Cuarenta años de libros en democracia: la era de la expansión de la literatura infantil y juvenil

A lo largo de estas cuatro décadas se ha potenciado el fenómeno, con nuevos formatos para nuevos tiempos, una explosión de pequeñas editoriales y la participación del Estado en el mercado

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Desde el fin de la
Desde el fin de la segunda guerra mundial y la globalización de los noventa, los niños y los jóvenes fueron convirtiéndose en un target codiciado para las cada vez más variadas ofertas de bienes de consumo (Foto: UCO/ Europa Press)

Las cuatro décadas de vigencia de la democracia en la Argentina coinciden con la expansión y consolidación a nivel global de la infancia y la adolescencia como segmentos etarios del mercado cada vez más atractivos. Desde el fin de la segunda guerra mundial pero fundamentalmente desde la globalización de los noventa, los niños y los jóvenes fueron convirtiéndose en un target codiciado para las cada vez más variadas ofertas de bienes de consumo. Y las industrias culturales y las del entretenimiento se expandieron de modo espectacular gracias a la consolidación de los públicos menudos en tanto consumidores masivos de los productos culturales tradicionales y de los surgidos al calor de las nuevas tecnologías. De todo ese multivariado proceso no estuvo ausente la industria editorial, área en la que los libros infantiles y juveniles fueron ocupando cada vez mayores cuotas del mercado.

La magia del ignoto mago creado por una autora ignota

Tal vez la expresión más emblemática de aquel lugar alcanzado por los libros para niños entre fines del siglo XX y comienzos del XXI, fue la espectacular consagración que adquirieron los siete libros de la saga de Harry Potter, escritos por la escritora inglesa J.K. Rowling y editados entre 1997 y 2008 en español. A juicio de especialistas y tal como surge de varios relevamientos, las más de 500 millones de copias vendidas y sus traducciones a más de 65 lenguas instalaron a la del niño mago como la segunda serie de libros más vendidos en la historia.

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Más allá de las discusiones en torno a la calidad literaria de las más de cuatro mil páginas que suman sus tomos, resulta innegable la existencia de un antes y un después de Harry Potter en la historia del libro, así como un hito insoslayable en la de las prácticas lectoras de varias generaciones de lectores. Y este fenómeno planetario –del que la Argentina aún de la crisis de 2001 no estaría ausente–, habla a las claras del modo en que la globalización afectó a las industrias culturales en un tiempo en el que el entretenimiento (en sus diferentes lenguajes y expresiones) terminó de volverse industria.

La escritora británica J.K. Rowling,
La escritora británica J.K. Rowling, autora de la exitosa saga "Harry Potter"

Elogio de la materialidad en tiempos inmateriales

La aparentemente paradójica coexistencia de la desmaterialización que trajo la digitalización con la expansión de las posibilidades técnicas a la hora de concebir libros físicos cada vez más atractivos y originales, fue algo que marcó también estas décadas de cambios. La irrupción de las nuevas tecnologías aplicadas a la concepción y producción editorial trajo dos procesos diferenciados. Por un lado, la revolucionaria –y por momentos dramática– irrupción del libro y la lectura digitales. Por el otro, las cada vez más insospechadas posibilidades para dar forma al libro físico, aquel códice tal como lo conocemos hoy luego de haber migrado del rollo en esas revoluciones del libro de las que habla el historiador francés Roger Chartier.

En todo este tiempo se ha podido asistir a procesos que van desde la mejora en las calidades de la impresión de los libros tradicionales –a lo que se sumaron infinitas posibilidades en los formatos como por ejemplo los libros-álbumes o los libros ilustrados–, a la emergencia de nuevos materiales y maquinarias que hicieron posibles libros hasta no hace mucho desconocidos: los de tela para la cuna o los de plástico para el baño del bebé; los pop-up, que al pasar sus páginas despliegan tridimensionalmente otras historias diferentes o relacionadas con las del texto “plano”; los libros-juguete (o los juguetes-libros); etc.

De librerías y ferias: un canal en transformación

La expansión y consolidación de los públicos infantil y juvenil así como las profundas transformaciones operadas en las características de los libros tradicionales impuso a su vez una mutación en el último de los eslabones de la cadena de valor del libro: el de la difusión y comercialización. Así, las librerías reconfiguraron sus diseños tradicionales al ambientar espacios especiales para acoger a los chicos (siempre de la mano de sus padres), o comenzaron a abrirse las librerías especializadas, en este caso las exclusivamente dedicadas a los libros infantiles.

