Si existiera un Google Maps de la música argentina en el cual, a medida que se aleja la lupa, fueran quedando a la vista sólo los nombres de sus artistas capitales, seguramente entre esos pocos estaría el de Eduardo Falú, de cuyo nacimiento el próximo 7 de julio se cumplirá un siglo, y que tendrá una celebración que comenzará este domingo 2 en el CCK.
Primero, a las 16 horas el “Conversatorio 100 años de Eduardo Falú” reunirá a Juan Falú, Antonio Rodríguez Villar, Juan Quintero, Teresa Parodi y Jorge Suligoy, con el periodista Sergio Arboleya como moderador.
Luego, a las 19 en la Sala Argentina, el dúo Rosa Incaica, integrado por el guitarrista Pablo González Jazey y la soprano Annelise Skovmand, junto a la Orquesta de Cámara de la Universidad Católica de Salta bajo la batuta de Jorge Lhez, protagonizarán un concierto que incluirá la interpretación de la Suite Norteña, el estreno de la obra Murmullos misioneros y una serie de canciones de distintos momentos de la carrera del guitarrista, compositor y cantante salteño.
Falú, de Salta al mundo
Nacido en El Galpón, pequeña localidad del departamento salteño de Metán, con la composición de clásicos como “Zamba de la Candelaria”, “Tonada de un viejo amor”, “Milonga del alucinado” y “Vidala del nombrador”, y de obras como Trémolo, la Suite Argentina y la Suite Norteña, Falú contribuyó de manera decisiva a la construcción del cancionero argentino, a la vez que a la disolución de los límites entre el universo folclórico y el académico.
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Hijo de Juan y Fada Falú, inmigrantes sirios que compartían el apellido aunque sin parentesco alguno entre sí, el joven Eduardo se crió en Metán, donde su padre tenía un almacén de ramos generales, de donde se mudó a la ciudad de Salta, ciudad en la que además de estudiar, con una presentación en Radio LV9 como parte del grupo Los troperos puso punto de partida a su trayectoria artística.
El dúo que formó con César Perdiguero en 1941 terminaría por pavimentar su viaje de ida a Buenos Aires. Desde allí, merced a sus primeras composiciones compartidas con Jaime Dávalos y la grabación de su primer LP, su arte se expandió hacia todo el país primero, y hacia el exterior después, convirtiéndolo en uno de los artífices que impulsaron durante los ‘50 y los ‘60 una expansión de los alcances de la música folclórica, que tal como declaraba él mismo en el año 1961, había sido adoptada por el pueblo.
No sólo eso; sus presentaciones en los Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia, Japón, España, Inglaterra y en casi toda Europa, como así también en gran parte de América Latina, a la par de sus estudios con Carlos Guastavino, proyectó la música argentina al mundo y la suya hacia terrenos menos explorados, que se tradujeron en obras como José Hernández, en sociedad con Jorge Luis Borges, y Romance de la muerte de Juan Lavalle, junto a Ernesto Sábato, y varias décadas después, en sus suites Argentina I y II, además de la Norteña.
Entre la academia y lo popular
“Mis obras tienden un puente entre lo popular y la música culta, a través de la guitarra. Podría decir que con la guitarra no solamente rasgueo, sino que le busco otros elementos”, reflexionó alguna vez el músico.
“Considero a Eduardo Falú como uno de los artistas fundamentales en la historia de la música argentina”, señala el notable guitarrista Juan Falú, sobrino del músico y admirador de su obra, en sus diferentes dimensiones. “Si se considera solamente su rol de guitarrista y de compositor de obras para guitarra, ocupa un lugar igualmente relevante en la historia mundial del instrumento”, advierte.
“Creo -agrega- que no hay muchos artistas que puedan concentrar la cualidad del compositor, del intérprete, del instrumentista, del cantor y del creador de obras instrumentales y de un cancionero excelso. Todo eso reunido en una sola persona que consagró esa figura del solista, que en nuestro país ha marcado caminos fundamentales.”
