El último rocker argentino cuenta en sus memorias cosas horribles, pero con sentido del humor

Vitico repasa su vida en el libro “El Canciller. Memorias”. Por qué era “cajetilla”, cómo fue tocar con The Who y su explosiva relación con Pappo. “Por nuestros hábitos, nos potenciábamos”, recuerda

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El músico de rock Víctor Bereciartúa (Vitico) acaba de publicar el libro "Vitico. El Canciller. Memorias" (Foto: Germán Adrasti)
El músico de rock Víctor Bereciartúa (Vitico) acaba de publicar el libro "Vitico. El Canciller. Memorias" (Foto: Germán Adrasti)

Por las venas de Víctor Bereciartúa circula rock and roll. “Vitico”, como lo conocen todos, lo tiene tan incorporado a su organismo que vivió situaciones dignas de un rockstar casi sin darse cuenta. Junto a Pappo y de la mano de Riff sentó las bases del heavy metal argentino, pero luego siguió al servicio del rock con Viticus y otros proyectos, convencido de que nunca hay que dejar de esforzarse por ser mejor. Por primera vez cuenta su vida en Vitico. El Canciller. Memorias, una autobiografía en la que cuenta todo y dice lo que piensa sin pelos en la lengua. “Cuando escribís un libro no hay que mentir”, afirma.

—¿Cómo surgió la idea de hacer tus memorias?

—Yo nunca pensé en escribir un libro, pero me lo propusieron de editorial Planeta a través de mi hijo Nicolás y acepté encantado. Es una alegría compartir tantas cosas interesantes que me pasaron en la vida porque no es fácil llegar. Me ayudó el periodista Fernando García, a quien mientras yo le hablaba se le salían los ojos de las órbitas porque no podía creer que todo lo que yo le contaba había pasado de verdad.

—La sensación que uno tiene cuando lee el libro es de estar con vos en un bar escuchando tus historias.

—La idea era contar casi todo lo que viví de una forma entretenida y atrapante. Por eso quise que el libro no sea largo ni tenga tantos detalles. Un periodista dijo que yo inventé un nuevo estilo literario, el realismo tragicómico, y lo describe como una lectura que arranca de forma espeluznante, a las tres líneas ya tenés una sonrisa y terminás a las carcajadas. Lo divertido es poder contar con sentido del humor acontecimientos que en su momento fueron horribles, pero que, habiéndolos superado, los lectores los reciben de forma graciosa. Hay cosas que hoy no pasarían porque las épocas son distintas, pero yo no escondo nada. Si no, me sentiría un mentiroso.

—Sorprende la honestidad brutal de tus memorias en tiempos de extrema corrección política.

—De eso se trata escribir un libro, de ser franco y honesto. Yo no soy careta, no voy a dejar de decir lo que pienso. Al contrario, estoy orgulloso de eso. Mi autobiografía es como un libro de autoayuda, pero al revés. No le recomiendo a nadie que haga algo de lo que hice, en especial el consumo de drogas, pero yo cuento cómo fue mi vida y no tengo ningún compromiso por decir lo que es políticamente correcto. A mí no me importa eso, he sido una buena persona y creo que vale la pena contar mi historia.

—Vos rompés con varios mitos del rock. Uno de ellos es el origen de clase obrera que debería tener un rockero, en especial del rock duro. Vos, sin embargo, venís de una familia con recursos económicos que, como decís en el libro, te había programado para trabajar y estudiar. Así y todo, en lo que respecta a tu carrera musical, te hiciste de abajo.

—A mí me costó más en el ambiente y por mi origen me decían “el cajetilla”, pero yo en mi adolescencia me hice una pregunta: si iba a hacer lo que tenía que ser o si iba a ser lo que quería ser. Obviamente elegí lo segundo. Yo empecé tocando en bandas de covers y en boliches y recién con Pappo todo empezó a ser más coherente. Con Riff encontré mi identidad musical y después seguí 20 años con Viticus y hace poco armé un proyecto con Gabriel Carámbula que duró un año.

Víctor Bereciartúa: "Vitico. El Canciller. Memorias" (Planeta)
Víctor Bereciartúa: "Vitico. El Canciller. Memorias" (Planeta)

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—Otro mito que rompiste es el del rockero desprolijo. Vos siempre cuidaste tu imagen, ¿cómo la fuiste construyendo?

