Las primeras escenas de la película muestran un campo cubierto con el manto verde de la soja: la cosecha, los camiones, los barcos que esperan en el puerto de Rosario. Esa ciudad, que en los últimos años creció al calor de los precios internacionales de la exportación agropecuaria, es también el territorio que vio nacer y emigrar al mejor jugador de fútbol de la actualidad y, probablemente, de toda la historia. La Argentina que exporta materias primas, exporta también jugadores de fútbol. La Argentina, granero del mundo; la Argentina, pelotero del mundo.
Pelotero del mundo es el título del documental que dirigen Ariel Borenstein y Damián Finvarb, que hoy se estrena en el complejo Gaumont INCAA y en la plataformas Cine.ar. Con la ciudad de Rosario como fondo y con una cantidad de testimonios que van desde el director de ADIUR —una filial del Villarreal de España— hasta Jorge Solari, pasando por representantes, entrenadores y hasta el ex preparador físico Fernando Signorini, entre otros, sumado a la cobertura que hacen los medios de comunicación, la película muestra la realidad de los clubes locales que están ligados a las inferiores de clubes extranjeros —europeos— como fondos de inversión.
“Hasta el día de hoy”, dice uno de los entrevistados, “el principal exportador de jugadores del mundo es Argentina, seguido por Brasil”. Es el mismo que un poco después señala que, de la cantidad de jugadores que se exportan, apenas el 2% llega a jugar. Y en las segundas divisiones.
“El documental quiere problematizar la naturalización del lugar de Argentina como proveedor de materia prima”, dice Ariel Borenstein en diálogo con Infobae Cultura. “Es horrible decirlo así porque son chicos, pero en un sentido económico corresponde, porque se van antes de ser jugadores profesionales”.
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—El documental habla de muchos temas. Habla de fútbol, por supuesto, pero me pareció que es de lo que menos habla. ¿Puede ser?
—Estoy de acuerdo en que habla de muchos temas. Me gusta el concepto. Pero habla de fútbol. Porque el disparador justamente es el fútbol, con todo lo que significa a nivel mundial y, específicamente, en la cultura nacional y en particular en la rosarina. Si partimos de ahí, coincido que habla de más temas.
—Me refiero a que habla de economía, de las familias, de la educación. Hay una frase de Fernando Signorini que es hermosa: los chicos no son vasijas que hay que llenar, sino antorchas que hay que encender. En ese sentido digo que no es un documental “sobre” fútbol, sino que es un documental “con” fútbol.
—Perfecto. La frase que decís para mí tiene mucho valor porque Signorini fue el preparador físico personal de Diego Maradona y de la selección argentina. Cuando una persona como esa tiene un espíritu crítico, sabe que paga un costo. Nos parecía importante su opinión. Lo que decís se cruza con la edad de los chicos y los adolescentes: el juego, la educación, la perspectiva de un mundo híper profesionalizado.
—Al comienzo hablan de lo que genera el fútbol en relación con otras industrias, pero cuando se firma un contrato ¿cuánto de ese dinero entra en el país? ¿Los clubes reciben dinero?
—Hay un tira y afloje. Existe lo que se llama derecho de formación, pero después hay toda una estructura ligada al club vendedor y cuesta que le llegue al club formador. Quiero señalar algo que vimos haciendo el documental y que los que viven del fútbol juvenil escuchan todo el tiempo. Cuando hay un pibe que es crack y está en un barrio carenciado, una de las frases más comunes es que hay que sacarlo de ahí porque corre el riesgo de echarse a perder. Lo cual es toda una contradicción, porque, si bien tiene un elemento real y por algo se lo plantea, si ese chico juega así también es porque se crio en ese barrio. Entonces, en vez de naturalizar que hay que sacarlo del barrio, ¿por qué no vuelve al barrio parte de la plata para que, además de ser un lugar donde se aprende a jugar al fútbol, sea un lugar donde se pueda vivir dignamente? Así como la sociedad le da al fútbol, que el fútbol le devuelva a la sociedad.
