Hace lo que quiere. Hugo Fattoruso hace lo que quiere. La entrevista por Zoom dura unos veinticinco minutos: cinco de ellos, él los dedica a tocar el piano. Habla con el piano abierto y cada vez que se acomoda en la silla, el codo izquierdo toca una tecla. Lo hace una, dos, tres veces. Es como si el piano lo llamara. Entonces interrumpe la nota, se da vuelta y se pone a improvisar en ritmo de 6 x 4, y después sigue con un candombe lento. Siento que se olvida de mí; por un momento soy el testigo privilegiado del capricho de un hombre que vive la música, vive en la música. “Los dedos tienen que estar en forma”, dice.
En unas semanas, Fattoruso cumplirá 80 años y lo festejará con dos recitales en el Teatro Solís de Montevideo. Va a estar acompañado por un montón de amigos con los que grabó la música que se volvió parte de la identidad del país: Laura Canoura, Pitufo Lombardo, el cuarteto Lombardo, Rey Tambor, Albana Barrocas, el Coro Nacional de Niños del Sodre. “Todo el mundo”, dice, “va a tocar dos temas, lo que hace leve al recital”.
Pero antes de ese recital, Fattoruso se presenta en Buenos Aires, con la formación del Trío Oriental —él en piano, Daniel Maza en bajo y Fabián Miodownik en batería—. Son cuatro conciertos en dos días: el viernes 2 y el sábado 3 de junio a las 20 y a las 22.45 en Bebop Club. Y el domingo 4 tocará con Gustavo Nasuti, en Ituzaingó. Es el comienzo de un mes de festejos con la música como protagonista.
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—Con esta retrospectiva, ¿te sentís hacedor de la música rioplatense?
—Soy parte de eso. Desde Opa, porque antes, con los Shakers, no había nada de original. Con los Shakers les copiamos el estilo, la ropita, el pelito a un grupo que no se puede copiar. No se puede copiar porque son unos genios, son interminables, son únicos. Fue a partir de Opa, que empezamos a proponer con mi hermano. Soy parte de un engranaje, un ruleman gigante donde cada uno es una munición que hace girar. El Río de la Plata da mucha música. Y en Argentina se extiende más allá. Es brutal. La música del norte argentino, incluyendo el chamamé y la chacarera, me fascina.
—Sos bastante crítico de los Shakers, pero forman parte del comienzo del rock en Latinoamérica.
—Sí, digamos que sí. Éramos jóvenes con buena intención que hicimos lo que hicimos. Pero quiero decir que se quedaba en eso. En cambio, desde Opa, cada propuesta tiene su manera, su personalidad.
—¿Viste el documental Rompan todo?
—No. No me gusta la polémica y el chusmerío. Pero cuando me enteré mandé un mail y dije: “No quiero que estén los Shakers, no quiero que usen ese nombre”. Fue lo mismo que hacer llover. Nadie me dio bolilla. Me quedé callado para no calentarme la cabeza.
—En esas cosas que hacés en silencio ¿está también la pelea por la autoría de la canción del mundial de Brasil o es un tema que ya diste por terminado?
—Abandoné. Intenté dos veces por voluntad propia y dos más porque me empujaron. Fui a buscar ayuda aquí y allá. Abandoné porque me di cuenta de que, si no cuento con la honestidad de una persona, no hay abogado que vaya a arreglar eso. Ya lo perdí, no me interesa. Yo sé que eso es mío. Chau. Me calentó porque justamente esa composición le rindió muchas unidades a esa persona. Y yo no quiero un rubí ni un Rolex, no quiero nada de eso. Pero pienso en mis hijos.
—¿Cuáles son las canciones que hiciste, que considerás que entraron en la banda de sonido de la sociedad?
—No sé qué decir. Yo compongo, grabo. Y te puedo garantizar que muchas personas conocen el apellido, pero no saben lo que hice. Saben algo porque yo voy haciendo, voy haciendo, voy haciendo, y queda una cantidad de trabajos. Pero no es importante que los conozcan. Te puedo nombrar una cantidad de temas que nunca escucharon en la vida. No sé cómo se llega a eso.
—¿Y eso qué significa?
—Nada. Yo hago lo que tengo que hacer y lo que me sale. Sin propósito. Mi propósito es dejar grabado el resultado. El tiempo dice si el escucha te acompaña o te rechaza.
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—En algún momento dijiste que eras un artesano de la música y no un artista. ¿Por qué la diferencia?
—En mi manera de ver, y con todo respeto, no cumplo los requisitos de un artista ni tengo las necesidades de un artista. No tengo camarín propio, no tengo abogado, no tengo maquillador, no tengo peinador, no tengo security, no tengo nada. No soy artista; no sé qué es ser un artista. Los artesanos trabajan con cuero, con vidrio, con metales, con madera, con papel. Yo trabajo con notas. Soy un artesano que trabaja con notas. Voy a tocar al tablado lo que practiqué, lo que elucubré y lo que voy a ofrecer. Es lo mejor que tengo. Esta es mi profesión y esta es mi pasión. Y tengo mucha suerte de que de un tiempo a esta parte consigo sobrevivir con mi pasión.
—Sin embargo, hay muchos músicos que te valoran como artista. Pienso en Spinetta, por ejemplo. ¿Nunca te la creíste?
—Estoy muy ocupado para eso. Obviamente, si un fenómeno como él me dice una frase cariñosa, me da mucho amor, me da mucha confianza.
—¿Cuánto de la identidad rioplatense te constituye a vos y a tu música?
—No sé. Está dentro de uno. Sale sin pensar. Lo que yo hago, lo hago sin pensar de dónde viene.
—Te repregunto. Tiendo a creer que, cuanto más estudia un músico, más entra en la tradición en su música. Y, si querés, puedo dar como ejemplo a los Shakers, que vos decías que copiaban un estilo, pero si tomo la música de los 2000, ya tiene un anclaje definido en el territorio. ¿Cuánto de aprender es volver a las fuentes?
—Es inseparable. La persona nace en un lugar y algo se le pega. Está en el agua con el que toma el mate o el café. Está en el agua con la que se hace el pan. Está en el agua que riegan los manzanos, los limoneros. Tiene que ser algo así. Yo no tengo respuesta, solo sé que siempre me hipnotizó la música folclórica. Diría que cada vez más. Le doy preponderancia a la música folclórica separada de cualquier otra música que se puede llamar ciudadana; que tampoco sé cuál es. Pero la música folclórica sí sé cuál es. En mi caso, la reina es la música folclórica. La fuerza de la raíz.
—Una vez David Byrne dijo que la música da más placer cuando no la dominás completamente.
—Sí, claro. Es que nunca vas a saber todo. No te rompas la cabeza porque es infinito eso. Meter el pie la música es infinito. Nadie sabe todo. Nadie. Nadie. ¡Nadie! Ni en pedo.
—Este fin de semana tocás en Buenos Aires para cien personas y un par de semanas tocás en el Teatro Solís para mil. ¿Cambia la sensación?
—A veces los lugares chicos son más sabrosos, porque estás muy al lado de la gente. Pero en mi caso, yo voy a prender fuego en el escenario grande y en el escenario chico. Soy un piromaníaco con las notas.
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