Franco Luciani regresa con Frutos De Mi País, su primer álbum de folklore en poco más de un lustro. Se trata de una colección de danzas clásicas del centro y el noroeste de la Argentina interpretadas magistralmente por el virtuoso armoniquista, quien se presentará con su banda este sábado 15 en el Xirgu Espacio UNTREF de Buenos Aires y el sábado 22 en Galpón 11, de Rosario. “Estoy extendiendo un poco el festejo por mis 20 años de carrera”, comenta en una charla con Infobae Cultura en la que rememora un camino musical dos décadas, donde atravesó todos los géneros musicales y tocó con los más grandes, desde Fito Páez hasta Mercedes Sosa.
—¿Cómo fue la elección de las canciones para este nuevo disco?
—Hacía bastante que tenía ganas de grabar un álbum más criollo y tradicional, que es un repertorio que estuvo siempre en mi carrera. Incluso tiene algunas reminiscencias de mi primer disco, Armusa. Hice la selección de una manera bastante desprejuiciada, pero buscando que sean danzas. Hay temas de distintas épocas, zambas antiguas como “En Sombras Tú/Canta Zamba” y “Juntito al Fogón”, u obras de Raúl Carnota que ya son clásicas, pero más contemporáneas. Aunque predominan la chacarera y el gato, también quise incluir un bailecito y un escondido, además de algunas composiciones mías, como “Gatónica” y “Brasitas”, que escribí con Oscar “Chicho” Décima. Muchas de esas canciones las venía tocando hace tiempo con mi cuarteto, pero nunca las había grabado, como “Chacarera del Polear” y “Esquina al Campo”.
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—¿Cuál es el secreto para que estas composiciones tan populares, que han sido interpretadas tantas veces, suenen frescas y actuales, sin alejarse demasiado de la tradición?
—Si bien uno intenta respetar el lenguaje, hoy no se toca como se hacía antes. Yo busco que sea la improvisación la que les dé frescura, aunque para este álbum estuve más atento a las melodías originales. Por ahí en otros proyectos tocaba la melodía una vez y después me largaba a improvisar. En este caso traté de que haya un equilibrio entre esa libertad para interpretar y mantenerme fiel a la estructura básica de las canciones. Las danzas tienen una forma delimitada que nos permitió grabarlas en vivo en el estudio. Mi disco anterior, Tango Improvisado, con el maestro José Colángelo, lo hicimos un poco de la misma manera.
—Tus discografía oscila entre el tango y el folklore. ¿Crees que existe una conexión entre ambos?
—El tango y el folklore son mi columna vertebral. Está clarísimo que son dos lenguajes diferentes. Es más, si somos justos, hay que decir que dentro del concepto de folklore también estamos encerrando idiosincrasias muy diferentes, porque el lenguaje de la música del litoral y la del noroeste son distintos. Dentro de cada género hay distintas vertientes y dentro de cada etiqueta hay mucha variedad y muchos paisajes, porque la música son paisajes.
Igualmente, la conexión entre el tango y el folklore existe bajo el concepto del cantor nacional, que lo inauguró Carlos Gardel, que aunque sin dudas se terminó convirtiendo en la voz del tango, nunca dejó de grabar zambas y otros estilos que podemos enmarcar dentro de lo que podemos llamar música popular argentina, géneros que pertenecen a un territorio que posiblemente a nivel musical estuvieron definidos mucho antes que los límites del Estado-nación. Yo siempre me vi reflejado en esa concepción del cantor nacional, pero con mi armónica.
—Sos de Rosario... Y las grandes ciudades suelen tener un paisaje musical urbano, como en el caso del tango. Otros músicos de folklore, en cambio, vienen de otras provincias, incluso de zonas quizás más rurales ¿Cómo llegaste a esta música?
—Rosario definitivamente es una ciudad más tanguera y rockera, pero como gran urbe, también ha recibido mucho. Grandes folkloristas, incluso Atahualpa Yupanqui, que han pasado y vivido en Rosario y la han nutrido en su camino desde las provincias del norte hacia Buenos Aires. Yo tuve la suerte de que mi viejo era un fanático de la música y aunque escuchaba más rock y jazz, era muy abierto, así que me crié escuchando de todo. A ninguno de mis hermanos el folklore les tocó como a mí. A los cuatro o cinco años tocaba un pequeño bombo de madera terciada, símil legüero, que había sido un souvenir, sobre grabaciones de Los Arroyeños de la época de “Que Se Vengan Los Chicos” y de Don Sixto Palavecino y el Coro de Niños Quichua-Castellano, que eran vidalas y gatos cantados en quechua. Como mi papá vio que me gustaba esa música, me compró esos cassettes. Vivía en mi propio mundo.
