Céline revive el ruido atroz de la gran guerra mientras la muerte se pasea en Ucrania

La novela encontrada del escritor francés retrata el conflicto bélico iniciado en 1914 como un “enloquecido matadero”. Han pasado más de 100 años, pero el paisaje sigue siendo el mismo en el este de Europa

El escritor francés, virulento antisemita, dejó manuscritos dados a conocer en 2021

“Desde entonces, siempre he dormido así, en un ruido atroz, desde diciembre de 1914. Atrapé la guerra en la cabeza. La tengo encerrada en la cabeza”.

Estas líneas que golpean pertenecen a la primera página de Guerra, la novela perdida de Louis-Ferdinand Céline y recuperada después de ocho décadas. La había abandonado luego del triunfo de la resistencia francesa a los invasores nazis en 1944, circunstancia en la que huyó a Alemania seguro de que si no lo hacía así, sería fusilado por los partisanos (el escritor había sido colaboracionista público, un aliado de las fuerzas hitlerianas). Publicada hace pocas semanas por Anagrama, reconstruye cuidadosamente una primera versión del texto y contiene fotografías de los manuscritos en los que se basó la arquitectura lograda para su publicación. Transcurre durante aquel primer periodo de la primera guerra mundial, llamada en Europa la “Gran Guerra”. Sin embargo, no es una novela bélica.

Es decir, la primera escena es espantosamente bélica. Un joven monologa mientras se da cuenta de que algo alrededor ha sucedido que provocó que esté rodeado de cadáveres, que su compañero Kersuzon no dé señales de vida, y que un dolor insoportable azote sin piedad su brazo derecho y un zumbido interminable se haya introducido en su cabeza. Que deba beber el agua que lo rodea, llena de sangre. La sangre de sus compañeros y quizás de otros. El joven Ferdinand, de 20 años, sobreviviente, pero más muerto que vivo, camina y camina y camina, con el dolor y el horror a cuestas. Se cruza, ¿es una alucinación?, con un inglés en uniforme. Llega entonces a un hospital de campaña, donde todas las relaciones humanas están degradadas por la guerra. Por la peste de la guerra.

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Se suele decir que el hombre es el lobo del hombre y esta afirmación se potencia hasta las nubes (o hasta los más hondos subsuelos) en una situación bélica. Céline, que navega en su literatura las aguas profundas y asquerosas del alma humana, hilvana la guerra con la costura de su estilo de escribir. Así construye, mediante la traslación literaria de su memoria de unos episodios vividos durante aquellos tiempos, el hospital de campaña, donde la muerte a cada hora de los heridos es tomada con desdén por los que viven -todavía- y la amistad es un claroscuro posible de traicionar, amén de otras degradaciones de ese espacio equidistante de la vida o de la muerte.

Bomberos echan agua sobre un policlínico tras un ataque ruso a la ciudad de Dnipró, Ucrania (Foto: Servicio Estatal de Emergencias de Ucrania via AP)

La peste de la guerra también asola, como todos sabemos, a la humanidad de este presente. En los campos de batalla en los que se enfrentan los ejércitos de la Rusia invasora y expansionista de Putin y los de la Ucrania, títere de la OTAN y los intereses de reestructuración capitalista en el territorio de la ex Unión Soviética (donde el régimen de mafias capitalistas y autocracia impiden una penetración ordenada del capital de las grandes potencias), se juega el próximo periodo de nuestra historia.

Hace poco una amiga ucraniana de mi hermano permaneció unos meses en la Argentina por razones de trabajo -y para no estar allá-. Es una mujer inteligente, muy linda y graciosa. A pesar de hablar en cinco idiomas, todavía no lo hacía bien en español. Odiaba todo lo ruso. Decía que no soportaba cruzarse en la calle con personas que adivinaba inmigrantes rusos. Que le había pegado un codazo a una rusa en el subte al bajar del vagón. Que mientras tomaba un café y leía un libro había visto a dos amigas en otra mesa: hablaban en ruso. Pidió la cuenta. Tomó su cartera y enfiló hacia la puerta. Antes, golpeó la mesa donde charlaban las dos amigas rusas y las insultó a ambas gritando en ucraniano. Salió aliviada, dijo. Ella también portaba el virus de la guerra.

