No lo dice, no quiere decirlo. Tal vez porque expresarlo en voz alta sería una manera de aceptarlo. Ella no lo dice, y entonces lo digo yo. Me escudo en que mi tarea es poner las palabras, explicitar. “El destino puede ser cruel”, le digo. María Rosa Yorio me mira. Dice: “Sí”. Y después de unos segundos dice: “Este es un país embudo. No hay trabajo para todos”.
Le tocaron, como a todos los músicos, malos tiempos en que vivir. Figura en los años 70, desplegó su arte a la sombra de Charly García y Nito Mestre —fue pareja de ambos—. Vivió en carne propia la persecución del rock en la dictadura. Formó parte de Porsuigieco, una banda mítica en la que estaban Raúl Porchetto, Charly, Nito, León Gieco y ella. Desarrolló su carrera solista hasta en la primavera alfonsinista, a contrapelo del resto. En esos años, tocaba con Miguel Mateos y a la vez experimentaba otros géneros. Hasta grabó un disco infantil basado en letras de Elsa Bornemann. Sacaba un disco por año: Mandando todo a Singapur (1982), El disco de los chicos enamorados (1983), Por la vida (1984), Puertos (1986), Rodillas (1987). Después: silencio. Quince años de silencio. “Con el diario del lunes”, dice, “me pregunto si tenía que haber hecho otra cosa”.
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Desde siempre, desde muy al comienzo, María Rosa Yorio tuvo que luchar por conseguir su espacio, por ganarse el respeto de los demás, por sostener lo que los músicos —varones— tenían por dado. “Recuerdo que cuando empecé a componer algunas canciones, el productor me ninguneaba”, dice. Habla del disco Por la vida, que tiene, por ejemplo, “Haciendo el amor en la cocina” (“Haciendo el amor en la cocina / aroma a pomelo en la piel / las cacerolas rechinan / esta noche cenamos placer”) y “Caras de hielo” (“Busco poesía, encuentro pescados / últimamente vivo sangrando”). Y cuando grabó el álbum siguiente, dice, sólo la dejaban ir al estudio a grabar sus partes.
—En un momento de mi vida me recluí, me encerré.
—¿Por qué?
—Seguramente porque empezaron a aparecer las otras mujeres, que eran bastante bravas. No eran muy compañeras. Celeste [Carballo] era muy brava. Era complicada para compartir.
“Me gusta cantar”
El departamento de Yorio es despojado. Como si pusiera en acto la frase “El lujo es vulgaridad”, en el living hay una mesa redonda, unas plantas, una biblioteca de caños. No tiene Netflix; ni siquiera tiene un televisor. “Quería ver la serie de Fito, pero mi vecina se enfermó”, dice. La desnudez del ambiente pone a la música en primer plano: los pocos cuadros son tapas de revistas, más allá hay un atril con partituras —la carpeta muestra las letras MRY con forma de flor—, hay una consola y un piano. El centro de la sala es ese piano. “Ahora vos te vas y yo me pongo a cantar un par de horas”, dice. “Mañana a la mañana también porque voy a un programa de televisión. Después viene a ensayar Guido Spina”.
Desde hace bastante tiempo toca con Spina. Con él en el piano tocó en el concierto por los cuarenta años de la guerra de Malvinas, con él tocó en el homenaje a Charly García y en las giras por el interior que organizó el Instituto Nacional de la Música (INAMU). Con él va a tocar este domingo 4 en Bebop, con Fernando Samalea como invitado. El repertorio para esa noche incluye: “Entra (seas bienvenido a casa)”, “Antes de gira”, “En las arenas del circo”, “Dime quién me lo robó”, “Fanny da bola”, “No quiero ceder”.
—No mencionás “Haciendo el amor en la cocina”.
—No, porque lamentablemente no se puede hacer en vivo. Tiene muchos arreglos. Habíamos pensado hacerla con cacerolas, sartenes, cucharones, pero no se dio.
