En una peluquería de barrio dos mujeres lavan una cabeza y charlan como si estuvieran solas. Se confiesan la vida, la que se ve de la puerta para afuera y la que se vive adentro. Son Lunita Vieja y Lunita Negra las protagonistas de Las dueñas del drama (Falta Envido, 2022), la primera novela de Martín Alanís, escritor riojano que vive hace años en Buenos Aires, lugar donde pudo al fin confirmar lo que su padre le decía: “Me vine a vivir a aquí cuando tenía 22 y mi padre me advirtió”, cuenta para Infobae, “que Buenos Aires es un lugar donde es más fácil pedir perdón que pedir permiso, de alguna manera ese atropellamiento se traduce en ansiedad, en querer las cosas para ayer, en que lo que no es urgente se vuelva una primera necesidad inmediata”.
Pero ese tiempo descarriado no es el que se desboca en la novela de Alanís ni en la peluquería de Las Ocho Lunas, así como tampoco se diluye a ritmo de niebla amanecida para los que en La Rioja se quedaron. Incluso para los que vuelven cada tanto, cuenta el autor, de visita, para desintoxicarse un poco de la reverberación que dejan los sonidos de Buenos Aires en el cuerpo.
Las dueñas del drama es también la historia de la niña Amparo y doña Dolores, una mujer rica, pero sola en su casa, a quien Amparo y otras mujeres cuidan por turnos. La escena con la que comienza esta historia sucede durante la última noche de los festejos de La Chaya, el carnaval riojano, fechas en las que, el folclore dice, la joven Chaya, perdida en el monte, vuelve con la Diosa Luna a buscar a su enamorado (una especie de Don Juan regional), pero, también, días en los que Lali, Luciano Pereyra, y los míticos Palmeras ofrecen shows, o al menos así fue en la versión 2023.
En ese tiempo festivo que se desarrolla dentro del tiempo estacionado propio de la provincia, Luna Vieja y Luna Negra conversan y desandan el misterio de lo que sucede en la casa de doña Dolores, a qué fantasmas les grita cuando se despierta en la noche. La soledad de los que son cuidados por otros es uno de los temas que Alanís explora en esta primera novela, su vínculo particular, íntimo y, a la vez, mediado por el dinero.
¿Cómo contar una historia así desde adentro? Alanís dice que no, que no se puede, y que una historia así requiere de la boca de los que observan. No hay más que frecuentar los lugares comunes donde vive la gente sus anécdotas cotidianas para entender el espíritu de un lugar y quiénes son los que pierden en la repartija, las víctimas de “este circo que de romano no tiene ni una gota, pero sí muy riojano”, dice Lunita Vieja a Lunita Negra mientras el acondicionador suaviza las mechas de la cabeza colgante. “Busqué un escenario perfecto”, dice el autor, “para que los dimes y diretes de una provincia chica como La Rioja puedan narrar lo que sucedía entre doña Dolores y la niña Amparo: fue ahí que se me ocurrió que voces externas, como las de Luna Vieja y Lunita Negra, dos peluqueras, puedan contar no solo cómo se conocieron estas mujeres sino también cómo las historias de una provincia donde todos se conocen con todos están unidas de cierta manera en una historia coral”. La unión quizás haga la fuerza, pero también puede desarmar la de aquellos que quieren vivir en comunidad procurando solo el bienestar propio.
La procesión de las contradicciones
Seguido y en casi en el mismo envión, Alanís parió la segunda nouvelle, íntimamente conectada con la primera, la historia de dos abuelas que padecen el síndrome del nieto único, una historia que lo llevó a ganar el Primer Premio del 2º Concurso de Narrativa: Novela Breve del Programa Letras en Conexión de la 19ª Feria del Libro de La Rioja (2021).
En La procesión de la contradicciones, editada por Plano Editorial en 2023 y premiada por un jurado de tres escritores argentinos (Mariano Quirós, Sergio Gaiteri, Fabio Gabriel Martínez), el escenario riojano y el formato (el monólogo de dos mujeres) se repite, no para decir lo mismo, sino para seguir explorando la oralidad de sus personajes y el poder infravalorado del deporte más practicado en el mundo: el chusmerío.
En La procesión de las contradicciones, doña Chavela y doña Perla hablan con un tercero (un oficial) sobre un evento que se va revelando a medida que el interrogatorio avanza. Su principal característica es ser abuelas (una del campo, otra de la ciudad) de un solo nieto que tienen que “compartir”. “Con La procesión..., tenía un poco más claro lo que quería: dos abuelas disputándose el cariño del único nieto”, aclara Alanís, y recuerda algo de su historia personal: “Para esto me valí de una fantasía infantil que siempre tuve de niño: al contrario de muchos chicos, yo me pasaba las tardes viendo novelas o talk shows, y en la mayoría de estos programas siempre predominaba una narrativa de “ricos vs. pobres”, de cómo se disputaban espacios de poder, incluso entre las personas de la capital y las del interior”.