Imagen del notable documental "Jamás llegarán a viejos", de Peter Jackson (2018)

En el film documental Jamás llegarán a viejos, de Peter Jackson (director de la saga El señor de los anillos), los testimonios de los jóvenes británicos de entonces, que iban al frente a ser masacrados, contaban que tanto los prisioneros alemanes cuando caían bajo control de los ingleses, como los ingleses cuando caían como presos de guerra de los germanos, se llevaban bien. Conversaban. Se conocían. Confraternizaban. Luego, al momento de la batalla, se les había enseñado a clavar la punta de las bayonetas gritando para desarmar así al enemigo, antes de que muera desangrado. Algo que no sucedía durante la confraternización.

Actualmente, no existen reportes de confraternización. En realidad, existen pocos reportes sobre nada, tal es el control férreo de la información por parte de los gobiernos de Ucrania y de Rusia. Zelenzky, quien fuera actor de comedia, sabe hacer ese trabajo utilizándolo en vastas acciones de propaganda. A Putin, se sabe, jamás le interesó la libertad de prensa. El cerrojo informativo es fuerte. Sin embargo, se puede llegar a fuentes (siempre se puede llegar a fuentes) que permitan acercar la realidad a la opinión pública.

Una vista aérea muestra destrucciones en la ciudad de Bajmut, en la región de Donetsk, Ucrania (Foto: Handout vía REUTERS)

Hace poco Rusia recuperó Bajtun después de 224 días de combates virulentos, de avance y retroceso de posiciones que finalmente fueron tomadas por el grupo Wagner, mercenarios que batallan para los intereses trazados por Putin. Las batallas fueron sangrientas. El Wall Street Journal publicó el 25 de mayo que, debido a la alta cantidad de bajas entre los ucranianos, se estaban enviando a reclutas sin experiencia ni entrenamiento, con la excusa que la adquirirían en la zona de combate. Dieciséis conscriptos fueron enviados al frente a poco de su reclutamiento. Al protestar por ir en esas condiciones, se les respondió: “Bajmut los entrenará”. Pasaron dos días cuando 11 de los 16 habían muerto o tomados presos. Lo dice el WSJ, no la televisión de propaganda rusa.

El analista Leib Erlej, en el sitio Política Obrera, señala con sagacidad que los batallones vencedores no eran del ejército ruso, sino del grupo Wagner y que esto implica que por primera vez un ejército privado triunfa en una batalla estratégica. No es un dato menor para los historiadores futuros de la guerra (ni para sus actuales observadores).

Trailer de la película alemana "Sin novedad en el frente" (2022), ganadora del Oscar a mejor película extranjera

Si Peter Jackson toma en su documental imágenes de archivo de los camarógrafos que acompañaban al ejército británico, las películas 1917 o Sin novedad en el frente ficcionalizan, con rigurosidad, cómo se desarrollaba la guerra de trincheras en la Primera Guerra Mundial. Hoy se habla sobre todo de drones y misiles y ataques a objetivos urbanos a distancia. Sin embargo, la toma de Bajmut fue realizada cuadra a cuadra en los restos de una ciudad destruida. O las trincheras de las tropas ucranianas son preparadas manualmente por los soldados que esperan la orden de Zelenzky (y de la OTAN) para marchar hacia adelante. Lo mismo se puede decir de la línea defensiva de trincheras organizada por Rusia para enfrentar la anunciada contraofensiva, de 1000 kilómetros de largo. Mientras tanto, en Bajmut cada mercenario Wagner ha sido reemplazado por soldados rusos o de los batallones chechenos.

El ruido de las balas y de la muerte se seguirá emitiendo a metros del soldado que cae, sea cual sea el bando, por obra del soldado que mata, cualquiera sea el ejército. Los cuerpos humanos confundidos por las bombas que describe Céline en su novela (los obuses, señala) siguen siendo los protagonistas que estallan en una guerra cuyos intereses, de un lado y otro, sobrepasan a la de los reclutas en las trincheras.

Decía Walter Benjamin, en Experiencia y pobreza de 1933, sobre la guerra: “En un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras, estaba el mínimo, quebradizo, cuerpo humano”.

Sigue siendo así.

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