En igual sentido, el compositor y también guitarrista Guillo Espel suma su mirada. “El aporte musical y académico de Falú es inmenso, a un nivel que lo ubica sin dudas en el Top Five de los nombres del folclore. Y estoy incluyendo en eso a Atahualpa Yupanqui, a la Hermanos Ábalos… Estamos hablando de obras como “Trago de sombra”, “Tonada de un viejo amor”, “Renacer”…”, enumera.
“Además, trabajó con Jaime Dávalos, Manuel J. Castilla, por nombrar sólo a ellos dos, y listo. Ya con ellos te clavás un puñal. Ahí está todo”, completa Espel, que cita también a León Benarós como uno de los socios creativos de Falú, a quien identifica con una suerte de artistocracia rural. “Esa es la palabra”, dice el músico. Y aún advirtiendo que no son comparables, enseguida traza un paralelismo entre Falú y Ariel Ramírez.
“Son dos figuras que, en principio, no cumplen en la historia del folclore con los preceptos de este lugar supuestamente -no me gusta usar la palabra progresista- más fomentado o enriquecido por la mística de hoy día, que tiene que ver con la condición no burguesa, no europeizada, no vinculada a una derivación del nacionalismo argentino”, explica, y remata: “Pero son los que generaban nuestro cancionero.”
Músico de dos universos
Pablo González Jazey, quien grabó por primera vez la Suite Norteña, y que ahora la interpretará en el CCK como parte de la celebración, describe a Falú como un artista de diversas ramas. “Si uno lo ve a él como guitarrista, él ha sido un virtuoso; una figura de excepción, admirado por Andrés Segovia, ¡que no admiraba a nadie! Jaja… El mejor trémolo del mundo, su sonoridad, su presencia… Esa ceremonia de salir a tocar, el vibrato justo, perfecto”, resume.
Y enseguida, el músico tucumano amplía su consideración. “Después viene la parte compositiva, más que nada para guitarra; y la forma. Cómo cuidaba el manejo de preguntas y respuestas, de células compositivas muy interesantes, en obras para guitarra de carácter folclórico. Era muy guitarrístico, muy lindo para tocar. Siempre me dio la impresión de que ha sabido mezclar su propio vuelo con lo que él escuchaba, que Guastavino le mandaba oír, y cómo lo iba procesando y desarrollando”.
“A la par -continúa- ha tenido otra vida, que para mí es la de las canciones. “Zamba de la Candelaria”, “Tonada del viejo amor”, que ahora la reversionó (Juan Carlos) Baglietto, eran muy importantes en los ‘60. Esa fue la base del cancionero, que sonaba mucho en el momento que pasó la revolución del folclore”.
González Jazey apunta entonces la diferencia de la propuesta de Falú respecto de otras, como por ejemplo la de Los Fronterizos. “Esa vuelta de tuerca que él proponía cuando salía a tocar solo, cantando esas canciones y acompañándose como si fuera casi música de cámara, en Cosquín; y que presentara eso como número y que fuera muy atractivo para la gente. Por supuesto que los Fronterizos tenían otro tipo de juego, pero él siempre buscó esa cosa: unir los dos mundos”.
Precisamente esa manera de plantarse sobre el escenario que retrata el guitarrista es también resaltada por su coterráneo Juan Falú. “Un modo de ser basado en una gran sobriedad, lo cual de algún modo contrastaba con la exhuberancia de la música”, dice de su tío, a quien atribuye el mérito de “haber inaugurado modos de plasmar la música de su propia tierra en el solo de guitarra, elevándola a un nivel universal”.
“Inaugura también un modo de arreglar para la guitarra, que siempre tiene en cuenta el contrapunto como parte insoslayable de todo arreglo musical. Y otro aspecto que hay que destacar muchísimo es su sonoridad. Ahí está una de sus cualidades principales”.
