Hola, ahí.
En los últimos años dije varias veces que, si tuviera que estudiar algo, estudiaría arte. Si lo pienso un poco, más que estudiar lo que quiero es leer sobre arte. Leer y aprender sobre obras, escuelas, técnicas pero también, y sobre todo, leer y conocer historias de vida.
Y cuando hablo de historias de vida no me refiero a episodios excepcionales de seres excepcionales. Me interesa mucho más la anécdota chiquita, los personajes menos conocidos, el dato mínimo o sin gran trascendencia que a veces puede conducir al grado cero de una creación y a comprender un estilo (o a estar persuadido de haberlo comprendido, algo que, a esta altura de mi vida, me da igual porque provoca en mí la misma emoción).
Salvar el mundo
Mi amiga Ana, que me conoce bien, me insistió un par de veces: tenés que leerlo. Hablaba de El vestido blanco, el libro de la francesa Nathalie Léger (Sobre Barbara Loden, En busca del cielo) que acaba de publicar Chai y que reconstruye la trágica historia de Pippa Bacca (1974-2008), una artista feminista y activista italiana que murió asesinada en Turquía, mientras protagonizaba una acción artística en la que se propuso recorrer a dedo y vestida de novia una serie de países que vivieron la guerra.
En paralelo, de manera virtuosa y con la elegancia que caracteriza su abordaje a lo real, Léger escribe sobre su madre y su frustración, luego de haber sido abandonada y humillada por quien había prometido estar con ella hasta la muerte.
Pippa se llamaba Giuseppina Pasqualino di Marineo y era lo que se conoce como artivista, una figura que cree en la función social y política del arte y que con el propósito de sensibilizar a la comunidad sobre diversas causas lleva adelante acciones puntuales que suponen visibilidad extrema pero también riesgo.
Una curiosidad: Pippa era sobrina de Piero Manzoni (1933-1966), artista polémico y mordaz que llegó a exponer con Lucio Fontana, y que entendía que todo lo que producía un artista era arte. Su nombre quedó enlazado a la historia del arte cuando en una dura crítica al mercado produjo noventa pequeñas latas de conserva con 30 gramos de sus propias heces, que firmó y etiquetó en italiano, francés, inglés y alemán como “Merda d’artista”, “Merde d’artiste”, “Artist’s shit” y “Künstlerscheiße”.
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Otra curiosidad: alguna vez, Pippa se transformó en una sirena, se puso una cola de pez de tela verde y se zambulló en la fuente frente a la estación de Padua. El chico del que estaba enamorada la había ido a esperar a la estación de tren cuando la vio en la fuente, “haciendo deliciosas contorsiones semidesnuda delante de los transeúntes asombrados”.
En la que finalmente sería su última performance, Pippa Bacca partió de Milán, su ciudad de nacimiento, junto con su amiga y colega Silvia Moro. Prepararon el viaje durante dos años. El plan era recorrer haciendo autostop Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Bulgaria, Turquía, Líbano, Egipto, Jordania y terminar el periplo en Israel.
Las chicas viajaban en el marco del proyecto “Novias de viaje” y lo hacían vestidas de novia y con tacos altos. La incomodidad formaba parte del sacrificio artístico. El vestido de Pippa tenía siete capas de tela y llegaría al final de la acción artística cargando manchas y mugre como marcas de la ruta. El sudor, la suciedad y el polvo darían cuenta de los kilómetros recorridos en nombre de la paz.
“Una novia que parte a la aventura bajo un cielo para salvar el mundo”, escribe Léger.
En cada lugar al que llegaban les hacían entrevistas, las celebraban, se burlaban de ellas por idealistas, las ayudaban, las ignoraban: todo lo que podría suceder con dos mujeres vestidas de novia que, lejos de toda forma de violencia, buscaban mostrar que es posible confiar en el otro y vivir en paz.
Además del vestido de novia, Pippa llevaba con ella poquitos enseres, entre ellos una pequeña olla de cobre con la que lavaba los pies a las parteras y matronas que encontraba por el camino, en agradecimiento por la ayuda de estas mujeres a dar vida.
