La admiración no es la consejera ideal a la hora de sentarse a escribir crítica. Así lo estima el imaginario convencional. Nubla, obnubila, paraliza y parcializa el objeto de estudio, dejando de ser crítica para convertirse en elogio. Sin embargo, Aristóteles le otorgaba a la admiración un estatuto inapreciable, gracias a ella nace la filosofía como intento de dar cuenta de fenómenos difíciles de comprender, es decir, la admiración no se reduce a la simple y congelada veneración, sino que estimula el pasaje al acto: reflexionar sobre algo que admiramos con la pretensión de asignarle sentido.
En jerga borgeana, el previo fervor empuja a una misteriosa lealtad, y qué mayor lealtad que dedicarle un texto a la causa del fervor. Se dibuja un círculo virtuoso, el fervor previo aumenta el fervor presente y radicaliza el fervor futuro. Bueno, haciendo caso omiso de las advertencias, aquí me pongo a escribir, al compás del más reciente engendro de Mariano Llinás: Clorindo Testa.
La introducción de la película (la búsqueda del ejemplar de Clorindo Testa en la casa de la madre de Mariano) es parecida al teaser y podría definirse como una obra en sí misma. Pero una película no es un compendio de cortos, o no necesariamente, una película es un todo que desborda la suma de sus partes. En Clorindo Testa, las partes de ese todo, las piezas del rompecabezas exhiben su condición, la acentúan, la remarcan, como tratando de mostrar las fisuras, las costuras y las suturas. Falta siempre la última pieza o se está jugando con piezas de rompecabezas distintos.
Clorindo Testa es la película más extrema de Mariano Llinás, o al menos la más humorística de su carrera. El hecho se explica mediante una intuición elemental: ante el dolor inaudito de algunos episodios vitales, a Llinás no le quedaba otra que disfrazarlos de comedia. Quizás disfrazar no sea le mot juste, porque implicaría la existencia de compartimentos dolorosos y compartimentos felices, además de la capacidad del director para dominar y repartir a discreción los estados. No. Dolor y felicidad son parientes, brotan de la misma raíz, conforman un magma único e indiferenciado.
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La intuición se cristaliza en un pasaje donde la voz en off de Mariano cita la concepción de humor de Vinícius de Moraes: el humor no consiste en el mero bromear, al contrario, el humor es cosa seria. Este enunciado rodea la película y permite postular que Clorindo Testa, no a pesar del humor, sino por la innumerable cantidad de escenas hilarantes, es una película muy seria, la más seria, acaso, de Llinás, seria en el sentido de sincera.
¿De qué se trata Clorindo Testa?
La pregunta recorre, como un fantasma celoso, el largometraje. Las aproximaciones de Llinás eligen la vía negativa: no es una película sobre Clorindo Testa, no es una película sobre Julio Llinás, no es una película sobre padres, no es una película sobre hijos. ¿Qué es? ¿De qué se trata? ¿Cómo le cuento a un futuro espectador el argumento? ¿Cómo lo convenzo de las bondades del film? Lo ignoro. Sólo sé que las afirmaciones negativas de Llinás deben considerarse como lo que son, una invitación al equívoco, el desvío y la vaguedad.
Mientras veía la película pensaba: ¿hasta dónde puede llegar la impunidad de un hombre? Lamentablemente, la palabra impunidad acarrea mala prensa por la conducta espuria de políticos y empresarios; vamos a reivindicarla. Impune es un director al que no le importa nada, un director para quien el cine es la cosa más importante del mundo. Por eso Mariano prueba, tantea, da pasos en falso y cae fácilmente en el ridículo para luego levantarse y recomenzar, y volver a caer y levantarse y tropezar. Por supuesto, sería sencillo no caer, mantenerse firme, aceptar las reglas sin discutir. Pero Llinás, como Godard, es un perro de presa, un viejo perro (aunque todavía no cumplió los 50) que más sabe por perro (a Mariano lo apodan dogo) que por viejo.
Cada obra de Llinás representa un doble desafío. De un lado, la película per se. Del otro, la comparación con las anteriores. Cuando se estrenó Historias extraordinarias nos preguntamos, ¿y después de esto qué?, y vinieron las 14 horas de La flor; ¿y después de esto cómo?, y salieron Concierto para la batalla del Tala y Corsini; y un día, desestabilizando su propio proyecto presenta Clorindo Testa: la pasión por el extremo, el forzamiento, el darse lujos. ¿Darse lujos en el 2023? Digámosle épica. Es la épica gozosa de Llinás, redoblar la apuesta en medio de la derrota. Jugar, sabiendo que va a perder. Avanzar inventándose obstáculos, acelerar frente al paredón. Chocar.
Respecto de la heterogeneidad de los materiales fílmicos, el decoro estético tambalea, se habla irónicamente de descuido y negligencia. Por ejemplo, Llinás analiza un artículo publicado en el diario la Nación sobre su padre y convierte la exégesis en una tarea detectivesca, de policial negro, con el supuesto objetivo de averiguar algo tocante a la figura paterna. “Es un film peligroso”, promete al comienzo, con voz recóndita, para devolverle al cine su impronta mágica. La magia del cine renace en Clorindo Testa por la simplicidad de los materiales. Hacer soñar con poco, o asignar valor cinematográfico a lo, en teoría, insignificante. Este procedimiento contextualiza el término engendro empleado al principio: “Obra intelectual mal concebida” (¿según qué parámetros?), “sin la proporción debida” (¿según qué criterios?).
Por momentos, Mariano juega a ser su padre. Basta revisar el título de la película, homólogo al del libro de Julio. Está claro, lo que el hijo dice del padre, en realidad, dice de él; de las influencias, de los amigos, del legado. Mariano se sirve de ese legado para apropiárselo. Lacan diría, el hijo articula el Nombre del Padre para conquistar un nombre propio.