“Es la sonoridad de una guitarra que tiene muchos elementos ancestrales o antiguos, folclóricos, y mucha modernidad al mismo tiempo”, sostiene el músico, en parte a contramano de la propia percepción que su propio tío tenía de sí mismo, que alguna vez declaró no creer de manera alguna que su estilo era moderno. “Muy por el contrario; yo lo ubicaría en la línea clásica”, aseguró.
En todo caso, el contrapunto queda saldado a la hora de abordar al Falú (tío) como cantante. “Portador de una voz profunda, muchas veces generó comentarios completamente fuera de lugar, como que era más guitarrista que cantor. Pero me parece que eso tiene que ver con cómo se modelan los gustos masivos, cuando convive un cantor sobrio con otros cantores consagrados por el mercado, que tienen claramente otras cualidades y otros modos de llegada”, dice Juan, quien destaca en Eduardo haber puesto a la guitarra a dialogar con el cantor, y no sólo acompañarlo.
“Eso fue algo absolutamente alumbrador. Para quienes, adolescentes como éramos, nos arrimábamos al mundo musical, al folclore y a la guitarra, nos sorprendió ese desarrollo guitarrístico a la par del canto”, confiesa.
Signo de los tiempos
No obstante, ante la mención de Falú como “puente” entre la academia y la música popular, Espel lo vincula en alguna medida a los resabios de lo que venía de parte del nacionalismo argentino, representado por Julián Aguirre, Luis Gianneo y Felipe Boero, entre otros. “Suponer que las músicas rurales, de las que él era un gran precursor, se enaltecían con la puesta académica”, explica.
Un gesto inmerso en un marco internacional que iba en dirección similar, con Carlos Chávez en México, o hasta el mismo Héitor Villa-Lobos en Brasil. “América tenía que producir su propia música desde el espejo de lo que ocurría en Europa, mientras que Europa lo había hecho 100 años antes sin preocuparse por si en otro lugar había algo así”, agrega Espel.
“Acá había que hacer una música que tuviera relación académica. Entonces, había que cumplir con los preceptos de la academia, que había sido traída de Europa. La forma de concierto, la forma de la suite. Las primeras suites vienen del Barroco, del Renacimiento, y son formas danzantes venidas de Europa, por muy folclóricas que sean”, sigue.
Y concluye: “Para él, eso era importante y de avanzada: tratar de llevar la guitarra y la idea compositiva al gran salón. Algo que empieza con Andrés Chazarreta trayendo las formas danzables al Politeama, en 1921. Su gran mérito es haber puesto la supuesta argentinidad rural, en el año ‘20, en la calle Corrientes. Que era como el sueño posterior de todos, de llegar al Colón, como si fuera que eso los legitimaba, cuando en realidad los pasteurizaba. Porque lo más interesante es la obra en el sentido puro”.
Sin embargo, González Jazey contrapone una mirada alternativa, al afrimar que la Suite Argentina no había sido pensada para que fuera orquestada, ni con la idea de dar forma a una suite. “Eduardo leía muchísimo, tal vez en parte para compensar no haber tenido una formación universitaria. Supongo que él vio que una suite era una serie de danzas, y él tenía una serie de danzas. Y así nació la Suite Argentina que fue de las primeras. Pero eso se orquestó después”.
En cambio, González Jazey explica que la Suite Norteña, que el domingo 2 de julio interpretará junto a la orquesta de Cámara de la UCASAL con Jorge Fherz al mando, fue concebida por Falú pensando en el formato orquestal. Con ese punto de partida, una vez terminada la obra quedó en manos de Oscar Cardozo Ocampo, cuyo trabajo de orquestación quedó trunco por su muerte ocurrida a causa de un accidente automovilístico, y fue culminado por José Bragato.