”Lo que Pippa Bacca quería hacer, sin duda, era recoger la voz viva de la generosidad, la fuente original de la bondad, del coraje, reunir los testimonios de una afirmación poderosa que se encarna constantemente en acontecimientos minúsculos. Al regresar de su largo periplo, más que su vestido blanco, es la alegría original, la fuente original de esa bondad y de esa valentía, lo que ella habría inentado exponer”, escribe Léger en su libro, traducido exquisitamente por Matías Battistón.
Pero el plan de Pippa no se cumplió.
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El libro de Léger habla de mujeres, de vínculos, de emociones, de violencia y de arte, sobre todo del arte que se produce en espacios no convencionales. En varias oportunidades, la escritora francesa narra performances que se llevaron adelante a lo largo del tiempo, cita a artistas famosas como Marina Abramovic y Yoko Ono y también otras acciones, esta vez sin nombre de autor:
”Una mujer limpia de noche la vereda frente a un burdel con una esponjita. Una mujer le da la mano a cada uno de los 8550 empleados de limpieza de la ciudad de Nueva York. Un hombre empuja un bloque de hielo por las calles de la Ciudad de México hasta que se derrite. (...) Una mujer sube una escalera sobre la que colocó hojas de afeitar. (...) Una mujer se sienta en el suelo de un escenario, coloca un par de tijeras delante de ella, y se invita a todo el mundo a acercarse y cortarle un pedazo de ropa”.
El ojo del asesino
En determinado momento, Pippa y Silvia tomaron rumbos diferentes con la idea de reencontrarse en Tel Aviv, donde habían programado el final de la performance y donde lavarían los vestidos agotados de mugre.
Tres semanas después de partir de Italia, ya en Turquía, Pippa dejó de enviar fotos, videos y mensajes desde su celular. Esto ocurrió el 31 de marzo de 2008. Recién el 11 de abril hallaron su cuerpo escondido bajo unos matorrales. Había sido violada y estrangulada.
El asesino resultó ser Murat Karataş, un hombre de 38 años, padre de dos hijos y desocupado. Manejaba el último auto al que subió la artista. Lo descubrieron porque se llevó el celular de Pippa. Al abrir el dispositivo, la policía advirtió que el asesino había usado el mismo aparato con el que la artista retrataba su performance para sacar fotos en la boda de una sobrina, apenas unas horas después del crimen. Un festival de perversidad.
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Escribe Léger:
”La violó, la mató, escondió su cuerpo, lo enterró a medias entre los arbustos bajos y los robles polvorientos, después volvió a su casa, a su mujer y a sus hijos, volvió a sus pensamientos como si nada, siguió con su pequeña existencia, aboliendo simplemente, sí, simplemente el recuerdo de la chica que acababa de asesinar. Podría suponerse por un momento que el olvido se inventó para los asesinos; podría suponerse que para escapar a las interpolaciones sofocantes, a las ráfagas sangrientas de la memoria, la conciencia se hunde en el hormigón de la amnesia como en una tumba. Dios tiene prohibida la entrada”.
Él fue quien guió a la policía hasta el descampado de Gezbe, cerca de Estambul, en el que había enterrado el cuerpo desnudo y maltratado de la mujer que quiso mostrar confianza en los humanos. Nunca admitió el crimen, dijo que ese día estaba pasado de exceso de alcohol y drogas y su abogado argumentó que su defendido había tenido sexo consentido con Pippa. Los exámenes determinaron que hubo otro violador aunque Karataş siempre se negó a denunciarlo.
Le dieron cadena perpetua.
El vestido de novia
La madre de la escritora le pide que haga justicia por ella. Que además de “su tema” (Pippa) escriba su historia. Le pide escritura por delegación. Léger se resiste, duda, se niega, dice que siempre escribe sobre su madre (es cierto) pero que no puede ni quiere contar su historia de fracaso.