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Clorindo Testa impone cortes (“recorto, recorto, recorto”; “la otra toma era mejor”) y continuidades. La escena del hotel, junto al hijo, sugestivamente llamado Pedro Clorindo, es la actualización de la escena del hotel de Historias extraordinarias. Recordemos la estampa juvenil del señor X, escuchando la radio, acostado, o mirando por la ventana, atento a develar un misterioso crimen; ahora es Llinás padre el que yace acostado, mientras la radio suena, con su hijo jugando en la cama contigua. Llinás pasa la posta: de la ficción a la realidad y de la realidad a la ficción, del hijo al padre, del padre al hijo.
De lo que no se puede hablar, mejor callar, sugería un locuaz filósofo austríaco, pero yo lo digo igual. En Testa resuena Teste. Estoy seguro de que alguna vez lo escuché a Mariano expresarse sobre el libro de Valery, o sobre Valery. Además, la homofonía cobra fuerza semántica con la definición introductoria del autor de Monsieur Teste como “fantástico personaje engendrado durante jornadas de embriaguez de su voluntad y entre extraños excesos de conciencia”. Y mucho más adelante: “No hay una imagen cierta del Sr. Teste. Todos los retratos difieren entre sí”. Interrumpo acá el extravío hermenéutico.
La película contiene varios desdoblamientos. ¿Quién es el espectador al que se dirige Llinás? ¿Cuál es el yo que promete leer? ¿Qué Llinás se menta a sí mismo? ¿Dónde ubicar al auténtico padre, en el crítico de arte o en el dandy, en el poeta o en el publicista? ¿Y Argentina, cuál de las dos elegir, la pre o la postperonista? La escena cifra de la gran división tiene lugar cuando Ana Livingston (hija del arquitecto Rodolfo Livingston) y Mariano Llinás leen al unísono el monólogo de la actriz.
En todos los trabajos Llinás se encarga de introducir referencias a Borges (en todos mis trabajos me encargo de incluir referencias borgeanas). No faltan en Clorindo Testa: “¿Quién de los dos escribe este poema?”, se pregunta Mariano, en alusión directa a su padre y al “Poema de los dones”; comparto la cita exacta y completa, “¿Cuál de los dos escribe este poema / de un yo plural y de una sola sombra?”.
La banda sonora es otro actor principal: tonos enigmáticos, melodías policiales, ritmos estridentes, épicos, pero también canciones nostálgicas francesas de otras épocas; me quedo con los acordes repetidos de “Douce France”, canción de cuna del ya no tan olvidado Michel Trenet, cuyo estribillo traduzco: Dulce Francia/ Querida tierra de mi infancia / Adormecida por un tierno descuido / Te he guardado en mi corazón.
Film dentro de film, guión dentro del guión, libro dentro del libro, vida dentro de la vida, la duplicidad y las escisiones construyen Clorindo Testa. El triunfo y el fracaso, la gloria y la desgracia, el humor y la tristeza, de una película, de una persona, de una familia, de un país.
Una de las secuencias más bellas sucede con el registro minucioso del lienzo de Clorindo Testa, propiedad de la madre de Llinás, mientras suena música de enigma y se oyen versiones sobre la vida del arquitecto-pintor. Al internarse obsesivamente en la pintura (para el análisis los especialistas utilizaron una pistola de fluorescencia de rayos X y luego un microscopio), la pintura se vuelve paisaje, y el paisaje es, en definitiva, un país. ¿Estamos frente a una película sobre arte argentino? Para no serlo, se habla demasiado de pintores, movimientos, críticas, rivalidades, quiebres (década del 60) y disputas concernientes al porvenir del arte (“automatismo o muerte”, escribe Julio Llinás en su Clorindo Testa).
Al final, Verónica Llinás cumple la fantasía detectivesca del hermano con el descubrimiento de un poema del padre de ambos, ilustrado por Clorindo, 1984. Los últimos versos son decisivos: “Esta es la hora de creer / de la alegría de creer / de la alegría de ser y de creer / y de crecer”.
Entre Godard y el policial negro, se respira en la película una atmósfera de Largo adiós. Adiós a la infancia, a los padres, pero especialmente Adiós al lenguaje. Tomo prestada la crítica (para nada objetiva) de Damián Tabarovsky sobre la antepenúltima película del director francés: “Es una profunda reflexión crítica, un ensayo sobre qué significa narrar en tiempos de la muerte del cine y, por qué no, de la literatura. Dicho en otros términos: ensaya sobre qué significa narrar sospechando de la narración, ensaya sobre cómo narrar cuando ya no se puede narrar, cuando la narración se ha vuelto arma del enemigo”.
Voy a cometer una infidencia. Apenas salí del MALBA le mandé un audio a Llinás. Me propuse la brevedad como meta, ya que no le tengo confianza como para grabar mi voz durante diez o quince minutos. Le dije que seguramente estaba acostumbrado a recibir halagos (también está acostumbrado a recibir ataques, la mitad del cine argentino no lo ve, no lo puede ni ver, literalmente, no lo ve porque no lo puede ver, le tienen tirria al personaje, y un poco de envidia, creo; nunca escuché una crítica más allá de argumentos ad hominem: acerca de su persona, de su inmarcesible ego, de su soberbia o de actitudes infantiles ligadas al capricho) y que entonces iba a sintetizar mi parecer con un parafraseo del Saint Genet, comédien et martyr, de Jean-Paul Sartre: El genio no es un don, le dije, es la solución que alguien se inventa frente a un problema desesperante.
La respuesta de Mariano, desde Mendoza, fue: “Abrazo, gracias” y una foto de él junto a Pedro Clorindo.
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