Vuelve a hacer silencio. Se queda pensando. Cuando me pasa eso con un entrevistado nunca sé bien qué hacer: si tengo que interrumpirlo, si tengo que dejar que se pierda en sus propias ideas y me lleve con él. María Rosa vuelve. Dice:
—Yo sigo cantando porque me gusta cantar. Y porque siento que lo hago bien. Y porque la gente me viene a ver. No cae en hordas, pero viene. Y canto porque me ofrecen fechas. Siento que tengo un brazo haciendo la plancha, porque me ofrecen fechas, y el otro remando para que vaya gente. Por suerte todavía tengo esa estrellita.
En 2019, la editorial Planeta publicó su libro de memorias, Asesínenme. El título tenía el eco de su último disco, Asesina serial (2002), pero también el de la canción “Asesíname”, de Charly García.
—Yo no puse el título —dice—. Podría contar la escena. Ellos pensaban que iba a ser un libro típico de giras y ensayos. Fue justo cuando empezó la marea verde del feminismo, y yo quería escribir sobre mi historia con eso. Me acuerdo que firmamos el contrato y me dijeron: “¿Qué te parece Asesínenme?”, y se rieron. Como diciendo: te van a matar. O: te vamos a matar, porque lo único que nos importa es Charly.
Asesínenme lleva como subtítulo “Rock y feminismo en los años 70″. En la tapa, la familia García: Charly, María Rosa y Miguel en brazos de la madre. Es una foto del 77 o del 78; Miguel era un bebé de meses. El nombre de la autora está corrido a la derecha y en una fuente menor. En el libro, Charly es una figura omnipresente. Es probable que su nombre aparezca en cada página. Hay fotos y letras de canciones. Yorio hace un equilibrio difícil para mantener ecuanimidad. Cuenta las veces en que él la ayudó, la acompañó, la valoró; y también las que la subestimó, la desmereció, la llevó hasta el extremo de pensar en el suicidio. Asesínenme es un libro en carne viva.
Transcribo un fragmento. El momento en que ella se va con Nito Mestre, y Charly le dice que la venganza va a ser eterna:
“Charly estaba profundamente ofendido. Yo, sin dimensionar las consecuencias de mi terrible arrojo, empezaba a quedar como la villana de la película. La mujer que engañó a la estrella argentina con su mejor amigo y compañero musical. Acercarme a Nito fue mi manera, cómoda y seguramente equivocada, de encontrar una salida para una situación límite que parecía no tener final. Mi intención fue preservarme. Con el tiempo terminaría averiguando que haciendo lo que hice me expuse a un linchamiento social muy grande. A esta altura, después de casi cuarenta años, no tengo ningún interés en justificarme. Después de todo, hice lo que pude, que fue buscar refugio en ese hombre tierno que me ofrecía una salida a las idas y vueltas de reconciliaciones y engaños”.
La relación con Charly es ambigua. Viven a pocas cuadras de distancia, aunque no se ven nunca. María Rosa canta sus canciones —alguna vez se declaró fan de su música— y lo recuerda con afecto. Ella fue la inspiración de muchos temas de Sui Generis, como “Estación” y “Quizás, porque”. Fue en la casa de María Rosa donde Charly escribió “Confesiones de invierno”. Pero también dice: “Charly se encargó de hablar mal de mí”. Y dice: “La tapa de Cómo Conseguir Chicas la copió de mi primer disco solista”. Dice que cuando Charly sacó aquel disco, fue a verlo muy enojada, pero no por la foto, sino por el título: “Decía chicas en vez de mujeres, era una cosa machista. Le dije que no podía hablar así. Y después me di cuenta que hizo una tapa copiando la mía. Como diciendo que yo era una más de las chicas”.
En la tapa del disco de Charly hay una chica de ojos verdes rodeada de flores. Él había dado las indicaciones de cómo la quería y la foto salió de un banco de imágenes —que curiosamente ya había sido usada en el 82 por la orquesta Caravelli—. En la de Con los ojos cerrados (1980), María Rosa es la que está rodeada de flores. No son iguales, pero son llamativamente parecidas.
Charly García, omnipresente
—Te tocó estar en el momento en el que el rock nacional se llenó de próceres: Charly, Nito, León Gieco, todos. ¿Tocaste con Spinetta?