Dos momentos del libro:
La madre toma del armario una bolsa de papel y saca de ahí su vestido de novia y lo acomoda sobre el sofá. “Solo se oye el crujido de la tela, que produce un lejano sonido de génesis. Trata de devolverle algo de volumen al tul, se levanta y lo contempla. (...) Está en la lista, quiero que me entierren con este vestido, dice. (La cantidad de vestidos de novia o camisones de novia que terminan en ataúdes: todo se destruye, todo se convierte en barro, y más rápido de lo que creeríamos, pero el vestido, al parecer, el vestido permanece, los tafetanes de seda brillante, la organza, el satén impregnado del delicado sudor de las ilusiones; las mujeres piensan que quizá su vestido de novia es su cuerpo de antes, un cuerpo que en ese momento les pertenecía exclusivamente a ellas, por así decirlo, un cuerpo lleno de esperanzas y sin remordimientos, un cuerpo que, en el vestido, se eternizaría, pura abstracción)”.
Luego la mujer se desviste delante de su hija y “logra ponerse el vestido con una espléndida economía de movimientos”.
Me gusta tanto cómo escribe esta mujer, dios mío.
Otro momento, también vinculado a la historia de la madre de la escritora, es cuando finalmente se decide a narrar aquello que ella le demanda. Su madre le entrega una carpeta con recortes en la que están los documentos judiciales del divorcio de sus padres, ocurrido en 1974, cuando aún no había divorcio de común acuerdo en Francia, cuando sí o sí debía determinarse quién había sido responsable de ese fracaso. Allí consta cómo la Justicia de Grasset, a partir de testimonios falsos e interesados, invirtió los roles y acusó a la mujer de injuriar severamente a su marido y de no estar capacitada para criar a sus hijos.
Así y todo, le entregaron la custodia de los chicos (para que aprenda, ¿será?). El texto que transcribe la escritora es humillante y demencial, a los ojos del presente. El traidor es quien se encuentra ofendido por “los numerosos incumplimientos por parte de la esposa de las obligaciones derivadas del matrimonio, que explican e incluso justifican el adulterio”.
”Son palabras que dan ganas de romper todo”, escribe Léger.
La tiara de mi mamá
No tuve vestido de novia, no sé cómo se siente eso sobre el cuerpo y sobre la memoria. Solo me casé una vez y por civil cuando tenía 22 años y el vestido de novia no era un sueño para mí. En todo caso, era más una foto antigua en sepia de mi abuela a comienzos de la década del 30 y otras en blanco y negro que ponían triste a mi mamá, la abandonada, la que había guardado su vestido en una caja durante muchos años. Creo que era una caja a rayas, recuerdo el olor a naftalina. Creo que el vestido estaba desarmado.
No recuerdo si estaban ahí los guantes blancos hasta el codo que cubren los brazos de mi madre en algunas de las fotos que la entristecían. Tampoco la tiara que llevaba puesta sobre su peinado y que a nuestros ojos la hacían ver como una princesa de diecinueve años.
Mi hermana y yo no supimos cuándo y cómo mi mamá se deshizo de esos guantes, de esa tiara, de ese vestido, de esa caja.
Tal vez fue cuando se deshicieron de ella.
¿Para qué sirven hoy los museos?
Hay personas a las que los museos —sobre todo los de arte— los intimidan y, en lugar de revisar esa imposibilidad, se convencen de que esos espacios no son para ellos. Son aquellos que a lo mejor se animan a ir si lo hacen en compañía de alguien de confianza “entrenado” o cuando hay megaeventos como La noche de los museos, pero solos no se animan. No hay caso: hay algo de la institución museo que todavía parece reservado para pocos.
Esto no es algo que los museos ignoren; por el contrario, todo el tiempo hay personas preocupadas por abrir las puertas a audiencias masivas, no siempre con buenas propuestas ni con buenos resultados.
