¿Qué falta por conocer sobre la vida de Salvador Dalí? Para el cine, parece que mucho. Figura emblemática del surrealismo, movimiento del que fue expulsado, a más de tres décadas de su muerte, el pintor español sigue despertando pasiones y polémicas.
Pocos artistas han logrado ingresar en el imaginario colectivo de la manera que él lo hizo a tal punto que, aún en la actualidad, sus bigotes siguen siendo una marca reconocible. Dalí, quien siempre se refirió a sí mismo en tercera persona, además de una gran cantidad de pinturas y litografías, participaciones en guiones, decorados, publicidades y un largo etcétera también contribuyó a su propio mito a través de una autobiografía, Vida secreta de San Salvador Dalí, que él mismo aseguró que era una obra de ficción.
Esta autoconstrucción, esta inmortalidad que se presenta posible e irreal, ha generado un sin fin de historias sobre su vida sexual o su falta de esta, con acusaciones de misoginia, crueldad, maltrato animal y un pensamiento político-social fascista. No hace mucho, desde TikTok se realizó una campaña de cancelación que tocó algunos de estos puntos.
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En las últimas décadas su figura, se convirtió en el eje de una serie de películas y documentales, siendo la última Dalíland, una biopic en la que es interpretado por Ben Kingsley y que cuenta con Barbara Sukowa (Gala), Ezra Miller (en un joven Dalí) y la dirección de Mary Harron (I Shot Andy Warhol y American Psycho).
Detrás de Vincent van Gogh, el oriundo de Figueras es el artista más representado en la pantalla grande, aunque esta fascinación se acrecentó en las últimas décadas, sobre todo a partir de su muerte en 1989.
Hagamos un recorrido rápido. En 1965 se realizó Dalí en Nueva York, un documental de Jack Bond en que muestra la Navidad del artista en la Gran Manzana y lo sigue por la ciudad. Un año después llegó el corto experimental de Andy Warhol en el que se lo muestra visitando “The Factory” y conociendo a The Velvet Underground. En el ‘70, Dalí, un autorretrato, un documental oficial del que participa para agigantar más su mito y que contó con la voz en off de Orson Welles. Hasta allí, todo genialidad y excentricidades.
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Su figura cinematográfica resurgió en el ‘91 con una producción española, Dalí, en la que se recrea un reportaje para narrar sus experiencias con Picasso, Luis Buñuel, Jean Cocteau, etcétera.
El interés decayó hasta que en 2008 salió Sin límites (Little ashes), donde fue interpretado por Robert Pattinson y en la que se indaga en el triángulo amistad, amor y odio con el poeta Federico García Lorca y el cineasta Buñuel durante la juventud, todos eventos antes de conocer a Gala.
En ésta, ya comienzan a revelarse algunos de sus costados más perniciosos, como el origen de su fascinación masturbatoria mirando a otros tener sexo o incluso se inclinación a favor del fascismo, en el avance de los Nacionales de Francisco Franco sobre la república. Dicho esto, lametablemente en el filme la figura de la gran pintora Maruja Mallo, también estudiante de la madrileña Real Academia de San Fernando y cercana al trío en aquellos inicios del ‘20, no fue incluida en la historia.
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Luego vinieron documentales como Dali’s Last Masterpiece (2015), coproducido por la Fundación Gala-Dalí y centrado en el Teatro-Museo de Figueres; Salvador Dalí. En busca de la inmortalidad (2018), también con el apoyo de la Fundación y que es una biografía oficial con todas las de la ley. Ya en 2002, de la mano de la BBC llegó el telefilm Surrealismo: El juicio de Salvador Dalí, que retrata al artista (Ewen Bremner) desde la comedia y que se realizó para celebrar una exposición de surrealismo en la Tate Modern.
Dalí nunca se escondió de las cámaras, al contrario. Solo por citar un ejemplo de su poder propagandístico fue después de Franco, el personaje que tuvo más apariciones en las noticias que se presentaban en el noticiero antes de una película en España.
Hizo de la banalidad y de la publicidad una escuela que siguieron Warhol dando inicio al concepto del artista celebrity que hoy continúa en artistas como Jeff Koons, entre otros. Una imagen en la que el artista es, muchas veces, más importante que lo que produce.
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Y ese es el punto de partida de Dalíland. El filme comienza con una presentación real del pintor en el programa What`s my line? de 1952 en EE.UU., en la que un grupo de personas con los ojos vendados debe adivinar quién es el invitado a partir de una serie de preguntas. Ya allí se plantea uno de los grandes fenómenos con respecto a Dalí, ¿quién fue en realidad?, ¿cuánto había de crear su propio mito en las apariciones públicas?, ¿qué sabemos realmente?