—La imagen se arma sola de acuerdo a lo que vas haciendo. Yo nunca inventé nada, fui siendo como soy, haciendo lo que me gusta y eso es lo que me hace estar contento y sentirme íntegro, lúcido y feliz. Puedo seguir haciendo lo que me gusta y cada vez mejor. Mientras respire, no voy a parar. ¿De eso se trata, no? Yo respeto a toda la gente que tiene fe en la religión o en lo que sea, pero yo pienso que hay que tener fe en uno mismo, no rendirse, pase lo que pase, y seguir adelante tratando de superar las adversidades. La vida es un poco una carrera de obstáculos.

—Vos también decís que tu objetivo es que la gente se vaya de un show mejor de lo que vino. ¿Cuál es el secreto para lograr eso?

—El esfuerzo, tocar bien, ensayar y hacer listas de canciones que le transmitan alegría a la gente. Aunque sea gratis, el show lo tenés que hacer bien. A mí me divierte lo que hago, me gusta y mi idea es hacerlo cada día un poco mejor. Pongo todo mi empeño en eso y en ser mejor persona. Todo lo que aprendí en Inglaterra lo puse en práctica acá.

—¿Qué te enseñó tu estadía en el Reino Unido?

—Aprendí cómo tenía que ser un espectáculo y cómo debería sonar una banda. Para eso hay que ensayar y además tocar en equipo, que nadie se quiera destacar tanto. El sonido de Riff era muy bueno, por más que sobresaliera Pappo, que era como jugar al fútbol con Maradona. Él y Michel Peyronel también habían vivido en el extranjero y cuando estás afuera te das cuenta de cómo se tienen que hacer las cosas. En el rock argentino de esos años faltaba casi todo y entonces nosotros aplicamos esas ideas acá y funcionó muy bien. Con Riff cambiamos la música de este país.

Riff y su iconografía metalera. De izquierda a derecha: Michel Peyronel, Boff, Vitico y Norberto "Pappo" Napolitano
Riff y su iconografía metalera. De izquierda a derecha: Michel Peyronel, Boff, Vitico y Norberto "Pappo" Napolitano

—¿Qué crees que aportó Riff al rock nacional?

—Como decía Pappo, en ese momento se había ablandado mucho la milanesa y le decían rock a cosas como Porsuigieco. No digo que lo que hacían no fuera bueno, pero eso no era rock. Con la aparición de Riff empezó el rock acá. Los gobiernos militares no querían música enérgica, querían música suave y nosotros salimos en contra de todo eso. Había que tener huevos y bancarse lo que venía en contra sin quejarse y con mucho esfuerzo, tocando bien y sonando cada vez mejor. La química entre nosotros era perfecta, así que luchamos contra todos y logramos que las cosas fueran distintas.

—Uno de los grandes hitos de Riff es que fueron el primer grupo en tocar en Obras sin butacas.

—Con una banda de rock que tenía una energía fenomenal, la gente no estaba acostumbrada a quedarse sentada mirando. Se iban a parar, a bailar, a saltar y a subirse encima de las sillas, que se iban a romper. Al final, terminabamos tocando para pagarlas, por eso las hicimos sacar.

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—Es curioso que el argumento sea estrictamente económico y no esté relacionado con la cultura del aguante del rock nacional, pero es cierto que vos eras el responsable de las finanzas de Riff.

—Cuando nació mi primera hija tuve que salir a laburar para mantener a mi familia. Trabajé como director de la Caja de Subsidios Familiares y revisaba números todo el tiempo, así que no me costaba nada anotar todo lo que se gastaba en Riff.

Vitico: “En el rock los virtuosos no son necesarios”
Vitico: “En el rock los virtuosos no son necesarios”

—El capítulo sobre lo que viviste en Inglaterra está lleno de anécdotas increíbles, pero la más sorprendente es que llegaste a tocar con The Who. ¿Cómo se dio eso?

—Rosa, mi ex mujer, cuidaba al hijo de la actriz Pat Hartley, que estaba casada con el cineasta Dick Fontaine, que había hecho un documental en el que Pete Townshend había compuesto la música. A raíz de eso, Fontaine lo llamó y fui al estudio mientras estaban grabando Quadrophenia. La primera vez no me dieron ni cinco de pelota, pero la segunda John Entwistle me hizo señas y dejó su bajo arriba del equipo. Terminé tocando media hora con Keith Moon, Pete Townshend y el tecladista Chris Stainton.