La pandemia, junto con tantas cosas horribles que preferimos no recordar, fue también una posibilidad para mover al mundo digital aquello que suele estar resguardado en instituciones que clasifican, conservan y exhiben piezas. En cada rincón del planeta hubo durante esos meses personas que pudieron conocer la belleza o acercarse a ella desde sus celulares o computadoras. Así como ocurrió con el cine y hasta con el teatro, también llegaron a las casas y a los dispositivos particulares grandes colecciones de arte y de diferentes formas del conocimiento que suelen estar albergadas en los museos.
Reunidos en Praga el año pasado, representantes de 500 museos del mundo acordaron una nueva definición para el concepto de museo. Desde ese momento, “un museo es una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sustentabilidad. Operan y se comunican de manera ética, profesional y con la participación de las comunidades, ofreciendo variadas experiencias para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos”.
Hay varias novedades en esa definición. Las palabras “accesibles” e “inclusivos” tanto como “diversidad”, “ética” y “sustentabilidad” más la idea de la “participación de las comunidades” hablan de una relación cercana con el actual momento de la discusión pública y con las ideas y conceptos que están reconfigurando el mundo.
Los museos buscan abrir sus puertas, es decir, se proponen hacer entrar los barrios al museo, y buscan también sacar sus colecciones o sus proyectos a las calles. Al mismo tiempo, la vieja idea de los museos como espacios neutrales dejó lugar a una mirada que incluye un propósito social, por lo que en el presente se entiende que los museos deben reconfigurarse como espacios activistas, lo que implica desmantelar el legado colonial, el racismo estructural y las prácticas injustas, además de impulsar la conciencia ambiental.
Artista visual, exdirector del Museo Nacional de Bellas Artes y exdirector nacional de Patrimonio y Museos, Américo Castilla es desde 2013 el director académico del Laboratorio TyPA en Gestión de Museos y está trabajando junto con expertos del Centro de Investigación de Museos y Galerías de la Universidad de Leicester de Reino Unido en un proyecto que se lanzará por estos días y lleva por nombre “Reimaginar museos: un nuevo futuro”.
Se trata de un curso online gratuito de seis semanas al que se puede acceder a través de una plataforma y que tiene como objetivo debatir el lugar actual de los museos, su responsabilidad social y las posibilidades de acción para la comunidad pero también con la comunidad.
Hay casos de estudio entre los que están, entre otros, el Museo Reina Sofía de Madrid, el Parque Explora y el Museo Casa de la Memoria de Medellín, el Museo Taller Ferrowhite de Bahía Blanca, el Museo Textil de Oaxaca (México) y el Museum of Us, de San Diego, en Estados Unidos y entre los oradores algunas de las personalidades son Ana Longoni, Walter Mignolo, Rita Segato, Brandie McDonald y Richard Sandell.
Dinámico y entretenido, el curso a distancia —que estará disponible en español y en inglés— es un MOOC (Massive Online Open Courses). No tiene límites de participantes y se dirige principalmente a profesionales interesados en el campo de los museos, agentes culturales y gestores culturales fundamentalmente de habla hispana.
Las inscripciones son a partir del 7 de agosto. Para más información hay que ingresar a la página www.typa.org.ar.
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Ya me despido no sin antes agradecer los mensajes que me envían a mi correo hpomeraniec@infobae.com y también los comentarios y mensajes en mis redes sociales, a las que se acaba de sumar Threads y en la que mi cuenta también es @hindelita (que es como me llamaba mi mamá).
Este envío estuvo ilustrado con algunas imágenes de Pippa Bacca en su trágica performance, con otras del documental Sono innamorato di Pippa Bacca, de Simone Manetti, con la tapa del libro de Nathalie Léger y una imagen del Museo textil de Oaxaca. Creo que no hace falta insistirte en la lectura del libro de Léger: no se parece a nada que hayas leído antes y es un viaje de ida. Leí los anteriores y en éste, como si le faltara algo, además cita a Svetlana Alexievich, de modo que ganó mi amor y mi lealtad lectora para siempre.
Hace frío, llueve y oscurece temprano, todo eso que parecía que no llegaba más nos acompaña por estos días. Ojalá tengas forma de hacerte un tiempo para poder leer y ver películas en buena compañía.
Hasta la próxima semana, un abrazo.
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