—Ese bombo que tocabas de chico te llevó a estudiar percusión. ¿Cómo pasaste a la armónica?
—Estudié batería y percusión sinfónica desde muy chico. La armónica me llegó recién en la adolescencia, cuando un amigo del secundario me llevó una a casa. La empecé a tocar, me gustó y de a poquito empecé a ampliar lo que ya sabía de música. Una vez a la semana nos turnábamos con mis hermanos y acompañábamos a mi papá en su camioneta a distribuir mercadería y entre local y local yo sacaba la armónica de la guantera y él me hacía sacar melodías. Tanto él como mis profesores decían que tenía facilidad para los instrumentos melódicos, veían que había algo que tenía que aprovechar más y a mí me hacía ruido.
En los grupos donde tocaba la batería empecé a tocar la armónica como cereza del postre. Gracias a eso, en 2001 decidí armar un grupo de folklore instrumental en donde pasé a ser el frontman con la armónica. En menos de un año participé en el Pre Cosquín y gané en la categoría “Solista Instrumental” y después obtuve el “Premio Revelación”. A partir de ahí, cuando volví a Rosario, me di cuenta de que debía ir por ese camino. Esto es un poco el resumen de cómo llegué a un instrumento que es muy popular, pero que desde todo lo que puede dar resulta muy desconocido.
—¿Y por qué elegiste la armónica cromática en lugar de la diatónica?
—Mi primera armónica era una diatónica, que es la de blues, que me encanta y la toco, pero con las influencias de Hugo Díaz y Toots Thielemans apunté a la cromática porque me di cuenta de que tenía un mayor potencial melódico. En su génesis, la diatónica está pensada para la estructura del blues, mientras que la cromática, que para mí es la armónica por excelencia, tiene una amplitud de géneros increíble, entonces me permitía abrirme. Ahora hay nuevas técnicas con la diatónica para hacer cosas maravillosas, pero cuando yo empecé no existía esa opción.
—Hay varios elementos que vinculan este nuevo álbum con tu primer trabajo. ¿Creés que con Frutos De Mi País cerraste un círculo tras 20 años de trayectoria?
—Ambos tienen mucho en común, incluso ahora está de invitado el maestro Eduardo Spinassi, que tocó el piano en aquel primer álbum. Frutos De Mi País podría funcionar como una especie de cierre de estos 20 años, con dos discos que con una estética similar marcan un período bien claro, pero que en realidad encierra un universo muy variado de sonidos.
—Debe ser difícil desarrollar un sonido propio con la armónica y vos durante este tiempo lo lograste ¿Cómo lo fuiste construyendo?
—El estilo personal surge a partir de muchos elementos. En primer lugar, escuchar mucha música, incluso aunque no tenga que ver con el instrumento en sí. Después empiezan a jugar las influencias, que me llevaron por un sonido particular muy amplio, como el uso de octavas, que funcionan como un guiño al bandoneón y al acordeón, que son primos hermanos de la armónica. También hay un aspecto de ese sello propio que se va haciendo un poco inconscientemente, tras muchos años de estudio y de investigar al instrumento, porque, aunque suene un poco romántico, la verdad es que uno nunca termina de descubrirlo, sino que siempre vas encontrando nuevas maneras de tocarlo.
—¿Hasta dónde puede expandirse el universo de la armónica?
—Yo creo que la armónica tiene sus límites y a la vez no los tiene. ¿Qué quiero decir? Que es cierto que todo instrumento tiene limitaciones hasta físicas. Pero, por otro lado, son los intérpretes los que están siempre buscando ir más allá, entonces el día de mañana puede aparecer una mirada nueva y ahí es donde se rompen de nuevo esos límites. Hay instrumentistas que dedican su vida al desarrollo virtuoso del sonido de la armónica, mientras que otros músicos han hecho canciones hermosas tocándola de manera muy simple o menos ambiciosa, como Bob Dylan, León Gieco o los mismos Beatles. Son búsquedas artísticas distintas.
