Un clásico, decía Italo Calvino, es aquel que nunca termina de agotar todo lo que tiene para decir. El amor después del amor es un clásico y la demostración está en que, treinta años después, sigue siendo el espejo que nos refleja la realidad. Con el aniversario hubo un tendal de shows para Latinoamérica y dos enormes conciertos en Vélez. Y un disco con nuevas versiones. Y una serie de Netflix.
En ocho episodios de cuarenta y pico de minutos, Iván Hochman se convirtió en Fito Páez y con él recorrimos la historia del rock nacional —y, por lo tanto, nuestra propia historia—. Hochman fue Fito, es Fito, pero ¿será siempre Fito? ¿Será el personaje que lo defina?
Si, como dice Mauricio Kartún, la actuación es un misterio mágico que hace que un actor se convierta en otra persona, ¿qué hecho se da cuando ese actor se convierte en sí mismo? “El 26 de abril se estrenó una serie en la que hago de un músico famoso”, dice Hochman en el falso unipersonal Yo también me llamo Hokusai (los miércoles a las 22 en el teatro El Picadero, con dirección de Tomás Masariche). Sentado delante de un piano, Hochman habla del temor que siente de quedar para siempre encasillado en el doble de “Tipo Fádez”. ¿Le pasará lo que a Daniel Radcliffe con Harry Potter?, se pregunta. ¿Le pasará lo que a Peter Lanzani con Thiago?
Te puede interesar: Roberto “Tito” Cossa: “No es bueno que el teatro se ponga periodístico”
Para probar(se), entonces, que puede interpretar otros personajes, el actor Iván Hochman hace de un actor que se llama Iván Hochman y que interpreta a un escritor sin nombre, al que su novia lo abandonó para salvar al mundo. Y él no puede parar de llorar. Con ese argumento un poco disparatado entramos en un mundo nuevo, donde la autorreferencia es un guiño irónico que rompe la distancia con el público y que habla del creador que desconfía de su creatura.
“Pero a mí”, dice Hochman en diálogo con Infobae Cultura, “realmente no me preocupa quedar pegado a Fito, porque disfruto de hacer muchas cosas”. Mientras la serie sigue su recorrido, está escribiendo el guion de otra, tiene el sueño de dirigir, actúa y da clases. Y sigue: “Aunque el parecido es evidente, yo tampoco me siento igual a Fito. El otro día alguien en la calle me pidió una foto y me dijo ‘Sos igual al de la serie’. Sí, soy igual a mí”.
—La obra, antes que un actor que intenta separarse del personaje que lo hizo famoso, es la búsqueda de una identidad.
—Sí, porque habla de procesos creativos. Los míos, los de Tomi, los del escritor sin nombre y sin talento que también busca su voz. La obra entrelaza las líneas narrativas que despliegan los diferentes procesos y los pone en diálogo. Y también hace al público parte del mismo proceso creativo.
—¿Cuánto hay de biodrama en la obra?
—No sé cuál es la definición específica de biodrama. La primera obra que hice como actor fue El paraíso perdido, que la dirigió César Brie. Él no la llamaba biodrama. Nunca usó esa palabra. Era como un mapa generacional; una obra que entrelazaba historias personales, relatos, recuerdos, imágenes de la infancia. Esa fue mi primera obra y me marcó mucho como artista. Mi primera novela, Por qué te vas, se acerca a la autoficción.
Yo creo que no me puedo desmarcar de esa tradición. Hokusai toma nuestras preguntas personales. Es cercana a Tomi y a mí. Pero la parte del drama es ficción. En ese sentido, yo creo que toda la obra se va ajustando según lo que necesita. En algún momento del proceso de creación me pregunté si era mejor no hacerla, pero no es cierto que se lo haya dicho a Tomi, como digo en la escena.
—En un momento le pedís a alguien del público que participe en un diálogo. ¿Es una persona del público de verdad o es un actor?
