Con la Palma de Oro a la película francesa Anatomía de una caída, de la realizadora Justine Triet, concluyó una de las mejores ediciones del Festival de Cannes de este siglo, una que se destacó por una alta calidad de sus películas en competición y por una premiación que, más allá de gustos y diferencias, estuvo relativamente a la altura de la excelencia del material que analizó el jurado presidido por el realizador Ruben Östlund, acompañado por el argentino Damián Szifron y los actores estadounidenses Brie Larson y Paul Dano, entre otros. En la premiación hubo claras ausencias y un orden de premios que se podría discutir largamente, pero no fue un palmarés vergonzoso, escandaloso ni mucho menos, algo que tiende a ser habitual en este y muchos otros festivales. La gran mayoría de las películas galardonadas merecen estar ahí.
Anatomía de una caída, la gran triunfadora, es un drama familiar disfrazado de thriller criminal que ha tocado las fibras sensibles del público y del jurado. La actriz alemana Sandra Hüller encarna aquí a una famosa escritora alemana, casada y con un hijo. Tras un paseo, el chico (que es prácticamente ciego) descubre que su padre está muerto en el patio de la casa tras una aparente caída desde el altillo. Ella se entera al despertarse de una siesta –o eso dice– y pronto se inicia una investigación que empieza a descubrir que la hipótesis del suicidio no es tan evidente y que existe la posibilidad de que ella lo haya matado.
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Todo esto dará como resultado un intenso y dramático juicio en el que abogados, jueces y fiscales intentarán determinar si fue un suicidio, un accidente o si ella la responsable. Una vez allí la película irá escapándose del thriller clásico sobre pistas, evidencias y pruebas forenses para adentrarse en la relación matrimonial entre ellos. Y a partir de ese momento –ya en la segunda mitad de las dos horas y media que dura el film–, “Anatomía de una caída” dejará de ser una película sobre la literal caída hacia la muerte del hombre y será más una sobre la caída o la decadencia de la institución matrimonial y la acumulación de frustraciones, envidias, celos y fastidios que bien podrían conducir a la muerte de alguno de sus integrantes. Si bien la película utiliza algunos trucos de guión que bordean con el golpe bajo, termina siendo un muy efectivo e intenso drama sobre la fragilidad de la familia.
La zona de interés, de Jonathan Glazer, ganadora del Gran Premio del Jurado –que entregaron en un momento muy emotivo de la ceremonia de clausura el director Quentin Tarantino y el nonagenario productor Roger Corman– se centra también en una familia y tiene como protagonista a la misma Sandra Hüller, solo que aquí la situación es muy distinta. La familia en cuestión es la de Rudolf Hoss (Christian Friedel), el comandante de Auschwitz, y todos viven en una cómoda y coqueta casa con jardín separada del campo de concentración más tenebroso de todos los tiempos por apenas un muro. El film del director de Under the Skin se ocupa de la rutina de la pareja, que vive la experiencia como algo natural y hasta con agrado (ella se enoja ante la posibilidad de que los reubiquen) sin mostrar lo que pasa detrás de las paredes. Aunque algunas cosas, por la noche especialmente, se escuchan.
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Glazer utilizó un dispositivo de cámaras ocultas tipo “Gran Hermano” para filmar la rutina convencional de la pareja protagónica y recién en su última parte la película dejará de mostrar su metódico y rutinario día a día (la famosa “banalidad del Mal”) y permitirá que el espectador, más que los personajes, tomen conciencia del mundo real en el que esta pareja burguesa alemana de los años ‘40 en realidad está viviendo. Lo que para el resto del mundo fue, es y seguirá siendo una horrorosa pesadilla, para Hoss y su familia era una estadía extraordinaria en un lugar en el que los chicos podían ir a nadar en el río y la esposa dedicarse a cuidar el jardín y las plantas. Adaptada pero muy cambiada en relación a la novela del recién fallecido Martin Amis en la que se basa, The Zone of Interest es una película incómoda, fascinante y discretamente tenebrosa.
La pasión de Dodin Bouffant, ganadora del Premio al Mejor Director, es una película curiosa, rara. Por un lado podría ser vista como un cálido y amoroso retrato de la relación entre un chef y su cocinera, que son también amantes (Benoit Magimel y Juliette Binoche) y que se dedican a preparar los más complejos y extraordinarios platos en la campiña francesa a mediados del siglo XIX, centrándose más que nada en la preparación en sí de la comida. El director de El sabor de la papaya verde, Tran Anh Hung, es un especialista en eso de mostrar la preparación de banquetes con lujo de detalles, pero eso a la vez transforma al film por momentos en un programa de televisión que consiste en una serie de difíciles recetas de cocina. Lo que permite que el film sea un poco más que eso es la relación entre los dos protagonistas y, más que nada, las actuaciones de sus dos actores, capaces de hacer emocionar con cuentagotas en una película que dedica más tiempo a mostrar los avances en la preparación de un cordero o de un postre flambeado que a la relación entre sus personajes.
