Hola, ahí.
A veces pienso que, pese a la rebeldía natural por la edad, y tal vez porque crecimos con la represión de Estado moldeando nuestras cabezas, mi generación mantuvo una alta consideración por sus mayores, muchos de ellos nuestros maestros.
Conservábamos un pudor natural por la ignorancia, no nos jactábamos de ella. Si otro sabía más por su edad, buscábamos aprender y era una especie de bendición cada vez que alguien prestigioso o experimentado te dirigía la palabra o simplemente compartía algo con vos por el solo hecho de estar en un mismo espacio.
Eso pasaba en las redacciones, por ejemplo. Pedirle una ilustración al Menchi Sábat fue por años para mí un honor; atenderle el teléfono al Negro Fontanarrosa y pasárselo al diagramador porque justo estaba diagramando mis páginas del Cultural, un lujo. Escuchar las anécdotas del gordo Oscar Cardoso o del Turco Sdrech, una universidad inesperada.
Tampoco creo que todo haya sido virtuoso, en absoluto. Posiblemente nos hayamos excedido más de una vez en la reverencia y también se me ocurre que ese exceso de respeto pudo jugarnos en contra a la hora de cuestionar las acciones de nuestros hermanos mayores; que, aún estando en desacuerdo con la lucha armada y con toda forma de violencia, tal vez, intimidados por la respuesta desmesurada de la dictadura, demoramos demasiado en dar a conocer ese desacuerdo.
Pero hoy no voy a hablarte de esto último, que seguramente merece un newsletter aparte, sino del respeto por los que saben, por los que estuvieron antes que nosotros en determinados lugares y se ganaron esa consideración.
Y de cómo cualquiera, a cualquier edad y aún con un prestigio consolidado a través de los años, hoy puede terminar linchado en las redes y cancelado porque alguien se sintió ofendido, no leyó bien o tuvo ganas de lanzar una flecha venenosa sin detenerse a pensar un segundo en los efectos de su acción.
El Affair Altuna
Seguramente viste algo de este tema en las redes o en algún diario, pero no quise pasar por alto lo que se me aparece como uno de los episodios más delicados de lo que llamamos “era de la cancelación”. El gran ilustrador e historietista Horacio Altuna, de 81 años, es creador junto con el guionista Carlos Trillo de las populares El Loco Chávez y Las puertitas del Señor López (se publicaba en la revista Humor y podía leerse como una denuncia de la falta de libertad de expresión durante la dictadura) y quien mantiene desde hace años la tira Es lo que hay en la contratapa de Clarín. No hay que apersonarse a ningún archivo para saber quién es Altuna, Google te lo informa en segundos.
Días atrás, en uno de los episodios, un personaje chanta y desagradable hacía referencia a los “ñoquis del Conicet” y un tuitero que es investigador del organismo pero que, por lo visto, no parece muy dado a investigar bien antes de hablar tuiteó al día siguiente, en calidad de informante a la comunidad:
“Ayer salió esta tira de Horacio Altuna en Clarín. No lo conozco, no sé si es mala leche, ignorancia, o ambas cosas. Supongamos que es ignorancia. Lo invito a pasar una semana en cualquier instituto de Conicet para que vea lo que significa hacer ciencia y docencia en Argentina”.
Eso escribió.
La ola de odio ciego supuestamente progresista se disparó contra Altuna y llevó al propio Conicet y a ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) a emitir sendos comunicados en contra de la tira. Todo absolutamente desbocado, demencial, ridículo.
En medio de lo que seguramente fue una crisis de angustia por ser protagonista de semejante infortunio, Altuna se sintió obligado a pedir disculpas y a explicar lo inexplicable: que quien había hablado era un personaje (“un rata que anda con guita” y dice tenerla porque “es docente, ñoqui, del Conicet” y otras veces dice que la ganó “en el Merval, como broker”), y no su autor.
“Será, en todo caso, un error narrativo mío del que me disculpo. Yo no pienso así de los laburantes del Conicet, como algunos interpretaron y que también me insultaron. Otra vez, lo siento. Es la primera vez en más de 50 años de profesión que me pasa. Me sorprende también, que los ofendidos defensores del Conicet, Instituto que respeto y admiro, me insulten por eso”, tuiteó.