—No. Una vez fui a visitarlo porque estaba muy copada con Los ojos. Y empecé a cantar una canción que tenía como una magia. Lo fui a visitar y charlamos, pero no tocamos. Una vez, cuando éramos chicos, nos cruzamos en una compañía discográfica. Él estaba en una punta y yo en la otra. Yo era muy tímida. Incluso con Fito fui muy reservada. Ahora, después de todo el trabajo que hice, soy más comunicativa, pero de chica era muy reservada. Eso a Charly no le gustaba.
Charly García, aquí, otra vez. Y entonces vuelve al tema del embudo:
—Luis Alberto también sufrió la cuestión donde Charly se llevaba todo el trabajo. Hubo años que Luis Alberto no veía una. Eso también es una crueldad de este país. Ahora Fito es el embudo.
—Igual, Spinetta tenía su público.
—Después le pasó a Charly. Cuando se les abrió la puerta a los artistas latinoamericanos tipo Luis Miguel, los productores le decían que les tenían que dar bola a esos músicos. Y él me decía a mí: “Pero ¡cómo puede ser!”
—El espacio para las mujeres es más chico. Si pienso en las cantantes de los 70, estaban vos y Gabriela.
—Y Carola Cutaia. Muy poquitas.
Le propongo hacer una lista de cantantes de ahora y entre los dos tiramos nombres: Georgina Hassan, Laura González, Lucy Patané, María Becerra, que además canta reguetón. “Ves que siguen siendo pocas”, dice.
—¿Vos te considerás una rockera?
—Sí, pero no sé por qué. A nosotros nos hacían leer poesía, escuchábamos música clásica, tango, jazz. Pero si me preguntás, yo digo que soy rockera. Quizá porque no pude salir de ese lugar. Me pusieron la etiqueta. A mi me gusta cantar.
El oficio de cantar
—Como maestra de música, ¿qué buscás en una voz?
—Que canten.
—…
—Me gusta que la gente cante. En otros países se desarrolló muchísimo. Yo les pido que tengan una carpeta y que el domingo, después de comer en familia, saquen la carpeta y se pongan a cantar. Y si abrís la garganta y sacás la emoción, tu voz mejora en un 40%.
—¿Tenías modelos?
—Cuando era jovencita, hace muchos años, escuchaba a las cantantes negras, por ejemplo. Ponía pausa y rebobinaba y volvía a escuchar qué hacían. Johnny Mitchell me gustaba mucho. Después lo hice con Whitney Houston. Ponía pausa, copiaba, adelantaba, pausa, copiaba. Me encanta cómo frasean los negros.
Entonces se pone a cantar. La voz sale primero como pidiendo aire y, de repente, me golpea. Es una O que se extiende en un coro góspel. Y como llega se va y María Rosa sigue hablando:
—Copiaba lo que hacían ellos: cómo iban abajo, cómo iban arriba. Eso hacía muchísimo. Con Mitchell también. Aprendés mucho grabándote, porque ahí te das cuenta realmente qué pasó. Más allá de llegar bien a un agudo, te das cuenta si ese agudo fue con feeling.
—Nito Mestre me dijo en una nota el consejo que le dio Mercedes Sosa: que el primer paso para cantar bien es no tomar alcohol.
—Sí, sí, no hay otra. La falta de sueño, las comidas pesadas, el arroz, el alcohol, la marihuana. La marihuana no solo te irrita, sino que tiene que cerrar y cuando vas arriba se afina la voz. Por eso hay muchos cantantes que ya no rinden. Es importante abrir la garganta y separar los molares. La voz siempre tiene que salir por la boca y hay algunos cantantes que no se dan cuenta y dejan la voz un poquito en esta zona nasal.
Cerramos la nota. Hablamos del reencuentro de Porsuigieco en el recital de Porchetto de 2016, cuando festejaba sus 45 años con la música. Hoy no parece tan viable que los cinco estén en el mismo escenario. Asesínenme dejó algunas heridas. Guardo mis cosas mientras desde la ventana miro el río. El departamento está en un piso 18. Ella agarra el teléfono.
—¿Viste la foto? —me dice.
Da vuelta el teléfono hacia mí: Gieco los fue empujando hasta que todos quedaron encima del piano de Charly. Son un monstruo de cinco cabezas. Hay algo vital en esa foto. Algo que vuela y no muere. Nunca.
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