Feria del Libro Infantil y
Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires (Foto: Télam S. E.)

Del mismo modo, el paisaje de las cada vez más masivas ferias de libros se vio alterado por la presencia mucho más colorida de estos nuevos objetos de lectura, así como por una puesta en escena dedicada a ellos con la presencia indispensable de los autores firmando ejemplares y los ilustradores mostrando sus técnicas de trabajo, acciones a los que hubo que sumar otros tipos de entretenimientos para que los momentos de esparcimiento fueran experiencias lo más completas posibles. En el caso de la Argentina de estas últimas décadas, constituye un hito de importancia la creación de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, cuya primera edición se realizó en 1989, los días mismos en que la hiperinflación imponía la finalización anticipada del primer periodo de la transición democrática.

La escuela, una vez más

La escuela –y mucho más la escuela argentina– ha tenido desde sus orígenes en el libro una pieza muy importante del funcionamiento de su relojería. Sea el libro de lectura o el libro de texto, la bibliografía en sus variadas formas cumplió un rol muchas veces decisivo, sobre todo en los sectores más carenciados de la población. Piénsese que durante muchas décadas, en muchos hogares de las más recónditas zonas del país, el libro que se utilizaba en la escuela era el único que anualmente ingresaba en los hogares. Junto con el aprecio que generaciones y generaciones de alumnos manifestaron respecto del maestro, el edificio, las aulas escolares, el libro utilizado en las aulas siguen formando parte del acervo afectivo de la memoria de muchas generaciones.

Pero en las últimas décadas, las transformaciones globalizantes junto con las sucesivas reformas educativas ensayadas por los diferentes gobiernos desde 1983, impusieron sucesivas renovaciones –muchas veces debido a actualizaciones curriculares; otras tantas por la “tiranía de la novedad”– de los catálogos de las editoriales “texteras”. Esas renovaciones se dieron de la mano de la explosión de múltiples géneros y soportes editoriales (manual, libro de área, cuadernillo de actividades, libro de literatura, etc.), dando por tierra con aquel único “libro de lectura” que, por décadas, estuvo junto al pupitre de los estudiantes.

Finalmente, ya más en nuestros días, el avance de internet y la disponibilidad en línea de mucha de la información necesaria para el aprendizaje de las asignaturas impuso un nuevo giro en las acciones de las empresas editoriales destinadas a la escuela. Sin abandonar ni mucho menos los lanzamientos de novedades de libros físicos, incorporaron plataformas de aprendizaje en las que junto con las aulas virtuales, ponen a disposición de docentes y alumnos contenidos digitales.

El libro en las aulas
El libro en las aulas sigue formando parte del acervo afectivo de la memoria de muchas generaciones

El Estado en el mercado editorial

De la mano del neoliberalismo menemista de los años noventa llegaron también las llamadas “políticas compensatorias” formuladas desde el Estado para intentar paliar los efectos excluyentes de aquel modelo. Dentro del ámbito de la educación, surgieron hacia 1993 los primeros ensayos para implementar políticas públicas que tuvieron a las escuelas como uno de los focos privilegiados de atención a los fines de reducir la desigualdad y pobreza crecientes. Entre ellas se destacó el acuerdo con las cámaras empresarias editoriales para la selección y adquisición de importantes cantidades de libros –en especial, de textos escolares– destinados a establecimientos educativos de todo el país.

Comenzó allí un importante proceso de consolidación del Estado como un actor con un peso cada vez más significativo en el “mercado” del libro, en especial del destinado a la formación. Una vez más en lo que parecía un proceso paradójico, este fenómeno se daba en sintonía con otro que marcaría a fuego la historia de la edición nacional: el de la concentración y transnacionalización de los tradicionales sellos editoriales argentinos, así como la instalación de sucursales de casas matrices de los países centrales.

Ya en tiempos de la Alianza y de la mano de la consolidación del mundo digital, surgió el portal educativo Educ.ar, que más allá de los avatares en torno a su creación, la crisis de 2001 pondría entre paréntesis hasta la normalización política y económica de los años siguientes.

