Se sabe que el gobierno nazi, que llegó al poder en Alemania en 1933, estableció un régimen de terror estatal que condujo a una política de exterminio del pueblo judío, que perdió 6 millones de vidas en la Shoá (denominación hebrea para tal genocidio). Adolf Hitler y los suyos habían determinado la purificación étnica en las fronteras de su imperio (durante la II Guerra Mundial, el Tercer Reich hitlerista ocupó gran parte de Europa) y la conflagración bélica incluyó a Asia, el norte de África e involucró finalmente a los Estados Unidos luego de los bombardeos japoneses sobre la base Pearl Harbor, en el Pacífico norte. Seis millones de judíos muertos por ejecución masiva, inanición, experimentación clínica en los cuerpos o enfermedades curables, que tuvieron principalmente lugar en campos de concentración y exterminio, como aquella gran maquinaria de muerte establecida en Auschwitz, Polonia.
Es menos conocido que comunistas y socialistas también fueron llevados a los campos de concentración así como gitanos, testigos de Jehová o gays y lesbianas. La ingeniería de la destrucción humana urdida por los nazis planteaba el reconocimiento del origen “criminal” de los prisioneros: los judíos llevaban cosida en la ropa (incluso en las ciudades, antes de las deportaciones masivas a los campos) una estrella de David amarilla. Socialistas y comunistas, un triángulo invertido rojo; los testigos de Jehová, un triángulo invertido púrpura; los gitanos, un triángulo invertido marrón; los homosexuales, un triángulo invertido rosa.
Eldorado: todo lo que los nazis odian, producida por Netflix y actualmente en la plataforma, es un documental que narra la historia del cabaret Eldorado, un libertino reducto que se había convertido en centro de reunión nocturna de la comunidad lésbico, gay y trans y que se convertiría en un espacio de libertad sexual y bohemia. El documental tiene buenas intenciones, eso es innegable. Y la primera escena de una noche en el cabaret es impactante. Luego, trata de tomar la historia de un tenista de fama mundial cuya carrera sería destruida por ser gay, además de haber sufrido cárcel por su condición, pese a sus orígenes nobles.
La historia de dos mujeres trans es la más interesante del documental. Establecen una relación amorosa entre ellas y que se someten a las primeras reasignaciones de sexo, en el marco del Instituto para el la Investigación Sexual del doctor Magnus Hirschfeld. Y finalmente, se narra el amor trunco de un jovencito judío que conoce a un par que acabará en los campos de la muerte mientras él, pianista, puede exiliarse a los Estados Unidos.
Después, la película es un cúmulo de fracasos narrativos con unas recreaciones escénicas del pasado (salvo la honrosa de Eldorado, ya mencionada) que mezclan el melodramatismo con malas actuaciones y exceso de azúcar en fílmico, que debería tener un octógono que así lo indique y prevenga al espectador.
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Eldorado se presenta como surgido de la nada, cuando la caída del Kaiser al finalizar la Primera Guerra Mundial y el surgimiento de la república de Weimar -en cuyo surgimiento tuvieron un gran rol los socialdemócratas- contribuyeron a liberar costumbres mediante la legalización de numerosos derechos, el acceso a la libertad de prensa y al ascenso femenino en la participación política. En 1918 las mujeres alcanzaron el derecho a votar, por ejemplo. Sin embargo, la “República de Weimar” no es mencionada en ningún momento, aunque es cierto que hay dos veces en que se menciona a “socialistas y comunistas”, sin hacer diferenciación entre unos y otros ni los roles que ocuparon.
El contexto del ascenso de Hitler el poder es sólo un telón de fondo deshilvanado. Las voces de los expertos de la actualidad aportan una contextualización cercana al grado cero y usan, por ejemplo, las palabras “queer y trans” para referirse a la concurrencia a Eldorado. Esto sucede de modo tal que “queer” marca una identidad que excluiría a las minorías “trans” (y por lo tanto sería equivocado) o simplemente trata de extrapolar un término muy actual, cuya popularidad se cimentó en la década del noventa del siglo pasado. Un gesto de soberbia intelectual de expertos y documentalistas, que creen que Weimar, el ascenso del hitlerismo y todo lo que concierne a la narración fílmica no debe ser mínimamente explicado.
En fin.
En un párrafo anterior se mencionó que el documental tiene buenas intenciones. Quepa como elogio y súmese que el film menciona que el artículo 175 del código penal alemán -que sancionaba a las relaciones homosexuales- no fue derogado en Alemania Federal sino hasta el año 1994 y que hubo personas encarceladas por el “amor que no osa a decir su nombre” hasta entrada la década del setenta. Esta es, si se quiere, la virtud mayor de la película, ya que mucho de la producción cinematográfica alemana no se detuvo jamás en las continuidades jurídicas entre la Alemania nazi y la posterior a la liberación (sobre todo, en la región controlada por las potencias occidentales). Tampoco se ha hecho hincapié en la superviviencia del personal político de la burguesía que sirvió al Reich y que se mantuvo en la primera plana de la reconstrucción germana posbélica.