El filme se podría pensar como una tercera parte de Sin límites en el sentido que la cineasta Harron recrea una historia centrada en el matrimonio entre Dalí y Gala ya con la fama, el dinero, las fiestas, el mito, consolidado, para revelar tanto los conflictos de la pareja a través de una simbiosis enfermiza, en la que el poder está siempre en disputa a partir de las infidelidades.
Harron retoma algunos de los puntos más polémicos de su vida y presenta otros que hasta ahora solo se habían presentado en publicaciones. Por un lado, su impotencia sexual y su afición por masturbarse observando a otros teniendo relaciones, porque “por algo pintó El gran masturbador” dice el personaje de Amanda Lear (Andreja Pejić), una de las modelos de El Divino, o el poder, tiránico, que Gala ejercía sobre él. Para sumar a la filmografía, la figura de la rusa Elena Dimitrievna Diakonova, Galushka, es recuperada en un documental de 2003.
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En Dalíland se exhibe al artista como una persona de una fragilidad absoluta, casi un niño que no puede tomar decisiones por sí mismo, que necesita de los maltratos de su esposa para motivarse para pintar porque ella “es un ángel” o que, cuando se corta un dedo, se tira al piso a llorar repitiendo que le amputarán la mano y solo se calma ante las nanas de su esposa.
El filme también ingresa en uno de los temas, artísticamente hablando, más espinosos con respecto al artista: el fraude de ventas de impresiones de alta calidad en lugar de litografías a personas adineradas pero sin la pericia para diferenciar una de otra.
Allí hay una conexión con el polémico y descatalogado libro Dalí y yo, de Stan Lauryssens, donde se plantea que en sus últimos años no pintaba sus propios cuadros y recurría a ayudantes, lo que generó un conflicto con la Fundación, que le acusaba de intentar “ensuciar la imagen” del artista.
“Escuché que la propia Gala decía que ella hizo más que nadie para fomentar la carrera de Dalí y más que cualquier otra persona para dañarlo. Esa es una paradoja interesante”, dijo la directora sobre el planteamiento del filme.
En Dalíland se lo observa firmando una serie de hojas en blanco que serán enviadas a Francia para hacer las impresiones y se da a entender, por sus expresiones, que fue algo común, así como también las ventas de estas a grandes precios en una galería neoyorquina. Eso sí, es la figura de Gala, que se la retrata una y otra vez obsesionada por el dinero, quien presiona al artista y a su agente recaudador, el Capitán Moore (Robert Graves), quien es víctima de violencia física y verbal una y otra vez.
Las motivaciones de Gala tienen dos ejes. Se presenta su enorme pavor de volver a ser pobre como en su infancia y, por otro, mantener su vida privada más allá de Dalí en su propia residencia en la que aloja a sus amantes. En este caso es Jeff Fenholt (Zachary Nachbar-Seckel), un joven actor de teatro que es la figura de Jesucristo Superstar en Broadway y a quien ella mira con ojos de adolescente enamorada y le solventa el estilo de vida tanto como la grabación de su primer disco “con música que las personas escucharán por cientos de años” le dice a Gala a Alice Cooper (Mark McKenna) en la inauguración de la muestra de Nueva York.
Antes del estreno de la película, la Fundación advirtió que se reservaba “el derecho a ejercer las acciones legales convenientes para salvaguardar el buen nombre del artista”, ya que no tuvieron “oportunidad de visionarla previamente y ejercer funciones en tanto que responsable de proteger la obra e imagen del pintor”.
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“Dalíland es un retrato complejo y favorable de Dalí, cuya vida y obra respetamos profundamente. La película no incorpora ningún material protegido por derechos de autor o de otra manera y todo lo que hicimos estuvo dentro de nuestros derechos para hacer la película y contar esta historia”, contestaron entonces desde la productora TIFF.
Para la película se creó el personaje del asistente (Christopher Briney), el verdadero protagonista, los ojos a través de los cuales se articula la narrativa y se observa esta historia de abuso y sometimiento gustoso, quien en la inocencia de su juventud va armando el rompecabezas de la relación a partir de otros personajes relacionados con Dalí, como las musas Lear, y Ginesta (Suki Waterhouse).
Centrada en el drama de una relación conflictiva, el filme no logra mantener la tensión de manera continua y depende, en gran medida, de las buenas actuaciones de Kingsley y Sukowa, como también de Miller, cuando encarna al joven Dalí en una serie de recuerdos que hacen de puente entre el pasado y ese presente.
El filme, que se estrenó el año pasado en el Festival de Toronto y tuvo a inicios de junio su presentación en las salas de EE.UU. , todavía no tiene fecha de estreno en esta parte del mundo.
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