“A veces pienso que no soy argentino, ya que no tengo sangre ni apellido italianos”: la observación pertenece a Jorge Luis Borges, una de sus tantas paradojas para destacar, con humor e ironía, los vínculos existentes entre Argentina e Italia y que pasan ante todo a través de la lengua. El idioma que uno habla es obviamente algo muy potente, incluso identitario.
En una era marcada por los cambios y la velocidad, los nexos lingüísticos Italia-Argentina siguen en pie. Todos los días se usan palabras cuyo origen es el idioma de Dante y que se repiten de manera semejante, o idénticas, en la “lengua” común y corriente que escuchamos, leemos o escribimos: por ejemplo, en los textos del tango y de otros ritmos (o incluso del cine), en los medios clásicos (TV o prensa), en las vertiginosas redes sociales o simplemente por las calles de Buenos Aires y de cualquier otra ciudad –grande o chica que sea, poco importa- del país.
La cercanía que un destacado “borgeano” italiano como Umberto Eco tenía por la Argentina es conocida. No solo por las referencias literarias que figuran en El nombre de la rosa sino por un interés más general que el reconocido escritor y semiólogo nutrió a lo largo de su vida con el país. En una ocasión, al recibir un premio, Eco destacó que la Argentina es la nación “más europea no de América Latina sino de todo el continente, desde la Patagonia hasta Canadá”, una original manera de describir este tema, ya que evita razonamientos complicados limitándose a tomar en cuenta a la geografía de la región americana desde el sur hasta el norte: algo tan simple y al mismo tiempo tan contundente.
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“Cuando los argentinos se reúnen y discuten sobre qué es ‘ser argentino’ nunca logran aclararlo hasta el fondo a no ser en un sentido: que son europeos”, añadió en esa ocasión Eco. Un punto de vista que hoy día puede sonar parcial y subjetivo, aunque evidencia los planteos e interrogantes generados por la marca indeleble que dejaron las incesantes corrientes migratorias provenientes no sólo de Piamonte, Lombardía, Liguria, Veneto, Abruzzi, Calabria o Sicilia, sino también de las regiones de otros países europeos.
La migración -algo tan desgarrador como dejar al lugar en el que se nace- es un tema que a menudo ha sido inexorable: existe desde siempre y en determinadas fases de la Historia puede convertirse en un fenómeno arrollador, como ocurre con los incesantes arribos de estos tiempos a algunos países del sur que se asoman al Mediterráneo (con Italia en una primerísima línea).
Si es cierto que el idioma forma parte de manera indeleble del ADN argentino, no es por otro lado menor que la Asociación Dante Alighieri, que promueve a la lengua y a las culturas italianas en el mundo, haya elegido a Rosario como sede para su próximo congreso internacional que tendrá lugar en pocos días bajo el siguiente lema: “El italiano, un viaje maravilloso”.
Se calcula que en el gran Buenos Aires vive una de las colectividades italianas más numerosas en el mundo: de hecho, esa zona, sumada a otras áreas de la capital y del país, representa a una suerte de séptima “ciudad” de Italia del planeta. Son entonces varias y muy profundas las razones por las que la Argentina debería pronunciarse a favor de Roma en la votación que tendrá lugar en noviembre en París para elegir a la sede de la Exposición Universal del 2030. Sería lo más lógico e incluso lo más obvio.
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