Cuando el investigador de la policÍa bonaerense Juan Vucetich descubrió que ninguna huella dactilar -esas líneas que residen en las puntas de los dedos de las manos y los pies- era idéntica a otras y que por eso se convertía en un instrumento infalible a la hora de, con su rastro, encontrar criminales, se produjo un hecho que cambiaría la criminalística a nivel mundial. El primer caso exitoso comandado por Vucetich se realizó cuando arrestó en Necochea a Francisca Rojas, asesina de sus dos hijos, que había acusado por el crimen a un vecino, pero que había dejado la habitación sangrienta repleta de huellas dactilares que la incriminaban ineludiblemente. Corría el año 1891.
Nadie sospechaba que aquellas huellas dactilares serían la clave para dar cuenta de cómo un órgano o tejido donado por una persona residía en el cuerpo de otra. Y que, entonces, la huella dactilar de un paciente receptor de un trasplante de órganos habría de estar marcada por el rastro del donante, que se convertiría en parte de su propia identidad. Así se quiso mostrar, al menos, en la obra plástica diseñada por Nico Said, Ema Alt y Judith Zalco y conformada por huellas de pacientes trasplantados. La obra se inauguró el martes pasado en el Hospital Alemán, uno de varios hospitales públicos y privados integrados al sistema del INCUCAI, organismo estatal autónomo que se ocupa de coordinar y fiscalizar el mecanismo nacional de trasplantes, financiado con fondos estatales.
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La sencilla, pero significativa obra, ahora cuelga en las paredes del Hospital Alemán, en la Unidad de Trasplantes donde se realizan cirugías de corazón, renales, hepáticas, hepatorrenales, reno pancreáticas y de córneas. En conjunto con otras clínicas se completa el organigrama de necesidades de ese tipo de operaciones. Por esa unidad pasan a diario decenas de pacientes de todo el país para centralizar sus controles periódicos y para planificar -quienes aún no han sido trasplantados- la espera de un donante con las características apropiadas para que el órgano sea asimilado.
¿Corresponde a una columna en la sección de Cultura hablar sobre trasplantes, más allá de la referencia a la obra plástica colectiva o el emotivo video realizado para la celebración del Día de la Donación de Órganos y Tejidos, el día 30? Probablemente sí, sobre todo cuando en un año electoral el candidato Javier Milei y su agrupación La Libertad Avanza propone eliminar el sistema nacional de trasplantes para sustituirlo por la compra y venta de órganos. Cultura del libre mercado, que le dicen. O capitalismo, a secas, también.
Claro que lo de Milei no es un exabrupto, sino pura y brutal honestidad movida por la ignorancia ciega, o por intereses más oscuros todavía. El trasladar la ley del más (económicamente) fuerte a una cuestión de vida o muerte (como lo es encontrar un donante compatible) se trata de un ataque a los mínimos rasgos comunes de sociabilidad entre ciudadanos. Por el contrario, se trata de incrementar el sistema de salud pública y, en él, el sistema de donaciones, para hacerlo más eficiente todavía.
Si la ley Justina establece que, por default, toda persona mayor de 18 años es un potencial donante, a menos que establezca por escrito que no quiere donar sus órganos, su implementación todavía no es la óptima. Esto sucede porque aún no hay un organigrama en cada hospital, de un Médico Procurador de órganos, cuya función sea establecer en cada unidad sanitaria la existencia de posibles donantes. Esa información, luego debe ser trasladada al Incucai, y así efectivizar la donación que, no es un slogan, salva vidas.
Ese martes 30 visité el Hospital Alemán, no para una consulta, sino para participar por primera vez de un día de la donación de órganos como paciente trasplantado. Había centenares de personas, de todas las edades, algunos de ellos internados y en estado de espera, que asistían en sillas de ruedas y con asistencia médica, pero que tal vez veían en la emoción de los otros sus posibles propias emociones: cuando el donante llegue y la operación se pueda llevar a cabo al fin. Había una madre que le decía a una nena: “Mirá, el doctor Palti, que te operó” y otras personas que usaban barbijos, pero que estaban allí. Quién sabe qué motivo las impulsaba.
Algunas personas dicen que la fecha de la cirugía se convierte, para el trasplantado, en el día de un nuevo nacimiento, y que así lo celebran. No es mi caso, pero probablemente porque no soy dado a esos gestos emotivos y, más probablemente aún, porque nunca recuerdo la cuestión de las fechas. Lo cual es un problema, haya trasplante de órganos o no.
Recuerdo, sí, que cuando llegó el llamado de la doctora Margarita Sanders a mi celular y que dijo: “Diego, llegó el momento. Prepará tu bolso y vení cuanto antes puedas al hospital”. Sentí una equilibrada sensación de felicidad y miedo. Eran las dos de la mañana, se realizaba la Noche de los Museos 2021 y tenía pensado pasarme por alguno de los museos de mi barrio, San Telmo, en lugar de ir a un quirófano bien iluminado (como en las películas). Un faltazo a la Noche de los Museos que hace preguntarme si esta columna debería estar en la sección Cultura, pero bueno, avancemos.
Avancemos quiere decir que todos avancemos. La donación de órganos salva vidas, sería un crimen que se instale, aún como delirio, que su práctica puede ser obra del comercio. La prueba es que escribo estas palabras, ergo, vivo.
Lo sabe el equipo de médicos que me asiste cada cierto tiempo y que debe pasar todos los días frente a ese cuadro de una mano que da y una que recibe, coloreada por centenares de huellas dactilares de todo tipo, entre las que se encuentra una, la mía, en azul. Es una huella perdida más, pero que en conjunto es una constatación de vida. Algo que siempre, según dicen, es muy bueno.
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