María está algo nerviosa. Siente ese mismo cosquilleo que sentía en la panza de joven, mientras lavaba la blusa y la pollera que había usado para trabajar toda la semana. Después las tendía y las planchaba. Era lo mejor que tenía para lucir a la noche en la milonga del Club Atlanta, en Villa Crespo. Ella vivía en un conventillo de Saavedra junto a sus cinco hermanos. Todos trabajaban de lunes a viernes para “parar la olla” y ayudar con los gastos a la vieja, que había quedado viuda muy joven. El sábado y el domingo eran los días para disfrutar del descanso y el escape era la milonga. Aquellas noches iba a tomar el colectivo 19 hasta Chacarita. Y de ahí caminando hasta Humboldt, cruzando el parque que “entonces todavía no estaba enrejado” y después la vía del San Martín.
Ahora, a los 88 años, tiene una sensación similar en la panza. A la mañana fue a la peluquería y luce su peinado impecable, como aquella blusa y aquella pollera que preparaba con esmero en su juventud. El sábado es el día. La cartelera del Salón Marabú, en Maipú al 300, anuncia La gran Noche de María Nieves, “una velada tanguera dedicada a la figura máxima del Tango Danza”.
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Acompañada por Pancho Martínez Pey, la bailarina dará una exhibición en el mítico cabaret porteño, donde debutó Aníbal Troilo con su orquesta, donde José María Contursi escuchó la historia que le inspiraría el tango Como dos extraños, donde se conocieron Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores, para dar nacimiento a piezas antológicas como “Uno”, “Cafetín de Buenos Aires” y “Sin palabras”, donde dejaron su impronta las orquestas de Alfredo de Ángelis y Osvaldo Pugliese.
El evento es organizado junto a la clásica Milonga Malena y su realización tiene el sello de Natacha Poberaj, directora artística de Tango BA Festival y Mundial.
María pide una lágrima “con más leche que café”. “Chukker tráeme”, le dice a la moza. Cuenta que no le gusta “cuando me veo por Facebook” (sic). “Soy muy exigente”, dice. “Siempre lo fui”, insiste. Está cansada. Estuvo ensayando a la tarde y no ve la hora de guardarse en su departamento de Colegiales, donde vive desde hace 30 años. “Ya no soy la María Nieves que fui hasta hace unos años”, confiesa con resignación. “La fuerza que tenía no la tengo ahora”.
—Bueno pero bailaste hace dos semanas en La Usina del Arte y vas a bailar este sábado en el Salón Marabú. ¿Algo te debe motivar?
—La gente me quiere un montón. Me aplauden como locos. Pero no por lo que hago, sino por mi trayectoria.
—Nadie en su sano juicio va a pretender ir a ver a la María Nieves de hace cuarenta años.
—Cuarenta años no. Menos. A los 80 años yo bailaba como siempre. Ahora con 88 estoy flaqueando.
—Pero tenés algunos cartuchitos guardados…
—La gente me aplaude mucho. Es mi vitamina. El cariño de la gente es un combustible que me empuja a seguir bailando.
—¿Te seguís poniendo nerviosa?
—Menos que antes. Cuando era más joven me exigía mucho. Quería la perfección. Ensayaba mucho. La gente lo sabe. Y valora otras cosas, también.
—¿Cómo qué?
—Como mi vida privada. El público no sólo ve al artista como profesional. Sigue su vida privada, su comportamiento, todo….
—¿Y cómo era tu vida privada?
—Ahhhh. Fue mía. Y nadie se enteró de nada. Cuidé todos los detalles. No la conoce nadie. Hay un libro. Hay una película. Soy tango, se llama.Pero yo conté lo que me cantó la gana.
María Nieves es una angelita. Y a veces medio diabla. El mundo de las milongas la cuida, la mima y la venera. El 6 de septiembre, cuando ella cumpla los 89, en los salones se va a celebrar el Día de la Bailarina de Tango en su honor. La Ley aprobada en la Legislatura Porteña lleva el número 6496.
Es mucho lo que ella le dio al baile del tango. En su apogeo bailó junto a su pareja Juan Carlos Copes en las principales capitales del mundo del espectáculo. Durante diez años Broadway se cansó de aplaudirla, recorrió Las Vegas, Miami y Hollywood, brilló en París, Tokio, Roma y Madrid, y hasta bailó en la Casa Blanca para el entonces presidente Ronald Reagan. “Son 68 años de profesional”, dice ella haciendo montoncito con la mano derecha. “Es una vida”, enfatiza. “No creo que haya otra tanguera que haya dedicado 68 años de vida profesional, que se suba a un escenario a los 88 años. No la hay. Ni la va a haber nunca. Yo nací para bailar tango. Yo le di mi vida al tango. Y eso lo sabe toda la gente. Y les gusta que, jovata como estoy, siga arriba de un escenario. Aunque ya no baile igual”.
