A Yeruham Scharovsky se le dibuja una sonrisa cada vez que habla de música. No puede evitar emocionarse cuando cuenta lo que siente al subirse al escenario. “Es mi vida, mi pasión, es el fuego que me mantiene vivo”, afirma el director de orquesta argentino-israelí en diálogo con Infobae.
A horas de un histórico concierto en el Vaticano para el papa Francisco con su querida Orquesta Sinfónica de Jerusalén, el artista nacido en Buenos Aires dio detalles sobre la actual gira por Europa, su carrera y su amor por Argentina.
— ¿Cómo se gestó el concierto en el Vaticano?
— Es una iniciativa de la Embajada de Israel en el Vaticano, con motivo del 200° aniversario de la reconstrucción de la Basílica de San Pablo Extramuros. El embajador israelí, Raphael Schutz, se lo propuso al encargado de Cultura del Vaticano, el cardenal James Harvey. El concierto se llama “Unión de religiones”. Vamos a tocar el Ave María, el Kol Nidrei y una suite mediterránea de Nizar Alkhater, un compositor musulman.
Es un hecho histórico porque es la primera vez que una orquesta israelí y un director israelí se presentan en el Vaticano. Israel exporta mucha música y muchos músicos a todo el mundo, pero nunca tuvo a una orquesta en el Vaticano. Me emociona mucho ser el primero, como cuando fui el primer director de orquesta israelí en dirigir la Filarmónica de Moscú cuando todavía no había relaciones diplomáticas entre Israel y Rusia, en 1991. Ese tipo de cosas te emocionan porque el primero queda para siempre.
— ¿Hay otros conciertos en esta gira?
— Sí, la gira también incluye un concierto el 28 de mayo en la Academia Nacional de Santa Cecilia en Roma, Parcco della Musica, en conmemoración del 75° aniversario de la creación del Estado de Israel. Lo organiza la Embajada de Israel en Italia. Estamos muy emocionados porque la Santa Cecilia es una sala maravillosa, es la meca de los músicos. Empezamos con el himno italiano, seguido del israeli y después el programa oficial del concierto.
Luego viajamos a París, donde vamos a ofrecer dos conciertos, el 31 de mayo y el 1° de junio. Uno de ellos es en la Gran Sinagoga de París. Son pocos conciertos y muchos programas para tocar, pero con esta orquesta no hay problema, es excelente y muy flexible, así que puedo preparar cualquier cosa con ellos.
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— ¿Cómo fue conocer al papa Francisco?
— Muy emotivo. Cuando apareció con todo su esplendor fue conmovedor. Su apretón de manos tan cálido y su pequeño abrazo... Me dijo “así que vos sos el director de orquesta argentino de Flores”. No podía ni contestarle de la emoción. Me preguntó sobre mi carrera, la Orquesta Sinfónica de Jerusalén, el concierto y cómo me fui a Israel de tan joven. Me deseó todo lo mejor en el concierto y se disculpó por no poder asistir. No tengo dudas de que guardaré esta experiencia en el corazón por el resto de mi vida.
— Con casi 40 años de carrera, ¿aún siente nervios antes de dirigir?
— Sí, pero no son nervios malos. Es una tensión positiva, que me hace bien y me focaliza en el objetivo. Cuando subo al escenario siento que veo todas las notas en mi cabeza de manera clara, limpia y transparente. La tensión me ayuda a concentrarme. En el momento del concierto, yo siempre estoy en mi mejor momento a nivel de concentración. Es ahí cuando puedo permitirme dar libertad al sentimiento. Cuando la cabeza está funcionando bien, ahí uno puede identificarse con la parte sentimental de la música, y se logra el objetivo. Ese entusiasmo y ese mensaje pasa a la orquesta, y la orquesta lo pasa al público. La gente siente cuando hay un involucramiento personal del director, una identificación con lo que está haciendo, que expresa no solamente las notas técnicamente, sino también la parte sentimental y de contenido. En mis conciertos yo siento como el público reacciona, y eso pasa de mí a la orquesta y de la orquesta al público.
— Y con tanta concentración, ¿puede disfrutar de los conciertos mientras dirige?
— Es verdad que estoy súper concentrado, pero disfruto de esa concentración. El momento de estar dirigiendo es el punto máximo de tensión y de exposición, pero también el punto maximo de entrega. Es un momento maravilloso, siento a la música en la cabeza y a los músicos pendientes de cada movimiento, de cada mensaje que transmito. En ese momento siento que puedo construir y esculpir la música que estoy dirigiendo. Eso convierte cada concierto en algo único y diferente. Es una arquitectura flexible, cambiante y viva.
— ¿En qué momento de su carrera se encuentra?
— Estoy en un buen momento de mi vida y de mi carrera. Todo lo que hacés en tu vida te llevan al lugar en el que te encontrás actualmente. Llega el momento en que empezás a cosechar los frutos de todo lo has sembrado durante tu vida. Me están pasando cosas que antes no me pasaban. Las propuestas que recibo de todas las orquestas del mundo, el cariño, el apoyo y la admiración de los músicos… Todo eso lo estoy sintiendo y disfrutando más que nunca. Cuando muchos a mi edad empiezan a jubilarse, yo a los 66 años me encuentro en una etapa de renacimiento, y estoy invitado a decenas de conciertos para los próximos tres años.
— ¿Cómo fue dirigir en el Teatro Colón el año pasado?
— Maravilloso. Me encantó y me emocioné. El sonido del Colon es único. Fue muy cálido todo. El director del Colón, Jorge Telerman, es una persona maravillosa. El día del concierto estaba en mi camarín y de repente alguien me golpea la puerta. Pregunto quién es y me responden “Jorge Telerman”. Vino a desearme suerte y a darme un abrazo. Me emocionó tanto su simplicidad, su humanidad, su manera de ser. Subí al concierto con una sensación muy buena en mi corazón. Me sentía muy bien recibido. Eso no me pasó muchas veces, que el director general del teatro viniera a saludarme antes del concierto. Es una persona especial y hablamos de futuros planes. Dirigir en Argentina siempre es especial y el concierto del año pasado me dejó una marca inolvidable.
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