La vida del eterno inquilino

Alquilar siempre fue un desafío, desde la época en que la búsqueda se realizaba en los diarios clasificados y se dedicaba días enteros a conocer departamentos a esta, de redes sociales y fotos

Los propietarios e inmobiliarias habían desarrollado un sistema de abreviaturas para exponer las bondades de su producto (Getty Images)

¿Hola, cómo andan? Yo bien. Bah, bien es un decir, la verdad es que sigo un poco angustiado. Esta vez no es por un comentario sobre mi última columna, una mala adaptación de un libro, mucho menos por el ya clásico partido de mierda que juega Independiente casi todos los fines de semana. Lo que pasó ahora es que acabo de recibir, vía WhatsApp, la propuesta de renovación de mi alquiler. Apenas la vi, hice dos cosas. Primero, ponerme a escribir para poder facturar un poco. La segunda, largarme a llorar. Así de expeditivo, digamos.

Tengo cincuenta y cuatro años y nunca en mi vida fui propietario. Nací en una casa alquilada y así sigo. Desde ese día hasta hoy, viví en la friolera de diecinueve lugares. El derrotero sería: Barrio Norte, Belgrano, Vicente López, Lomas de Zamora, Barracas, San Telmo, San Telmo de nuevo, Retiro, Once, Congreso, Parque Patricios, Recoleta, Barrio Norte de nuevo, Palermo Soho, Palermo Hollywood, Chacarita, Saavedra, Belgrano de nuevo, Barrio Martin (en Rosario), su ruta. Si no cuento mal y si no sumo alguna morada transitoria, serían dieciocho mudanzas, diecinueve lugares donde cargué y descargué pedazos de vida. Perdonen si me puse un poco tanguero, pero esta es una sección de cultura y ustedes saben bien que de la melancolía surgen obras inolvidables. Claro que este no sería el caso.

Pero fíjense. Si divido mis cincuenta y cuatro diciembres en los diecinueve lugares en donde viví hasta ahora, da 2,8 años y algunos decimales. La próxima vez que a algún cráneo se le ocurra inventar una ley de alquileres, debería llamarme para asesorarlo. Experiencia no me falta, he pasado por todas.

Piensen que en mis épocas mozas, por ejemplo, no existía internet, entonces el medio para buscar un departamento eran los diarios. De papel, sí. Ya sé que los millennials no saben ni qué son, pero en una época hubo diarios que salían en papel y todo. Incluso ya existía la segmentación. Por ejemplo, si usted disponía de mucho dinero, le pedía al kiosquero el de los Mitre, porque fiel a sus lectores ABC1, ahí era donde aparecían desde pisos enteros hasta petit hoteles. En cambio, si pertenecía a la siempre populosa clase media, su lugar en el mundo era el rubro inmuebles de la sección clasificados del gran diario argentino (note, señor lector, cómo me cuido de nombrar a la competencia, no sea que no me publiquen la nota y no logre pagar la renta, tipo el Chavo del Ocho).

La próxima vez que a algún cráneo se le ocurra inventar una ley de alquileres, debería llamarme para asesorarlo

¿Era lo mismo buscar departamentos cualquier día? No, claro que no, el tema se ponía sabroso los miércoles y, sobre todo, los sábados. Esos eran los picos de publicaciones, cuando uno tenía más posibilidades de hacer match. Ahora bien, como el papel era escaso y un aviso salía su dinero, los propietarios e inmobiliarias habían desarrollado un sistema de abreviaturas para exponer las bondades de su producto. Por ejemplo. ALQ DEP 3 AMB CONTR LUM BAÑ DEP S/TEL BALC 2GAR FAM CAP 545233. O sea, se ofrecía en alquiler un departamento de tres ambientes, contrafrente pero luminoso, que tenía baño y dependencias de servicio, que carecía de teléfono pero contaba con balcón, que para aspirar a él uno debía disponer de dos familiares que vivieran en Capital y le salieran de garantes, y que si usted quería saber cuánto salía, discara el 545233. Sí, seis números, cuando éramos jóvenes los teléfonos tenían seis números, se discaban y daban ocupado todo el tiempo. Acabo de descubrir algo: el corrector de Google no sabe que hubo un tiempo en el que existió el verbo “discar”, lo marca en rojo, como si fuera un error. El error debe ser que nosotros, los que alguna vez discamos, sigamos vivos…

