“Lo lindo que tiene este trabajo es que no es una mirada desde la noticia. Es una mirada distinta que tiene que ver con la poética de un pibe que vivió ahí”, dice Nahuel Alfonso acerca de la exposición Ciudad Oculta: una mirada alternativa sobre las villas y sus habitantes, que permanece en el Centro Cultural Borges de la ciudad de Buenos Aires hasta el 30 de junio.
En diálogo con Infobae Cultura desde San Antonio de Areco, ciudad bonaerense en la que reside desde el comienzo de la pandemia de covid 19, el fotógrafo observa que “la fotografía en la noticia puede llegar a ser muy perversa: la vista es muy fácil de engañar y las técnicas de manipulación de la fotografía son vastas, hay muchísimo, y entra como un flechazo en la cabeza”. “Entonces un poco así surge la idea de tratar de mostrar otra cosa”, cuenta Nahuel, y pone un ejemplo: “Si se levantó una cocina de paco en Ciudad Oculta y llega el fotógrafo con el periodista, le hacen una nota a la persona que salió en la tele y después una foto de unos nenes, no sé, comiendo un pedazo de pan al lado de la casa donde se levantó la cocina de paco, entonces es como súper estigmatizante eso, y ahí no hay profundidad, porque hay una cosa de romantizar la pobreza, de enternecerse con la pobreza, que a mí mucho no me gusta”.
Para Alfonso es importante ahondar en la definición de su punto de vista: “Yo siempre traté de llevar todo para para el lado como de la sensación del mundo personal, introspectivo, que maneja dudas más que certezas. El fotoperiodismo muestra una parte; yo también muestro una parte, pero una parte con otra profundidad, simplemente por la cantidad de tiempo… porque mientras más tiempo estás, más profundo puede ser tu trabajo por el hecho de poner el cuerpo, de entender el cotidiano y dejarse permear por la poética”.
Nahuel Alfonso vivió parte de su infancia en Ciudad Oculta, donde se acercó a la fotografía en los talleres de la Fundación Ph15. A fines de 2010, cuando la policía intentó desalojar por la fuerza a las familias que se habían asentado en el Parque Indoamericano de la ciudad de Buenos Aires, los noticieros saturaban los canales de difusión con cientos de imágenes que reproducían una mirada sesgada sobre las personas que habían ocupado el predio. Este hecho motivó a Nahuel para dar inicio a un ensayo fotográfico que busca retratar, desde adentro, la identidad de la villa y sus habitantes.
—¿Qué es lo que podemos encontrar en la muestra del Borges?
—En la muestra se pueden encontrar tres partes. La primera parte es la que ya se exhibió en el Haroldo Conti en el 2017; fueron 34 fotos de las cuales 31 son en tamaño 50 por 70 y hay tres que son en un metro por 80, que son como las más simbólicas de la serie. La serie Ciudad Oculta siempre siguió avanzando, entonces las fotos que se exhibieron en 2017 son del 2010 al 2016. Después de ahí, yo seguía haciendo fotos en Ciudad Oculta, y también con los retratados en esa serie pero quizás por fuera de Ciudad Oculta, aunque la matriz, digamos, está en ese trabajo. Me parecía que estaba bueno unificarlo. Por ejemplo, hay una foto de mi primo cuando tiene 20 años. Ahora tiene 35, y él a los 20 fue padre de gemelas, entonces hay fotos de él alzando a las nenas, que hoy tienen 12 años, más o menos. Entonces tengo la foto de cuando ellas eran chiquitas, dos o tres más que forman parte de la serie original de Ciudad Oculta, y después desde el 2016, por ejemplo, hicimos un viaje a Paraguay todos juntos y ahí les hice varias fotos, y también las volví a fotografiar en el 2019 en Ciudad Oculta cuando yo pasé unos meses allá. Y ahí salió como otro cuerpo de trabajo, que también está exhibido en el Borges.
Por otro lado, también hay un sector de unas vitrinas y un sector fotográfico también, o sea, de foto colgada en la pared, que es sobre el “elefante blanco” –le decíamos “el Hospitalito”–, destinado a la memoria de ese espacio. Entonces hay fotos mías del interior del elefante blanco, de ex habitantes que vivieron ahí antes que lo demolieran en el 2018. Fotos de toda la villa y todo lo que está fuera de la villa, desde la terraza, y algún paisaje que fotografié yo desde los techos de mi casa en Ciudad Oculta. Y también, así como yo, muchos pibes pasaron por los talleres de la Fundación Ph 15 y todos tuvieron las cámaras que le que les daba la Fundación. Entonces, todos fotografiando su espacio, sus pasillos, terminaban siempre agarrando un pedacito del elefante blanco; así se fue construyendo un archivo histórico y visual sobre el elefante blanco visto por pibes y pibas de los talleres de fotografía. Todas esas fotos van a estar en esa vitrina, mostrando todos los costados del elefante blanco.
