A los pocos meses del fallecimiento de Fogwill en el año 2010, su hija Vera ingresó en el departamento de su padre junto con la archivista Verónica Rossi para iniciar la catalogación de los documentos. El departamento en Soler y Thames era, además de vivienda, un lugar de trabajo. Todo estaba muy revuelto, tal cual el escritor lo había dejado antes de viajar a Montevideo, pocos días antes de su muerte. Pero pequeños sectores revelaban cierto orden: un rincón para las fotos de sus hijos, otro estante con cartas antiguas. La ropa estaba en su lugar. Esa disposición inicial marcó una consigna a la hora de confeccionar el Archivo.
Verónica Rossi, archivista y curadora del Museo Malba, nunca había recibido un archivo en ese estado impoluto, inusual y fascinante a la vez. “Seguramente no me vuelva a pasar nunca”, cuenta a Infobae Cultura. Hasta que ella entró con Vera Fogwill al departamento, nadie había tocado nada, ni siquiera el escritorio. El punto de partida fue respetar esa primera clasificación hecha por él mismo. Esta clasificación no solo estableció jerarquías. Además, aportó un patrimonio en información que no todos los archivos tienen. Poder acceder a la casa y al sitio de trabajo de Fogwill tal como él los vivía, dejó las pistas marcadas para develar algunos de los misterios que surgieron durante la investigación.
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Sobre la chimenea, por ejemplo, se alzaba la foto de una mujer que no era ninguna de las tres madres de sus cinco hijos. Era la foto de una novia de juventud a quien había amado mucho, Virginia, hermana de un amigo de la Facultad. Aunque eso Rossi lo averiguó mucho después.
El Archivo Fogwill fue donado por su familia el 9 de junio de 2022, hace un año, a la Biblioteca Nacional, con el propósito de que pueda ser consultado por todo público. Los archivos están siendo ingresados, y aún no están disponibles. Lo recibió el director de la BN, Juan Sasturain, de sus hijos Andrés, Francisco, José y Pilar Fogwill.
El material incluye un acervo de alrededor de setecientas cartas con casi todos los escritores de su generación, borradores de poemas, cuentos y libros, fotografías y publicaciones de y sobre Fogwill, además de parte de su biblioteca con marcas de lectura. También se atesoraron diarios de sueños, dos cuadernos de notas y borradores y manuscritos de algunas novelas. Es un corpus de documentos de su vida y obra que abarca desde 1941 al hasta 2010, el año de su fallecimiento.
En 1980, durante la última dictadura militar, Fogwill estuvo preso. En una de sus cartas, comentada por Rossi en el artículo “Las cartas de Fogwill” (Latin American Literature Today, 2020) Fogwill contó a sus hijos que tenía una novela en proceso y que esperaba terminarla antes de salir de la cárcel. Esa novela fue Nuestro modo de vida (Alfaguara, 2014), uno de los manuscritos que se descubrieron y publicaron durante el proceso de trabajo en el Archivo. En el texto incluido como prólogo, el autor se excusa: “Produje Nuestro modo de vida intentando plagiar La Luz Argentina, bella novela del escritor argentino César Aira”.
En otra carta, Fogwill relata un episodio mítico para la historia chica de la literatura argentina. También desde la cárcel, mientras esperaba ser trasladado junto con otros presos, escuchó a dos hermanos catamarqueños hablando entre sí. Uno le decía al otro: “con qué ganas me comería un pichiciego”. A esos armadillos peludos, miniaturas que viven debajo de la tierra y existen únicamente en la Argentina, les debe el nombre de su novela más extraordinaria, Los pichiciegos (1982), que escribió pocos meses después de la cárcel, según se rumorea, drogado y en solo tres días. Parte de la genialidad de esa obra consiste en contar un relato posible, ficción absoluta, sobre la vida de unos combatientes durante la Guerra de Malvinas, cuando todavía estaba en curso, y nada se sabía de las condiciones de vida de esos soldados y su destino final.
Un manuscrito encontrado, también inédito, fue La gran ventana de los sueños (Alfaguara, 2013). Se trata de una compilación de sueños que probablemente Fogwill haya armado a partir de los cuadernos de sueños que también integran el Archivo. Trabajando junto con amigos del autor y editores, la archivista tuvo que contrastar las distintas versiones para descubrir la más reciente. Como resultado de ese trabajo, Damián Ríos publicó Memoria Romana y otros relatos inéditos (Blatt & Ríos, 2018), una compilación de relatos escritos entre la década de 1970 y los 2000.
También se conservaron los contratos de edición, algunas liquidaciones y la correspondencia con las editoriales. Este material podría ser un seminario magistral sobre la negociación entre los escritores y las grandes editoriales. Porque Fogwill fue, además de un formidable escritor, un gran vendedor y empresario. En sus años de juventud estudió sociología y, mientras quería convertirse en escritor, se dedicó a la publicidad y a los estudios de mercado. El famoso slogan “El sabor del encuentro” usado por Quilmes durante años fue una creación suya. En ese ámbito trabajó con Osvaldo Lamborghini, Néstor Perlongher y Alan Pauls.
En febrero, en Twitter e Instagram circuló una carta de Juan José Saer a Fogwill del año 2003. Muy informal e íntima, fantasea con qué harían ellos dos si Fogwill gana la beca Guggenheim. “Si te dan la beca, no te gastes todo en la diosa blanca (…) Si no te la dan, te regalo un vale para Pipo”. Anexada, en el Archivo, está la carta fotocopiada que escribió Saer a la Fundación Guggenheim recomendando formalmente a Fogwill para la beca que finalmente ganaría.
En la Biblioteca Nacional se atesoran también otros archivos y colecciones particulares, como una colección de cartas del periodo de la última dictadura militar (escritas por exiliados, expresos o desaparecidos desde la clandestinidad a sus familiares que vivían en dictadura), la correspondencia entre Alicia Eguren y John William Cooke y el archivo de David Viñas. En el caso del Archivo Fogwill, cuando se finalice su clasificación en la Biblioteca, casi la totalidad del material estará disponible en formato digital.
Unas de las pocas personas que accedieron al Archivo antes de su donación fueron el escritor y editor Diego Erlan y la investigadora Virginia Castro. Erlan está terminando una biografía sobre Fogwill llamada Teoría del caos, que saldrá por Penguin Random House. A partir de la apertura de este acervo podrán escribirse más biografías, hacerse investigaciones y confrontar cartas y documentos con otros archivos.
Todo archivo puede ser ampliado con nuevas donaciones. En el caso del Archivo Fogwill, parte de los documentos (como el borrador y el manuscrito de Nuestro modo de vida) fue donada a la familia por distintos amigos. ¿Y las cartas íntimas o los secretos familiares? Si toda carta y todo diario es íntimo, en los archivos hay materiales más reservados que otros, que muchas veces quedan protegidos para resguardar a los mencionados en los diarios, los acompañantes de las fotos, los remitentes de las cartas. Cuando no hay regulaciones legales, la privacidad es casi un asunto de vida o muerte. Como dice Verónica Rossi, la privacidad de parte del archivo “depende de los herederos y de su relación con esa intimidad. El archivo privado es para resguardar a los que quedan vivos”.
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