No, jamás hubiera imaginado que en la puerta de su casa de vacaciones, en Mar del Plata, iba a aparecer un policía invitándola a subir a un patrullero. “¿Me puede decir de qué cargos se me acusa? ¿Adónde me llevan?”, preguntó Victoria Ocampo aquella tarde del 8 de mayo de 1953 escondiendo el temor repentino bajo la gruesa alfombra de una voz dominante construida a base de dar órdenes. Detrás de ella, el mayordomo y la casera, estupefactos. “Le repito. Por orden directa de la sección Orden Político”, dijo el oficial. “No me lo repita que no soy tarada ni estoy sorda. Lo que le estoy diciendo es que sé perfectamente que tengo derecho a...” “Usted no tiene derecho a nada”, la frenó en seco. De ahí a la comisaría de la zona y finalmente un largo viaje a Buenos Aires para pasar 26 días presa.
La escena está reconstruida en clave de ficción en Victoria, la reciente novela de Mercedes García Ochoa, escritora y periodista argentina radicada en Barcelona, España. Efectivamente: Victoria Ocampo fue detenida semanas después del atentado en Plaza de Mayo del 15 de abril del 53 donde un grupo antiperonista detonó dos bombas en un acto de la CGT matando a seis personas e hiriendo a noventa. No parece haber relación alguna entre un hecho y otro. Lo que tenemos, en definitiva, es una presa política en tiempos convulsionados. Pero no era cualquier presa política: Victoria Ocampo tenía 63 años, y si bien había nacido en una de las familias más tradicionales del país, sabía combinar como nadie su herencia millonaria y proyectos culturales de vanguardia.
Para el peronismo representaba una contradicción. Era gorila, sí, acérrima antiperonista, pero era antifascista y feminista. En la biografía que escribió María Esther Vázquez en 1991 se cuenta la entrevista que Victoria tuvo con Benito Mussolini en 1934. Hablaron de lo que significaba ser mujer en el nuevo mundo que planteaba el fascismo. El Duce le dijo que el primer deber de la mujer era el de dar hijos al Estado. Ella le preguntó: “Pero, ¿podría la mujer colaborar de otra manera con el hombre?” La respuesta de Mussolini fue: “No”. Muchos años después, ya con Perón en el gobierno, en 1951, un grupo de militantes pintaron una cruz en señal de “oligarca disidente” en la entrada de Villa Ocampo, su famosa residencia en Béccar, San Isidro, hoy patrimonio de la Unesco.
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Los 26 días que pasó en la cárcel de mujeres de El Buen Pastor en San Telmo, sobre la calle Humberto Primo, no fueron vacaciones. La novela de García Ochoa se encarga de mostrar —pero sobre todo: de imaginar— el remolino de emociones que significaba para una mujer libre perder la libertad. Detrás del velo del prestigio literario y la fortaleza de una personalidad avasallante había una mujer llena de inseguridades, de miedos, de tristezas y una vida que se le proyectaba frente a sus ojos como una película final. Ahí es que conoce a Nélida, una joven y humilde costurera que ve en Victoria un ideal. Victoria le dice: “Hay una diferencia bien grande entre mirar hacia arriba o agachar la cabeza. Se llama dignidad”. Es interesante, sobre todo gracioso, ese vínculo: dos mujeres, una rica, otra pobre, narrando el mundo.
Se pregunta Ocampo: “¿Quién sería cuando saliera? ¿La misma que era ahora? ¿Estaría llena de rabia? ¿Dedicaría sus días a pelear contra el gobierno del general Perón? ¿Usaría a Sur de plataforma para su batalla? No se había quedado al margen de las injusticias de la Guerra Civil Española ni de las atrocidades del nazismo en la Segunda Guerra. Todo eso había sido reflejado en la revista. Pero Victoria tenía que canalizar su rabia (...) ‘Si yo no he hecho nada fuera de ser antiperonista’, pensó ofuscada. ¿Qué podría y qué no podría hacer al salir? (...) ¿Cómo haría para evitar caer en la autocensura, en el miedo, una vez fuera? ¿Le habían inoculado eficazmente el miedo a la cárcel? ¿Se llevaría los barrotes de las rejas del Buen Pastor a Villa Ocampo, a Sur, a las charlas con sus amigos, a su vida diaria?”
“Tenía la sensación de que la rabia no se le iba a ir jamás”, se lee en esta novela publicada por Lumen con una elogiosa contratapa de Enrique Vila-Matas. Pero, ¿rabia a qué? A Perón, al peronismo. No es sólo un gobierno que la encarcela a ella y a todo lo que representa, es una nueva forma de ver el mundo que hasta entonces no existía. De ahí que la tensión entre el peronismo y los intelectuales —los intelectuales no peronistas— haya sido siempre conflictiva. En ese momento, Aldous Huxley y Waldo Frank encabezaron el Comité Internacional para la Liberación de los Intelectuales Argentinos, el New York Times publicó un artículo exigiendo la libertad de los escritores presos, el primer ministro de la India se pronunció en su defensa y la Nobel chilena Gabriela Mistral le envió una carta a Perón para que la libere.
En la novela, Perón aparece. Lo hace en la intimidad del palacio, peleándose con la realidad. En una de esas esas escenas conversa con un retrato de Eva mientras firma la orden del Ministerio del Interior para liberar a nueve mujeres presas, entre ellas Victoria Ocampo. “Qué rabia, che”, dice Perón, y se lo dice a Eva. Qué rabia que Eva no esté ahí, con él, viva, para negociar, por ejemplo, la compra de las Islas Malvinas con los ingleses; qué rabia las presiones internacionales para liberar a Ocampo. “¿Sabés la cantidad de gente que me viene jodiendo con este tema?” Y enumera: “la marimacho chilena” de Mistral, “el viejo choto” de Churchill. Finalmente aquella mañana del 2 de junio de 1953 pone la firma y Victoria Ocampo es liberada por la tarde junto a ocho presas; Nélida, su amiga, era una de ellas.
A la novela también la cruza un relato romántico. A Julián Martínez Estrada lo conoció el 4 de abril de 1913 en Roma. Ella estaba de luna de miel luego de casarse con Luis Bernardo de Estrada, más conocido como Mónaco. Julián era primo de su actual marido e diplomático. “A sus casi veintitrés años, y a pesar de estar recientemente casada, nunca se había enamorado”, dice Mercedes García Ochoa en Victoria. Hasta que lo ve a Julián. Esa historia de amor que se fue desgastando con el tiempo, en la soledad de la cárcel vuelve con la fuerza de las verdades definitivas. “El día en que finalmente saldría de la cárcel, Victoria buscó la soledad del baño y no pudo evitar taparse la cara con ambas manos (...) Entre las lágrimas la única imagen que venía a su cabeza era la de Julián. Ansiaba volver a ver a Julián”.
Mucho, muchísimo tiempo después, cuando Victoria murió en la mañana del 27 de enero de 1979, a los 88 años, Borges tuvo que escribir un obituario. ¿Y cómo la definió en esos párrafos de despedida y homenaje? Usó estas palabras: “la mujer más eminente de este país”. ¿Por qué ese término, el de eminencia, tan ajeno al mundo de la literatura? En realidad es una definición muy propicia. Pese a publicar muchísimos libros —en este punto, su obra es extraña: su Testimonios tiene diez tomos; su Autobiografía, siete—, la actividad principal que le salvaguardó la historia es la de gestora cultural. ¿Acaso su obra no son los proyectos culturales que emprendió, las relaciones que tejió, las posibilidades que generó y las ideas que desarrolló en artículos y ensayos?
Luego están sus textos, sí, su “verdadera obra”, la que conscientemente dejó, la tradicional, donde, como escribió Helen Iris Turpaud, “hace de sus recuerdos el material de su escritura”. Y es justamente ese método, ya enfocada en narrar sus días en la cárcel, donde “se construye como un personaje ético”, dice María Celia Vázquez. En definitiva, el verdadero valor de Victoria Ocampo está en eso que la gran mayoría de escritores argentinos carece: una vida intensa, una vida interesante, una vida para ser revisitada en cada recoveco. Ahí está, tal vez, su gran legado. Y Mercedes García Ochoa se encarga, no sólo de contarlo, también de hacer literatura con eso: imaginar a Victoria Ocampo, con todas sus contradicciones, gozando y padeciendo un mundo lleno de contradicciones.
* “Victoria” de Mercedes García Ochoa se presenta el jueves 15 de junio a las 18:30 en Villa Ocampo (Elortondo 1837, Béccar). La autora conversará con María Rosa Lojo y Florencia Trimarco.
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