Claro que el tema iba escalando porque, una vez que emitió los tuits explicativos, el historietista comenzó a atajar otros penales, los de quienes lo cuestionaban por haber dado explicaciones y pedido disculpas. En este caso, lo reprendían por defenderse acudiendo a las razones de la ficción y no a las razones de la libertad de expresión.
En las redes, esta vez la división no fue entre kirchneristas y antikirchneristas o macristas y antimacristas sino entre sensatez e insensatez. Entre los defensores de la libertad de crear y decir o los precarios literales.
Buchonear por vocación
Nacido en la provincia de Córdoba en 1941, Altuna es uno de los grandes nombres de la historieta argentina y vive en España desde 1982 aunque sigue absolutamente conectado con lo que pasa en su país y toma esta realidad para su trabajo.
Acostumbrado al cariño de sus admiradores desde los tiempos en que tenía que lidiar con la censura en época de la dictadura, nunca antes había recibido la catarata de descalificaciones e insultos que ligó luego del “tuit informante”.
”Todavía no puedo creer lo que pasa. Da para hacer un drama, una comedia o hasta algo de horror. Pensándolo bien, para el grotesco. En fin, malos tiempos para la lírica”, me escribió Altuna en TW, agradeciendo un tuit de apoyo y en el que buscaba, como tantos otros, darle ánimo. Muchos de los comentarios a este tuit suyo de respuesta eran tan ofensivos que daban ganas de llorar. Y no exagero.
Un investigador ofendido dispara con un tuit venenoso —sin averiguar ni reflexionar ni detenerse a pensar— una ola de odio y resentimiento imparable. Un organismo de investigación científica y un sindicato se suben al tren y emiten comunicados de repudio a la tira y a su autor. El nombre de Altuna pasa de la admiración de décadas al repudio instantáneo y tal vez sin retorno porque muchos de quienes se sumaron para lapidar al historietista por desconocer la tira seguramente tampoco siguieron el episodio completo y posiblemente se queden con el veneno inicial.
Sorprendentemente ninguno se detuvo a pensar que ahí donde se había emitido la frase fatídica “Ñoquis del Conicet” había una ficción y desde su pobreza conceptual fueron más lejos: leí a varios que imaginaron a Altuna como una suerte de vocero del diario para el que trabaja.
Altuna, vocero. Mamita.
La censura progresista
No sé si es más lo que me enoja o lo que me deprime. El prestigio construido a través de los años puede volar en un segundo porque alguien se siente ofendido y todos tenemos un Fuenteovejuna esperando a la vuelta de la esquina.
Crecí en una sociedad en la que la censura venía siempre del mismo lado, el fascismo y el espacio ultraconservador en maridaje con la religión, allí donde la libertad creativa y la libertad de expresión no asoman como valores y el oscurantismo juega a sus anchas. Por eso, la cancelación o el boicot a un artista o a una obra en nombre del progreso y de valores que siempre me representaron me resulta desolador.
El investigador ofendido y denunciante no se hizo cargo —como haría cualquier persona de bien— del desastre que causó su comentario, pese a que luego borró el envío (posiblemente porque el veneno también le cayó a él desde otra dirección), y ensayó una tibia crítica a quienes insultaban a Altuna y una disculpa al pasar por el “bardo” y porque “ignoraba el contexto de la tira”.
Tal vez te preguntes por qué no doy el nombre del autor del tuit delator. En primer lugar, porque no soy buchona y porque a quien quiera enterarse le bastará con entrar a Twitter y, después, porque él mismo se burló de las notas que salieron a propósito del episodio, restándole importancia a su accionar. Se atribuyó razones para ofenderse y también para determinar la gravedad de aquello que promovió. Si no estuviera tan molesta con lo que pasó, creo que le admiraría un poco su autoestima.
Buchonear: Latinoamericanismo. Contar lo que alguien ha hecho a quien pueda reprenderlo o castigarlo (RAE).
