¡Qué lío se le armó a Disney! Si bien no es la primera vez que la compañía productora de legendarios personajes y películas animadas es acusada de utilizar estereotipos para sus creaciones, la era de las redes sociales prendió fuego a su última producción, incluso antes de que se estrenara. El episodio en cuestión (y cuyo desarrollo se encuentra en curso) se centra en la serie animada Primos, adelantada esta semana y cuyo estreno está anunciado para los próximos meses. Algo que seguramente debe estar discutiéndose en la compañía, cuya sede se encuentra en Hollywood, Los Ángeles, California, Estados Unidos.
La cosa es así. Según la información oficial difundida por Disney, Primos es protagonizada por “Tater Ramirez Humphrey, una chica excéntrica con grandes sueños, decidida a encontrar lo que la hace extraordinaria. Cuando sus 12 caóticos primos se mudan a vivir el verano, la ayudan a descubrir su verdadero yo”. ¿Doce primos, de visita, todos juntos? Hay que aclarar que los orígenes familiares del personaje son mexicanos. Bueno, si el lector se guía por los creadores de la tira, se debería asumir entonces que el hacinamiento infantil es una arraigada costumbre veraniega.
Algo que se refrenda al ver el trailer de presentación del dibujo animado, en el que los doce primos y Tater se acomodan como pueden en una habitación desde el vamos sobrepoblada. Algo comenzó a caer sospechoso en la gran comunidad latinoamericana que habita los Estados Unidos, país en el que habitan 60 millones de “hispanos”, según la Oficina del Censo gubernamental, la mayoría de origen mexicano. Sin embargo, la canción del dibujo animado sonaba pegadiza. ¡Para qué!
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“¡Oye, primos!”, dice el estribillo de la canción en español (el resto de la letra se canta en inglés). Resulta evidente que existe un error gramatical que confunde persona y número, ya que el imperativo “oye” corresponde a la segunda persona del singular (al “tú”) y primos es un sustantivo plural, que en este caso es un vocativo que responde a la segunda persona del plural. Es muy extraño, ya que la métrica de la canción no se hubiera visto alterada si se hubiera puesto, de manera correcta, “Oigan, primos”. Lo cierto es que la equivocación prendió la llama que incendió la pradera de los dibujitos y la representación de las minorías etnográficas.
Las redes sociales se poblaron de quejas y acusaciones de “racismo”, “estereotipación” y “menosprecio por la cultura latinoamericana”. Hubo quienes se preguntaron si no había habido alguna persona hispanohablante en el equipo para evitar el error gramatical mencionado o si había sido sólo realizado por “gringos”, usando traductores automáticos. Es fácil comprobarlo. Si se escribe “oye, primos” en el Google Translator, la traducción al inglés resulta: “Hey cousins”. Y listo el pollo.
Todo el lío ofendió a los creadores de la serie animada, que respondieron. Por caso, Myrna Velasco, que le pone la voz al personaje Tater, escribió en su cuenta de Instagram: “El idioma es transitorio y fluido según el lugar donde vives y de quién lo aprendiste. Yo, los escritores, ni los creadores (sic) de este hermoso programa, no tenemos que demostrar nuestra latinidad a ti ni a ningún otro nazi de la gramática en Internet”. ¡Nazi de la gramática! “Grammar nazi”, en el original. “It quickly escalated”, como suelen decir en inglés: “rápidamente se intensificó”.
Hubo algunas quejas menores más, como que el barrio de la protagonista se llame “Terremoto Heights”, cuando los mexicanos todavía recuerdan el mega trágico terremoto de 1985; o el tono de los nombres de los primos: Bud, Nacho, Lita, Tere, Tabi, Tonita, Scooter, Lotlot, Gordita, Nachito, Chacha y Cookita. Molestó, sobre todo, el de Cookita, que se pronuncia “Cuquita”, ya que ese es el nombre que se le da a la vulva femenina en varios países de Latinoamérica. Detalles, que le dicen.
Lo cierto que Disney bajó el video de presentación de Primos de todas sus redes sociales y su página oficial, pero quedó colgado en YouTube, para deleite de los espectadores, que deberán reconocer lo pegadizo de la canción.
Disney ha sido históricamente acusado por estereotipar a sus personajes. En el pasado lejano era su fuerte: basta ver los cortos animados en los que las representaciones sobre las personas negras o los indígenas norteamericanos se basaban en prejuicios caricaturescos que sobrepasaban lo ofensivo, al punto de recibir protestas formales de parte de organizaciones de lucha por los derechos civiles en épocas en las que la segregación racial era la norma en gran parte de los Estados Unidos.
Más recientemente, se señaló los estereotipos planteados por las “Princesas” de Disney, personajes que siguen el mismo patrón físico: muy delgadas, ojos grandes, cuellos largos, grandes pechos, cinturas estrechas y maquilladas. Y siempre están espléndidas y maquilladas, llueva o truene o haya un sol de verano de 40 grados.
En los años setenta, el libro Para leer al Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, se convirtió en una guía de análisis de las producciones de Disney en Latinoamérica. En primer término fue considerado un precursor de los actuales estudios culturales, en clave izquierdista y althusseriana, que postulaba que estos productos de la factoría eran correas de transmisión ideológica de los planteamientos de dominación colonial sobre las sociedades de los países dependientes. La representación “selvática” de los latinoamericanos, la mínima presencia del género femenino o el “dinero” como máximo valor material y moral, sobre todo en la figura de Tío Rico, habrían sido, entre otros, arietes que sostenían la tesis de Dorfman y Mattelart.
Bueno, también es cierto que obras maestras como Toy Story, Wall-e o El Rey León, entre muchas otras, surgieron de las usinas de Disney. Ah, Disney, a quien queremos tanto, y que tanto criticamos, tal vez por la mera razón de ese amor perenne.
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