Una noche en Nueva York, semanas atrás, cuando Martina Tolosa volvía al hotel donde se estaba alojando, vio gente amontonada en la vereda. Y policías, muchos policías. Era justo en el hotel de al lado. Se acercó: todos miraban para arriba. Entre los carteles, vio algo, un cuerpo, una pierna colgando. Una mujer se acababa de tirar al vacío, se había querido suicidar. No llegó a estrellarse contra el suelo, pero logró su objetivo: estaba muerta. “Me obsesionó eso. Al otro día obviamente busqué la noticia. Encontré el nombre de la mina en las redes y me puse a leer lo que le ponían del novio, de su familia, de sus hijos, de todo”, cuenta ahora, ya no en Nueva York, sino en Buenos Aires, en un pequeño café de especialidad frente a la Plaza de los Perros.
“Me pasa mucho: tengo pequeñas obsesiones que de la nada me sirven para escribir“, agrega con seriedad, mientras sus manos sostienen un capuchino. “El terror es como mi zona de comodidad, es lo mejor que yo puedo hacer. Por eso siempre estoy imaginando cosas acerca del terror. Y no solo en la imaginación, también en la vida real ando buscando cosas que tengan que ver con eso, con temas más oscuros”. A veces, pareciera, llegan solos. Como si tuviera un imán. “¿Viste que se habla de esperar a que la inspiración te llegue? En realidad hay que sentar el culo en la silla todos los días y escribir algo. Hay que sacar cosas de lo más mundano que te cruces”. Acaba de publicar su primer libro, su ópera prima, una novela: Viracocha, editada el mes pasado por el sello Azul Francia.
Viracocha no tiene que ver con suicidios ni ciudades ampulosas, pero sí con el tono oscuro de la muerte. De la muerte y también de la vida: del nacimiento. Julieta, la protagonista, está embarazada. Ya perdió un bebé y desde las primeras páginas queda claro lo traumático que fue. Traumático a estos niveles: le hizo sexo oral al personal de seguridad del Hospital de Clínicas para poder entrar a una sala protegida, abrir un frasco y saludar a ese feto que iba a ser su bebé. Ahora, embaraza otra vez, las cosas cambian. A su pareja, Javier, el papá del bebé por nacer, le avisan que su padre está mal: tiene Alzheimer, y avanzado. El Doctor Guillermo es un prestigioso antropólogo que, parece, algo en su demencia no cuadra. Algo le dirá la gente que se acerca a la casa de Cachi, Salta, donde el hombre vive.
Lo que se encuentra ahí, en Cachi, es un pueblo norteño, entre pintoresco y precario, costumbres exóticas, argentinidad invisibilizada y una relación profunda con lo espiritual, con lo sobrenatural, con lo paranormal. El deterioro de la pareja no se interrumpe en esa larga estadía. Al llegar, el Doctor Guillermo está envuelto en un poncho y, debajo, desnudo. A Julieta le toca hacerse cargo del rol histórico de las mujeres: la cocina. Hay platos sucios de hace semanas. “Javier grita desde algún lado que tengo que hacer unos panqueques porque Guillermo quiere. Me levanto, cuelgo el delantal y frente a mí, proyectada en el piso, una silueta que viene desde la ventana. Me doy vuelta y nada. El cielo. No le hagas caso, dice Guillermo, que sigue mirando hacia adelante”.
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Martina Tolosa es de Puerto Madryn. Y si bien se mudó a Buenos Aires a los doce años, ese rasgo biográfico hizo que decida “escribir algo que suceda en el interior”. ¿Por qué Cachi? ¿Por qué Salta? “Abrí el Google Maps y busqué cualquier punto. Me llamó la atención Cachi. Nunca había ido, no conocía Salta. De hecho empecé a escribir la novela y Luis Mey me dijo: ‘tenés que ir’. Y fui. Y cambió todo en la novela. Para empezar, apareció todo lo espiritual, el dios Viracocha. Y pude documentarme y construir mejor los ambientes y las escenas”. Algo que tenía claro que quería contar en la novela era la maternidad. “Me interesa mucho, no solo como deseo en algún momento de mi vida, sino también como tema. Quería explotar esa pequeña obsesión”.
La bebé por la que la protagonista se desvive se llama Sara. Se lee en la novela: “Acomoda la cabeza en el hueco de mi hombro y se queda dormida de nuevo con la nariz en mi cuello. Podría morirme ahí nomás, en ese instante en el que descubro que mi hija me quiere (...) Siento una desesperación que no conocía. es la maternidad, me digo, tiene que ser la maternidad, claro”. Ahora, bajo la sombra de los edificios, la autora dice: “Me parece súper animal la maternidad. Eso es lo que me interesa escribir y, bueno, quizás en algún momento vivir. Creo que cada una será madre como puede. Hay mucha presión al respecto y muchos discursos diferentes pero es algo como tan animal, tan grande, que cada una hace lo que puede y lo vive como puede”.
