Muy pocos son capaces de captar la atención de la gente en el Festival de Cine de Cannes como Liv Ullmann. A sus 84 años, forma parte de la realeza del cine, y los directores han acudido en masa a saludarla en el festival de este año. Pedro Almodóvar la buscó en un almuerzo. Todd Haynes se esforzó por hacerle saber que su última película, May December, está inspirada en Persona, el filme de 1966 que inició su década con Ingmar Bergman.
Tras conocerla, el director de The Zone of Interest, Jonathan Glazer, se apretó la mano contra el pecho para recuperar el aliento. Ullmann lleva viniendo a Cannes más tiempo del que puede recordar. Está segura de que hay una suite de hotel en algún lugar, que lleva su nombre. Pero después de haber estado aquí en casi todos los puestos -con Gritos y susurros en 1973, su propia Faithless en 2000, presidenta del jurado en 2001- está en el festival por una razón diferente. La serie documental de Dheeraj Akolkar, Liv Ullmann: A Road Less Travelled, se proyectó en la sección “Cannes Classics”.
“Nunca he estado aquí cuando alguien ha hecho una película sobre mí o sobre mi vida”, dice Liv Ullmann. “Eso lo hace tan diferente y quizá un poco vergonzoso, de alguna manera. Porque soy actriz y directora”.
En esta entrevista, la actriz noruega -que vive en Boston- reflexiona sobre el paso del tiempo y su década dorada con Bergman, una de las grandes colaboraciones de la historia del cine. Ullmann protagonizó 10 películas de Bergman, entre ellas Escenas de un matrimonio y Saraband, y dirigió dos de sus guiones.
—Habiendo sido una parte tan central del apogeo del cine de autor, con cineastas como Bergman, Godard y Truffaut ¿Se lamenta de que las películas más relevantes de hoy tengan menos atención?
—Ahora se hacen películas increíbles. El año pasado vi a Cate Blanchett. Qué actriz... Arte, se hace hoy. Pero también otras tantas películas son reflejo de este tiempo. Y quiero decir, todas las que ganaron Oscars, ni siquiera las entendí. No significa que haya algo malo en ellas o que haya algo malo en mí. A veces extraño que no haya más películas de las que solíamos llamar “clásicas”. Eso también tiene que ver con el envejecimiento, quizá. Lo que más nerviosa me pone es que todos estas series nos están alejando mucho de lo que es realmente el cine. El arte de la iluminación, el arte de la fotografía, el arte del director, ese tipo de lenguaje... Me gusta de dónde vengo.
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—¿Con qué claridad recuerda haber conocido a Bergman?
—Visité en Suecia a Bibi Andersson, que era mi mejor amiga y habíamos hecho algunas películas juntos. Estábamos paseando por la calle, y fue entonces cuando Ingmar se acercó y habló con ella. Sabía quién era yo porque había rodado mucho. Él dijo: “Oh, bueno, me gustaría que estuvieras en una de mis películas.” Y quizá por eso también lo viví todo (en el cine) más personalmente, porque ocurrió así, Ingmar y yo.
—¿Cuál fue su primera impresión de él?
—Me impresionó mucho. Soy tímida y en ese entonces lo era realmente. Nunca hablaba. Cuando me dijo que me quería en una de sus películas, me quedé dura. Por suerte, no tenía ninguna línea en la película. Es extraño que hiciera eso conmigo porque yo tenía 25 años. Era joven. Veo la película como si él hubiera llegado a la mediana edad y quisiera parar la vida y meterse en sí mismo. Entonces me eligió a mí. Yo era él. Y creo que yo fui él en muchas de las películas. No nos parecíamos, pero en ciertos aspectos sí. Por algo me utilizó continuamente hasta que murió.
—¿Cómo describiría lo profunda que era su conexión?
—Eso dijo él. “Tú y yo estamos dolorosamente conectados”. Vivimos juntos durante cinco años, pero quizá la conexión más maravillosa fue cuando estuvimos separados. Así nos conectamos más. Llegué a Fårö (la isla en la que vivía) la noche que él murió.
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—¿Compartieron alguna palabra en su lecho de muerte?
—Una cosa sí dije. La última película que hicimos juntos fue Saraband. Trata de una mujer que acude a su marido muchos años después de que todo haya terminado. Y él le pregunta: “¿Por qué viniste a mí?” Ella dice: “Me llamaste”. Cuando estaba sentada en la cama, le dije: “Si te preguntas por qué estoy aquí, tú me llamaste”. Puede que lo oyera, no lo sé.
—A menudo se le ha descrito como su “musa”, pero no parece la palabra adecuada para definir esta colaboración.
—No creo que yo fuera una musa, pero se puede decir así. Hice muchas cosas que él quería hacer y que no hizo. Viajé. Fui por el mundo. Me hice famosa. Lo extraño con todos estos actores que él amaba entrañablemente, es que no le gustaba que se fueran. Bibi Andersson y Max von Sydow. Pero pensó que era divertido conmigo. No sé por qué. Cuando hice Casa de muñecas, vino a Nueva York. Odiaba viajar. Disfrutaba lo que yo hacía. Había tanto que pude hacer porque yo no era él, y tal vez a él le hubiera encantado hacer.
—En el fondo, usted se considera una actriz de teatro, pero ¿Cuál era su relación con la cámara? En el documental, Blanchett dice que usted “miraba al mundo con cara de amor incondicional”.
—Si estás muy cerca de alguien a quien quieres, cuando lo mirás, se sabe todo el uno del otro. Yo veo la cámara de esa manera. No tengo que ser tímida. Una es actriz desde dentro. Tu alma, tu corazón pueden salir si quieres mostrar a la cámara la auténtica verdad. Hay que contar lo que hay ahí debajo. No es nada sobre lo que puedas actuar o hacer Stanislavski. No es tu cerebro. Tu cerebro no es el de actriz. Es de aquí (señala el corazón). Si relajas tu cuerpo, la cámara lo captará.
Fuente: AP
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