Es un tópico que no debería dejar de traslucirse una y otra vez. Digamos que en la democrática Inglaterra, la homosexualidad fue un delito hasta 1967. Hasta ese año la sexualidad gay era tipificada como “indecencia grave entre hombres” y era penada por la Ley de Delitos Sexuales de 1885, también conocida como la “Ley Labouchère”. La norma criminalizaba los actos homosexuales y establecía penas de prisión para aquellos que fueran condenados. Lo mismo sucedía en los países occidentales mientras que la Rusia revolucionaria de 1917 había despenalizado la homosexualidad y alcanzado niveles sorprendentes para los ojos de hoy (cuando se ha derogado la libertad de abortar en los Estados Unidos) de democratización en los derechos de las mujeres y las minorías.
El libro Homosexualidad y revolución, de Dean Haley, que publicó hace unos años la editorial Final Abierto, es una minuciosa investigación de cómo la democratización de los primeros años posteriores a la Revolución de Octubre tomó por asalto también las costumbres sexuales para conducirlas en un camino de libertad. En 1922, por ejemplo, se reconoció el primer matrimonio igualitario entre dos mujeres; se otorgaba documentación femenina a personas nacidas biológicamente varones pero que se asumían como mujeres; se había derogado toda legislación que condenara la homosexualidad. Todo esto terminó con Stalin.
Stalin, que asumió el poder de modo omnímodo en Rusia tras la muerte de Lenin en 1924, volvió a penar la homosexualidad. Señaló que el rol de la mujer era el de ser madre y prohibió el aborto. El clima de época había imbuido a toda la sociedad bajo el terror estalinista y llevado a intelectuales destacados a arrodillarse ante el “padrecito de todos los pueblos”. Por caso, el escritor Máximo Gorki, autor de La madre, publicó el 23 de mayo de 1934, a pedido de Stalin, una invectiva titulada: “Humanismo proletario”, en la que decía: “…entre los centenares de hechos que denuncian la influencia desmoralizante del fascismo, la homosexualidad adquiere uno de sus rasgos más repugnantes”. En ese artículo, Gorki decía: “Destruyamos a los homosexuales y el fascismo desaparecerá”. Mientras tanto, se encarcelaba a escritores y se realizaban los primeros fusilamientos masivos de los opositores a Stalin, que concluyeron con las Grandes Purgas.
Hoy Rusia persigue a homosexuales, lesbianas y toda forma de sexualidad que no replique a la heterosexual. En 2013, bajo el gobierno de Vladimir Putin, se aprobó la llamada “Ley de propaganda homosexual”, también conocida como la “Ley de Propaganda de la No Tradicionalidad Sexual”, que prohíbe la promoción de la homosexualidad y las relaciones homosexuales entre menores de edad. Esta legislación ha sido un aval para la persecución en las calles a cualquier manifestación homoerótica, a golpizas y apaleamientos a gays, lesbianas y transgénero y a la persecución del activismo LGTBQ. Hoy, en medio de la guerra cuyo puntapié inicial dio Rusia al invadir Ucrania y que cuenta ahora con la participación tras telones de la OTAN en apoyo de Zelensky, es un peligro ser gay.
Lo mismo sucede en la mayor parte del mundo árabe que, basado en la prohibición del Islam de las relaciones homosexuales, trasladó ese dictamen religioso en dogma de ley que permite, incluso, la ejecución. El artículo 6 del Código Penal de Arabia Saudita establece que “se impondrá la pena de muerte por actos sexuales con una persona del mismo sexo”. Leyes similares rigen en Qatar, sede del último mundial en el que la Argentina fue vencedora. Lamentablemente, en los festejos callejeros tras la final no se pudo ver de la mano a ninguna pareja de amantes del mismo sexo, ya que podrían haber sido encarcelados, juzgados y hasta ejecutados.
Bueno, parece que para Mauricio Macri no es tan así. “Hay altísima homosexualidad en Qatar -dijo el ex presidente y fundador del PRO–. Y ellos viven ahí, yo he estado con varios y me dicen ‘acá no tenemos ningún problema’. No se hace ostentación, no se hace un tema, pero ellos viven con absoluta tranquilidad. Nadie tiene ningún problema ni conflicto”.
No resulta extraño que el primer candidato a legislador porteño del PRO sea (o por lo menos, al terminar de escribir estas líneas, lo siga siendo) Franco Rinaldi, conocido no solo por su autoproclamado trumpismo, sino por manifestarse contra “negros villeros”, contra la protesta social y, claro, por declaraciones homofóbicas, como por ejemplo burlarse de un periodista “porque le hierve la cola” (sic).
La virtud final de Eldorado: todo llo que los nazis odian, es documentar cómo los espacios de libertad alcanzados en la República de Weimar se desmoronaron como castillos de arena cuando las políticas de la reacción avanzaron. Rinaldi, Milei, Espert, por ejemplo, son personeros de esa reacción. Sin embargo no es todavía el momento del ascenso que los encumbre, porque hoy el establishment financiero de la burguesía local y el Fondo Monetario Internacional necesitan otros personeros de un ajuste ordenado. No se pueden exponer tan pronto a Jujuy a nivel nacional, por señalar una alternativa de respuesta a ese ajuste. Pero aquellos Rinaldi, Milei, Espert están en las sombras, aguardando su turno. Bertolcht Brecht decía que un fascista no es sino un pequeñoburgués asustado. Y cada vez hay más.
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