—Parte de ampliar las fronteras del instrumento es incursionar y experimentar con otros géneros donde su uso no es tan habitual, algo que vos hacés constantemente.
—A mí eso me encanta. Yo me siento muy cómodo haciendo esas cosas porque incluso trasciende mi discografía. Parecería ser que el único lugar en donde la armónica no es una rareza es en el blues, pero yo no lo pienso tanto y tengo la osadía de creer que uno trabaja el instrumento para potenciar a la música, que lo importante. Hace más de un mes tuve el gusto de volver a encontrarme con Snarky Puppy, que es un grupo que suena tremendo y que no tiene nada que ver con lo que hago y que me invita a improvisar sobre una base que tiene elementos totalmente diferentes.
También grabé un tema de trap con Trueno, una cumbia con Los Wawancó, con Eva Ayllón, que junto a Susana Baca es la máxima estrella de la música peruana, e interpreté música clásica contemporánea, como es el Concierto para Armónica “Wirin” de Esteban Benzecry, que consta de una partitura de alrededor de veinte minutos de duración. Igualmente hice jazz y rock, o sea, todo muy variado, pero yo siento que siempre lo hago desde mi lugar, aunque sea una línea muy chiquita.
—También tocaste con grandes del rock nacional, como Fito Páez y Pedro Aznar.
—Con Pedro Aznar toqué muchas veces. Él me escuchó por primera vez en Cosquín y me invitó a grabar “El Rey Lloró” de Litto Nebbia para su álbum Quebrado. Cuando sacó la versión en vivo de ese disco, también hice “Zamba Del Carnaval”. Cosas raras de un multiinstrumentista, él en un disco mío no tocó el bajo ni cantó, sino que grabó un charango. Con Fito Páez grabé una versión de “Esta Tarde Vi Llover” para el álbum a beneficio de la Casa de la Cultura de la Calle Boleros Por Los Chicos, producida por Leo Sujatovich, y una canción que nunca salió. También tocamos juntos en una cena anual muy importante en honor a nuestro querido Rosario Central, donde tocamos “‘She’s Mine”, de Circo Beat, cuya armónica fue grabada por Toots Thielemans.
—Tuviste la oportunidad de conocer y tocar para Toots Thielemans, uno de tus principales referentes. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Toots fue uno de los más grandes músicos de jazz europeo de la historia. Grabó con artistas como Quincy Jones, Jaco Pastorious, Bill Evans y hasta tiene un álbum con Elis Regina. Yo me crié escuchando su música. Tuve el honor de viajar a Bélgica por primera vez con la gran Mercedes Sosa y me acuerdo que esa vez no lo encontré en su casa en Bruselas. Se dio la oportunidad de visitarlo la última vez que fui, con la excusa de que había participado de un álbum tributo que le hicimos seis armoniquistas de todo el mundo llamado We Do it Out Of Love. Varios años antes yo le había hecho llegar a través de su manager el disco que hice con Daniel Godfrid en 2006, Armónica Y Tango, y él me escribió un email cuando lo escuchó diciéndome que le había encantado. Me recibió en su casa, toqué para él el tango “Garúa” y también tocamos juntos algunas canciones. A lo largo de mi carrera me pasaron cosas muy fuertes, como compartir escenario con la Negra Sosa y Egberto Gismonti, pero compartir esa tarde con Toots fue un regalo mágico.
—¿Cómo fue salir de gira con Mercedes Sosa?
—Fue realmente muy especial. Se dio cuando estaba en mis primeros tres o cuatro años de carrera. Mi primer encuentro con ella fue en Cosquín, cuando ella volvió después de muchos años de haber estado enferma. La acompañé en la última gira que hizo por distintos países de Europa. En Roma fue parte de una programación de verano donde compartió cartel con Sinead O’ Connor, Björk, Pat Metheny y Keith Jarrett. Todos sabemos quién es Mercedes, lo grande que es y lo que era en el mundo, pero cuando uno la vive en primera persona es otra cosa. Era una persona tremendamente reconocida y solidaria, porque realmente abría camino, miraba para atrás y decía: “vengan por acá, que ya está todo allanado”. Yo fui el último que entró en ese tren y cada vez que pienso en eso soy un poquito más consciente de lo importante que fue. Porque ella es eterna, por su arte, su lucha y por lo que representa no solo de la Argentina, sino de América Latina. Haber sido parte de su vida artística fue un privilegio, un premio maravilloso.
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