—Afirmás que la canción “The Punk and the Godfather”, incluida en Quadrophenia, habla de vos. ¿Cómo estás tan seguro de eso?

—Yo estuve relacionado con ellos apenas dos semanas y sé perfectamente lo que dijo en la letra de esa canción, y eso que tuve que buscar la palabra “punk” en el diccionario porque el término como lo conocemos todavía no existía. O sea que pude haber sido el primer punk, pero no es una definición nada agradable. Al principio no lo entendía, pero cuando se descubrió que Townshend era pedófilo, ahí comprendí todo: yo no me puedo llevar bien con alguien así. Además, cuando te tratan como un extranjero, por más que toques bien, te ignoran un poco. Yo fui civilizado, pero él cambió el teléfono y no me dio más bola. Hay que tener en cuenta que en esa época en el exterior estaba muy mal vista la Argentina porque estaba gobernada por los militares. Al principio iba a audiciones una vez por semana y sonaba muy bien, pero cuando me hablaban no entendía absolutamente nada. Después pude entender y hablar un inglés razonable, pero mi mujer quedó embarazada y me di cuenta de que siendo forastero todo era más complicado, así que preferí volver a mi país y hacer lo mismo que había visto que hacían allá: hacer las cosas bien.

—Vos contás que si Pappo hubiese coincidido con vos en Inglaterra no hubieran sobrevivido. ¿Por qué decís eso?

—Bueno, por nuestros hábitos (risas). Nosotros nos potenciábamos. Acá funcionó porque la idea era hacer algo distinto, pero afuera no cambiás nada, sino que son ellos los que te cambian a vos.

"El sonido de Riff era muy bueno, por más que sobresaliera Pappo, que era como jugar al fútbol con Maradona", dice Vitico del guitarrista y cantante
"El sonido de Riff era muy bueno, por más que sobresaliera Pappo, que era como jugar al fútbol con Maradona", dice Vitico del guitarrista y cantante

—¿Cómo era tu relación con Pappo?

—Yo a veces digo que Pappo fue mi mejor amigo y mi peor enemigo, pero nos reímos muchísimo juntos, en especial de nosotros mismos. Formamos Riff un fin de semana que fuimos a Rosario, entramos a un cabaret, nos llevamos a una gorda al hotel que pensó que la íbamos a apretar y en vez de eso le colgamos una guitarra transparente que yo tenía y le pedimos que bailara. Era una guitarra Ampeg igual a la que usaba Keith Richards. En Riff todo anduvo muy bien tres o cuatro años, pero después, cuando una banda tiene mucho éxito y cada uno piensa que es por su propio mérito, no nos aguantamos más. Yo nunca pensé así, pero ahí paramos de tocar. Cuando nos olvidábamos de por qué no nos aguantábamos más, volvíamos a tocar hasta que no nos soportábamos más de nuevo. Pappo además tenía esa cosa de que no le gustaba que Riff tuviera más convocatoria que Pappo’s Blues. Le afectaba un poco el ego.

—En tus memorias hay un montón de historias divertidas sobre los líos en los que se metía Pappo y cómo vos los arreglabas.

—En general estaba todo bien, pero de vez en cuando se mandaba alguna macana que hacía de travieso. El Carpo no tenía filtros, hacía lo que se le pasaba por la cabeza, y yo arreglaba algunos de esos desarreglos que él cometía. De ahí viene un poco el nombre de “el Canciller”.

—¿Cómo te afectó su muerte?

—Fue tan dura que si yo ya en ese momento bebía como un cosaco, tras el accidente de Pappo empecé a tomar como tres. Después de un mes me di cuenta de que eso no me sacaba la tristeza, por eso dejé de tomar y hace 18 años que no consumo alcohol.

—¿Qué le quisiste transmitir a los jóvenes que leen tus memorias?

—Que si quieren hacer una banda lo más importante es reírse y tener sentido del humor. En el rock los virtuosos no son necesarios, está todo bien si lo son, pero con que sean buenas personas ya está bien.

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