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El amigo de papá, una Suite vacante y la playlist de Falú
Poco después de su regreso a la Argentina, en 2005, tras un periplo estadounidense durante el cual se nutrió de nuevos conocimientos musicales y conoció a Annelise Skovmand, una soprano con raíces danesas con la que formó, además de una familia, el proyecto Rosa Incaica, y mientras estaba de paso por su provincia natal, alguien llamó a González Jazey para preguntarle si tenía uno de esos banquitos sobre los cuales los guitarristas clásicos apoyan (o apoyaban) el pie sobre el cual se acomoda el instrumento.
Nada que lo sorprendiera, excepto que el músico que se lo había olvidado era ni más ni menos que Eduardo Falú. Así que allí fue Pablo, que mientras saludaba al maestro recibió un llamado de su padre, que siempre le había hablado del guitarrista con cierta familiaridad. “Estoy con Falú; ¿querés hablar con él?”, cuenta que lo desafió, y la respuesta fue un “sí” contundente.
“¡Negriiiiito!”, cuenta que saludó Falú a su papá, en el comienzo de una charla que siguió café de por medio en plan de recorrida por viejos tiempos. “¡Nunca me había contado que eran tan amigos!”, admite González Jazey, que a partir de entonces entabló con Eduardo un vínculo que se mantuvo hasta la muerte del guitarrista, ocurrida el 9 de agosto de 2013.
“Me dijo que fuera a verlo a SADAIC (Falú fue parte de la Comisión Directiva); ahí me mostró la Suite Norteña, y tras contarme que se le hacía cada vez más difícil grabarlo con la Camerata Bariloche, me preguntó si quería hacerla yo”, recuerda el músico, que enseguida sumó al plan al director de la Orquesta de la UCASAL.
“Medio que creo que iba sabiendo que se estaba retirando en serio. Cuando empecé, leí la partitura y fui con eso como guía, porque no había grabación alguna; yo la tocaba y él me iba mostrando algunas cosas”, agrega.
–¿Es mejor o peor, tener al compositor monitoreando ese proceso?
–Era buenísimo, tenerlo a Eduardo mostrándome lo que quería hacer, y no tener grabación. No me condicionó en nada, y empecé a buscarle la forma. Esa chacarera, por ejemplo… ‘¿Por qué no ha compuesto más chacareras? Le he encontrado solo dos’, le pregunté un día. ‘Eso es para los santiagueños. No me siento muy cómodo haciendo chacareras’, me respondió. ‘Pero compuso muchos gatos’, advertí. ‘Ah, sí, gatos sí’, cerró él.
En esa dinámica, el intérprete sumó algunos rasgueos y el compositor iba aportando sus opiniones. “Eso me gusta mucho; eso funciona…”, evaluaba. Pero no todas fueron rosas. Con la grabación ya hecha, cuenta el guitarrista que Falú evaluó: “¡Qué bueno que quedó el chamamé, y cómo suena la chacarera! ¡Qué bien ha quedado el rasgueo!” ¿Y la zamba? “¡Para la mierda!” González Jazey ríe con ganas y cuenta que Falú le pidió que le subieran el tempo. “El quería algo más carpero”, explica.
–¿Se lo subieron?
–No, nadie tocó nada,.
–¿Y ahora, cuando la tocan?
–Se le sube un poco el tiempo. ¡Jaja!
–O sea que ganó él.
–Ganó él. Es que grabar con la orquesta ha sido un laburo tremendo. Hubo unos cuantos tironeos, pero hemos llegado al acuerdo.
Pero la colaboración entre ambos músicos no se agotó en la Suite Norteña; al contrario, cuando escuchó una versión de “Resolana” interpretada por Rosa Incaica a pleno, Falú les sugirió a González Jazey y Skovmand que interpretaran también sus canciones. Y escribió una lista.
“Me habló de ‘La torna’, que nunca había escuchado mencionar… ‘La conocés, ¿no?’. ‘Sí, claro, maestro’. Y así hicimos la playlist, que se convirtió en un recital al que decidimos ponerle como título “Una voz y una guitarra”. “Y que serán las canciones que haremos en el concierto”, agrega la cantante.
