Luego de publicar sus memorias bajo el título Autorretrato, en las que narraba la compleja e intensa historia de amor que tuvo con el consagrado artista Lucian Freud –cuando ella tenía 18 años y él 55– la pintora Celia Paul (1959) se anima al ejercicio de la ficción en formato epistolar, en su nuevo libro Cartas a Gwen John, donde traza una hermandad con la artista galesa nacida en 1876 y fallecida en 1939, a quien dirige sus misivas.
De algún modo, este nuevo título encuentra una conexión con el anterior (ambos publicados por Chai Editora), no sólo por la narración en primera persona de la autora: en Autorretrato Paul buscaba desprenderse de la etiqueta de “musa” de Freud (1922-2011), con quien tuvo un turbulento romance durante diez años y del cual nació Frank, el más joven de los 14 hijos que tuvo –con otras parejas– el nieto del reconocido psicoanalista Sigmund Freud.
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“Tras la muerte de Lucian me resultó impactante leer en muchos artículos que yo había sido su musa, pero omitían completamente el hecho de que yo también era artista. Me di cuenta de que tenía que hacer algo al respecto. En la escritura de este libro pude afirmar mi propio lugar, pude hacer mía esa historia”, había dicho en una entrevista la pintora nacida en la India, de origen británico, con motivo de aquel lanzamiento.
En su flamante Cartas a Gwen John, de reciente aparición, Paul establece una misteriosa conexión con la pintora galesa Gwen John, quizá porque percibe que sus vidas “han sido talladas con el mismo cincel”: ambas tuvieron relaciones largas y apasionadas con artistas mayores y más reconocidos que ellas y la fallecida pintora creaba en soledad y aislamiento, las mismas condiciones en las que pinta y escribe Paul.
Apelando otra vez al recurso de abrir las puertas de su intimidad, Paul escribe a su destinataria: “Una de las principales razones que me mueven a hablarte es esta: cada vez soy más consciente de que se refieren a nosotras en relación con los hombres. La mirada pública te asocia siempre con tu hermano Augustus y tu amante, Auguste Rodin. A mí me ven a la luz de mi relación con Lucian Freud. No nos consideran artistas autónomas”, se despacha la autora en una de las misivas.
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“Queridísima Gwen: Sé que esta carta es una ilusión. Sé que estás muerta y yo estoy viva, y que ninguna comunicación normal es posible entre nosotras, pero ‘el tiempo es una sustancia extraña’, como decía mi madre...”, arranca ya desde las primeras líneas este volumen que respeta de principio a fin el formato epistolar por el cual Paul envía a Gwen sus cartas fechadas entre 2019 y 2020.
La artista que estudió en Slade School of Fine Arts de Londres, donde conoció a Freud cuando ella era alumna y él tutor, bucea en su propia historia pero también en la de la artista nacida en Gales para hallar los puntos de contacto entre ambas: desde los complejos vínculos entre madre e hijo, así como la tensión entre amar o estar sola para dedicarse por completo a la creación.
“¿Por qué a algunas artistas las aceptan sin reservas, simplemente por lo que son? ¿Qué tenemos nosotras, que nos mantiene atadas? Nuestro talento es absolutamente independiente de los hombres con los que estuvimos, no derivamos de ellos en ningún aspecto. ¿Seremos responsables de alguna manera, sin que sepamos bien por qué?”, se interroga la mujer que vive desde 1982 en una casa-taller, un espacio completamente despojado, que le permite concentrarse por completo a su obra, en su mayoría autorretratos caracterizados por escenarios silenciosos y contemplativos.
“A lo largo de la historia, las mujeres fueron más reconocidas como temas del arte que como artistas. Muchas mujeres terminaron convertidas en grandes musas de los grandes artistas por su soltura para entregarse y su talento para la quietud. Como pintora, hay que inventarse una estrategia”, había advertido en su primer libro la mujer que protagoniza el cuadro Girl in a Striped Nightshirt (La chica en camisón de rayas), uno de los más celebrados de Freud, que el pintor realizó cuando ella quedó embarazada del hijo de ambos.
Fuente: Télam S. E.
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