de diversas comedias en blanco y negro y en color, Mrs Maisel lo hace desde la perspectiva opuesta, la de la producción. Y nos mete en la sala de guionistas, los despachos de producción y dirección y el plató de la emisión en directo de The Gordon Ford Show.

Rachel Brosnahan es la protagonista de "The Marvelous Mrs Maisel" (Foto: Prime Video)

Si la comedia ha sido profundamente espacial desde el episodio piloto, siempre en tensión entre los ámbitos domésticos y familiares de la protagonista y los escenarios precarios y glamourosos en los que actúa, desde fiestas privadas o cabarets hasta hoteles de Las Vegas, en su quinta temporada se construye con tesón el escenario consagratorio. Tenemos que conocer hasta el último detalle de cómo funciona la cocina de la tele para que nos sacuda el sistema nervioso entero ese capítulo final, uno de los mejores de la historia de la televisión (en la que difícilmente las obras de arte concluyen como merecen).

Cuando de pronto sobreviene el silencio y vemos el icónico micrófono, esa oportunidad de tomar el altavoz, todos los espacios teatrales de toda la serie convergen en el plató, todas las actuaciones que hemos visto desde aquella primera vez en la que, al borde de un ataque de nervios, improvisó en el Gaslight. Pero también lo hacen los espacios domésticos, porque en el público están su exmarido y sus suegros y, sobre todo, sus padres, que por primera vez la reconocen como lo que es: una gran artista.

La confesión del padre, cuando reconoce su ceguera ante el descomunal talento de Midge, y ese silencio en el que ella toma la decisión más importante de su vida, son los clímaxs de un episodio final redondo, en que se refuerza la idea del matrimonio profesional de las dos amigas y socias, quienes después de tantas penurias acaban en el cielo de la consagración.

"The Marvelous Mrs. Maisel" está creada por Amy Sherman-Palladino (Foto: Amazon Prime Video vía AP)

Ya en el epílogo de los créditos, la serie evoca las arquitecturas que la han protagonizado tanto como los personajes. Gracias a esa sucesión de topografías vacías, recordamos capítulos magistrales como “We are going to the Catskills!”, el de las vacaciones de verano en el micromundo judío; y multitud de escenas que han ocurrido en Nueva York, la ciudad maníaca que la serie celebra una y otra vez.

En su actuación final, el arte de Midge llega a su máximo esplendor. En esa libreta en la que anota y trabaja sus chistes, que se han perfeccionado tras unos meses como guionista del show, esboza un espectáculo perfecto en el que, como siempre, su materia prima es la vida. Su humor confesional, o autoficción, qué tantos disgustos le ha causado, al fin es aceptado por sus seres queridos, que lo alimentan desde el episodio piloto.

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Fue la desaparición de esos monólogos geniales, a los que nos malacostumbramos durante las dos primeras temporadas, lo que hizo que nos costara superar las dos siguientes, cuando la comedia pasa de un personaje central que hacía magia al menos una vez por entrega a una constelación de personajes menos magnéticos, pero igualmente abrazables. Pero al fin entendemos que era importante que todos ellos existieran plenamente para que Midge también pudiera ser en plenitud. Y obtener, al fin, los aplausos que dan sentido a su arte y parcialmente lo constituyen.

La actriz Alex Borstein interpreta a Susie Myerson, mánager de Midge (Foto: Prime Video)

La coreografía constante de vestuario y movimiento de cuerpos y máquinas llega a su máxima expresión en esta temporada, con una fiesta de compañeros de trabajo en una pista de patinaje y los delirantes bailes y representaciones de una feria profesional.

Incluso cuando las vidas se Midge y Susie estaban estancadas, todo se movía a su alrededor. La ciudad seguía viva, deslizando sus engranajes, abriendo lentamente sus oportunidades. No es la ciudad del amor, porque Midge sigue enamorada de Joel, pero sobre todo se enamora de la comedia y de su socia; no es el Nueva York de la mezcla de culturas, porque la serie se mantiene fiel a su naturaleza judía y subraya el fracaso de la comunicación con la comunidad italiana o china; es la metrópolis del desarrollo profesional, del show business, de la mutación de los privilegios y del espectáculo que debe continuar.

Aunque ocurre en la misma época que Mad Men, es su reverso dinámico y de género. Susie y Midge acaban siendo millonarias. Esta, malamadre, vive para trabajar y brillar; aquella, lesbiana, vive para trabajar por los artistas que representa. Pero el lujo y el derroche se encuentran en todos los capítulos, incluso cuando pasaban penurias, porque la serie ha sido pretenciosa en el mejor sentido de la palabra. Se ha gustado a sí misma como gran producción y ha puesto los recursos al servicio del deslumbramiento y la belleza.

Rachel Brosnahan en el estreno de la quinta temporada de "The Marvelous Mrs. Maisel", abril de 2023 en Nueva York (Foto: Charles Sykes/Invision/AP, archivo)

Esa ambición se contagia a las estructuras temporales. Si en algunos capítulos de la temporada final de otra obra maestra, Better call Saul, los saltos eran manieristas y se volvían cansinos, en La maravillosa Mrs Maisel son siempre pertinentes. Nos permiten conocer el futuro de los desatendidos hijos de Miriam y de Joel. Y la destrucción y la reconstrucción de su relación con Susie. De ese modo, el capítulo final puede centrarse en ese momento de los años 60 en que todo cambió. Y en el flashforward con el que concluye nuestra relación de seis años con esa pareja dorada.

Si en las otras series que han triunfado en los premios Emmy de los últimos años, como Veep o Succession, hay cinismo y tiniebla, en Mrs Maisel (como en Ted Lasso) impera la luz. No exagero al decir que, cuando con sus chistes Midge Maisel iluminaba cafés de mala muerte y grandes teatros, la cara de la actriz Rachel Brosnahan también proyectaba un rayo catódico de buena onda o de buena vibra en nuestros sofás. Como ella, tras todo un día de trabajo y familia, nosotros también llegábamos cansados a ese momento nocturno. Y necesitábamos nuestra dosis de autoironía y humor.

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