Bajo perfil, alto legado
El guitarrista agrega que durante el concierto van a estrenar la obra Murmullos misioneros, con arreglos de José Carli, y que habrá algunas piezas que van con guitarra y orquesta. “Pero nos parecía bien empezar con guitarra sola, con ese vals que a él le encantaba: ‘Viejas tardes provincianas’. Casi todas esas son del año ‘83, que es una época de la cual no se conoce mucho”, anticipa.
Y el comentario invita a pensar que a pesar de la relevancia de su obra, que incluye también colaboraciones con Buenaventura Luna, Hamlet Lima Quintana, Albérico Mansilla y Rolando Valladares, entre otras figuras icónicas de la poética folclórica, pesa sobre Falú cierta forma de olvido, cuando se trata de listar referentes del género cuya influencia haya trascendido sus tiempo y espacio.
En ese sentido, mientras el dúo lo atribuye, en parte, al bajo perfil que Falú supo cultivar a lo largo de toda su trayectoria, Guillo Espel sugiere una vinculación con la división que ganó intensidad en el campo folclórico a partir de comienzos de los ‘70, entre una versión más literalmente combativa y testimonial y otra que no lo era tanto.
Sea como sea, lo cierto es que su legado se sostiene a fuerza de un repertorio con una estética muy fuerte, según destaca González Jazey, con un rumbo en el que la forma está definida con tanta claridad como fineza. “Algo que también es difícil de lograr”, dice. “También sucede que después de hacer tantas obras suyas, empezás a conocer su idioma musical, las armonizaciones…”, agrega Annelise Skovmand.
–¿Qué hay de particular, para una cantante, en estas canciones? ¿Por qué un cantante debería explorarlas?
Skovmand: –Una de las cosas que me impactó muchísimo de las canciones de la música argentina es la letra y la poesía. La música folclórica en los Estados Unidos es mucho más simple. En cambio, cuando empecé a abarcar los poemas que utiliza Falú, o Yupanqui, tienen una profundidad y sonoridad muy particular en la letra, que van enganchadas totalmente con la música.
Como sucede en el caso de Mozart, en el que la melodía va tal cual, como si estuvieras hablando en tono. Yo sentí lo mismo, cuando empece a ver la música folclórica argentina. Una profundidad emocional y una sonoridad de la letra que va con la música.
Después, investigando más el caso de Falú, vi que también se da por esas amistades que tuvo con esos grandes poetas. Con Dávalos, por ejemplo, no eran sólo socios artísticos. Hay un libro, Yo soy quien pinta las uvas, en el que el poeta cuenta cómo fueron naciendo muchas de las canciones que hicieron juntos, y ahí se entiende que no era que Dávalos escribía la letra y Falú ponía la música, o al revés. Había una interacción, y esa combinación de su música con las letras da imágenes hermosas.
Coda
“Siempre trato de superarme. Vivo permanentemente buscando la perfección artística. (…) No sé si lo que yo hago es crear, pero puedo asegurarle que interpreto tal como siento. Es un detalle fundamental para un artista que se precie de sincero con el público y consigo mismo”, sintetizaba Eduardo Falú en el segundo número de la revista Aquí está el Folklore, en agosto de 1961. Say No More.
* El conversatorio 100 años de Eduardo Falú se realiza este domingo a las 16 hs. en La cúpula del CCK (Sarmiento 151), con la participación de Juan Falú, Antonio Rodríguez Villar, Juan Quintero, Teresa Parodi y Jorge Suligoy.
* El concierto 100 años de Eduardo Falú, con el dúo Rosa Incaica, integrado por Pablo González Jazey y Annelise Skovmand, y la Orquesta de Cámara de la Universidad Católica de Salta, se realiza este domingo 2 de julio a las 19, en la Sala Argentina del CCK (Sarmiento 151).
Ambas actividades no requieren reserva de entradas: el ingreso es por orden de llegada, hasta agotar la capacidad de cada sala.
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