El buchoneo me resulta despreciable; las nuevas formas de comisariato político que intentan pasar por expresividad democrática no dejan de ser eso mismo, una delación. Lo triste es que ni siquiera se trata de delaciones bajo presión: son un “señorita, señorita” voluntario, vocacional y dañino.
El sentido común
“Acepté la redacción del comunicado porque me parece que Altuna no es un victimario, pero está siendo víctima del sentido común que se estableció previamente de que el Conicet tiene ñoquis. Sea irónicamente, metafóricamente... yo les pregunto qué hubieran dicho si la historieta decía ‘soy ñoqui porque soy enfermero del hospital público’ o ‘soy ñoqui porque soy maestro de una escuela pública primaria’”, dijo durante una entrevista radial con Ernesto Tenembaum el doctor en Ciencias Químicas Alberto Kornblihtt, quien es además uno de los directores del Conicet. Para Kornblihtt, Altuna es una “víctima” de un nuevo sentido común que busca crear el caldo de cultivo para persuadir a la ciudadanía de la inutilidad del organismo para poder llevar adelante un ajuste.
Tiene razón Kornblihtt cuando habla del sentido común construido en los últimos años acerca de la inutilidad de la tarea de nuestros investigadores. Lo vemos todos los días, en las redes y también en cierto discurso político y social que descalifica la inversión en este rubro por razones diversas que van desde que no es un aporte para la producción de riqueza inmediata ni mejora las condiciones de vida de los argentinos y hasta hay referencias a becarios e investigadores como holgazanes receptores de una forma sofisticada de plan social.
Pura basura, tiene razón Kornblihtt. Puro prejuicio y reproducción de falacias.
Me acordé de un texto que años atrás escribió el editor y ensayista Alejandro Katz a propósito de un conflicto que se desató en 2017, cuando el Conicet decidió no incorporar a cientos de científicos luego de terminar sus doctorados y pese a haber aprobado las evaluaciones indispensables. Esto decía Katz sobre el modo en que se vincula el valor de la ciencia, la tecnología e incluso el arte con la utilidad:
”No se trata de desdeñar el saber técnico ni mucho menos de negar la importancia de la técnica para el incremento del bienestar, sea por medio de la creación de riqueza o de la provisión de otros bienes como la salud. Todos deseamos vivir en una sociedad más próspera, pero sobre todo deberíamos querer vivir en una sociedad mejor: más justa, más democrática, más diversa. Una sociedad, para decirlo con la fórmula clásica, orientada a la búsqueda de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Para una sociedad semejante, el conocimiento no debería ser considerado una inversión (de la que se espera un retorno), sino un gasto: lo que estamos dispuestos a perder, no a ganar, en el proceso de conocer, del mismo modo en que estamos dispuestos a perder (tiempo, recursos, energía) en el proceso de crear arte o de participar como espectadores de los procesos creativos”.
Tal vez sería bueno advertir que la reacción por la tira de Altuna y la descalificación y los insultos que suscitó lo que empezó con una denuncia en TW y se consolidó con comunicados institucionales de repudio no parece la mejor solución para terminar con la ignorancia o la malicia de quienes desprecian y desmerecen a los investigadores.
Por el contrario, y en medio de un panorama político en el que los lobos acechan, me atrevo a decir que episodios como éste podrían facilitarles la tarea a los ajustadores seriales al cumplirles el sueño —hasta ahora imposible— de enfrentar a científicos con artistas.
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Y llegamos al final de este envío, el número 40: cómo impresionan las cifras a veces, ¿no es cierto?
Espero que te haya interesado el tema, tal vez algo distinto al de los newsletters habituales. Te recuerdo mi correo, es hpomeraniec@infobae.com. Pido disculpas por anticipado porque a veces me demoro en responder.
Te deseo una buena semana y un hermoso día del padre para aquellos que reciben regalos o que aún los hacen en estas fechas. En estos días se cumplió un año de la muerte de mi papá y mi corazón es un emoji resquebrajado.
Hasta la próxima.
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