A partir de 2003-2004 y ahora en el marco de una política decididamente intervencionista, el Estado tomaría las riendas de políticas sociales francamente proactivas hacia lo digital –proveyendo equipamiento a través del plan Conectar Igualdad o contenidos audiovisuales mediante el Canal Encuentro–, pero también hacia el libro físico.

Plan "Conectar Igualdad", puesto en
Plan "Conectar Igualdad", puesto en marcha por el gobierno argentino en abril de 2010

Desde el Plan de Lectura dependiente del Ministerio de Educación se expandió la provisión de libros –ahora con un fuerte impulso a la literatura infantil y juvenil– a las escuelas, dando un paso más en la consolidación de las “compras públicas” como una parte significativa del mercado del libro argentino. Las ventas al Estado para este segmento etario –siempre teniendo a la escuela como vehículo mediador– contribuyeron de manera decidida a aumentar los niveles de facturación de muchas empresas editoriales y hasta incluso, varias de ellas sobrevivieron gracias a la exclusividad de esas ventas.

Sea en su versión liberal o populista, pues, el Estado haría su parte en estos años para contribuir al crecimiento de la participación del libro infantil y juvenil en el conjunto del mercado editorial. Quedan pendientes todavía exploraciones que den respuesta a un interrogante clave en torno a estos procesos sin lugar a dudas interconectados entre sí. Por un lado y más allá de cuánto haya contribuido esta política estatal en el aumento de las facturaciones de las empresas editoriales o en el posible crecimiento de la participación del público infantil y juvenil dentro del mercado, resta indagar a fondo cuál fue el verdadero impacto que tuvo la puesta a disposición de millones de libros sobre el mercado mismo, en otras palabras: en cuánto esas acciones contribuyeron a la construcción de nuevos y más numerosos públicos lectores.

El mercado, pese a todo

Imposible no cerrar este recorrido por lo ocurrido en el panorama editorial orientado a niños y adolescentes de estas cuatro últimas décadas sin atender los ingentes esfuerzos que durante estas décadas se pusieron de manifiesto en emprendimientos editoriales. Tomando a las del Estado en tanto acciones circunstanciales –su existencia termina siempre dependiendo del color político de las sucesivas administraciones o de la disponibilidad de recursos públicos– estas iniciativas surgidas desde el ámbito privado apostaron –más o menos exitosamente– por el riesgo de emprender, todo ello en un país que durante estas cuatro décadas junto con la vigencia de la democracia, debió soportar la vigencia también de recurrentes crisis económicas.

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Sería largo de enumerar –y potencialmente injusto cualquier olvido– aquellos sellos que en todo estos tiempos hostiles desde lo económico, se animaron pese a todo, y apelando muchas veces más a la obstinación, la perseverancia y el amor que suscita este oficio que a la sapiencia empresarial, a llevar adelante emprendimientos originales y con ediciones cuidadas. Así, hay magníficas expresiones tanto dentro de los grandes conglomerados editoriales como en iniciativas independientes y más pequeñas de series, colecciones y sellos dedicados a los libros-objeto; a los informativos o de no ficción –con propuestas desprejuiciadas pero impecables desde el rigor científico–; para primeros lectores; libros-álbumes o en los que el trabajo de los ilustradores pone la autoría visual a la misma altura que la de la textual; cómics y otras tantas expresiones del cada vez más variado universo de los libros para chicos.

Si a la hora del balance de estas cuatro décadas hay coincidencia en torno a que la democracia deja en su haber la plena vigencia de las libertades –factor indispensable para la creación intelectual– pero, en el debe, la búsqueda de mayores niveles de igualdad, en el crecimiento económico y en la transparencia de la gestión público, será necesario un esfuerzo para, en las próximas décadas, encarar dos tareas estrechamente vinculadas.

Por un lado y ante la constatación de que la libertad de expresión sigue amenazada incluso en países culturalmente no muy alejados del nuestro, seguir firmes y atentos en su irrestricta vigilancia. Por el otro, comprender que de la mano del crecimiento en las cuotas de participación del mercado, un público infantil y juvenil en expansión cuantitativa debe ir de la mano de una comprensión por cuidar, enriquecer y valorar sus potencialidades formativas en la medida en que en dichos públicos reside buena parte del reservorio para las muchas décadas de vigencia futura de la democracia que supimos conseguir en estas últimas.

* Sociólogo (UBA), especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).

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