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El Premio del Jurado, el cuarto en orden de importancia, le quedó chico a Hojas caídas (Fallen Leaves), de Aki Kaurismäki, película que para muchos (me incluyo) fue la mejor de la competencia. Tanto es así que, seguramente usando alguna excusa, el director finlandés no fue a recoger el premio, que se lo llevaron los protagonistas de su película. Esta historia de amor, encuentros y desencuentros entre un hombre y una mujer desocupados y solitarios en la Helsinki contemporánea actualiza los temas que el director de El hombre sin pasado ha trabajado a lo largo de toda su vida: la soledad, el amor, el alcohol y las segundas oportunidades. Del otro lado del universo filosófico que profesa el presidente del jurado, Ruben Östlund, cuyas premiadas películas como El triángulo de la tristeza son más bien muestrarios de cinismo y crueldad, al finlandés terminó costándole caro esto de pensar que la gente es buena y creer en los finales felices.
Dos premios recayeron en artistas japoneses. El de mejor guión fue para Yūji Sakamoto, un veterano de las series de TV de su país que trabajó por primera vez a las órdenes del realizador Hirokazu Kore-eda en la película Monster, historia centrada en los secretos y mentiras que rodean a un chico que atraviesa un momento muy especial y emocionalmente conflictivo de su vida. Por su parte, Koji Yakusho se quedó con el premio al mejor actor por Perfect Days, de Wim Wenders, en la que interpreta a un hombre solitario que se dedica a limpiar los baños públicos de Tokio de una manera mecánica, rigurosa y, sorprendentemente, con bastante alegría.
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El premio a la mejor actriz fue una sorpresa, ya que si bien Merve Dizdar está muy bien en la película About Dry Grasses, del turco Nuri Bilge Ceylan, su papel calificaría como de reparto. Es obvio que aquí debería haber ganado Hüller, protagonista de las dos películas que recibieron los premios más importantes, pero las reglas de Cannes impiden a las ganadoras de la Palma de Oro quedarse con otros galardones. Y al quedarse Anatomy of a Fall con el premio máximo, eso imposibilitó poder dárselo a ella. De todos modos, la segunda opción está muy bien, aunque también podría haber recaído en Léa Drucker, de Last Summer, película de Catherine Breillat que se fue también con las manos vacías.
Como en toda premiación hay que hablar de ausencias, de injusticias y sorpresas. Y aquí hay dos que son importantes: las películas italianas La chimera, de Alice Rohrwacher y Rapito, de Marco Bellocchio. Ambas estuvieron entre las mejores de la competencia y se fueron, injustamente, con las manos vacías. Alguno podría agregar a esa lista a El sol del mañana, de Nanni Moretti, y argumentar que hubo un total desinterés por los tres títulos italianos que compitieron. Además de esas, las ausencias de May December, de Todd Haynes y Spring (Youth), de Wang Bing, si bien no sorprendieron, dejaron un cierto regusto amargo. Y que el único galardón a la película de Wenders haya sido a su actor, también dio la sensación de ser poco.
El cine latinoamericano se llevó también muy poco de Cannes. Si bien no había películas de este continente en la competencia oficial, en las paralelas tampoco obtuvieron muchos premios. La coproducción chileno-argentina Los colonos, de Felipe Gálvez, se llevó el Premio FIPRESCI (de la crítica internacional) dentro de la sección Un Certain Regard mientras que la brasileña Crowrã, de Joao Salaviza y Renée Nader Messora, ganó el del mejor elenco de esa misma sección. Las dos películas argentinas que llegaron hasta aquí –Los delincuentes, de Rodrigo Moreno y Eureka, de Lisandro Alonso– tuvieron muy buena repercusión crítica, pero ninguna de las dos se llevó premios.
Con el paso del tiempo, la edición 2023 del Festival de Cannes se recordará por la muy buena calidad de sus películas de competencia, por la esperada presentación de Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese –que vino con la dupla histórica Robert De Niro y Leonardo DiCaprio–, pero también por sus controversias. Allí hubo de todo un poco: el español Víctor Erice quejándose en una carta abierta por ser marginado de la competencia, las discusiones por la cancelación de Johnny Depp, las acusaciones a las directoras francesas Maïwenn y Catherine Corsini de distintos tipos de abusos, y lo que sucedió entre el director artístico del festival, Thierry Frémaux, y un agente de policía que lo detuvo y con quien se peleó en la calle, escena que se grabó y viralizó. Pero más allá de las anécdotas, lo que Cannes siguió probando es que, pese a todos los problemas y discusiones que siempre lo rodean, sigue siendo el gran festival de cine de todo el mundo. Ninguno de los otros puede pelearle esa supremacía.
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