Aquel éxito en Broadway no fue inmediato. De hecho Copes-Nieves estuvieron varados tres años en Nueva York, probando suerte en distintas audiciones “sin poder juntar el mango” para volver al país. Comían lo que les daban otros “muchachitos argentinos” que trabajaban de mozos, lavacopas o ayudantes de cocina. Dormían en el Hotel One, Two, Three (1,2,3) “en la 44 y la Séptima y , cerquita de Broadway”, precisa. “No sabían lo que era el tango. Nosotros la sufrimos”, recuerda.
Hasta que un buen día explotó todo “y ya no paramos: recorrimos el mundo y llegamos a salir en la TV en El Show de Ed Sullivan”, describe. Las Vegas, Los Ángeles, Miami. “Después vino Tango Argentino, con Claudio Segovia. Nunca va a haber un espectáculo como Tango Argentino. Nos llamaban de todos lados. Trabajamos en el Waldorf Astoria, en el Madison Square Garden. Qué no hicimos”, enumera.
Estrellas como Anthony Quinn y Robert Duvall se rendían ante la magia que entregaba la pareja Copes-Nieves. Debido al éxito hubo un súbito despertar del interés en Argentina. “Nos llamaron de Caño 14 y nos pagaban en dólares”.
—Podemos volver a tus 15 años, cuando empezaste a ir a las milongas.
—Antes. A los 8 o 9 años empecé a acompañar a mi hermana a la milonga. Ella era 5 años mayor que yo. Yo de mirar aprendí. Nunca estudié para bailar el tango. Vivíamos en un conventillo en Pinto y Núñez. Yo empecé a laburar a los 11 años.
—¿Y cómo eran las milongas, tocaban orquestas?
—No. Cuando iban orquestas no íbamos. Me iba a cualquier club. A Viento Norte, a clubes de barrios donde había grabaciones. La orquesta llevaba otro ambiente
—¿Y en la semana esperabas que llegara el fin de semana para ir a la milonga?
—El domingo, cuando volvía a mi casa de Humboldt y de Atlanta, volvía llorando. Se me caían las lágrimas porque tenía que esperar una semana para volver a la milonga.
—Así lo conociste a Copes.
—El no sabía nada. Ni sabía agarrar a la mujer. Pero tenía una pinta bárbara. Y bailó con la barra de mi hermana. Con la primera que bailó fue con mi hermana. Yo dormía en la falda de una mamá que nos acompañaba a la milonga.
—Cuando hablás de tu pareja decís Copes y no Juan Carlos…
—Porque siempre fuimos Copes-Nieves. Juan Carlos es cualquiera. Copes no. Marías hay muchas, pero María Nieves hay una sola.
—¿Y después de Copes-Nieves?
—Yo nunca armé otra pareja. Porque pensé: nos van a comparar con Copes-Nieves y nos iban a poner contra la pared. Me dolió cuando él me echó del ballet. Esperé dos años a ver si se arrepentía. Yo tenía 60 años y pensaba que ya estaba vieja. Pero me agarró Luis Pereyra para hacer un espectáculo. Era como un Copes joven. Me largué sola y tuve más éxito que cuando estaba con Copes.
—¿Y cómo fue?
—Pereyra fue vivo. Inteligente. Yo pensaba: acá son todos pendejos. Qué voy a hacer yo. Y él me fue haciendo bailar con él, y al final con todos los bailarines. Y un día subí al escenario y nos aplaudieron antes de bailar. Eso con Copes no nos pasaba. Sólo en Broadway pasaba. Entonces me di cuenta que ahora tenía una personalidad mía. Única. Lo logré.
—Contame una última cosa. Tenés un cuerpo privilegiado para haber bailado 88 años. ¿Cómo cuidaste tu cuerpo todos estos años?
—No me cuidé nunca. Todavía hoy fumo dos paquetes y medio de cigarrillos por día. Fumo desde los 11 años. Mate y cigarrillo. Así fue mi vida. Mirá, no sé. A lo mejor uno de estos días “spicho”. No sé. Pero se ve que a mí me salvó el tango. Todo lo que fumaba lo largaba arriba del escenario. Yo no transpiraba. Pero por algún lado lo largaba. Nunca me descompuse. Nunca me dolió nada.
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