Después hay otra vitrina que es cuando yo arranque en Ph 15 a los 14 años. Yo estuve tres o cuatro meses, algo así, y me fui y retomé a los 20. A los 14, yo hice algo así como diez rollos, y están esos primeros rollos con los contactos que muestran las 36 fotos de cada rollo en una hoja más o menos A4, y fotos de 10 por 15, que son las que copiaban los talleristas y los laboratoristas en la oficina para llevar los sábados para que nosotros veamos la foto que hicimos. Entonces se puede ver como los inicios, mis primeros rollos. Está la foto de los nenes con el paraguas en un pasillo inundado, que es como un ícono de mi trabajo y es una fotografía que a mí me abrió muchas puertas, impresa en un metro por 80, y se ven las fotos previas y las posteriores a esa foto.
—¿Qué es lo que querés generar en las personas que vayan a ver tus fotos y que no conozcan Ciudad Oculta, y qué emociones producen en vos estas fotos al verlas?
—Las emociones que producen en mí son distintas cada vez, porque al haberlas hecho yo, en un momento me maravillé por la construcción de la imagen, por la técnica, por la poesía. Es como escribir un verso; yo quería contar algo y después con el tiempo te das cuenta que capaz que había otras cosas, entonces como que vas redescubriendo la imagen. Pasan cosas loquísimas con ese tema; por ejemplo, la foto del hospital, que están todas las ruinas por dentro. Yo nunca me di cuenta que había una paloma con las alas abiertas en la parte de abajo de la foto justo parada en la ventana. Nunca es el mismo sentimiento, porque los recuerdos se van como reconstruyendo.
En la serie está la foto de mi prima con el perro; ella ya se fue de la villa, está viviendo en otro lado, haciendo otra vida. Y ahí me queda el recuerdo de lo que fue ella en ese momento, y lo que es ahora, y todo lo que pasó para llegar ahora… Entonces como que para mí, que soy el autor, la foto tiene otro significado completamente, porque yo quise contar algo, pero mi relación cambió y la interpretación que hago yo mismo de esa fotografía es otra, entonces los sentimientos siempre van cambiando, pero son muchísimos.
—¿Y en el espectador qué es lo que querés generar?
—La verdad que nunca pensé en eso… O sí, pensé en eso, pero no es el móvil, digamos, como para hacer una foto. Sí había algo que me lo había tomado como algo personal que era la lucha contra los medios que eran más poderosos y tenían la capacidad de bajar una línea. Entonces creo que si hubo un móvil fue ir en contra de lo que estaban diciendo, como una especie de contracultura. Después cuando estaba aprendiendo fotografía documental con Carlos Bosch, que es mi gran maestro, él me decía “tenés que hacer fotos para que se vean dentro de 50 años”. Pero siempre necesito la realidad del otro lado para yo poder hacer una interpretación con la fotografía. Y entonces en mi cabeza estaba mucho eso con respecto a los espectadores, como que pensaba primero en hacer una contracultura de los medios de comunicación y por otro lado que quede en el tiempo, y después cuando mostraba la serie, que iba ganando su público de a poco, me sorprendían las cosas que me decían. Porque además hay una tercera pata, que es que lo hacía también por la necesidad de expresarme, de ser un artesano de imágenes, la necesidad de ser un poeta, la necesidad de vivir de lo que me gustaba. No pensé mucho en qué quería transmitir a la gente. Aunque sí, si hay algo, puede ser como la poética.
Además, por vivir en una villa no tenés menos capacidades. Sí menos recursos, menos oportunidades, y hay que estar muy alerta cuando hay una oportunidad para salir adelante. La gente se boicotea mucho en los barrios, porque al haber abandono del Estado, muchas veces uno crece sintiendo que no merece lo que desea. Yo te diría entonces que estas fotos son como un granito de arena para los que están adentro: si yo puedo hacer esto, todos podemos, es posible, podemos hacer cosas, ¿no? Y retomando lo que te decía recién, como dejar de boicotearnos un poco, porque se generan complejos muy fuertes que son muy difíciles de romper cuando hay un abandono, cuando hay estigmatización de los medios, cuando las oportunidades no están; se generan complejos que son muy difíciles de curar, así que está hecho más que nada para la gente del barrio.
—¿Y qué respuesta tuviste de la gente del barrio cuando vieron tus fotos?