Bueno, hagamos de cuenta que no ha pasado nada y sigamos. Les decía que aquello era un verdadero ejercicio de interpretación lingüística y además se parecía bastante a esas películas en las que se compite por la supervivencia, tipo Los Juegos del Hambre. Porque claro, con tanta crisis en el hombro, era típico que, en el momento en el que uno tenía que mudarse, hubiera otros tres millones de humanos necesitando lo mismo. Entonces uno debía moverse rápido y con sigilo, dispuesto a todo para lograr el objetivo.

La táctica (al menos la mía) consistía en comprar el diario bien temprano. Birome en mano, descifrar el código morse de la propiedad horizontal, marcar los avisos que se ajustaban a la búsqueda, armar un itinerario que barriera la ciudad con cierta lógica y darse a la calle. A los millennials conviene comentarles que las publicaciones, además de estar en un idioma distinto al castellano, venían sin foto. O sea que nosotros, los que peinamos canas o directamente ya no peinamos nada, íbamos a una cita a ciegas, sin saber si del otro lado nos esperaba un palacio o una pocilga. Además, como uno contaba con un presupuesto la más de las veces escaso y no siempre se publicaba el precio, convenía llamar al 545233 para ver si el departamento estaba disponible, si más o menos se parecía a la descripción, averiguar la dirección exacta y, sobre todo, descubrir cuánto pedían. Una cosa que servía mucho a la hora de luchar a vida o muerte contra algún oponente de fuste, era llegar a la batalla munido de un par de fotocopias de su recibo de sueldo, las dos escrituras (cedidas no sin temor por sus generosos garantes) y alguna cosa más para rellenar, por ejemplo un certificado de buena conducta o las vacunas al día. Dios mío, qué difícil la vida del inquilino eterno.

Imagen de una inmobiliaria

Luego venía el tema de hacer la cola. No sea mal pensado, carajo. Me refiero a ponerse en la fila que se armaba en la puerta del tres ambiente contra frente, porque se entraba de a uno y había que esperar, rogando que los que subían no cerraran trato antes. Cuando le tocaba a usted, había dos opciones: si le gustaba, sacaba sus fotocopias y trataba de cerrar el asunto con unos billetes para la seña en la mano. Si no le gustaba, ahí se jugaba una parte muy importante del partido, con una táctica que hubieran aplaudido tanto Bilardo como Menotti y que, humildemente, me salía muy bien. Se trataba de bajar y pasar por delante de la fila muy lentamente, con cara de “está muy bueno, ¿eh? Capaz hago una oferta…” Claro, como cuando la oferta es baja, la demanda es alta (caramba, que no seré Adam Smith pero manejo bastante bien las variables de la macroeconomía) era importante dejar a todos excitados, en esa cola, desesperados por penetrar el tres ambientes contrafrente, mientras usted partía rápidamente a la cola siguiente con la que intentar matchear. Pero, claro, como el resto también juega, no era nada raro que durante el día se encontrara varias veces con las mismas personas haciendo el mismo jueguito. Sobre el final de la jornada capaz que ya eran medio amigos, incluso conozco gente que de tanto cruzarse en zaguanes, se puso de novia. Pero esa es otra historia.

Queridos amigos de la sección, con diecinueve mudanzas, les confieso que paro acá no por falta de argumentos y anécdotas, sino porque tengo que contestarle el mensaje a los propietarios antes de que tomen mi silencio como un no y le ofrezcan el departamento a otro. Antes de que me hagan la cola en la puerta, digamos.

Lo cierto es que hoy, con portales, fotos, Whatsapp y YouPorn, encontrar algo para alquilar sigue siendo una odisea (estamos en la sección de cultura, conviene poner una palabra helénica cada tanto). En fin, tengamos esperanzas. Quizás, alguna vez en la santa vida, a fuerza de pelearla y pelearla, los inquilinos nos ganemos el cielo de las sagradas escrituras.

Mientras tanto, no se olviden de lo más importante: los quiero mucho.

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