—Es alguien del público real, no es un actor disfrazado. Se da algo relindo. El otro día leyó un chico que estaba muy nervioso y un poco se angustió y yo le dije que estuvo bárbaro. En todas las funciones sucede algo inesperado, muy único de la función. Para mí es muy grato ese ritual de lo imposible de planear, de adaptarme y jugar con el presente. Entrar en contacto con lo que propone el espectador es algo que a mí también me sorprende. Yo nunca sé quién va a ser; de hecho, a veces miro y estoy por elegir a alguien y tengo una intuición y elijo a otro.
—Pero hay algo particular, que es que le “pagás” 1.500 pesos al que actúa. Ese hecho es una suerte de manifiesto.
—Es un momento súper simbólico, pero, de alguna forma, es una postura política, Él se está exponiendo, está prestando su voz, está participando activamente de un proceso creativo. Para mí está buenísimo que, si hay plata, suceda. Cuando uno trabajas gratis en un proyecto que disfruta, no reniega mucho. Pero hay un valor que hay que reconocer. Está buenísimo que a uno se lo reconozcan, que se lo retribuyan, y, bueno, estos 1.500 pesos son un agradecimiento y una puesta en valor del sentido del coraje de animarse a participar.
—La presencia de Hokusai está hasta en la remera que usás en escena. Hokusai es el gran artista de los fractales. La pintura de la ola tiene en cada gota una pequeña ola que se va repitiendo hasta el infinito. Quería preguntarte por esa idea, por el juego casi de cajas chinas, de fractales que se da en la obra, con un personaje que crea a un personaje que crea a un personaje.
—Hokusai aparece en el texto original de José Emilio Hernández Martín. A nosotros nos había encantado su obra y cuando apareció la idea de hacer el unipersonal en un mes y medio, pensamos en partir de esa obra. Ya en el texto original había muchos recursos concretos. Nosotros pusimos los micrófonos de un lado y del otro, pusimos hablar con el público. La remera de Hokusai está en el texto original, pero a mí me parece que es muy poética y mágica. Además de que es una de las imágenes más reproducidas en la historia.
—¿Cómo trabajás el humor? ¿Por qué el humor está tan cerca del drama?
—¡Uy, no sé! Creo que en esta obra hay algo muy personal y honesto, pero no solo cuando hablo de “Tipo Fádez” y de mis miedos, sino también con la exposición respecto al proceso creativo cuando hacemos el racconto de los días que van pasando hasta el estreno y estoy cada vez más angustiado. Creo que hay humor al exponer con honestidad una verdad personal que podría ser juzgada. Uno de los momentos donde la gente más se ríe —y me sorprende— es cuando cuento que Ariel me propone hacer la obra para volverme famoso y millonario.
Te puede interesar: En mi casa no se tira nada y eso qué tiene que ver con el teatro judío en Buenos Aires
El audio dice “famoso y millonario” y la gente se ríe. El chabón está haciendo una obrita de teatro y tiene el deseo de volverse famoso y millonario ¡Y lo dice! El drama también tiene que ver con exponer algo muy personal. El miedo a no ser querido, a no ser visto, a ser encasillado. Los que me conocen, saben que hice clown y creo que hay algo de la espontaneidad con el trato con el público que se da como una complicidad.
—A Iván en la obra le da miedo quedar pegado a Fito, pero ¿a vos?
—No, no, no. Porque no entiendo bien cómo funciona. La gente que vino a ver la obra me dijo “Ya está, Fito ya está, ahora sos Iván”. Creo que, en un punto, lo hacen de buenos, pero también creo que la obra propone ese movimiento.
—Igual, lo que provocaron con la serie en nosotros es algo increíble. Yo sentí que volvía a la adolescencia. De hecho, no podía verla en maratón: veía un capítulo y me colgaba escuchando los discos.
—Qué lindo, gracias. Para mí, esa es la mejor forma de verla. Mucha gente la devoró y, para mí, lo más lindo es dejarte llevar con cada capítulo y con el mundo que trae. Que te haya traído esos recuerdos y ese contacto con la música es, creo, lo que propone la serie. Cuando la preparamos, escuché todos los discos, vi los conciertos, leí entrevistas. Fue una inmersión en ese mundo. Fue un viaje al pasado y fue una fiesta.
Seguir leyendo: