El cine argentino ya es una marca registrada que tiene presencia en los festivales internacionales más importantes del mundo. Solo basta con ver las programaciones de cada uno y se pueden encontrar ejemplos como en la última edición del Festival de Cannes donde resaltaron las producciones de Lisandro Alonso y Rodrigo Moreno. Ahora, se conoció la participación de Carga animal, cortometraje con dirección de Iván Bustinduy, en la Competencia Oficial del Festival de Cortometrajes de Palm Springs (Palm Springs International ShortFest).
Esta edición se realizará del 20 al 26 de junio en California, Estados Unidos, donde también se podrá ver la coproducción argentino-española Ashkasha, de Lara Maltz, que se presenta en la Competencia de Animación. Se trata de un relevante festival, ya que es calificador a los Premios Oscar. En el mismo se proyectarán 50 programas seleccionados que mostrarán 299 películas, incluidos 53 estrenos mundiales, 10 estrenos internacionales, 33 estrenos norteamericanos y 18 estrenos estadounidenses.
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Carga animal es una realización del Colectivo Rutemberg y Proyecto Excursus, que llevaron a cabo estudiantes y egresados de diversas escuelas de cine argentinas (UNA, FUC, ENERC y UBA), en la Ciudad de Chascomús. Este drama fantástico se centra en un hombre que se reincorpora a su trabajo en una empresa que transporta animales. En su primer viaje, descubre que está llevando un animal sorprendentemente parecido a un humano. Mientras le recriminan su tardanza, la obsesión por lo que se oculta en su propio camión lo empuja hasta el límite de su propia cordura. El elenco está integrado por Héctor Bordoni, Francisco Benvenuti, Nadia Lozano, Pedro Alonso, Juan Zorraquín y Matías Méndez.
Infobae Cultura dialogó con el director del cortometraje, que tuvo su premiere mundial en la última edición de BAFICI.
—¿De dónde nace la idea del corto?
—Surge a partir de una idea original de Matías Gryńczyk, un amigo que en 2021 trabajaba de transportista de animales por las rutas del interior del país. Yo venía incursionando en el género fantástico desde hace algunos años. De hecho, los últimos trabajos prácticos que hice en la Universidad del Cine, dentro de la materia que dictan Rodrigo Moreno y Juan Villegas, eran de ese tipo. Creo que mi interés en explorar este género tiene que ver con una manera de escaparme de cierta forma de concebir el realismo en el cine independiente argentino, que es dominante: personajes que hablan de forma monocorde, que tienen problemas, pero que no hacen nada para resolverlos; películas de baja intensidad, donde el conflicto no sufre grandes transformaciones y la cámara se mantiene pasiva, como si fuera un documental etnográfico. En fin, era una manera de salirme de esas lógicas, de exponerme un poco como guionista, de encontrar los problemas que tengo a la hora de dirigir actores. En medio de la pandemia, cuando se empezó a abrir un poco, apareció la idea de Matías y decidí desarrollarla dentro del Colectivo Rutemberg, la productora de la que soy parte. En lo personal, me parecía una idea de base muy buena. Por suerte, tanto creativa como productivamente, tenía a personas geniales alrededor mío, que hicieron que el proyecto llegue a buen puerto. Especialmente a partir de la participación de Francisco Castro Pizzo (Proyecto Excursus) y del gran equipo técnico y artístico que supimos armar.
—¿Qué herramientas narrativas te permite el corto?
—Creo que las películas deben durar lo que tengan que durar. Me parece que está un poco agotado el formato de cortos que se estiran para llegar a los sesenta minutos, volviéndose laguneros en lo dramático y perdiendo todo tipo de sentido en cuanto a obra. Hay ideas que piden más o menos desarrollo. Muchas veces, uno tiene una idea de base y luego el final, y el tiempo que debe durar la película es el que la estructura dramática necesita para que se pueda llegar a ese final. Luego, en reescritura, uno puede terminar eliminando ese final y encontrando otro, más acorde al tono y al tipo de película que está haciendo. Lo importante es que la pregunta exista, aun cuando uno siga descubriendo la película sobre la marcha. Sea corto, medio o largometraje. En nuestro caso, lo pensamos mucho. Era una idea riesgosa, y junto a Francisco Novick, Natalio Pagés, los productores, y Luciano Sosa, el montajista, tuvimos que ir midiendo cada punto de giro y cada pregunta que el personaje se hace hasta llegar adonde queríamos llegar.
—Tu película deja al espectador con ganas de más, ¿tendrá una continuidad?
—Me parece que el corto abre un universo interesantísimo, que en algún punto queda pendiente. Por eso, junto a Franco Cichero, el guionista con el que estoy trabajando, escribimos la continuación: El factor humano, proyecto con el que ganamos la Beca Creación del FNA. El largo va a contar qué pasa con la jaula cuando, unas semanas después, llega a un país del primer mundo, donde el protagonista se encuentra con otros humanos criados en cautiverio, en el marco de un circo. Ahí el carácter distópico, que era uno de los terrenos ambiguos por el que el corto pasaba, se vuelve mucho más concreto.
—¿Qué importancia tiene participar en este festival?
—Para un cineasta emergente argentino, ingresar con un cortometraje a un festival que califica al Oscar es casi un milagro. Primero porque se producen muchísimos cortometrajes al año, teniendo en cuenta el auge de las escuelas de cine que, contra todo pronóstico, todavía continúa, y existen muy pocos festivales serios para el caudal de material que hay. En segundo lugar, porque para nosotros pagar el monto que los festivales cobran por ver nuestros cortos es bastante complejo, debido al tipo de cambio y al momento económico que estamos viviendo. Para ser claros, hay muy pocos festivales a los que uno puede mandar gratis. Un cineasta emergente de clase media, por ejemplo, puede llegar a pagar tres o cuatro de estos montos, que oscilan entre diez y cien dólares por festival. El tema es que, estadísticamente, para lograr una selección tenés que mandar a muchísimos y eso no está dentro de las posibilidades de todos. Además, los festivales de Estados Unidos son los más caros. Yo logré mandar a Palm Springs gratis, haciendo un pedido especial, habiendo sido seleccionado antes en BAFICI. Se trata de una excepción que, idealmente, nos permitirá seguir pensando y desarrollando proyectos. Así que es una alegría enorme. Sin embargo, a mí me importa más lo que puede opinar el almacenero de mi barrio que un programador norteamericano. La respuesta del público local es buenísima, y eso es lo que me pone más contento. Pero para que le llegue al público tu trabajo necesitás que quede en festivales, que una selección te lleve a otra, y que circule para que luego haya una venta, que permita que tu laburo sea visto en tu país y que puedas seguir filmando. Lamentablemente, los filtros son mayormente europeos o norteamericanos. Ojalá en Latinoamérica logremos consolidar un sistema propio de selección, promoción y divulgación de películas, a partir de criterios que sean enteramente nuestros.
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