—Tengo que confesar que tuve cierto prejuicio hacia los agentes y representantes. Me parecía que había cierta crueldad —la palabra puede ser un poco exagerada— en la idea de lucrar con la vida de un chico. No sé si es así o es mi prejuicio.
—En el periodismo, uno no puede suspender su prejuicio, pero se tiene que basar en los hechos. Y hay dos hechos que trascienden a cualquier sujeto. Uno, muy determinante, que hizo que la globalización del fútbol pegara un salto, fue la ley Bosman, cuando un jugador pidió ser considerado comunitario y se rompió la barrera para importar jugadores desde Europa. Los clubes tienen un cupo de extranjeros, pero con esa ley todos los europeos dejaban de ser considerados extranjeros. El segundo hecho fue la crisis económica de la Argentina del 2001. Años más, años menos, empieza a haber una presión y cualquier actor que quería ser parte de eso pudo acomodarse. Puede que algunos lo hayan hecho con más dignidad, otros con más perversión, pero es parte de ese sistema. Yo, en ADIUR, vi una preocupación por la formación de los chicos.
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—Pero hay chicos a los que desde los representantes, desde los medios se les promete que van a ser el nuevo Messi o el nuevo Diego y pasan los años y por ahí no llegan a jugar, y terminan perdiendo la oportunidad de estudiar o de hacer otra carrera.
—Hay toda una legislación en Europa para limitar la edad con la que puede ir un chico a jugar allá. Y no es por sensibilidad: es porque, como la mayoría no llega, después se encuentran con un montón de manteros sudamericanos y africanos a los que alentaban a ir y, como no llegaron a jugar, los empujan a irse o dan lugar a expresiones xenófobas. Por eso, sin relativizar tu opinión de los intermediarios, el problema es más de fondo. Es un negocio que es una picadora de carne, que se lleva chicos a edades en las que todavía no se puede saber qué quieren hacer de su vida. En el documental hay formadores que lo explican: a los 12 o 13 años, al pibe le encanta jugar al fútbol, pero eso no es lo mismo que quiera ser un jugador profesional. Nosotros contamos el caso de un chico con todas las condiciones, que, sin embargo, no llegó porque se bajó. El problema es que hay una sociedad que precisa que los chicos salven a los mayores y les tira esa carga.
—¿Pudiste hacer un paralelo con otros deportes o disciplinas? ¿O en el medio del documental pensabas en algún paralelo con otras disciplinas?
—Con Damián Finvarb tomamos el fútbol por lo que significa, pero lógicamente el tema es el deporte híper profesional. Con lo que vos decís, hay una algo tal vez con el boxeo. Si se quiere, el boxeo fue el más cruel de todos los casos, con los que un deportista intentaba salvarse. Siempre venían de familias muy, muy pobres. Como fenómeno de masas, yo no conozco mucho al boxeo y ahora que pasó a ser de los hoteles y no de los estadios, ya no es lo que era. Quizás porque surgieron deportes más brutales que el boxeo y generan más atracción.
—Cuando te hice la pregunta sobre los intermediarios, justamente pensaba en el boxeo y en la canción de León Gieco.
—”Cachito, campeón de corrientes”... Yo creo que si viste eso en la película es porque la película lo muestra. Solo mi alerta es que la cosa es más global. Insisto en lo que a mí más me llama la atención. Uno podría decir en términos comparativos que determinada industria tecnológica tiene un atraso y que no se puede competir. Pero en el fútbol, más allá de que se cuestiona la idea de la hiper profesionalización, ¿por qué Argentina y Sudamérica no podían tener a Messi, Neymar y Suárez, que en su momento eran la delantera del Barcelona, y vender la televisación a los espectadores españoles y hacer el negocio acá? Me parece válido problematizarlo. Entre que Messi juegue acá en su pico y que los pibes se vayan a los 12 años, tiene que haber algún puente. Como para Argentina no solo se enorgullezca de su selección una vez cada cuatro años o en una Copa América. La sociedad que salió a festejar el campeonato del mundo es también la que naturaliza el lugar que Argentina ocupa en el fútbol.
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