—Un montón, un montón… Por ejemplo Brandon, que es el nene que aparece con el número 7 en la foto que está el bajo el paraguas con otro amigo –o con el hermano, me parece–, hace poquito me agregó a Instagram y me dijo “¡ese soy yo!”, porque se reconoce con el pelo largo, con esa remera en ese lugar. Y nada, la respuesta re linda, tipo como “qué recuerdo, qué espectacular, yo tuve toda una vida después de eso, y ahora que me veo de chiquito y veo dónde estoy ahora…”. Es como que puede ver todo lo que pasó al poder compararse con ese momento y con lo que es ahora, y todo lo que hubo en el medio. Me contaba que había tenido situaciones muy difíciles que tuvo que atravesar, cosas de salud… Entonces nada, eso, cosas re lindas, generalmente tipo “gracias, nunca pensé que iba a estar en una foto”.
—¿Tenés siempre la cámara preparada por si alguna situación te mueve a hacer una foto, o preferís producir una fotografía, pensarla, prepararla?
—A mí me gusta mucho más armar la foto, pero armarla con los elementos que hay alrededor. En un principio me gustaba esto del momento preciso, esa línea tan fuerte que bajó Henri Cartier Bresson, que prácticamente inventó esto del momento decisivo. A mí nunca me gustó esa cosa de ser como tan espontáneo. En un principio me maravilló, pero después traté de correrme un poco de ahí, porque no sé, soy más “director”, digamos. Busco el contexto global, el comunitario y el individual, entonces en mi cabeza nunca está eso de “soy totalmente inocente y voy y busco una espontánea”. Si hay una espontánea, es en base a todo esto que te digo. Por ejemplo, mi prima, que vivía en una casa de varones con muchísimo machismo alrededor, viste. Entonces, ¿quién es ella, qué hace ahí? ¿Cuál es la situación de su entorno, la relación de ella con el entorno, por qué ella está acá o quién es ella? Es la única adolescente en donde hay mucho machismo alrededor, y ella se tiene que hacer muy fuerte para soportar eso y se tiene que armar prácticamente de poder para tolerar y para doblegar a quienes quieren hacerle mal. Es la que aparece en una foto con un perro, ella tiene un pedazo de comida dentro del cachete que tiene inflado ahí porque estaba masticando, y tiene un pedazo de sándwich en la mano y yo le estaba haciendo una foto, y el perro se acercó para oler el sándwich, como pidiéndole un poquito de comida, y ella lo saca para atrás, lo mira y bien cerquita ella le dice “no te voy a dar nada, Bigote”.
Entonces, esa fuerza de esa mujer que está ahí enfrente mío, como sobreponiéndose a cualquier situación y que no le importe nada, viste, como llevando toda esa estructura que tuvo que armarse para tolerar otras cosas, traspolándola a la relación con el perro, ponele. Es una instantánea, porque sucedió así, pero hay todo algo previo. Yo no voy al parque a fotografiar desconocidos haciendo instantáneas.
—¿En este momento estás trabajando en algún otro proyecto?
—Tengo varias cosas. Primero, tengo otros proyectos que fui desarrollando con el tiempo; uno que se llama “Pasos en las huellas”, las huellas son las fotografías y los pasos sobre las huellas serían la revisión de ese archivo. Se lo robé a Cortázar; hay un cuento donde habla como de un detective que sigue los pasos en las huellas, y me pareció perfecto eso, porque nosotros hablamos de la fotografía como memoria y hablamos de la fotografía como huella de la huella, como memoria. Ahora estoy trabajando de otra manera todo lo previo hasta el 2020, es una serie que recopila desde mis primeros trabajos hasta ahora y las fotos que no están en ninguna serie y que de alguna manera muestran el avance, la construcción de la mirada a lo largo de esos 10 años hasta ahora.
También estoy empezando un trabajo que es más que nada un reportaje, un trabajo a largo plazo que es hasta periodístico, sobre una chica que vive en Luján y que hace cinco años que necesita un trasplante bilateral de pulmón. Hace tres años que está en la lista de espera en el INCUCAI y hace cinco años que usa oxígeno 24/7. Y nada, y todo el mundo que pasa alrededor de eso, la relación cercana con los aparatos, como que les pone nombre, parecen una especie de mascota, pero es tremendo. Es tremendo, y debe tener 24, 25 años. Estamos juntando fotografías de ella, de su álbum familiar. Ella escribe poesía y estudia literatura, entonces también tiene mucha poesía alrededor de lo que le pasa. También fotos mías y fotos que tienen que ver más con el dato duro, como capturas de pantalla de cuando ella entró al INCUCAI, por ejemplo. Entre todo ese contenido que estamos generando, se va a armar la narrativa para para hacer una publicación.
*Nahuel Alfonso publica sus trabajos en su web www.nahuelalfonso.com y en su cuenta de Instagram @nahuelalfonso.foto. La muestra Ciudad Oculta puede visitarse hasta el 30 de junio en la Sala de Exposiciones temporarias del tercer piso del Centro Cultural Borges (Viamonte 525, Buenos Aires), de miércoles a domingo de 14 a 20 h. La entrada es gratuita.
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