Milan Kundera, quien falleció este miércoles a los 94 años, es el escritor checo más popular desde Franz Kafka y, pese a ello, tuvo una difícil relación con su país natal, hasta el punto de escribir en francés y negarse a revisar las traducciones al checo de sus obras.
Milan Kundera (Brno, Checoslovaquia, 1929) se ha convertido en los últimos 30 años en un autor casi invisible, un asceta silencioso recluido en su céntrico piso de París, alguien que rehúye a los periodistas y las declaraciones públicas.
Nació en Brno en una familia de poso intelectual, su padre Ludvík era un célebre pianista, y la música ha tenido una gran influencia en su prosa. En Praga se formó como guionista y luego impartió clases de Literatura Mundial y Estructura de la Novela en la Facultad para el Cine y la Televisión.
Prosista, poeta, dramaturgo y ensayista, empezó a ser conocido en los años 60 como autor teatral (El dueño de las llaves y Bobada), pero acabó consagrándose como novelista (La broma y El libro de los amores ridículos). Desde sus primeras novelas, el humor, la ironía y la reflexión sobre la memoria, el paso del tiempo, el exilio y la frágil condición humana han sido sus señas de identidad.
En su ensayo El arte de la novela se declara admirador de Miguel de Cervantes, a quien considera no sólo el creador de la novela con su Don Quijote sino también de la modernidad. “Para mí el creador de la Edad Moderna no es solamente Descartes, sino también Cervantes”, escribió una vez sobre quien influyó de forma decisiva con su humor y su arte narrativo en su obra.
“¿A quién o a qué me siento ligado?: ¿a Dios? ¿a la patria? ¿al pueblo? ¿al individuo? Mi respuesta es tan ridícula como sincera: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes”, aseguró en ese ensayo.
Durante el proceso aperturista de la Primavera de Praga en 1968 se perfiló como uno de los representantes de la oposición cultural al régimen comunista, lo que pagó con su expulsión del Partido Comunista y la prohibición de publicar.
La sátira política del comunismo estalinista que retrató en La broma le valió el reconocimiento con el Premio de la Unión de Escritores Checos, pero con la reinstauración de un Gobierno fiel a la URSS se le vetó como escritor.
Kundera se exilió en Francia en 1975 y publicó en checo -en una editorial de Toronto- sus obras más conocidas (El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser y La inmortalidad). La insoportable levedad del ser, una novela que ha marcado a varias generaciones con sus reflexiones sobre el amor y el eterno retorno, ha sido su mayor éxito comercial, aunque solo se publicó en 2006 en República Checa.
Esa obra surge tras su experiencia en Occidente en los años 1970, cuando Kundera consideró que “nunca fue el tiempo mejor y al mismo tiempo se hizo tan insoportable”, según dijo en una ocasión el crítico literario checo Jiri Penas.
El régimen comunista checoslovaco le retiró la ciudadanía en 1979 y obtuvo la gala en 1981. Kundera aceptó en 2019 de nuevo un pasaporte checo y las autoridades checas le pidieron perdón por el trato que recibió de la dictadura comunista.
Desde los años 1980 recibió numerosos premios, desde el Médicis, por la mejor novela extranjera publicada en Francia, el Commonwealth de EE.UU., el Europa o el Jerusalén, además, su nombre ha sonado en varias ocasiones para el Nobel.
Tras la transición democrática checoslovaca, Kundera publicó en 1993 en su país natal La inmortalidad, lo que supuso un reencuentro literario amistoso con su nación, pero algo efímero. Su pasado checo le ha perseguido con alguna polémica, como si fuera el personaje de alguna de sus propias novelas.
En 2008 el Instituto checo para el Estudio de los Regímenes Totalitarios le acusó de delatar en 1950 a un espía que acabó durante 14 años en prisión. El escritor rompió entonces su silencio -con un comunicado- para calificar las acusaciones de “puras mentiras”.
Fuente: EFE
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