Retrato de David Viñas, el hombre que no temía a ninguna contienda intelectual

El libro “El último argentino del siglo XX”, editado por la Biblioteca Nacional, disecciona la obra de quien escribió “Estoy lleno de sangre. Estoy lleno de palabras. Que me fluyan. Me dejo correr. Las dejo salir”

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Viñas nació el 28 de julio de 1927 en Buenos Aires, donde también murió, el 10 de marzo de 2011
Viñas nació el 28 de julio de 1927 en Buenos Aires, donde también murió, el 10 de marzo de 2011

“Todos esperábamos, con la mayor ansiedad, cualquier cosa que escribiera David”, dijo Ricardo Piglia en el homenaje que le hicieron a Viñas en la Biblioteca Nacional, días después de su muerte. Participaron varios escritores e intelectuales, también alumnos suyos, colegas docentes, lectores en general. Cuando murió, el 10 de marzo de 2011, tenía 83 años. Su familia decidió no hacer ningún velatorio. Entonces, días después, surgió la idea de esta actividad que, como definieron algunos de los presentes, fue una especie de “asamblea de oradores sujetos a la huella que David nos dejaba”. El cuerpo de David Viñas fue cremado y sus cenizas arrojadas al Río de la Plata “para estar con sus hijos”: María Adelaida Viñas y Lorenzo Ismael Viñas habían sido secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar en 1977 y en 1980, respectivamente. Cuando ocurrió el Golpe del 76, Viñas estaba en México. Recibió un llamado. Una voz le dijo: “No vengas a la Argentina porque sos boleta”.

Desde su militancia estudiantil que lo llevó a ser presidente de la FUBA, hasta su proyectos culturales —fundó la emblemática revista Contorno— y sus posiciones políticas —decidió no adherir a Carta Abierta porque “un intelectual no puede ser oficialista”—, pero sobre todo con su enorme producción literaria —novelas, cuentos, obras de teatro, ensayos, guiones de cine—, Viñas sostuvo que la literatura y la política eran dos líneas que se chocaban inexorablemente, que era imposible evitar la colisión. Y eso, pese a los matices y algunas discrepancias, fue lo que se celebró en octubre de 2012 cuando la Biblioteca Nacional y el Departamento de Letras de la UBA realizaron las Jornadas David Viñas: el último argentino del siglo XX. Esas interesantes miradas, todas pormenorizadas, se convirtieron en un libro que editó la Biblioteca Nacional el año pasado bajo el mismo título: David Viñas: el último argentino del siglo XX.

En la primera introducción, María Pía López y Américo Cristófalo dicen que Viñas “hacía de cada conversación una puesta en escena y de cada exposición un despliegue de artilugios actorales”. En la segunda, Andrés Tronquoy, Diego Forte y Emiliano Ruiz Díaz que “Viñas supo encarnar con singular impacto la contienda intelectual, reparando en las nervaduras profundas de la cultura argentina”. Luego vienen los textos separados por capítulos: “El viaje estético” (Miguel Vitagliano, Susana Santos, Martín Kohan, Marcos Zangrandi, Miguel Villafañe), “El drama en escena” (Marcela Croce, Julia Elena Sagaseta), “El ademán docente” (María Gabriela Mizraje, Guillermo Korn, Josefina Ludmer), “El ensayo como conjuro” (Gabriela García Cedro, Alejandra Laera, Guillermo David, Horacio González) y una mesa final titulada “Intelectuales y realidad política” coordinada por Américo Cristófalo con Darío Cepelli, María Pia López y Eduardo Grüner.