Los personajes no son buenos ni malos, o sí, pero las dos cosas: víctimas y monstruos. Lo es Julieta, lo es Javier. Víctimas y monstruos. El sexo está todo el tiempo presente. Y no desde un lugar precioso y prístino, sino más bien sucio, torpe, agresivo, a veces liberador, otras denigrante. “Alguno vez dijo Tamara Tenenbaum, y la cito porque a mí me pasa lo mismo, que le interesaba escribir sobre sexo, pero sexo que sale mal, no el sexo limpio y divino que uno idealiza”, dice la autora. Efectivamente, esas escenas están impregnadas de sentidos contradictorios que van del morbo a la mugre, de la humillación a la animalidad, de la necesidad a la perversión. La protagonista no siente ninguna culpa. Para ella la sexualidad es una forma de existencia. Mientras tanto, lidia con una maternidad descarnada.
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La idea de novela fue algo nuevo. Martina Tolosa siempre escribió textos cortos. Pero la idea apareció en el taller de Luis Mey. Fue un ejercicio: no la consigna, sino la extensión. “Diez páginas para mí eran una barbaridad. Estaba re nerviosa, no sabía qué escribir, no podía, no me sentía segura. Después lo terminé haciendo y lo llevé a la siguiente clase. Entonces, a esas diez páginas, le fui sumando cosas hasta empezar una novela. Ese texto, al final, quedó en la nada, pero a los meses escribí otro, que se convirtió en una novela, que hoy está inédita. Esa, podría decirse, fue la primera novela que escribí. Es de terror. Una mujer a la que se le mete un murciélago en la casa, la muerde y ella empieza a escuchar la voz del murciélago diciéndole que haga cosas... cosas inmorales, digamos”.
Luego de esa primera instancia, con la pandemia latiendo, continuó escribiendo. Fue en ese mismo taller que surgió Viracocha. “Talleres individuales, sí. Eso me sirvió porque me cuesta mucho todo lo social: en la escritura y en la vida”. A la par, la lectura: a la hora de pensarse dentro de una tradición o de un corpus, a la hora de mirar a su alrededor y ver qué libros sirvieron de inspiración para esta novela, nombra a María Fernanda Ampuero, Samantha Schweblin, Luciano Lamberti, Guadalupe Netel y Brenda Navarro. “Cuando empecé el taller con Luis empecé a leer muchísimo más, a explorar también muchísimos géneros. Nunca se llega tarde a la lectura. Yo al principio pensaba que sí, que me había perdido un montón de cosas todos estos años de no haber leído tanto, pero los libros te están esperando siempre”.
En su casa de Madryn, pero también en la de Buenos Aires, no sólo había libros, había gente leyendo. “Mis viejos me inculcaron muchísimo la lectura. Compraron un montón de libros, no solo me compraron a mí, sino que también ellos leían un montón. ¿Viste que cuando sos chiquito y ves leer a la gente que te rodea eso te entusiasma? De esa época me acuerdo que me encantaba Elsa Bornemann: la leí un montón. Ella además escribió terror”, dice y le viene otro recuerdo: “También leía empujada por mi viejo porque escuchaba un montón de música: Joaquín Sabina, por ejemplo. Me interesaba, no desde la escritura, sino entender lo que el chabón quería decir, las metáforas que usaba, las poesías. Tenía el oído muy parado con eso”.
¿Y la escritura? ¿Cuándo empieza esta obsesión por narrar el mundo con las palabras propias? “De chiquita escribía un montón. Cuentitos. Mi papá tiene guardado alguno: un papelón. Me había inventado como un diario familiar en el que le preguntaba a mis viejos, a mis hermanos, qué habían hecho ese día, y anotaba todo”. Pero el terror llegó en otro formato: el cine. Al menos al principio. Cuando era chica y en la tele había una película de terror nadie la tapaba los ojos. “Mi mamá veía muchísimas películas de terror. Ella decía: ‘hoy vamos a ver ésto’. Cementerio de animales, por ejemplo, me traumatizó mal. Veíamos todas las que encontrábamos. Tenía mucha imaginación entonces tenía muchas pesadillas. Siempre me gustó el terror, es un género con el que siempre estuve conectada”.
Las primeras veces que mostró Viracocha, “mucha gente se horrorizó”, cuenta. “Sí, se horrorizaron, aunque a la mayoría le gustó”, agrega. Ya hay una segunda novela, que está en proceso de corrección. “Es más clásica, más realista”, dice. “Igual, el terror va a estar siempre, es parte de quien soy, pero también me gusta explorar otros géneros”. Sobre el final de esta conversación, Martina Tolosa se detiene a pensar la literatura: “Como cosa utilitaria no sé si sirve de algo. En mi caso es un lugar para ir cuando quiero escapar o estar tranquila. Para mí la literatura representa viajar a algún mundito. Ahora hay un montón de estas aplicaciones que te cuentan cuántos libros leíste y que los reseñes y que los compartas y que hagas desafíos de lectura. No me parece tan importante cuántos libros se leen sino haberlos disfrutado”.
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