La fatalidad que cunde en esta segunda nouvelle del autor riojano sucede en las mismas coordenadas donde se ubica la peluquería de Las Ocho Lunas. De hecho, ambas novelas se conectan, en una especie de Macondo riojano, cuando una de las abuelas le dice al oficial que se enteró de lo que no tenía que enterarse parando la oreja en la mismísima peluquería. El autor confirma esta conexión espontánea, casi visceral: “La procesión de las contradicciones nace como una continuación involuntaria de esta primera novela, si bien se pueden leer por separado, lo que sucede en la primera novela se menciona de refilón en la segunda. Lo que pasa es que apenas terminé de escribir en el taller literario de Débora Mundani uno de los primeros borradores de Las dueñas..., empecé automáticamente con el primero de La procesión... Pueden tener cierto estilo narrativo parecido, usos de recursos narrativos similares pero son tramas totalmente diferentes con personajes diferentes. La idea es seguir explorando este universo, no sé si a lo Macondo, pero sí un multiverso donde estas mujeres se crucen, a lo mejor, sin saberlo. La intención está pero el tiempo y la escritura lo dirán”.
Uno de los intereses de Alanís en estas dos novelas fue recrear el habla de su región. También dice que algo de trampa hay, aunque más que trampa en estas novelas lo que hay es ficción. El autor deja que sus personajes hablen sin culpa, evita “la sobrecorrección” en pos del ritmo oral y ameno, absolutamente creíble e inmersivo, que se construye en las dos historias. “Por otro lado”, agrega, “tampoco quería explotar ciertos regionalismos que abundan en la literatura del interior, sobre todo cuando son escritas desde una mirada externa”.
De tanto ir el cántaro a la fuente, el cántaro se rompe. Pero algunos cántaros no, porque lo hacen con cuidado y respeto hacia la fuente. “(…) cuando una de mis tías de La Rioja me dice que se rio o lloró o se emocionó con las historias de estas mujeres, entonces no hay crítica literaria que pueda contra esa devolución. Creo que ahí radica la auténtica verosimilitud de estas voces”.
La primera persona y el formato de diálogo de las dos novelas también tiene una razón de ser: “Fui criado en una casa de tres generaciones de mujeres: mi abuela materna, mi mamá, mi tía y mi hermana”, responde. “Son las voces femeninas las que le dieron forma y fondo a mi vida. No me imagino estas novelas escritas en una tercera persona, mucho menos en voz de un hombre. De hecho, en La procesión de las contradicciones la única voz masculina aparece en forma de paréntesis y tres puntos, para darle al lector una idea de lo que puede preguntar de acuerdo a la respuesta que tanto doña Perla y doña Chavela contestan. En el diálogo uno puede rescatar la oralidad, saber de qué están hechas estas mujeres, si hacen pausas al hablar, si son dueñas de monólogos interminables o son más astringentes a la hora de dar una respuesta; estimo que el diálogo hace más dinámico al texto”.
Alanís le da una nueva categoría al cambalache ese que es casi siempre la comunicación humana, nos hace reír –un poco oscuramente– con lo que piensan y dicen sus lunitas y doñas, y les creemos porque en el fondo sabemos que ese delirio es más común en la vida de lo que pareciera. También les creemos porque esas voces nos entran por sus fisuras, porque no son abuelitas ni tan tan buenas, ni mujeres abominables. Las dos novelas terminan con un epílogo que lleva al lector a dar una vuelta más en la calesita que alberga estas historias, un elemento que parece traído de otro lenguaje, el cinematográfico.
El autor es fanático confeso de las películas de Almodóvar, un creador de grandes personajes, muchos femeninos: “Volver es una de mis películas favoritas: cada vez que la veo, una vez por año mínimo, me pregunto por qué no se me ocurrió una historia así a mí, por qué yo no escribí a Raimundo”, anhela. “Tanto de Almodóvar, como de otros cineastas y escritores como Laura Restrepo o Daniel Ferreira, trafico algunos recursos narrativos: una forma elegante de decir que uno se inspira; son como ladrillos que uno elige a conciencia para luego edificar su propia obra hasta encontrar un estilo propio”.
Es ese estilo el que Alanís fue trabajando hasta descubrir cuál era “el drama” que quería contar en su primera novela, y cuáles “las contradicciones” de las que habla la segunda. “El drama implica, en su etimología, la acción: en Las dueñas del drama creo que hay una búsqueda explícita de esa acción, de qué hacen esas mujeres en ciertos contextos de vulnerabilidad y en sus propios límites, cómo pasan de regentar una peluquería a preparar un cadáver, qué fue lo que las llevó a hacer eso. Si bien la historia tiene muerte y venganza, dolor y pérdida, no dejan de ser éstas consecuencias o caras de una misma moneda: la soledad. A todos nos dejaron alguna vez y todos alguna vez hemos abandonado a alguien, en Las dueñas del drama se explora esa soledad”.
“En Las contradicciones..., está todo más explícito desde el vamos,” explica Martín Alanís, “porque pese a que doña Chavela y doña Perla se contradicen todo el tiempo en la novela, comparten ciertos rasgos que es la incondicionalidad por el único nieto que tienen en común, aunque parezca que lo dejan de lado en más de una ocasión. Para escribir estos personajes, mínimo, uno tiene que tener o sentir las mismas contradicciones que esos personajes y reconocer, pese al orgullo, que uno no siempre actúa de la forma en la que piensa y viceversa; no es todo blanco, no todo es negro, son en esos grises donde se conoce a las personas y a los personajes estimo”.
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