"David Viñas: el último argentino del siglo XX" (Ediciones Biblioteca Nacional)
"David Viñas: el último argentino del siglo XX" (Ediciones Biblioteca Nacional)

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Nadie podría decir que los libros de Viñas son livianos o ligeros. Hay una pulsión, seguramente sostenida por su mirada política, pero sobre todo por su carácter de lector audaz, de tomarse en serio las cosas. Como si estuviera convencido de los efectos que tiene la literatura sobre la política, pero más todavía la política sobre la literatura. Susana Santos dice algo interesante: “Si en la década del cuarenta había triunfado en Argentina la novela más filosófica que social de Eduardo Mallea, que continuó en la década siguiente H. A. Murena, y en un segundo plano, en ese entonces, la ficción fantástica y policial de Jorges Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, las novelas de Viñas eran en los cincuenta virulentamente políticas y sociales”.

Es conocida su famosa frase “Si me apuran, digo que Walsh es mejor que Borges”. Una provocación, sí, pero un fuerte subrayado en lo que producen los textos y en cómo esos textos son producidos: la literatura solo puede ser leída en su contexto.

María Adelaida y Lorenzo Ismael, los hijos de David Viñas, fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar
María Adelaida y Lorenzo Ismael, los hijos de David Viñas, fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar

De David Viñas sabemos algunas cosas. Cosas determinadas por su veta mediática, porque a pesar de ser un intelectual en un sentido clásico —de la academia hacia las tribunas masivas— realizó numerosos intervenciones en los medios de comunicación. Una muy famosa es aquella ocasión en que Beatriz Sarlo se fue del programa Los Siete Locos, en el año 1997, luego de que Viñas dijera que era necesario “discriminar entre intelectuales sumisos e intelectuales críticos”, y que “en esta reunión predominan funcionarios y exfuncionarios”.

En ese momento, la crítica se levantó y se retiró del estudio dejándolo a Viñas, como suele decirse, con la palabra en la boca. Cuando la conductora Cristina Mucci dijo que era una pena que Sarlo se retirara, porque era una persona “a la que le tengo un gran respeto”, Viñas sintetizó: “Yo también le tengo respeto, por eso me llama la atención que no tenga esta reciprocidad. Yo la escuché atentamente. Sino es un monopolio en el uso de la palabra”.

Retrato de David Viñas (1927-2011)
Retrato de David Viñas (1927-2011)

Aquel día entre los presentes estaban Luis Gregorich, María Sáenz Quesada, Martha Mercader, Pacho O’Donnell: todos funcionarios o ex funcionarios. Y Sarlo, que en ese momento estaba trabajando con el Frepaso y Graciela Fernández Meijide. Durante la charla televisiva, previamente a la irrupción de Viñas, ella dice que “la política es casi lo opuesto a la actividad intelectual”, y agrega: “yo no hago política, yo trabajo con los políticos”. Luego viene la provocación, que no es otra cosa que una discusión en tonos estridentes, pero discusión al fin. Que se continúa cuando los presentes cuestionan la posición de Viñas. Y él se defiende. Entonces dice: “Discrepo profundamente con todos los planteos que se han hecho aquí. Decir ‘no’ es empezar a pensar”. Su posición es bastante clara: “Es la práctica crítica, las discrepancias, el punto de partida de la negatividad lo que define a un intelectual, por lo menos en este país”.

También dijo en ese programa que “la definición de intelectual es que a mayor crítica mayor riesgo de sanción”, y ahí volvió sobre Rodolfo Walsh, al que consideraba un ejemplo, aunque trágico, notable. En la revista Casa de las Américas, año 1981, escribió que “voces ninguneadas, desmembradas, a través de concreciones como las de Walsh, empiezan, justamente ahora, a recuperar su materialidad, su propio cuerpo”. Esa era la mirada de este crítico literario, ensayista, profesor y narrador que supo crear, como dice Martín Kohan, “algo más que un estilo, escribir con su propio idiolecto”. Ese hombre de voz grave, bigotes tupidos, ceño fruncido y cuerpo enorme que desarrollaba argumentos e ideas pero que también componía personajes capaces de decir cosas como estas: “Estoy lleno de sangre. Estoy lleno de palabras. Que me fluyan. Me dejo correr. Las dejo salir” (Cuerpo a cuerpo, 1979).

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